El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Algunos cuentitos de Eduardo Galeano (El Libro de los Abrazos)


Algunos cuentitos de Eduardo Galeano (El Libro de los Abrazos)





Los indíos/2
El lenguaje como traición: les gritan verdugos. En el Ecuador,
los verdugos llaman verdugos a sus víctimas:
- Indios verdugos! ? les gritan.
De cada tres ecuatorianos, uno es indio. Los otros dos le cobran,
cada día, la derrota histórica.
- Somos los vencidos. Nos ganaron la guerra. Nosotros perdimos por
creerles. Por eso - me dice Miguel, nacido en lo hondo de la selva
amazónica.
Los tratan como a los negros en Sudáfrica: los indios no pueden
entrar a los hoteles ni a los restaurantes.
- En la escuela me metían palo cuando hablaba nuestra lengua - me
cuenta Lucho, nacido al sur de la sierra.
- Mi padre me prohibía hablar quichua. Es por tu bien, me decía -
recuerda Rosa, la mujer de Lucho.
Rosa y Lucho viven en Quito. Están acostumbrados a escuchar:
- Indio de mierda,
Los indios son tontos, vagos, borrachos. Pero el sistema que los
desprecia, desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme. Tras
la máscara del desprecio, asoma el pánico: estas voces antiguas,
porfiadamente vivas, zqué dicen.? zQué dicen cuando hablan? zQué
dicen cuando callan?



La cultura del terror/1
La Sociedad Antropológica de París los clasificaba como a
insectos: el color de la piel de los indios huitotos correspondía a
los números 29 y 30 de su escala cromática.
La Peruvian Amazon Company los cazaba como a fieras: los indios
hultotos eran la mano de obra esclava que daba caucho al mercado
mundial. Cuando los indios huían de las plantaciones y la empresa
los atrapaba, los envolvía en una bandera del Perú empapada en
querosén y los quemaba vivos.
Michael Taussig ha estudiado la cultura del terror que la civilización
capitalista aplicaba en la selva amazónica a principios del siglo
veinte. La tortura no era un método para arrancar información, sino
una ceremonia de confirmación del poder. En un largo y solemne
ritual, a los indios rebeldes les cortaban la lengua y después los
torturaban para obligarlos a hablar.



Celebración de la desconfianza
El primer día de clase, el profesor trajo un frasco enorme:
- Esto está lleno de perfume --dijo a Miguel Brun y a los demás
alumnos -. Quiero medir la percepción de cada uno de
ustedes. A medida que vayan sintiendo el olor, levanten la mano.
Y destapó el frasco. Al ratito nomás, ya había dos manos levantadas.
Y luego cinco, diez, treinta, todas las manos levantadas.
- Me permite abrir la ventana, profesor? -suplicó una alumna,
mareada de tanto olor a perfume, y varias voces le hicieron eco. El
fuerte aroma, que pesaba en el aire, ya se había hecho insoportable
para todos.
Entonces el profesor mostró el frasco a los alumnos, uno por uno. El
frasco estaba lleno de agua.



El sistema/2
Tiempo de los camaleones: nadie ha ensenado tanto a la
humanidad como estos humildes animalitos.
Se considera culto a quien bien oculta, se rinde culto a la cultura del
disfraz. Se habla el doble lenguaje de los artistas del disimulo. Doble
lenguaje, doble contabilidad, doble moral: una moral para decir, otra
moral para hacer. La moral para hacer se llama realismo.
La ley de la realidad es la ley del poder. Para que la realidad no sea
irreal, nos dicen los que mandan, la moral ha de ser inmoral.



Envidias del alto cielo
Creen los Mayas que al principio de la historia, cuando los
dioses nos dieron nacimiento, nosotros, los humanos, éramos
capaces de ver más allá del horizonte. Entonces estábamos
recién fundados, y los dioses nos arrojaron polvo a los ojos para que
no fuéramos tan poderosos.
Yo pensé, en esa envidia de los dioses, cuando supe que había
muerto mi amigo René Zavaleta. René, que tenía una inteligencia
deslumbrante, fue fulminado por un cáncer al cerebro.
De cáncer de garganta había muerto, medio siglo antes, Enrico
Caruso.



