El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Religion








“Siempre habrá religiones, porque las religiones viven de la angustia y del miedo de los hombres, y porque estamos lejos de haber terminado con los temores existenciales. El ateo está condenado a militar por una causa perdida. Pero poco importa que esté perdida, si es una causa justa. Lo irracional, lo irrazonable, la ilusión, las ficciones disponen de un futuro grandioso, pues el mundo liberal que se prepara en nuestro planeta odia la cultura, que hace retroceder a los mitos, entre ellos, la religión.”

Michael Onfray
(entrevista sobre:Tratado de ateología)




La Nausea - J.P. Sartre



La Náusea
J.P. Sartre








“Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Sólo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia: la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar... eso es la Náusea” (“La Náusea”).


La náusea aparece al sentir el carácter absurdo de la existencia, al captar la realidad como algo superfluo, contingente; los existentes (nosotros incluidos) venimos de la nada, existimos sin justificación alguna y terminaremos en la nada. Hemos sido arrojados a la existencia, y del mismo modo seremos arrojados a la muerte. “Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad.”









La Dama Oval - Leonora Carrington





La Dama Oval

Leonora Carrington

Una dama muy alta y muy delgada se hallaba de pie delante de su ventana. La ventana era también muy alta y muy delgada. El rostro de aquella dama era pálido y triste.

Permanecía inmóvil y nada se movía cerca de la ventana, excepto una pluma de faisán que llevaba prendida en sus cabellos. Aquella temblorosa pluma atraía mi mirada. iSe remecía tanto en aquella ventana donde nada se movía!

Era la séptima vez que yo pasaba por delante de la mencionada ventana. La dama triste no se habla movido y, a pesar del frío que hacia aquella tarde, me detuve. Tal vez los muebles eran tan altos y delgados como ella junto a su ventana, y tal vez el gato (si es que había uno) respondía también a tales elegantes proporciones. Yo deseaba saber, era presa de curiosidad y de un irresistible deseo de entrar en la casa simplemente para cerciorarme.

Antes de caer en la cuenta de lo que hacía, me hallaba en la entrada. La puerta se cerró sin ruido detrás de mi, y por primera vez en mi vida me hallé en una verdadera mansión aristocrática. Era sobrecogedor.

Primero, el silencio era tan distinguido que apenas me atrevía a respirar; luego, los muebles y los objetos de adorno eran de una elegancia suma. Cada silla era por lo menos dos veces más alta que las sillas corrientes y mucho más angosta. Para aquellos aristócratas, hasta los platos eran ovales y no redondos como los que usa todo el mundo. En el salón donde se hallaba la Dama Triste el fuego brillaba en la chimenea y había una mesa llena de tazas y pastelillos. Cerca de las llamas, una tetera esperaba tranquilamente que su contenido fuese bebido.

Vista de espaldas, la Dama parecía aún más alta: tenia, a lo menos, tres metros de altura. El problema era éste: ¿cómo dirigirle la palabra? ¿Decirle que hacia un tiempo de perros? Demasiado trivial. ¿Hablar de poesía? ¿De qué poesía?

- Señora,¿le gusta a usted la poesía?

- No. Detesto la poesía -me contestó con una voz de fastidio, sin volverse hacia mi.

- Beba una taza de té; esto la tranquilizará.

- No bebo, no como. Lo hago para protestar contra mi padre, ese cochino.

Tras un cuarto de hora de silencio, ella se volvió y quedé sorprendida al advertir su juventud. Debía tener unos dieciséis años.

- Es usted muy alta para su edad, señorita. Cuando yo tenía dieciséis años, mi estatura era la mitad de la suya.

- iMe importa un cuerno! De todos modos, sirvame un poco de té, pero no lo diga a nadie. Tal vez tome uno de esos pastelillos, pero recuerde sobre todo que no debe decir nada.

