El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Masacre de Trelew


22 de agosto de 1972 / 22 de agosto de 2008


La Masacre de Trelew

El 22 de agosto de 1972 en la base naval Almirante Zar fueron asesinados 16 presos políticos que habían sido trasladados allí, seis días antes, luego de que se efectivizara una acción conjunta de las organizaciones Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros, que permitió la evasión de seis Jefes guerrilleros recluídos en la cárcel de Trelew quienes, tras abordar un avión civil previamente secuestrado por un grupo comando, lograron refugiarse en Chile, gobernado por el socialista Salvador Allende.

Los guerrilleros asesinados en Trelew.El objetivo trazado - la fuga masiva de 110 combatientes - no pudo concretarse con total éxito, razón por la cual un contingente integrado por 19 de ellos que no logró arribar a tiempo al aeropuerto, decidió rendirse el 16 de agosto ante un juez, autoridades militares y la prensa, no sin antes exigir que se le garantizara su seguridad. El capitán de corbeta Luis Emilio Sosa comprometió su palabra en este sentido, escena que fue presenciada y corroborada por el coronel retirado Luis César Perlinger, cuyo testimonio en el que destacaba la humanidad y capacidad militar de los insurgentes, fue sancionado con un arresto.

Violando sus promesas, los marinos sometieron a los prisioneros a un régimen de terror. En la noche del lunes 21 se les impartió una orden insólita: salir de sus celdas con la vista fija en el piso y detenerse ante la puerta en dos hileras de a uno en fondo. Fue entonces cuando los uniformados comenzaron a disparar sus ametralladoras. Recién al amanecer comenzó a pergeñarse la mentirosa versión oficial de los sucesos, según la cual el montonero Mariano Pujadas habría intentado arrebatarle la pistola a Sosa, fábula que sirvió para explicar la brutalidad de la masacre. María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar, aunque malheridos, salvaron sus vidas por un descuido de sus verdugos, la dictadura lanussista los mantuvo incomunicados y sólo permitió que la televisión mostrara sus imágenes sin sonido, al tiempo que instauraba una férrea consura de prensa.

A tal punto llegó su ensañamiento que el tristemente célebre comisario Alberto Villar -luego jefe de policía de Perón y uno de los mentores de la Triple A- irrumpió con tanquetas en la sede del Partido Justicialista donde se velaban los cadáveres de tres de los guerrilleros asesinados.

Pero allí no terminó todo. La sede de la Asociación Gremial de Abogados fue dinamitada, se exterminó a las familias de Clarisa Lea Place, Roberto Santucho y Mariano Pujadas, la mayor parte de los hermanos y hermanas de los fusilados están hoy desaparecidos y el letrado Mario Amaya, que escoltó con su auto al micro de la armada que el 16 trasladó a los detenidos hasta la base naval, fue asesinado durante la útima dictadura. La masacre de Trelew fue, sin duda, el hito inicial del luctuoso camino que conduciría al mayor genocidio de la historia argentina.
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Sobrevivientes de la masacre de Trelew




TESTIMONIO DE RICARDO RENÉ HAIDAR.

