El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




El vampiro







El vampiro

La noche en que la mujer te mordió era una noche como cualquier otra; tu amigo te hablaba de la mujer con la que había estado ese fin de semana, que no era más que una estadística para él, o de cualquier historia rutinaria. Sentiste el familiar sabor en la garganta al oler el sudor, los dónuts, la comida china y la basura. Avanzabas con la cabeza bien alta pensando en esa chica en la acera que todavía no te había hablado... y en cómo le hablarías. Estabas en tus pensamientos, sabiendo cuándo asentir a tu amigo y cuando callarte; nunca atendías a sus palabras pues ya las habías oído incontables veces. Pensabas en la chica de las caderas estrechas y la sonrisa asustada. No podía tener más de 25 años pero le enseñarías lo que era el mundo.

Los faros te saludaban, los coches rugían, un periódico se arrastraba por la calle antes de detenerse en la húmeda brisa de verano. Por el rabillo de ojo viste a un borracho derrumbado en la puerta de una tienda, con una bolsa de papel cubriendo la botella que aferraba con su mano retorcida. Pensaste en darle dale una charla sobre lo malo de la bebida para animarle, pero pasaste a su lado para llegar hasta la chica, atraído por tu urgente necesidad.

A tu lado, tu amigo zumbaba sin parar mientras recorrías la calle, resonando su voz en las paredes resbaladizas por el moho. No reparaste en su cháchara hasta que se convirtió en un grito escarlata, suave como el maullido de un gato ahogado, y su sangre te salpico el hombro. Te giraste para verlo tumbado en la calle, con una segunda boca abierta bajo la barbilla .

Estabas solo. No había nadie más en el callejón, ningún matón con un cuchillo, pero tu compañero estaba sacudiéndose. Intentaste gritar pero te tuviste que llevar las manos a la boca para contener el vomito. Te agazapaste sin querer tocarlo, sabiendo que ya era demasiado tarde para comprobar su pulso; podías ver cómo su latido se perdía por la fuente roja que manaba de su cuello. Frente a tus ojos su mandíbula se calmó, sus entrañas se vaciaron y sus pies bailaron sobre el pavimento una última y desesperada vez antes de morir.

Tus copas se unieron a su sangre en el asfalto. Sacudido por las arcadas, te pusiste en pie como pudiste, dejaste caer tu móvil y maldijiste, como si la blasfemia pudiese alejar el horror. Recogiste el móvil, resbaladizo por la sangre y bilis. Te giraste y buscaste el número con mano temblorosa, pero otra mano fuerte como el odio, fría como el miedo, te aferró la muñeca y te retuvo. Una segunda, con las uñas afiladas como cuchillas cubiertas de sangre, la sangre de tu compañero, agarró tu mandíbula y te obligó a alzar la cabeza y a observar unos ojos como agujeros negros, una sonrisa más salvaje que la de un tiburón blanco. Lo único que veías eran dientes y aquellos ojos, y los dientes otra vez, acercándose, flotando delicados como la nieve hacia tu cuello musculoso, asfixiando... Trataste de gritar.

Comenzaste a agitarte como un pez en el anzuelo mientras los dientes se hundían en tu garganta, como un beso agónico y extático. Sentías como te sacudías, buscabas aire, te sentías alzado del suelo mientras tu sangre bombeaba, bombeaba, bombeaba hacia la boca de la mujer que te aplastaba contra sus pechos. Viste el mundo retirarse, oíste tus latidos ralentizarse y sentiste que caías a cámara lenta, flotando sobre el suelo del callejón. Apenas oíste el sonido húmedo que tan bien conocías, el repique de la lluvia de primavera contra el pavimento, y después la leche materna fluyendo por la garganta, quemándote, rasgándote los labios y la lengua. El sabor, cálido y latente, era mejor que el crack, mejor que el sexo, mejor que dormir.

Cuando trataste de aferrar la fuente del néctar, la muñeca en tu boca se retiró y unas manos fuertes te ayudaron a incorporarte. Una voz te susurraba al oído algo sobre el dolor y el poder, la muerte, la oscuridad y el sufrimiento, pero lo único que querías era beber otra vez hasta reventar. Te arrojaste sobre el cuerpo aun caliente de tu amigo y lamiste la sangre de su garganta. Oíste reír a la mujer.

Ya no necesitas mas autoridad que la que portas en tu boca y en tu mirada. Ahora tienes reconocimiento. Ahora perteneces a algo. Ahora eres una sombra, una amenaza, una pesadilla. Ahora eres un Seguidor de Set.

Es hora de levantarse. Te deshaces de tus ensoñaciones tan fácilmente como de tu piel, y con una palabra y un pensamiento reformas tu cuerpo para hacerlo más ágil y serpentino. Lanzas tu lengua bífida para saborear el aire, para asegurarte que nadie haya penetrado en tu refugio durante el día, y después te deslizas desde tu sarcófago y sales a la arena. Con la cabeza alzada supervisas la sala con ojos sin párpados, observando las palmeras entre las dunas, los jeroglíficos y las pinturas de las pirámides, el ganado y los reyes que adornan los muros. Satisfecho, cambias de nuevo y te incorporas sobre dos piernas, dirigiéndote a la puerta. Abres los pesados cierres, pulsas un código en la alarma electrónica y abres la entrada de tu sanctum.

El apartamento está oscuro, con las cortinas echadas. Te deslizas con gran precisión hacia el baño, y después del lujo de una ducha hirviendo te secas antes de vestir tus túnicas de terciopelo y satén. Ajustas la faja alrededor de tu cintura, pasas una mano por el encaje y sonríes. Ya sientes el hambre agitarse en tu interior. Te acercas a las ventanas, retiras las cortinas, observas la brillante telaraña de luces engarzadas en el collar de la noche y sonríes de nuevo. No es un gesto agradable. Todo tipo de placeres aguarda tus tiernos cuidados. Tu risa resuena en el apartamento mientras te diriges hacia la puerta.


Escrito encontrado en la red, autor desconocido.

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