Comió con un voraz apetito. Antes de engullir el vigésimo pastelillo, me dijo:

- Aunque me muera de hambre, él no ganará nunca. Desde aquí veo el cortejo fúnebre con sus cuatro gordos y relucientes caballos…, marchando lentamente, y mi pequeño ataúd blanco en medio de una nieve de rosas rojas. Y la gente llorando, llorando…

Tras una corta pausa, continuó, sollozando:

- ¡Aquí está el pequeño cadáver de la bella Lucrecia! Y, una vez muerta, ¿sabe usted?, no hay nada que hacer. Tengo deseos de matarme de hambre, sólo para jeringarlo. ¡Qué cerdo!

Dichas las anteriores palabras, salió lentamente de la estancia. La seguí.

Al llegar al tercer piso, entramos en una inmensa habitación destinada a los niños, donde, esparcidos por todas partes, se velan centenares de juguetes descompuestos y rotos. Lucrecia se acercó a un caballo de madera inmovilizado en actitud de galope, a pesar de su edad, que debía frisar en los cien años.

- Tártaro es mi preferido -dijo ella, acariciando el belfo del caballo-. Detesta a mi padre.

Tártaro se meció graciosamente sobre su balancín mientras yo me preguntaba cómo podía moverse solo. Lucrecia lo contempló, pensativa y unidas las manos.

- Irá muy lejos de esta manera -dijo-. Y cuando regrese, me contará algo interesante.

Al mirar hacia fuera, advertí que nevaba. Hacia mucho frío pero Lucrecia no se daba cuenta de ello. Un ruidito en la ventana llamó su atención.

- Es Mathilde -dijo-. Hubiera tenido que dejar abierta la ventana. Por otra parte, una se ahoga aquí.

Tras eso, rompió los cristales y la nieve entró junto con una urraca que, volando, dio tres vueltas por la habitación.

- Mathilde habla como nosotros; hace diez años le partí la lengua en dos. iQué hermosa criatura!

- iHermosa criatura! -graznó Mathilde, con voz de bruja-. iHermooosa crrrriaturrrrra!

Mathilde se posó en la cabeza de Tártaro, que continuaba balanceándose dulcemente, cubierto de nieve.

¿Has venido para jugar con nosotros? -preguntó Lucrecia-. Estoy contenta, porque me aburro mucho aquí. ¿Y si imagináramos que todos nos hemos convertido en
caballos? Yo voy a transformarme en caballo con nieve; esto será más verosímil. Tú, Mathilde, también eres un caballo.

- ¡Caballo! ¡Caballo! ¡Caballo! -graznó Mathilde, bailando histéricamente sobre la cabeza de Tártaro.

Lucrecia se arrojó a la nieve, que ya tenía mucho espesor, y se enroscó dentro de ella, gritando:

- iTodos somos caballos!

Cuando se levantó el efecto era extraordinario. Si yo no hubiese sabido que era Lucrecia, hubiera jurado que se trataba de un verdadero caballo. Era tan bello, de una blancura tan cegadora, con sus cuatro finos remos como agujas y una crin que caía en torno a su larga cara como si fuese agua. Reía, alegre, bailando locamente en la nieve.

- ¡Galopa, galopa, Tártaro! Pero yo seré más veloz que tú.

Tártaro no cambiaba de velocidad, pero sus ojos centelleaban. Sólo se velan sus ojos, porque estaba cubierto de nieve.

Mathilde chillaba y se golpeaba la cabeza contra los muros. Yo bailaba una especie de polka para que el frío no se apoderase de mi cuerpo.

De pronto, advertí que la puerta estaba abierta y que en el umbral se encontraba una vieja. Estaba allí seguramente desde hacia mucho rato, sin que yo hubiese reparado en ella. La vieja miraba a Lucrecia con ojos fijos y perversos. De repente, temblando de furor, gritó:

- ¡Deteneos! ¿Qué es eso? ¡Vaya, señoritas! Lucrecia, ¿no sabe usted que este juego está estrictamente prohibido por su padre? iRidículo juego! Ya no es usted una chiquilla.

Lucrecia bailaba moviendo peligrosamente sus cuatro piernas cerca de la vieja, al tiempo que lanzaba penetrantes carcajadas.

- iDeténgase, Lucrecia!

La voz de Lucrecia era cada vez más aguda, se desternillaba de risa.