"Cuando llegamos al aeropuerto de Trelew, luego de la fuga del penal de Rawson, y comprobamos que el avión ya había partido, nos quedaba una alternativa: dispersamos en la dilatada meseta patagónica. Sin embargo desechamos de inmediato tal posibilidad porque las características geográficas de la zona eran adversas, y podíamos ser detectados fácilmente por las fuerzas represivas y muy probablemente eliminados sin damos la oportunidad de rendirnos. En consecuencia optamos por rendirnos en el aeropuerto, exigiendo las máximas seguridades posibles, consistentes en hablar con el periodismo, para que el pueblo verificara que estábamos vivos y en óptimas condiciones, la presencia del juez y la de un médico para que constatara nuestra integridad física. Como es de conocimiento público todo esto se cumplió con exactitud. Creíamos nosotros que ello bastaría para aseguramos la vida, que la dictadura no se atrevería a cometer ningún crimen desembozado. Por lo visto nos equivocamos.
"El oficial de infantería de marina que dirigió a las fuerzas de la dictadura en el aeropuerto, y ante quien nos rendimos formalmente era el capitán Sosa. Al principio su comportamiento fue correcto y hasta podría decirse cortés. Cuando fuimos conducidos hasta la base de la marina en la que quedamos incomunicados, nos acompañaron en el viaje el juez federal y el doctor Amaya. "Una vez llegados a la base fuimos alojados en calabozos. El primer día el trato que nos dan es bueno, tanto es así que nos dejan durante todo el día el colchón y las mantas, hecho que no volverá a repetirse en los días siguientes. Sin embargo el buen trato dura poco. Cuando a la tarde del día 16 llega el capitán Sosa, pudimos observar en él un cambio radical. Se dirige a nosotros en tono muy agresivo diciéndonos por ejemplo 'la próxima no habrá negociación, los vamos a cagar a tiros'."

El primer día, la guardia especial de vigilancia estaba integrada por un oficial, tres suboficiales y un soldado armado por cada celda. Los soldados apuntaban permanentemente a los prisioneros sin el seguro puesto del arma. El segundo día son retirados estos soldados quedando sólo algunos en el pasillo.

La noche del día miércoles aparece por primera vez el oficial Bravo: éste es un sujeto alto, de tez blanca, pelo castaño claro casi rubio, bigotes espesos, de constitución delgada pero robusta, de 1,80 m de altura y unos 30 años de edad. Este oficial es el que observa la conducta más agresiva con los prisioneros. La noche del jueves nos quita los colchones y las mantas y nos inflige castigos, como por ejemplo hacemos apoyar la punta de los dedos contra la pared, con el cuerpo en plano inclinado en posición de cacheo, y tenernos así durante largo rato, hacernos acostar en el piso completamente desnudos también por largo rato, etcétera. Esta misma noche comienzan los interrogatorios. Aproximadamente a las dos de la mañana. Ellos eran efectuados por personas vestidas de civil entre los cuales había uno a quien Delfino reconoció como perteneciente a DIPA', lo que hace presumir que los demás también lo eran. Los interrogatorios se hacen todas la noches a partir de la madrugada del jueves entre las dos y las cinco de la mañana. Durante el día permanecíamos en la celda de las cuales sólo éramos sacados para comer o para ir al baño. Al principio yo estaba en una celda con Bonet, Toschi y Ulla, pero el último día me trasladaron a la de Kohon, por prescripción médica, en razón de que el frío me había producido colitis.
'Los días miércoles y jueves se nos efectuaron reconocimientos por las ventanillas de las celdas, las que para impedir que nosotros viéramos a los observadores, habían sido cubiertas por un papel que poseía un pequeño visor para el observador. A partir del jueves, Mariano Pujadas es maltratado especialmente. En una oportunidad el oficial Bravo lo obligó a barrer el pasillo completamente desnudo.

"Nunca nos sacaban a todos juntos de las celdas, salvo en dos oportunidades. Cuando nos llevaban a comer éramos conducidos de a uno o de a dos. Al baño éramos conducidos individualmente. El día lunes a las 10.30 fue la primera vez que nos sacaron a todos juntos de las celdas y nos hicieron formar en tres grupos mezclados con soldados vestidos con ropas civiles en el hall de la guardia. Estaba presente el juez Quiroga. Allí se realizaron reconocimientos en rueda de presos.

TESTIMONIO DE MARíA ANTONIA BERGER.