Llorar
Fue en la selva, en la amazonica ecuatoriana. Los indios shuar
estaban llorando a una abuela moribunda. Lloraban sentados, a la
orilla de su agonía. Un testigo, venido de otros mundos, preguntó:
- Por qué lloran delante de ella, si todavía está viva?
Y contestaron los que lloraban:
- Para que sepa que la queremos mucho.



Resurrecciones/4
Peca el que miente, dice Ernesto Cardenal, porque roba verdad
a las palabras.
Allá por 1524 fray Bobadilla hizo una gran hoguera en la
aldea de Managua y arrojó a las llamas los libros indígenas. Esos
libros estaban hechos en piel de venado, en imágenes pintadas con
dos colores: el rojo y el negro.
Hacía siglos que a Nicaragua la venían mintiendo, cuando el general
Sandino eligió esos colores, sin saber que eran los colores de las
cenizas de la memoria nacional.



Las hormigas
Tracey Hill era nina en un pueblo de Connecticut, y practicaba
entretenimientos propios de su edad, como cualquier otro
tierno angelito de Dios en el estado de Connecticut o en
cualquier otro lugar de este planeta.
Un día, junto a sus companeritos de la escuela, Tracey se puso a
echar fósforos encendidos en un hormiguero. Todos disfrutaron
mucho de este sano esparcimiento infantil; pero a Tracey la
impresionó algo que los demás no vieron, o hicieron como que no
veían, pero que a ella la paralizó y le dejó, para siempre, una senal
en la memoria: ante el fuego, ante el peligro, las hormigas se
separaban en parejas, y de a dos, bien juntas, bien pegaditas,
esperaban la muerte.



El abuelo
Un hombre, que se llama Amando, nacido en un pueblo que
se llama Salitre, en la costa del Ecuador, me regaló la historia
de su abuelo.
Los tataranietos se turnaban haciéndole la guardia. En la puerta le
habían puesto candado y cadena. Don Segundo Hidalgo decía que
de ahí le venían los achaques:
- Tengo reuma de gato castrado - se quejaba.
A los cien anos cumplidos, don Segundo aprovechaba cualquier
descuido, montaba en pelo y se escapaba a buscar novias por ahí.
Nadie sabía tanto de mujeres y de caballos. Él había poblado esa
aldea de Salitre, y la comarca, y la región, desde que fue padre por
primera vez, a los trece anos.
El abuelo confesaba trescientas mujeres, aunque todo el mundo
sabía que habían sido más de cuatrocientas. Pero una, una que se
llamaba Blanquita, había sido la más mujer de todas.
Hacía treinta anos que había muerto Blanquita, y él la convocaba
todavía, a la hora del crepúsculo. Amando, el nieto, el que me regaló
esta historia, se escondía y espiaba la ceremonia secreta. En el
balcón, iluminado por la última luz, el abuelo abría una talquera de
otros tiempos una caja redonda de aquéllas con ángeles rosaditos
en la tapa, y se llevaba el algodón a la nariz:
- Creo que te conozco - murmuraba, aspirando el leve perfume de
aquel polvo -. Creo que te conozco.
Y muy suavemente se balanceaba, dormitando murmullos en la
mecedora.
Al atardecer de cada día, el abuelo cumplía su homenaje a la más
amada. Y una vez por semana, la traicionaba. Le era infiel con una
gorda que cocinaba recetas complicadísimas en la televisión. El
abuelo, dueno del primer y único televisor del pueblo de Salitre,
jamás se perdía ese programa. Se banaba y se afeitaba y se vestía de
punta en blanco, como para una fiesta, el mejor sombrero, los
botines de charol, el chaleco de botones dorados, la corbata de
seda, y se sentaba bien pegado a la pantalla. Mientras la gorda batía
sus cremas y alzaba el cucharón, explicando las claves de algún
sabor único, exclusivo, incomparable, el abuelo le hacia guinadas y
le lanzaba furtivos besos. La libreta de ahorros del banco asomaba
en el bolsillo de arriba del traje. El abuelo ponía la libreta, así,
insinuadita, como al descuido, para que la gorda viera que él no era
un pobre pelagatos.