- Bueno -dijo la vieja-. ¿No me obedece usted, señorita? Bueno. Entonces, lo lamentará. Voy a conducirla ante su padre.

Tenía una mano oculta detrás de su espalda, pero con una rapidez insólita en una persona tan anciana, saltó sobre Lucrecia y le puso el freno en la boca. Lucrecia se lanzó al aire, relinchando de rabia, pero la vieja no se apeó. Seguidamente, nos agarró a mi por los cabellos y a Mathilde por la cabeza, y los cuatro nos vimos lanzados a una furiosa danza. En el corredor, Lucrecia empezó a cocear y rompió cuadros, sillas y jarrones de porcelana. La vieja estaba pegada a la espalda de Lucrecia como un molusco a la roca. Yo estaba llena de heridas; creí muerta a Mathilde: colgaba lamentablemente de la mano de la vieja como un trapo.

En medio de una verdadera orgía de ruidos, llegamos al comedor. Sentado al extremo de una larga mesa, un anciano caballero, más semejante a una forma geométrica que a otra cosa, terminaba de comer. Bruscamente, una calma absoluta se estableció en la habitación. Lucrecia miró a su padre con los ojos hinchados.

- Entonces, ¿vuelves a las andadas? -dijo el viejo, cascando una nuez-. La señorita de la Rochefroide ha hecho bien en traerte aquí. Hace exactamente tres años y tres días que te prohibí jugar a los caballos. Es la séptima vez que te amonesto, y seguramente estás enterada de que el número siete es el ultimo en nuestra familia. Me veo obligado, mi querida Lucrecia, a castigarte muy severamente.

La muchacha, bajo su forma de caballo, no se movió, pero las ventanas de su nariz palpitaron.

- Lo que voy a hacer es sólo por tu bien, pequeña -dijo el anciano, en voz muy baja. Y continuó-: Eres demasiado grande para jugar con Tártaro. Tártaro es para los niños. Por lo tanto, voy a quemarlo yo mismo hasta que no quede nada de él.

Lucrecia lanzó un grito terrible y cayó de rodillas.

- ¡Eso no! ¡Papa!

El anciano sonrió con gran dulzura y cascó otra nuez.

- Es la séptima vez, pequeña.

Lágrimas manaron de los grandes ojos de caballo de Lucrecia y cruzaron como dos riachuelos sus mejillas de nieve. La muchacha iba cobrando una blancura tan resplandeciente que era luz.

- ¡Piedad, papá, piedad! ¡No quemes a Tártaro!

Su voz aguda se hacia cada vez más delgada. Lucrecia estuvo pronto arrodillada en un lago de agua. Yo era presa de un miedo terrible de verla fundirse.

- Señorita de la Rochefroide, haga salir a la señorita Lucrecia -dijo el padre; y la vieja sacó de allí a la pobre criatura, mudada en un ser flaco y tembloroso.

Creo que él no había advertido mi presencia. Me oculté detrás de la puerta y oí al viejo subir a la habitación de los niños. A poco, me tapaba los oídos con las manos: unos espantosos relinchos se oían arriba, como si una bestia sufriese inauditas
torturas…


Si hay rey, no hay Democracia







Por algo se comienza, lo importante es dar el primer paso de un largo camino.



Disculpen la molestia - Eduardo Galeano






Disculpen la molestia
Eduardo Galeano

Quiero compartir algunas preguntas, moscas que me zumban en la cabeza.

¿Es justa la justicia? ¿Está parada sobre sus pies la justicia del mundo al revés?

El zapatista de Irak, el que arrojó los zapatazos contra Bush, fue condenado a tres años de cárcel. ¿No merecía, más bien, una condecoración?

¿Quién es el terrorista? ¿El zapatista o el zapateado? ¿No es culpable de terrorismo el serial killer que mintiendo inventó la guerra de Irak, asesinó a un gentío, y legalizó la tortura y mandó aplicarla?

¿Son culpables los pobladores de Atenco, en México, o los indígenas mapuches de Chile, o los kekchíes de Guatemala, o los campesinos sin tierra de Brasil, acusados todos de terrorismo por defender su derecho a la tierra? Si sagrada es la tierra, aunque la ley no lo diga, ¿no son sagrados, también, quienes la defienden?