"Queridos compañeros: No puedo sino dirigirme a ustedes para informarles acerca de los acontecimientos que los inquietan y que yo he vivido. Después de concretarse la toma del aeropuerto de Trelew, nos planteamos mis compañeros y yo la necesidad de garantizar nuestra seguridad física en el trato posterior a la rendición; de tal forma se logró una amplia certificación de nuestro estado físico, por parte de médicos y periodistas.
"El juez federal que intervino en la negociación de nuestra rendición prometió acceder a nuestro requerimiento de que se nos retornara al penal de Rawson en forma inmediata; dicho juez, al igual que el oficial de policía que lo acompañaba, se portaron en forma correcta. Al llegar las tropas de infantería de marina, las tratativas de la rendición se celebran con el oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien Mariano Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo insistimos en lograr que se nos reintegre a la unidad carcelaria, como condición previa a la rendición. Ante la oposición del capitán Sosa, se hace saber a él y al juez federal que a nuestro entender la base naval no reúne las mínimas garantías de seguridad en cuanto a nuestras vidas; para el supuesto caso que el penal de Rawson aún se encontrara ocupado militarmente por los compañeros alojados en éste, los tres nos ofrecíamos a gestionar y obtener la rendición incondicional de ellos.

"En estos términos se planteaba la discusión, aunque luego el capitán Sosa accede a los requerimientos y afirma que nos llevará hasta el penal. De esta forma se hace efectiva la rendición, y todos entregamos nuestras armas; momentos antes de ascender al micro que nos llevaría de regreso a la cárcel de Rawson, nos enteramos de que se nos lleva a la base naval Almirante Zar, bajo pretexto de que la zona se había declarado en estado de emergencia, por lo cual las órdenes recibidas por Sosa eran el traslado de los prisioneros a la base, para su alojamiento en ésta.

"Ascendemos al micro, un poco confiados por la garantía que nos ofrece el juez federal, siempre acompañado por el doctor Amaya; ambos nos acompañan en el micro hasta la base y en ésta hasta el pasillo mismo que conduce a nuestras celdas. Al despedirse de nosotros, el juez reitera que hará todo cuanto fuera necesario para garantizar nuestra seguridad física.

"Una vez en nuestras celdas, aproximadamente cuatro horas después, bajo pretexto de revisación médica, se procede a realizar prolija requisa a órdenes de oficiales médicos, quienes nos ordenan quitarnos la ropa hasta quedar totalmente desnudas; miran nuestros cuerpos prolijamente, tal vez en busca de algún arma aunque todos sabemos que la piel no tiene bolsillos ni mochilas. Esa madrugada, a las cinco horas recién nos hacen llegar mantas y colchones.

La custodia inicialmente se compone de doce conscriptos armados con fusiles FAL, FAP y otra arma larga automática a la cual no conozco, y suboficiales armados con PAM todos ellos, en detalle que luego se convertiría en común, con sus armas amartilladas, sin seguro y apuntando hacia nosotros. Posteriormente, al tercer día de nuestra permanencia en la base, son remplazados los soldados conscriptos por personal militar permanente, es decir cabos y suboficiales principales al mando de uno o dos oficiales, quienes ya forman parte de la dotación de custodia habitual.

"Comienza a endurecerse el trato dado a los prisioneros. Para ir al baño y a comer se nos lleva de a uno, con ambas manos apoyadas en la nuca, mientras nuestros carceleros nos apuntan con sus armas montadas y sin seguro, en forma continua se procede a maltratarnos; a los muchachos se les ordena hacer repetidas veces cuerpo a tierra totalmente desnudos, a pesar del intenso frío característico de la zona. También se nos obliga a hacer numerosos movimientos parándonos y sentándonos en el suelo, o sostener el peso del cuerpo con los dedos estirados y apoyados de punta en la pared durante mucho tiempo, hasta que el dolor es insoportable. Todo ello, mientras nos encañonan permanentemente con sus armas. Es de remarcar que este trato era conocido por todos los integrantes de la base, ya que muchos oficiales concurrían a vernos, deteniéndose a observar cuanto nos ordenaban hacer.