Celebración de la amistad/1
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi
sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana,
por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y
llave por...
- Llave, por llave - me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del
terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de
cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.



Celebración de la amistad/2
Juan Gelman me contó que una senora se había batido a
paraguazos, en una avenida de París, contra toda una brigada
de obreros municipales. Los obreros estaban cazando palomas
cuando ella emergió de un increíble Ford a bigotes, un coche de
museo, de aquellos que arrancaban a manivela; y blandiendo su
paraguas, se lanzó al ataque.
A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero rompió las redes
donde las palomas habían sido atrapadas. Entonces, mientras las
palomas huían en blanco alboroto, la senora la emprendió a
paraguazos contra los obreros.
Los obreros no atinaron más que a protegerse, como pudieron, con
los brazos, y balbuceban protestas que ella no oía: más respeto,
senora, haga el favor, estamos trabajando, son órdenes superiores,
senora, por que no le pega al alcalde, calmesé, senora, qué bicho la
picó, se ha vuelto loca esta mujer...
Cuando a la indignada senora se le cansó el brazo, y se apoyó en
una pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicación.
Después de un largo silencio, ella dijo:
- Mi hijo murió.
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no
tenían la culpa. También dijeron que esa manana había mucho que
hacer, usted comprenda...
- Mi hijo murió - repitió ella.
Y los obreros: que sí, que sí, pero que ellos se estaban ganando el
pan, que hay millones de palomas sueltas por todo París, que las
jodidas palomas son la ruina de esta ciudad...
- Cretinos - los fulminó la senora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:
- Mi hijo murió y se convirtió en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin,
senalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y
las aceras, propusieron:
- Senora: por qué no se lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?
Ella se enderezó el sombrero negro:
-ÿAh, no! ÿEso sí que no!
Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy
serenamente dijo.
- Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si supiera, tampoco me lo
llevaría. Porque, qué derecho tengo yo a separarlo de sus amigos?



Gelman
El poeta Juan Gelman escribe alzándose sobre sus propias
ruinas, sobre su polvo y su basura.
Los militares argentinos, cuyas atrocidades hubieran
provocado a Hitier un incurable complejo de inferioridad, le pegaron
donde más duele. En 1976, le secuestraron a los hijos. Se los llevaron
en lugar de él. A la hija, Nora, la torturaron y la soltaron. Al hijo,
Marcelo, y a su companera, que estaba embarazada, los asesinaron y
los desaparecieron.
En lugar de él: se llevaron a los hijos porque él no estaba. Cómo se
hace para sobrevivir a una tragedia así? Digo: para sobrevivir sin que
se te apague el alma. Muchas veces me lo he preguntado, en estos
anos. Muchas veces me he imaginado esa horrible sensación de vida
usurpada, esa pesadilla del padre que siente que está robando al
hijo el aire que respira, el padre que en medio de la noche despierta
banado en sudor: Yo no te maté, yo no te maté. Y me he
preguntado: si Dios existe, por qué pasa de largo? No será ateo,
Dios?