Según la revista “Foreign Policy”, Somalia es el lugar más peligroso de todos. Pero, ¿quiénes son los piratas? ¿Los muertos de hambre que asaltan barcos, o los especuladores de Wall Street, que llevan años asaltando el mundo y ahora reciben multimillonarias recompensas por sus afanes?

¿Por qué el mundo premia a quienes lo desvalijan?

¿Por qué la justicia es ciega de un solo ojo? Walmart, la empresa más poderosa de todas, prohíbe los sindicatos. MacDonald´s, también. ¿Por qué estas empresas violan, con delincuente impunidad, la ley internacional? ¿Será porque en el mundo de nuestro tiempo el trabajo vale menos que la basura, y menos todavía valen los derechos de los trabajadores?

¿Quiénes son los justos, y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?

¿Por qué son intocables las cinco potencias que tienen derecho de veto en las Naciones Unidas? ¿Ese derecho tiene origen divino? ¿Velan por la paz los que hacen el negocio de la guerra? ¿Es justo que la paz mundial esté a cargo de las cinco potencias que son las principales productoras de armas? Sin despreciar a los narcotraficantes, ¿no es éste también un caso de “crimen organizado”?

Pero no demandan castigo contra los amos del mundo los clamores de quienes exigen, en todas partes, la pena de muerte. Faltaba más. Los clamores claman contra los asesinos que usan navajas, no contra los que usan misiles.

Y uno se pregunta: ya que esos justicieros están tan locos de ganas de matar, ¿por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social? ¿Es justo un mundo que cada minuto destina tres millones de dólares a los gastos militares, mientras cada minuto mueren quince niños por hambre o enfermedad curable? ¿Contra quién se arma, hasta los dientes, la llamada comunidad internacional? ¿Contra la pobreza o contra los pobres?

¿Por qué los fervorosos de la pena capital no exigen la pena de muerte contra los valores de la sociedad de consumo, que cotidianamente atentan contra la seguridad pública? ¿O acaso no invita al crimen el bombardeo de la publicidad que aturde a millones y millones de jóvenes desempleados, o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un automóvil, tener zapatos de marca, tener, tener, y quien no tiene, no es?

¿Y por qué no se implanta la pena de muerte contra la muerte? El mundo está organizado al servicio de la muerte. ¿O no fabrica muerte la industria militar, que devora la mayor parte de nuestros recursos y buena parte de nuestras energías? Los amos del mundo sólo condenan la violencia cuando la ejercen otros. Y este monopolio de la violencia se traduce en un hecho inexplicable para los extraterrestres, y también insoportable para los terrestres que todavía queremos, contra toda evidencia, sobrevivir: los humanos somos los únicos animales especializados en el exterminio mutuo, y hemos desarrollado una tecnología de la destrucción que está aniquilando, de paso, al planeta y a todos sus habitantes.

Esa tecnología se alimenta del miedo. Es el miedo quien fabrica los enemigos que justifican el derroche militar y policial. Y en tren de implantar la pena de muerte, ¿qué tal si condenamos a muerte al miedo? ¿No sería sano acabar con esta dictadura universal de los asustadores profesionales? Los sembradores de pánicos nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad: sálvese quien pueda, aplastaos los unos a los otros, el prójimo es siempre un peligro que acecha, ojo, mucho cuidado, éste te robará, aquél te violará, ese cochecito de bebé esconde una bomba musulmana y si esa mujer te mira, esa vecina de aspecto inocente, es seguro que te contagia la peste porcina.

En el mundo al revés, dan miedo hasta los más elementales actos de justicia y sentido común. Cuando el presidente Evo Morales inició la refundación de Bolivia, para que este país de mayoría indígena dejara de tener vergüenza de mirarse al espejo, provocó pánico. Este desafío era catastrófico desde el punto de vista del orden racista tradicional, que decía ser el único orden posible: Evo traía el caos y la violencia, y por su culpa la unidad nacional iba a estallar, rota en pedazos. Y cuando el presidente ecuatoriano Correa anunció que se negaba a pagar las deudas no legítimas, la noticia produjo terror en el mundo financiero y el Ecuador fue amenazado con terribles castigos, por estar dando tan mal ejemplo. Si las dictaduras militares y los políticos ladrones han sido siempre mimados por la banca internacional, ¿no nos hemos acostumbrado ya a aceptar como fatalidad del destino que el pueblo pague el garrote que lo golpea y la codicia que lo saquea?