"Recuerdo una ocasión en la cual habíamos estado haciendo toda clase de movimientos ordenados por nuestros carceleros; en tal oportunidad, el teniente de corbeta Bravo colocó su pistola calibre 45 en la cabeza de Clarisa Lea Place, al tiempo que amenazaba con matarla porque ésta se negaba a colocarse boca arriba en el suelo. Clarisa, atemorizada, contesta con un débil 'No me mate'; el oficial vacila; luego baja su arma.
La tensión va aumentando; cada vez que un prisionero es sacado de su celda para ir al baño o para comer, y se lo llevan encañonándolo con las armas sin seguro, nunca sabemos si volveremos a ver con vida al que se aleja. Es notorio cómo la situación es progresivamente más tensa; lo sienten aún nuestros carceleros; tres disparos aislados y hasta una ráfaga entera de ametralladora cuyas marcas quedaron en las paredes, son muestras de un nerviosismo manifiesto que hacía que sus armas se les dispararan sin ellos darse cuenta.
"Una noche asistimos a un simulacro de fusilamiento, y como tal lo asumimos posteriormente. Aproximadamente a la medianoche nos despiertan con gritos; a oscuras nos obligan a tiramos cuerpo a tierra repetidas veces, sentamos y paramos en el suelo, etcétera, al tiempo que simulan ir a buscamos para llevamos, abren los candados, los cierran nuevamente; encienden y apagan las luces al tiempo que montan y desmontan repetidas veces sus armas. Escuchamos los cuchicheos de nuestros carceleros con otros oficiales que han llegado. Por señas le pregunto a un cabo qué estaba pasando y me contesta moviendo su dedo índice como si apretara el gatillo de un arma. Como cierre de una noche agitada, comienza un nuevo interrogatorio por los oficiales, ante quienes reiteramos nuestra negativa a declarar; amenazan a Alfredo Kohon con ser torturado si insiste en su negativa de declarar.

"El día anterior a los sucesos, concurre el juez a presenciar nuevos reconocimientos en rueda de presos; claro que sin enterarse del interrogatorio a que nos sometía personal de DIPA en una habitación cercana al lugar donde él presenciaba los reconocimientos.

"A las 3.30 de esa noche, me despiertan los gritos que profiere el teniente de corbeta Bravo, el cabo Marchan y otro cabo del cual ignoro su nombre [¿Maradino?]. Bravo es rubio, mide 1,85 m, lleva bigote, es bien parecido y tendrá treinta años; Marchan es morocho, de tez mate; su estatura es mediana y tendrá veintiún años; el otro cabo es de características obesas, mide 1,75 m es de tez blanca. Todos ellos profieren insultos a nuestros abogados, al tiempo que aseguran 'ya les van a enseñar a meterse con la marina'; a gritos, nos dicen que esa noche vamos a declarar, lo querramos o no.

"Escucho otras voces de otras personas diciendo cosas semejantes, pero no alcanzo a distinguirlas puesto que inmediatamente nos ordenan salir de nuestras celdas, caminando sin levantar los ojos del piso; noto que es la Primera vez que nos dan tal orden, pero no logro adivinar el motivo de la misma. Una vez en el pasillo que separa las dos hileras de celdas que son ocupadas por nosotros, nos ordenan formar en fila de a uno, dando cara al extremo del pasillo y en la puerta misma de nuestras celdas. También observo que es la primera vez que nos ordenan tal dispositivo para sacarnos de nuestras celdas.

"De pronto, imprevistamente, sin una sola voz que ordenara, como si ya estuvieran todos de acuerdo, el cabo obeso comienza a disparar su ametralladora sobre nosotros, y al instante el aire se cubrió de gritos y balas, puesto que todos los oficiales y suboficiales comenzaron a accionar sus armas. Yo recibo cuatro impactos; dos superficiales en el brazo izquierdo, otro en los glúteos, con orificio de entrada y de salida y el cuarto en el estómago; alcanzo a introducirme en mi celda, arrojándome al piso, María Angélica Sabelli hace lo mismo, al tiempo que dice sentirse herida en un brazo, pero momentos después escucho que su respiración se hace dificultosa, y ya no se mueve. En la puerta de la celda, en el mismo lugar donde le ordenaron integrar la fila, yace Santucho, inmóvil totalmente.

