El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




El Proceso a Galileo Galilei





El proceso a Galileo Galilei
El caso "Galileo"

Carlos Javier Alonso. Profesor de Filosofía

¿Quién fue Galileo?

Galileo Galilei nació en Pisa, en 1564. Fue el primogénito de siete hermanos, hijos de Vicenzo Galilei, que emigró a Pisa para establecerse como comerciante. En 1574, la familia se trasladó a Florencia, donde Galileo estudió en el monasterio de Santa María de Vallombrosa. En 1581 ingresó en la Universidad de Pisa para estudiar medicina; a los cuatro años, abandonó la universidad sin lograr el título, pero con unos amplios conocimientos sobre Aristóteles. De vuelta a Florencia, se dedicó a profundizar en el estudio de las matemáticas, bajo la dirección de Ostilio Ricci, que había sido discípulo de Niccolo Tartaglia, y empezó a realizar observaciones en el ámbito de la física. En 1583 descubrió el isocronismo de las oscilaciones del péndulo. Después de haber publicado en 1586 La pequeña balanza, donde ilustraba la balanza hidrostática que había proyectado siguiendo las indicaciones de Arquímedes, se dedicó a ampliar y a profundizar también en su propia cultura literaria, hasta que en 1589, el gran duque de Toscana le otorgó una cátedra de Matemáticas en la Universidad de Pisa. En 1589 compuso un texto sobre el movimiento, en el que criticaba las explicaciones aristotélicas sobre la caída de los cuerpos y el movimiento de los proyectiles.

En 1592 el pisano fue elegido profesor de Matemáticas en la Universidad de Padua, donde se ocupó de asuntos técnicos como la arquitectura militar y la topografía, desarrollando invenciones como una máquina para elevar agua, un termoscopio y un procedimiento mecánico de cálculo expuesto en Le operazioni del compasso geometrico e militare (1606). En 1609 transformó un anteojo fabricado en Holanda, hasta convertirlo en un auténtico telescopio, con el que observó que la Luna no era una esfera perfecta, como se deduciría de las teorías de Aristóteles, sino un lugar con montañas y cráteres. Descubrió cuatro satélites que giraban alrededor de Júpiter, poniendo en duda la afirmación de que la Tierra era el centro de todos los movimientos celestes, y reforzando la teoría heliocéntrica de Copérnico. Expuso sus observaciones en el texto Sidereus nuncius (Mensajero celestial, 1610). En 1632 consiguió el imprimatur para su obra Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano (Dialogo sobre los dos principales sistemas del mundo ), a pesar de lo cual fue sometido a proceso eclesiástico en 1633 por defender la teoría heliocéntrica y condenado a reclusión perpetua en su villa natal. Escribió asimismo Discorsi e dimostrazione matematiche intorno a due nuove scienze (Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, 1638). Murió en Arcetri, en 1642.

De las más de 8.000 publicaciones de toda índole sobre Galileo, son abundantes las que aluden al proceso inquisitorial que sufrió y que incurren en parcialidad o repiten viejos tópicos. En el poco espacio que podemos dedicar aquí a tan controvertido tema, intentaremos ir al núcleo de la cuestión, desenmarañando esta madeja. Aunque resulte sorprendente, el proceso de Galileo no fue, como tantas veces se afirma, el resultado de un conflicto entre la ciencia y la fe, sino más bien, como veremos en este apartado, la consecuencia de un debate interno entre los católicos sobre el modo de encarar las implicaciones religiosas de la naciente ciencia natural.

Galileo: un genio desafiante

Vayamos, pues, derechos a la cuestión. Si hay algo en lo que todos los conocedores de Galileo coinciden es en subrayar dos rasgos acusados de su personalidad: de una parte, una clarividencia genial, una lucidez mental deslumbrante que, a pesar de estar situado a cientos de años en el pasado, le facultan razonar como una persona de nuestro siglo, como alguien que sabía de antemano el rumbo que iba a seguir la historia; de otra, sobresale el afán polémico de aquel hombre, quien ya en su época de estudiante en la Universidad de Pisa se hizo famoso por contradecir a sus profesores. Algo tiene que ver este temperamento con las múltiples controversias en que se vio envuelto. Amigo de sus amigos, Galileo fue también enemigo implacable y contumaz, proclive a refutar a sus contradictores de un modo que los hería y cubría del mayor ridículo.