Pero, ¿será que han sido divorciados para siempre jamás el sentido común y la justicia?

¿No nacieron para caminar juntos, bien pegaditos, el sentido común y la justicia?

¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?

Lo mismo ocurre con otro escandaloso caso de negación de la justicia y el sentido común: ¿Por qué no se legaliza la droga? ¿Acaso no es, como el aborto, un tema de salud pública? Y el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda? ¿Y por qué los grandes medios de comunicación, tan consagrados a la guerra contra el flagelo de la droga, jamás dicen que proviene de Afganistán casi toda la heroína que se consume en el mundo? ¿Quién manda en Afganistán? ¿No es ése un país militarmente ocupado por el mesiánico país que se atribuye la misión de salvarnos a todos?

¿Por qué no se legalizan las drogas de una buena vez? ¿No será porque brindan el mejor pretexto para las invasiones militares, además de brindar las más jugosas ganancias a los grandes bancos que en las noches trabajan como lavanderías?

Ahora el mundo está triste porque se venden menos autos. Una de las consecuencias de la crisis mundial es la caída de la próspera industria del automóvil. Si tuviéramos algún resto de sentido común, y alguito de sentido de la justicia ¿no tendríamos que celebrar esa buena noticia? ¿O acaso la disminución de los automóviles no es una buena noticia, desde el punto de vista de la naturaleza, que estará un poquito menos envenenada, y de los peatones, que morirán un poquito menos?

Según Lewis Carroll, la Reina explicó a Alicia cómo funciona la justicia en el país de las maravillas:

-Ahí lo tienes -dijo la Reina-. Está encerrado en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles. Y por supuesto, el crimen será cometido al final.

En El Salvador, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero comprobó que la justicia, como la serpiente, sólo muerde a los descalzos. Él murió a balazos, por denunciar que en su país los descalzos nacían de antemano condenados, por delito de nacimiento.

El resultado de las recientes elecciones en El Salvador, ¿no es de alguna manera un homenaje? ¿Un homenaje al arzobispo Romero y a los miles que como él murieron luchando por una justicia justa en el reino de la injusticia?

A veces terminan mal las historias de la Historia; pero ella, la Historia, no termina. Cuando dice adiós, dice hasta luego.

Mayo de 2009







Canción de Hielo y Fuego (Game Of Throne) - George R R Martin




Canción de Hielo y Fuego (Game Of Throne)
George R. R. Martin





Concebida originalmente en cuatro volúmenes, la saga vio pronto aumentada su longitud a seis tomos.
Esta saga es la mejor y más impresionante obra de fantasía mitológica que se haya escrito después de Tolkien. Se llama Canción de Hielo y Fuego, aunque es más conocida por la miniserie Juego de Tronos, que es su primer libro.
Aún falta el último libro The Winds of Winter, que tengo entendido aún no esta traducido.(Aquí les dejo los 5 primeros)







1. JUEGO DE TRONOS
Tras el largo verano, el invierno se acerca a los Siete Reinos. Lord Eddars Stark, señor de Invernalia, deja sus dominios para unirse a la corte del rey Robert Baratheon el Usurpador, hombre díscolo y otrora guerrero audaz cuyas mayores aficiones son comer, beber y engendrar bastardos. Eddard Stark desempeñará el cargo de Mano del Rey e intentará desentrañar una maraña de intrigas que pondrá en peligro su vida... y la de los suyos.
En un mundo cuyas estaciones duran décadas y en el que retazos de una magia inmemorial y olvidada surgen en los rincones más sombrios y maravillosos, la traición y la lealtad, la compasión y la sed de venganza, el amor y el poder hacen del juego de tronos una poderosa trampa que atrapa en sus fauces a los personajes.