"Reconozco las voces de Mena y Suárez por su acento provinciano, dando gritos de dolor. Escucho también la voz del teniente Bravo dirigiéndose a Alberto Camps y a Cacho Delfino, gritándoles que declaren; ambos se niegan, lo cual motiva disparos de arma corta después no vuelvo a escuchar a Alberto ni a Cacho. Escucho, sí, más voces de dolor, que son silenciadas a medida que se suceden nuevos disparos de arma corta; ahora sólo escucho las voces de nuestros carceleros, que con gran excitación comienzan a inventar una historia que justifique el cruel asesinato, aunque sólo sea válida ante ellos mismos.

"Escucho que se aproximan los disparos de arma corta. Es evidente que quien se halla abocado a la tarea de rematar a los heridos está cerca de mi celda; trato de fingir que estoy muerta, y entrecerrando los ojos lo veo parado en la puerta de mi celda; es alto como de 1,80 m, de cabello castaño aunque escaso, delgado; lleva insignias de oficial de marina. Apunta a la cabeza de María Angélica y dispara, aunque ésta ya estaba muerta. Luego dirige el arma hacia mí y también dispara; el proyectil penetra por mi barbilla y me destroza el maxilar derecho alojándose tras la oreja del mismo lado. Luego se aleja sin verificar el resultado de sus disparos, dando por sentado que estoy muerta.

"Continúan los disparos de arma corta, hasta que se hace el silencio, sólo quebrado por las idas y venidas de mucha gente; ellos llegan, nos miran; tal vez para cerciorarse si estamos ya muertos; cuando descubren algún herido parece que se tranquilizaran unos a otros, pues dicen que al desangrarse morirá; mientras, yo continúo tratando de no dar señales de vida.

"A la hora llega un enfermero que constata el número de muertos y heridos; también llega una persona importante, tal vez un juez o un alto oficial, a quien le cuentan una historia inventada. Cuatro horas después llegan ambulancias, con lo cual comienzan a trasladar, de a uno, los heridos y los muertos. Cuando llego a la enfermería de la base observo la hora ' son las 8.30; todo había comenzado a las 3.30. Me llevan a una sala en la enfermería, en la cual veo seis camillas en el suelo, con seis heridos; yo soy la séptima.

"Dos médicos y algunos enfermeros nos miran, pero se abstienen de intervenir. Sólo uno de ellos, un enfermero, animado por algo de compasión, quita sangre de mi boca; nadie atiende a los heridos, se limitan a permanecer atentos al momento en que dejen de serlo para integrar la estadística de muertos.

"A pesar de la cercanía de la ciudad de Trelew no requieren asistencia médica de allí, sino que esperan a que arriben los médicos desde la base de Puerto Belgrano, quienes lo hacen sólo a mediodía, o sea cuatro horas después de nuestra llegada a la enfermería. Los médicos recién llegados nos atienden muy bien; me operan allí mismo, surgiendo dadores de sangre entre los soldados. Recupero el conocimiento veinticuatro horas después de la operación, ya en un avión que me transporta a la base de Puerto Belgrano, donde la atención médica continúa siendo muy buena."

TESTIMONIO DE ALBERTO CAMPS.

"Después de nuestra rendición en el aeropuerto de Trelew, fuimos trasladados a la base aeronaval. Lo hicimos en compañía del juez federal Godoy y del doctor Amaya, quienes entraron junto con nosotros hasta el pasillo interior del cuerpo de edificio donde se encuentran las celdas en las que fuimos luego alojados. Nos hacen avanzar en grupos de tres y nos alojan en los diez calabozos existentes, uno de los cuales el N' 2 no estaba habilitado. Yo quedo en el calabozo N' 10 juntamente con Kohon, Delfino y Mena.