Varios ejemplos bastarán para ilustrarlo. En 1597, en sendas cartas a Jacopo Mazzoni y a Kepler, se declara copernicano convencido. La noticia de la aparición de una estrella "nova", el 9 de octubre de 1604, señala el comienzo de su interés por la astronomía. Da tres conferencias sobre el significado antiaristotélico que aquella aparición encerraba y sus opiniones son criticadas anónimamente por Cesare Cremonini, colega suyo en la universidad, que defiende una interpretación totalmente aristotélica del fenómeno. Contra él escribe una dura réplica, pero los sucesos astronómicos no confirman sus hipótesis, y Galileo deja de interesarse momentáneamente por la astronomía copernicana. Reemprende la discusión, en 1606, contra un escrito de Ludovico delle Colombe, que comenta la aparición de una "nova" en sentido aristotélico. (Como es bien sabido, el modelo de Universo propuesto por Aristóteles modifica el modelo geométrico de Eudoxo y Calipo, dando realidad física a las esferas homocéntricas -concéntricas respecto de un mismo centro- y a la idea de movimiento físico. Así, el universo aristotélico se divide en dos regiones diferenciadas: la esfera sublunar, terrestre, que abarca la región de espacio comprendida desde la esfera de la Luna hasta la Tierra, que ocupa inmóvil el centro del Universo; la región en que el movimiento, natural o violento, de los cuatro elementos -aire, tierra, fuego y agua- da origen a la naturaleza, y la esfera supralunar, celeste, que comprende la región que está más allá de la esfera de la Luna hasta las estrellas fijas, y donde no hay cambio ni alteración posible, a excepción del movimiento circular y uniforme de los planetas llevados por sus esferas. Porque todos los cuerpos buscan su lugar natural y el lugar natural de la Tierra, como cuerpo pesado es el centro, la Tierra es centro inmóvil del Universo. Sobre este modelo aristotélico, aplicó Ptolomeo todo el desarrollo que la astronomía observacional y las técnicas matemáticas aplicadas a la astronomía habían alcanzado, en el siglo I d.C., con el desarrollo de la ciencia helenística).
Otro episodio nos muestra a Baldasarre Capra, que intentó copiar uno de sus inventos, el compás geográfico-militar. El episodio no tendría mayor relevancia, pero Galileo reaccionó con extraordinaria energía: le acusó de plagio, obtuvo la condena pública del ofensor, y se propuso una prohibición absoluta del mismo, a pesar de haberse éste retractado y solicitado su perdón. También discrepaba Galileo de los profesores de Florencia y Pisa sobre la hidrostática, y en 1612 publicó un libro sobre cuerpos en flotación. Como respuesta, inmediatamente aparecieron cuatro publicaciones que atacaban a Galileo y rechazaban su física. En 1613 escribió un tratado sobre las manchas solares y anticipó la supremacía de la teoría de Copérnico. En su ausencia, un profesor de Pisa les dijo a la familia de los Médicis (que gobernaban Florencia y mantenían a Galileo) que la creencia de que la Tierra se movía constituía una herejía. En 1614, un sacerdote florentino denunció desde el púlpito a Galileo y a sus seguidores. Éste escribió entonces una extensa carta abierta sobre la irrelevancia de los pasajes bíblicos en los razonamientos científicos, sosteniendo que la interpretación de la Biblia debería ir adaptándose a los nuevos conocimientos y que ninguna posición científica debería convertirse en artículo de fe de la Iglesia Católica.

A principios de 1616, los libros de Copérnico fueron censurados por un edicto, y el cardenal jesuita Roberto Belarmino dio instrucciones a Galileo para que no defendiera el concepto de que la Tierra se movía. El cardenal le había avisado previamente de que sólo tuviera en cuenta sus ideas como hipótesis de trabajo e investigación, sin tomar literalmente los conceptos de Copérnico como verdades y sin tratar de aproximarlos a lo escrito en la Biblia. Galileo guardó silencio sobre el tema durante algunos años y se dedicó a escribir El ensayador (1623). En él, aparte de una errónea hipótesis sobre los cometas, se halla la profesión de fe de Galileo en la ciencia moderna y la descripción de sus características: aquella que sabe leer el libro de la naturaleza escrito en lenguaje matemático. Pero la finalidad primordial de El ensayador era desprestigiar el sistema de Tycho-Brahe, defendido y difundido por los jesuitas del Collegio Romano como vía de compromiso, al no ser aristotélico ni contradecir a la Biblia; la ocasión se la brinda el libro del jesuita Orazio Grassi, quien, con el seudónimo de "Sarsi", publica Libra astronomica ac philosophica (con el equívoco buscado entre "libros" y "balanza". Grassi se atrevió a defender una teoría sobre los cometas discrepante de la de Galileo, aunque más próxima a la verdad que la del pisano, y además replicó a los ataques de uno de sus discípulos. La contrarréplica de Galileo se convirtió en una persecución inmisericorde, en la que todos y cada uno de los errores del contrincante son señalados, ridiculizados y destruidos. Nada salva Galileo de su oponente: sus fallos son imperdonables, sus aciertos se vuelven contra su misma causa, sus argumentos denotan ignorancia, cortedad o mala fe. Cuando sorprende al desdichado dando un paso en falso, lo aplasta entre sus manos con regodeo.