Crónica de la ciudad de Montevideo
Julio César Puppo, llamado El Hachero, y Alfredo Gravina, se
encontraron al anochecer, en un café del barrio de Villa
Dolores. Así, por casualidad, descubrieron que eran vecinos:
- Tan cerquita y sin saberlo.
Se ofrecieron una copa, y otra.
- Se te ve muy bien.
- No te vayas a creer.
Y pasaron unas pocas horas y unas muchas copas hablando del
tiempo loco y de lo cara que está la vida, de los amigos perdidos y
los lugares que ya no están, memorias de los anos mozos:
- Te acordás?
- Si me acordaré.
Cuando por fin el café cerró sus puertas, Gravina acompanó al
Hachero hasta la puerta de su casa. Pero después el Hachero quiso
retribuir:
- Te acompano.
- No te molestes.
- Faltaba más.
Y en ese vaivén se pasaron toda la noche. A veces se detenían, a
causa de algún súbito recuerdo o porque la estabilidad de)aba
bastante que desear, pero enseguida volvían al ir y venir de esquina
a esquina, de la casa de uno a la casa del otro, de una a otra puerta,
como traídos y llevados por un péndulo invisible, queriéndose sin
decirlo y abrazándose sin tocarse.



La alambrada
A la medianoche de la noche más helada del ano llegó, súbita,
violenta, la orden de formar. Aquella era la noche más
helada de ese ano y de muchos anos, y una niebla enemiga
enmascaraba todo.
A los gritos, a los culatazos, los presos fueron puestos de cara contra
el cerco de alambre que rodeaba las barracas. Desde las torretas, los
reflectores atravesaban la niebla y lentamente recorrían la larga
hilera de uniformes grises, manos crispadas y cabezas rapadas a
cero.
Darse vuelta estaba prohibido. Los presos escucharon ruidos de
botas en carrera y los metálicos sonidos del montaje de las
ametralladoras. Después, silencio.
En esos días, había corrido el rumor en la prisión:
- Nos van a matar a todos.
Marlo Dufort era uno de esos presos, y estaba sudando hielo. Tenía
los brazos abiertos, como todos, con las manos agarrando la
alambrada: como él estaba temblando, la alambrada estaba
temblando. Tiemblo de frío, se dijo a si mismo, y se lo repitió; y no se
lo creyó.
Y tuvo vergüenza de su miedo. Se sintió abochornado por aquel
espectáculo que estaba dando ante sus companeros. Y soltó las
manos.
Pero la alambrada siguió temblando. Sacudida por las manos de
todos los demás, la alambrada siguió temblando.
Y entonces, Marlo entendió.



Celebración del coraje/2
Le pregunté si había visto un fusilamiento. Sí, había visto.
El Chino Heras había visto fusilar a un coronel, a fines de 1960,
en el cuartel de La Cabana. Muchos verdugos habían actuado
en la dictadura de Batista, malas bestias al servicio del dolor y de la
muerte; y ese coronel era uno de los muy, era uno de los más.
Estábamos en mi habitación, en rueda de amigos, en un hotel de La
Habana. El Chino contó que el coronel no había querido que le
vendaran los ojos, y su última voluntad no había sido un cigarrillo: el
coronel pidió que lo dejaran dirigir su propio fusilamiento.
El coronel gritó: ÿPreparen! y gritó: ÿApunten! Cuando iba a gritar:
ÿFuego , a uno de los soldados se le trabó el cerrojo del arma.
Entonces el coronel interrumpió la ceremonia.
- Calma --dijo, ante la doble fila de hombres que debían matarlo.
Ellos estaban tan cerca que casi los podía tocar.
- Calma ? dijo -. No se pongan nerviosos.
Y mandó nuevamente preparar armas, y mandó apuntar, y cuando
todo estuvo bien en orden, mandó disparar. Y cayó.
El Chino contó esta muerte del coronel, y nos quedamos callados.
Éramos unos cuantos en la habitación, y todos nos quedarnos
callados.
Echada como una gata sobre la cama, había una muchacha vestida
de rojo. No le recuerdo el nombre. Le recuerdo las piernas. Ella
tampoco dijo nada.
Transcurrieron dos o tres botellas de ron y al final todo el mundo se
fue a dormir. Ella también se fue. Antes de irse, desde la puerta
entreabierta, miró al Chino, le sonrió y le agradeció:
- Gracias - le dijo -. Yo no conocía los detalles. Gracias por
contármelo.
Después supimos que aquel coronel era su padre.
Una muerte digna es siempre una buena historia para contar,
aunque sea la muerte digna de un hijo de puta. Pero yo quise
escribirla, y no pude. Pasó el tiempo y la olvidé.
De la muchacha, nunca más supe.