2. CHOQUE DE REYES
Un cometa del color de la sangre hiende el cielo, cargado de malos augurios. Y hay razones sobradas para pensar así: los Siete Reinos se ven sacudidos por las luchas intestinas entre los nobles por la sucesión al Trono de Hierro. En la otra orilla del mar Angosto, la princesa Daenerys Targaryen conduce a su pueblo de jinetes salvajes a través del desierto. Y en los páramos helados del norte, más allá del Muro, un ejército implacable avanza hacia un territorio asolado por el caos y las guerras fratricidas.
Nos vuelve testigos de luchas fratricidas, intrigas y traiciones palaciegas en una tierra maldita por la guerra, donde fuerzas ocultas se alzan de nuevo y acechan para reinar en las noches del largo invierno que se avecina.

3. TORMENTA DE ESPADAS
Las huestes de los fugaces reyes de Poniente, descompuestas en hordas, asuelan y esquilman una tierra castigada por la guerra e indefensa ante un invierno que se anuncia inusitadamente crudo. Las alianzas nacen y se desvanecen como volutas de humo bajo el viento helado del Norte. Ajena a las intrigas palaciegas, e ignorante del auténtico peligro en ciernes, la Guardia de la Noche se ve desbordada por los salvajes. Y al otro lado del mundo, Daenerys Targaryen intenta reclutar en las Ciudades Libres un ejército con el que desembarcar en su tierra. Martin hace que lo imposible parezca sencillo.

4. FESTIN DE CUERVOS
Mientras los vientos del otoño desnudan los árboles, las últimas cosechas se pudren en los pocos campos que no han sido devastados por la guerra, y por los ríos teñidos de rojo bajan cadáveres de todos los blasones y estirpes. Y aunque casi todo Poniente yace extenuado, en diversos rincones florecen nuevas e inquietantes intrigas que ansían nutrirse de los despojos de un reino moribundo.

5-DANZA CON DRAGONES
Esta es una traducción libre realizado por varios fans de Canción de Hielo y Fuego del volumen quinto de la saga. Este volumen no sigue al anterior en el sentido
tradicional, mas bien correr a la par con él. Ambos, Danza y Festín, retoman la historia inmediatamente después de los acontecimientos del tercer volumen de la serie, Una Tormenta de Espadas. Mientras que la Festín se centró en los acontecimientos en y alrededor de Desembarco del Rey, en las Islas de Hierro, y abajo en Dorne, Danza nos lleva al norte, al Castillo Negro y el muro (y más allá), y a través del mar angosto a Pentos y la Bahía de Esclavos, para retomar los relatos de Tyrion Lannister, Jon nieve, Daenerys Targaryen, y todos los otros personajes que no vemos en el volumen anterior. En lugar de ser secuencial, los dos libros son paralelos ... divididos geográficamente, en lugar de cronológicamente.
Pero sólo hasta cierto punto.








El gordo de Megaupload y otras películas





El gordo de Megaupload y otras películas

Leónidas Martín Saura




Hace unos días empecé a ver una colección buenísima de películas japonesas de ciencia ficción. Estaban todas realizadas en la década de los cincuenta, con muy poco presupuesto; los efectos especiales lo eran no tanto por su ímproba sofisticación como por lo mucho que —obviamente— se notaban. Encontré estas películas un día por casualidad mientras buscaba otra cosa en la Red, colgadas en una página muy rara. De las seis, había visto ya tres de ellas y me habían gustado mucho, con todos esos monstruos de plastilina y los escenarios de cartón piedra. Me encontraba ya completamente enganchado cuando van y, de pronto, cierran Megaupload.