"Entre la noche del martes 15 y la madrugada del miércoles 16 nos revisan individualmente dos personas de civil, que más tarde identificamos como médicos navales. Uno de ellos gordo, pelado, de aproximadamente cuarenta años de edad, de un metro setenta de estatura; el otro algo más joven, de treinta y cinco años, pelo castaño claro, bigotes y anteojos. Ambos de piel blanca. La revisación es prolija. Previamente me desnudan de manera total. Existe preocupación por constatar si tengo lesiones, especialmente magulladuras, lastimaduras o heridas. No advierten lesión alguna.

"Me toman fotografías de frente y de perfil; me retiran todas mis pertenencias: cinturón, dinero, reloj.
"A las cinco de esa madrugada nos entregan colchonetas y dos mantas por persona, nos encierran en las celdas con cerrojo y candado y nos dejan dormir aproximadamente hasta el mediodía del miércoles 16.
"Esa noche aparece el oficial de la marina Bravo, de treinta años aproximadamente, rubio, bigotes, quien luego está casi permanentemente con nosotros, actúa desde el comienzo con rudeza y nos somete a un rígido trato militar.
"Esa misma noche fui víctima de un castigo que me impuso el capitán Sosa. Yo conversaba con mis compañeros en la celda. Sosa me prohibió hacerlo y me impuso silencio. Me ordenó entonces ponerme de pie y dispuso, impartiendo a un suboficial la orden correspondiente, que pasara toda la noche de plantón. Invocó el honor del ejército y la marina y nuestro sometimiento a las autoridades militares. Más tarde, mientras yo cumplía dicho plantón, dejó sin efecto la sanción. Esa noche dormimos sin ser molestados de manera especial.

"La custodia, a la vez que impresionante, era en cierto modo ridícula.

"En el pasillo entre las dos líneas de celdas estaban apostados soldados y suboficiales con las armas sin seguro, en número tal que para caminar era menester abrirse camino entre soldados y oficiales.

"Para sacamos de las celdas se usó al comienzo un procedimiento muy singular. Obtenido el permiso para salir con diversos motivos, por ejemplo, para ir al baño, se desalojaba el pasillo, se abría la celda y se nos hacía caminar en dirección al hall encajonados de frente por varios hombres uniformados con las armas sin seguro y apuntando. Luego, al llegar a la puerta de salida de ese hall, nos daban la voz de alto y desde allí nos conducían al baño encajonados desde atrás a muy corta distancia, caminando lentamente entre soldados y oficiales armados apostados cada dos metros. Un soldado ingresaba con cada uno de nosotros al baño y permanecía allí, encañonándonos, hasta que concluyéramos nuestras necesidades.

"Así transcurrió el día miércoles 16 hasta la noche del jueves 18. Desde entonces, regularmente, nos entregaban las colchonetas y las mantas a las diez de la noche y las retiraban alrededor de las cuatro, hora en que nos conducían individualmente para someternos a interrogatorios en el ala contigua del mismo edificio, en una habitación en donde éramos interrogados por oficiales de la marina y del ejército y por personas de civil, funcionarios policiales de organismos nacionales de seguridad.

"Todos sin excepción -yo desde luego- nos negamos a responder a las diversas preguntas que nos formulaban, negativa que provocaba las consiguientes amenazas, agravios e insultos cada vez más agresivos y apremiantes. Las noches siguientes no nos daban las colchonetas y mantas sino después de esos frustrados interrogatorios, es decir después de las cuatro de la madrugada.