No es necesario decir que este modus operandi le atrajo enconadas enemistades. Quien denunció a Galileo fue un predicador azuzado por jesuitas aristotélicos y profesores de filosofía, agraviados unos por los ataques que habían sufrido de él, envidiosos otros de su celebridad, y molestos todos con su prepotencia. Cuando Galileo llega a Roma el 1 de abril de 1611, es recibido con honores por el papa Pablo V, es nombrado miembro de la Accademia dei Lincei y los jesuitas astrónomos y matemáticos del Collegio Romano celebran su llegada. El cardenal Bellarmino pide informes a Christopher Clavius sobre la fidelidad de las observaciones. El cardenal Maffeo Barberini alaba públicamente a Galileo (más adelante, se convertirá en el Papa Urbano VIII). Galileo cuenta, además, con algún que otro discípulo directo o amigo, como Benedetto Castelli y Piero Dini. Algunos liberales, como Cremonini se oponen a las experiencias y observaciones de Galileo, sólo por fidelidad a sus principios de siempre. Frente a Galileo hay, no obstante, un grupo de aristotélicos, de no demasiada categoría, cerriles y dogmáticos. El 14 de diciembre de 1613, Benedetto Castelli, matemático de Pisa y discípulo y amigo de Galileo, escribe a éste acerca de una reunión a la que asiste, junto con filósofos y teólogos, en la Corte del Gran Duque de Toscana, donde se le plantea, en pregunta directa hecha por la Gran Duquesa, la cuestión de si las doctrinas copernicanas están o no de acuerdo con las Escrituras. Castelli opina que las cosas científicas deben solucionarse por vías exclusivamente científicas.

Galileo le contesta con su carta del 21 de diciembre de 1613, abundando en estas razones.

Tras afirmar, como declaración de principios, que las Sagradas Escrituras no pueden equivocarse, sostiene acertadamente que sólo pueden hacerlo quienes las interpretan ateniéndose a un sentido literal; el sentido literal hay que dejarlo exclusivamente a los asuntos que son de fe (ex fide); para el resto de cosas, que la "experiencia sensible" o las "demostraciones necesarias" hacen evidente o verdadero, no debe acudirse a la Escritura para mostrar una posible discordancia: como dos verdades no pueden contradecirse, quienes interpretan la Escritura han de hallar, para estos asuntos que no son de fe, el verdadero sentido de acuerdo con las conclusiones de la experiencia o de la razón; que nadie comprometa, pues, a la Escritura con interpretaciones que puedan oponerse a la ciencia; que quien acuda a ella se limite a cuestiones de fe. Se remite, luego, al conocido pasaje de Josué (10, 12-13), no para demostrar que no ha de entenderse literalmente, sino para observar que, si se interpreta en sentido literal, sólo la hipótesis copernicana hace inteligible el texto; en la hipótesis ptolemaica, detener el sol significaría acortar el tiempo del ocaso. (El modelo de Universo de Copérnico, tal como lo expone en el Commentariolus (hacia 1512) y en De revolutionibus orbium coelestium (1543), sustituye la posición central y estática de la Tierra, propia del sistema ptolemaico, por la del Sol centro del Universo y supone que la Tierra gira a su alrededor como uno cualquiera de los planetas. Los movimientos propios de la Tierra -a saber: traslación en torno al Sol, rotación sobre su propio eje y declinación del eje polar- explican todas las irregularidades observadas desde antiguo en el movimiento de los planetas, así como el movimiento del Sol en el horizonte, como movimientos aparentes).