Celebración del coraje/4
La derecha mezquina y la izquierda puritana han dedicado
buena parte de sus fervores a discutir si Salvador Allende se
suicidó o no se suicidó.
Allende había anunciado que no saldría vivo del palacio
presidencial. En América Latina, es tradición: todos lo dicen.
Después, cuando ocurre el golpe de Estado, se toman el primer
avión.
Habían pasado muchas horas de bombas y fuego y Allende seguía
combatiendo entre los escombros. Entonces llamó a sus
colaboradores más íntimos, que resistían con él, y les dijo:
- Bajen ustedes, que yo ya voy.
Ellos le creyeron y se fueron, y Allende quedó solo en el palacio en
llamas.
Qué importa de quién fue el dedo que disparó la bala final?



Un músculo secreto
En el mediodía de la memoria, un mediodía del exilio. Yo estaba
escribiendo, o leyendo, o aburriéndome, en mi casa de la
costa de Barcelona, cuando sonó el teléfono y el teléfono me
trajo, asombroso, la voz de Fico.
Hacía más de dos anos que Fico estaba preso. Había salido en
libertad el día anterior. El avión lo había traído de la celda de Buenos
Aires al aeropuerto de Londres. Desde el aeropuerto me llamaba
para pedirme que fuera, venite en el primer avión, tengo mucho que
contarte, tanta cosa que hablar, pero una cosa quiero decirte desde
ya, quiero que sepas:
- No me arrepiento de nada.
Y esa misma noche nos encontramos en Londres.
Al día siguiente, lo acompané al dentista. No había remedio. Las
descargas eléctricas en las cámaras de tortura le habían aflojado los
dientes de arriba, y había que dar esos dientes por perdidos.
Fico Vogellus era el empresario que había financiado la revista Crisis,
y no había puesto solamente dinero, sino que había puesto alma y
vida en aquella aventura, y me había dado plena libertad para hacer
la revista como yo quisiera. Mientras duró, tres anos y pico, cuarenta
números, Crisis supo ser un porfiado acto de fe en la palabra
solidaria y creadora, la que no es ni simula ser neutral, la voz
humana que no es eco ni suena por sonar.
Por ese delito, por el imperdonable delito de CRISIS, la dictadura
militar argentina había secuestrado a Fico, lo había encarcelado y
torturado; y él había salvado la vida por un pelo, gracias a que en
pleno secuestro había alcanzado a gritar su nombre.
La revista había caído sin agacharse, y nosotros estábamos
orgullosos de ella. Fico tenía una botella de no sé qué vino francés
antiguo y querendón. Con ese vino brindamos, en Londres, a la
salud del pasado, que seguía siendo un companero digno de
confianza.
Después, algunos anos después, se acabó la dictadura militar. Y en
1985, Fico decidió que Crisis debía resucitar. Y estaba en eso, otra
vez dispuesto a quemar tiempo y dinero, cuando supo que tenía
cáncer.
Consultó a varios médicos, en varios países. Unos le daban vida
hasta octubre, otros hasta noviembre. De noviembre no pasa,
sentenciaron todos. Él andaba cadavérico, tambaleándose de
operación en operación; pero un brillo de desafío le encendía los
ojos.
Crisis reapareció en abril del 86. Y al día siguiente del renacimiento
de Crisis, medio ano más allá de todos los pronósticos, Fico se dejó
morir.




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