"Ya a esta altura, dentro de las mismas celdas nos sometían a un trato muy duro, típicamente militar: cuerpo a tierra, sostener el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse a tierra y levantarse, etcétera. Las órdenes imperativas nos eran dadas a través del ventanuco de la celda y quien especialmente lo hacía era el oficial naval Bravo y un suboficial de nombre Marshall o Marchal.
"Los insultos y amenazas eran cada vez más habituales y el tratamiento cada vez más duro y agresivo. Se insistía siempre en la orden de que debíamos declarar y todas las presiones y amenazas se dirigían a ese objetivo.
La noche del 22 de agosto se advirtió, con la natural sorpresa nuestra, un cambio bastante notorio. Por una parte, los cabos -ya a esa altura no se advertía la presencia de simples soldados, y todos los que actuaban en nuestra custodia eran oficiales y suboficiales de marina- se mostraron más 'blandos' y hasta amables, incluso entablaron diálogos con alguno de nosotros; y, por la otra, nos llamó la atención que nos entregaran las colchonetas y mantas bastante temprano, a una hora entonces desacostumbrada, inmediatamente después de habernos dado de comer, aproximadamente a las diez de la noche.

"No nos interrogaron esa noche y alrededor de las 3.30 de esa madrugada nos despertaron dando patadas sobre la puerta de las celdas y haciendo sonar violentamente pitos por el mismo ventanuco.

"Además, por primera vez, abrieron todas las celdas. Antes siempre lo hicieron celda por celda. Nos ordenaron salir y colocamos de espaldas a las puertas de las celdas. Nos dieron la orden de bajar la vista y poner el mentón sobre el pecho. Yo estaba con Delfino en la mencionada celda N° 10 y ambos acatamos la orden. Pasaron uno o dos minutos desde que salimos de la celda y apenas instantes desde que todos bajamos la mirada y colocamos el mentón sobre el pecho.

"Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataría de un simulacro con balas de fogueo. Vi caer a Polti que estaba de pie sobre la celda N' 9, a mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo, Delfino a mi derecha, permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos. Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo 'Qué hacemos', yo contesté algo así como 'no nos movamos'.

"Durante ese breve lapso escuché una o dos ráfagas de ametralladora al comienzo, luego varios tiros aislados de distinta arma, gemidos y ayes de dolor y respiraciones agotadas o sofocadas. Luego se introdujo en la celda, pistola en mano, el oficial de marina Bravo. Nos hizo poner de pie con las manos en la nuca.
"Dirigiéndose a mi me requirió en tono muy duro -parecía muy agitado- si iba o no a declarar. Respondí negativamente y sin nuevo diálogo ni espera me disparó un tiro en el estómago con su pistola calibre 45. No apuntó y disparó desde la cintura. Acto continuo le disparó a Delfino. La distancia no alcanzaba al metro o metro y medio. Estábamos en la mitad de la celda y Bravo había traspuesto la puerta y se encontraba dentro.
"Yo caí sobre el lado izquierdo mirando hacia la puerta; y Delfino a mi derecha. Sus pies quedaron a la altura de mi abdomen y me oprimían. No sentí que Delfino se moviera cuando. Con mucho esfuerzo corrí unos centímetros sus pies. Quedamos allí entre diez y treinta minutos. No puedo precisar con exactitud el tiempo. No perdí totalmente el conocimiento. Entraron algunas personas. Les oí decir que yo estaba herido. Adopté el temperamento de no moverme ni quejarme.

"Al cabo de ese lapso que no puedo precisar con exactitud, llegaron enfermeros navales. Usaban chaquetas azules y un gorro blanco. Nos colocaron sobre camillas y me transportaron esquivando cuerpos caídos en el pasillo, pasando de hecho sobre ellos. Me depositaron en una ambulancia. Era aún de noche.
"Me llevaron a una sala médica. No me sometieron a ninguna curación. Apenas si me limpiaron la herida y creo que me dieron un calmante. Presumo que así fue porque me dormí. Allí pude ver a María Antonia Berger, Alfredo Kohon, Carlos Astudillo y Haidar.

Luego, en avión, ya de día -ignoro la hora- me trasladaron a Puerto Belgrano. Allí fui operado. También allí me entrevistó el juez naval ante quien declaré sobre estos hechos y ante quien firme mi declaración."
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