Galileo añade a esta carta otras: dos a Piero Dini y una última Carta a la gran duquesa Cristina (hacia 1615); el conjunto de ellas recibe el nombre de Cartas copernicanas. En la Carta a la gran duquesa Cristina defiende claramente la hipótesis heliocéntrica y a su autor Copérnico contra quienes aducen que esta teoría va en contra de varios pasajes de la Biblia. Afirma, de nuevo, que la Escritura es infalible en cosas de fe, y que no siempre ha de entenderse en sentido literal, pero que, en cuestiones de "experiencias sensibles y demostraciones necesarias", no ha de comenzar por consultarse el sentido literal de la Escritura. Concede, no obstante, más que en la carta a Castelli: no es preciso reservar a la Escritura sólo lo que es de fe, también se le puede conceder superioridad de opinión en aquellas cosas humanas que no pretendan ser un saber demostrativo; pero éste no es el caso de la astronomía, para la que Dios, autor de todas las verdades, nos ha dado ojos y razón. A la Escritura no le importa precisar si el cielo se mueve o no, o si la Tierra es una esfera o un plano; le importa enseñar cómo se va al cielo, no cómo es el cielo. En ningún modo, ha de permitirse que nadie comprometa el sentido de los textos de la Escritura, máxime en cuestiones tan discutidas desde Pitágoras a Copérnico; que autores de poca monta se atrevan a aducir la Escritura en contra de opiniones científicamente fundadas, como son sus propios descubrimientos astronómicos, para obligar a defender como verdaderas opiniones que van en contra de la ciencia, supone, sin más, anular la posibilidad de toda ciencia y del mismo espíritu científico.

Desde la publicación de la documentación completa del juicio contra Galileo en 1870, toda la responsabilidad de la condena a Galileo ha recaído tradicionalmente sobre la Iglesia Católica de Roma. Sin embargo, la imagen que tradicionalmente se ha presentado de una jerarquía eclesiástica retrógrada, que habría censurado a Galileo por ser el exponente del progreso que amenazaba derrumbar los dogmas con que cobijaban sus privilegios, en modo alguno se compagina con la verdad. No podemos olvidar que, en aquellos momentos, la Iglesia católica representaba, desde el punto de vista sociocultural, la potencia más pujante del orbe. Incluso, desde la óptica estrictamente científica, no había en toda Europa nada comparable con el Colegio Romano de los jesuitas. Galileo, como cualquier matemático y astrónomo de su generación, lo sabía muy bien y trató de conseguir por todos los medios, no sólo que la autoridad religiosa tolerase el copernicanismo, sino, además, que lo adoptara oficialmente. La tolerancia del copernicanismo la tenía ya conseguida, pues, de hecho, la hipótesis astronómica copernicana había circulado libremente en los países católicos desde su formulación. En la Universidad de Salamanca, por ejemplo, se explicaba desde 1561, y preferentemente desde 1594. Pero el programa intelectual de Galileo choca de frente con las autoridades eclesiásticas. Veamos cómo se suceden los hechos.

El 24 de febrero de 1616, una comisión del Santo Oficio descalifica la afirmación de que el Sol sea el centro del mundo y esté quieto y que la Tierra no sea el centro del mundo y se mueva. El 5 de marzo de 1616 la Congregación del Santo Oficio declara acerca de la "falsa doctrina pitagórica" contraria a la Sagrada Escritura, a saber, que la tierra se mueve y que el Sol está quieto, enseñada por Nicolás Copérnico: que el libro De Revolutionibus, en que se expone, ha de considerarse suspendido de publicación -puesto en el Índice de libros prohibidos- mientras no se corrija; así como se prohíbe, condena y suspende todo libro o doctrina que hable en idéntico sentido. El Papa ordena al cardenal Bellarmino que advierta a Galileo que abandone sus puntos de vista copernicanos (26 de febrero de 1616). Galileo se compromete bajo juramento a guardar silencio.

Pero, en 1624, Galileo, que nunca da una batalla por perdida, empieza a trabajar en lo que será su defensa más paladina del sistema copernicano. Comenzó a escribir un libro que quiso titular Diálogo sobre las mareas, en el que abordaba las hipótesis de Ptolomeo y Copérnico respecto a este fenómeno. En 1630, el libro obtuvo la licencia de los censores de la Iglesia católica de Roma, pero le cambiaron el título por Diálogo sobre los sistemas máximos, y fue publicado en Florencia en 1632. De sus tres personajes, Simplicio y Salviati, defienden, respectivamente, el sistema aristotélico y el copernicano, mientras que Sagredo, es la persona de buen juicio que media entre uno y otro. El libro está escrito en italiano porque se dirige al público culto en general y trata de atraer al lector a la teoría heliocéntrica, que presenta como más correcta. Simplicio es el personaje tradicional y aristotélico que aduce razones propuestas por filósofos de la época y hasta expone un argumento utilizado por el propio Urbano VIII.

Inmediatamente Galileo fue llamado a Roma por la Inquisición a fin de procesarle bajo la acusación de "sospecha grave de herejía". Este cargo se basaba en un informe según el cual se le había prohibido en 1616 hablar o escribir sobre el sistema de Copérnico. Galileo presentó a favor del sistema copernicano, que enfrenta al ptolemaico, su argumentación ex suppositione, esto es, como si se tratara de una simple hipótesis matemática de los movimientos planetarios, pero probablemente tal planteamiento hipotético pareció a las autoridades eclesiásticas un mero artificio de disimulación de una verdadera defensa del copernicanismo. Por el incumplimiento de su juramento y, en menor medida, porque en verdad el Papa Urbano VIII se sintiera caricaturizado por Galileo al poner éste en boca de Simplicio una opinión suya, Galileo es juzgado y condenado; el castigo implica la abjuración de la teoría heliocéntrica, la prohibición del Diálogo, la privación de libertad a juicio de la Inquisición (que es conmutada por arresto domiciliario) y algunas penitencias de tipo religioso.

La tradición ha inventado que, al levantarse Galileo tras permanecer arrodillado para la abjuración, golpeó con fuerza el suelo con el pie exclamando: eppur si muove! ("sin embargo, se mueve". Durante los años siguientes, Galileo confinado domiciliariamente, reúne todos sus apuntes sobre mecánica, en los que había trabajado durante veinte años. El resultado son las Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, publicadas en la Editorial Elzevier, de Leiden (1638), con la advertencia que se hace "contra la voluntad del autor", truco utilizado para escapar a la vigilancia de los inquisidores. La gran aportación de Galileo en esta obra está en la tercera y cuarta jornadas, de las cuatro en que la divide, donde se refiere a las leyes del movimiento uniforme y acelerado y al movimiento de los proyectiles, respectivamente. Es su gran obra científica. Antes de la publicación de esta obra, Galileo se quedó ciego y murió el 8 de enero de 1642 en Arcetri, cerca de Florencia.

Valoraciones recientes

Los historiadores de la ciencia no coinciden en sus valoraciones sobre el caso Galileo. Desde una óptica marxista, Ludovico Geymonat sugiere que Galileo no sentía una preocupación especial por la religión en general. El pisano habría visto en la Iglesia nada más que un medio imprescindible para alcanzar el fin prioritario de su existencia, esto es, la instauración, a nivel social, de la nueva ciencia. No comparte tal tesis Stillman Drake, probablemente la primera autoridad entre los estudiosos de Galileo. Drake opina lo siguiente:

"Mi hipótesis sobre el caso Galileo puede parecer a primera vista altamente improbable: Galileo no fue un copernicano fanático, sino que su preocupación apuntaba más al futuro de la Iglesia Católica y a la defensa de la fe religiosa contra cualquierdescubrimiento científico que pudiera hacerse (...) El idioma italiano de entonces requería frases corteses y ciertas exageraciones que no pueden ser tomadas por sinceras; también es cierto que el catolicismo exigía muestras verbales de deferencia hacia las doctrinas de la Iglesia y sus dignatarios, las cuales no tenían por qué ser necesariamente sentidas. Al aprender a leer el italiano de Galileo, traté de no confundir estas expresiones convencionales y un tanto diplomáticas con declaraciones realmente sinceras. Esta fue la causa de que durante mucho tiempo apenas reparase en sus frecuentes manifestaciones de "celo" por la Iglesia (...) Sólo al ponerme a escribir este libro, y después de haber redactado parte del mismo con una orientación distinta, se me ocurrió de repente que acaso tuviera sentido suponer que Galileo había hablado sinceramente acerca de su celo por la Iglesia y que eso mismo fuese lo que le indujo a correr ciertos riesgos (...) El efecto que esta nueva hipótesis ejerció entonces sobre mí fue electrizante, igual que si hubiera hallado un documento olvidado que permitiese despejar todas las viejas dudas".

Si la hipótesis es correcta, el proceso de Galileo no fue, como tantas veces se ha repetido, el resultado de un enfrentamiento entre la ciencia y la fe, sino algo derivado de un debate interno entre católicos acerca de las implicaciones religiosas de la ciencia moderna y su compatibilidad con la Sagrada Escritura.

Por su parte, el estudioso Walter Brandmüller incide más en que la equivocación no residió sólo en el tribunal inquisitorial, sino que afectó a las dos partes: a Galileo y a los eclesiásticos que le juzgaron. Paralelamente, como suele suceder en todo debate, las dos posturas albergaban argumentaciones correctas:

"Se da el hecho grotesco de que la Iglesia, tantas veces acusada de error al meterse en un terreno tan alejado de su competencia como el de las ciencias naturales, tuvo razón al exigir a Galileo que defendiera sólo como hipótesis el sistema copernicano (...) No se condenó en 1616 el sistema copernicano y en 1633 el "Diálogo" de Galileo porque la Iglesia considerara falsa la teoría heliocéntrica y verdadera la de Ptolomeo y Tycho Brahe. La negativa de Roma a Galileo y a Copérnico se basó más bien en la creencia de que la concepción copernicana estaba en contradicción con la Sagrada Escritura. Y ahí fue donde se equivocó la Inquisición. Empecinados en interpretar al pie de la letra los textos bíblicos, la mayoría de los exégetas no se atrevieron a adoptar la postura ya defendida por Cayetano ni fueron capaces de vislumbrar qué diría de aquellos textos la hermenéutica bíblica del siglo XX. Todavía no se había planteado el tema de las diferentes formas de expresión, de los géneros literarios dentro de la Biblia. Galileo, sin embargo, siguiendo a San Agustín y otros teólogos de la antigüedad, desarrolló algunos criterios de interpretación que cualquier especialista de hoy aprobaría en lo esencial (...) Todo esto conduce al paradójico resultado de que Galileo se equivocó en el campo de la ciencia y los eclesiásticos en la teología, mientras que éstos acertaron en los terrenos científicos y el astrónomo en la exégesis".

Efectivamente, Galileo fue condenado por no acatar, a pesar de haber sido oficialmente conminado a ello, la prohibición de 1616 de enseñar y defender el sistema copernicano. El inspirador de tal prohibición, el cardenal Belarmino, había reconocido claramente que, si la tesis copernicana fuese demostrada palmariamente, no habría más remedio que cambiar los criterios exegéticos vigentes. Hoy se admite que Galileo no tenía tal demostración, sino que fue aportada por Newton en 1687, al derivar las leyes de Kepler desde la ley universal de la atracción gravitatoria. Las afirmaciones de Belarmino indican que los teólogos pensaron que si aceptaban la versión galileana del sistema copernicano, tendrían que tomarse un trabajo considerable en el campo de la hermenéutica bíblica y en lo referente a la determinación de la autoridad de las interpretaciones de los Santos Padres. Como consideraron que la posibilidad de verse obligados a ello eran remotas, prefirieron ahorrarse el trabajo y proscribieron las voces que planteaban tan incómoda exigencia. Galileo, en cambio, pretendía que en los temas que no afectaban directamente al dogma y a la moral, se otorgara preferencia a las conclusiones sobre el sentido literal de unas fórmulas que podrían ser reinterpretadas fácilmente. La historia ha dado en esto la razón a Galileo, y hay base suficiente para pensar que aquellos teólogos se dejaron llevar por la indolencia y el escaso aprecio por la capacidad de la razón humana.

La figura de Galileo Galilei volvió a ponerse de actualidad en 1979, cuando se inició por una comisión nombrada por Juan Pablo II una investigación para esclarecer los distintos aspectos del proceso al que fue sometido por un tribunal eclesiástico. En octubre de 1992, esta comisión papal reconoció el error del Vaticano. Se cierra así un asunto que, envuelto siempre en una atmósfera enrarecida, se ha presentado como símbolo de un supuesto enfrentamiento secular entre ciencia y fe. Sin embargo, los partidarios de este supuesto enfrentamiento, deben retrotraerse al siglo XVII y, además, sólo disponen de este ejemplo, lo cual no significa que debiera de haber habido más casos. En cualquier caso, se trata de una polémica rancia y caduca, como concluye Karl Popper, cuyas palabras pueden servir muy bien de colofón a este artículo:

"(...) en la actualidad, esa historia [el proceso inquisitorial contra Galileo] es ya muy vieja, y creo que ha perdido su interés. Pues la ciencia de Galileo no tiene enemigos, al parecer: en lo sucesivo, su vida está asegurada. La victoria ganada hace tiempo fue definitiva, y en este frente de batalla todo está tranquilo. Así tomamos una posición ecuánime frente a la cuestión, ya que hemos aprendido, finalmente, a pensar con perspectiva histórica y a comprender a las dos partes de una disputa. Y nadie se preocupa por oír al fastidioso que no puede olvidar una vieja injusticia".

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