Desde ese momento las he buscado por todos los rincones de internet. Nada. Tampoco las venden en las tiendas, ni las pasan en ninguna sala de cine, ni centro cultural que yo conozca. Muy a mi pesar, he ido poco a poco dándolas por perdidas; parece que ahora me toca probar nuevas experiencias audiovisuales, y en eso estoy. Ayer, por ejemplo, vi la televisión, ya sabéis, Urdangarín, SGAE, los trajes de Camps y todo eso. Durante todo el Telediario no dejé ni un segundo de pensar en el monstruo aquel de los rayos intermitentes: ¿lograrían finalmente acabar con él? El único relato televisivo que atrajo un poco mi atención fue ese que han construido alrededor de la figura de Kim Dotcom, el chico entradito en carnes creador de Megaupload. Digo lo de «entradito en carnes» porque esta característica física de Dotcom es parte del storytelling que acompaña a su noticia. Una noticia emitida por todos los canales de televisión del mundo, una y mil veces, y cuyo relato podría resumirse así: un gordinflón sin escrúpulos que se aprovecha de la gente común, como tú y como yo, para forrarse de pasta, comprarse mansiones, coches caros y alguna que otra pistola también. Menos mal que el F.B.I. pasaba por ahí y nos ha salvado la vida de nuevo.

Esto sí que es ciencia ficción de la buena —pensé.

Según cuentan, lo que ha hecho el gordito de Megaupload es algo intolerable, un acto tiránico y despótico; lo peor que alguien puede llegar a hacer jamás. Quizá tengan razón, quién sabe; sin embargo, ¿no es eso lo que hace cualquier empresario capitalista, incluidos, por supuesto, todos aquellos que ahora condenan a Dotcom? Siempre que aparece una nueva demanda social (acceder a la cultura sin intermediarios, por ejemplo), ¿no aparece también siempre un tío como el director de Megaupload y monta la infraestructura capaz de responder a dicha demanda a cambio de dinero? ¿Qué hay de raro en ello? A mí me parece algo casi natural en el mundo en el que vivimos. Un mundo en el que todo se ha convertido en mercancía, y la cultura más.

Los que se rasgan las vestiduras y apoyan la operación policial contra Megaupload dicen hacerlo en nombre de la cultura, pero eso no es verdad. Lo hacen en nombre de la propiedad intelectual, que no es lo mismo. Para comprobar esto que digo no tienes más que preguntarte si Megaupload ha interrumpido en algún momento la transmisión cultural, o sea, aquello que permite a la cultura reproducirse y seguir viva. ¿A qué no lo ha hecho? Todo lo contrario. Gracias a Megaupload, yo he visto, por ejemplo, algunas películas frikis japonesas que antes no sabía ni que existían. Otra cosa bien distinta es cómo ha afectado esto a los negocios apoyados en la propiedad intelectual, la del Copyright, la que se sostiene sobre el principio de «Todos los derechos reservados». Para estos negocios es verdad que Megaupload significaba un inconveniente, un obstáculo es su camino hacia las mansiones, los coches caros y las armas. Por eso se lo han cargado.

Si hablas con los que defienden esta intervención del F.B.I., que, por cierto, para llevarse a cabo ha necesitado saltarse muchas de las garantías del Estado de derecho como son la privacidad del usuario, o la soberanía jurídica nacional; si hablas —decía— con alguno de ellos, te dirán que el fin justifica los medios, que lo más importante ahora, lo que está por encima de todo, es detener «el asalto pirata que sufren los creadores». Quien así opina lo hace por dos razones. Una, porque es un mentiroso, o dos, porque está muy mal informado y confunde crear con poseer.
El autor es aquél que crea un bien cultural, pero eso no quiere decir que ese bien cultural le pertenezca. Los bienes culturales sólo pertenecen a la humanidad. Para crear un bien cultural, todo autor necesita del conocimiento común acumulado en la cultura. Si es un director de cine necesita ver otras películas; escuchar otras composiciones si es un músico; leer otras libros si es un escritor. Ésa es la fuente de la que mana su nueva creación, sin ella nadie puede llegar a crear nada. En términos culturales, todo lo que se escapa a esta lógica, carece de sentido. ¿Os imagináis a Einstein guardándose para él solo la fórmula de la relatividad, o prohibiendo su uso a según qué personas?

Defender, como yo defiendo, esta definición de cultura, no significa, ni mucho menos, abolir el reconocimiento. Otro error habitual presente en los discursos de aquellos que han cerrado Megaupload. Todo autor debe ser reconocido por su trabajo, «el que no es agradecido, no es bien nacido», decía mi madre. Es deber de la comunidad reconocer siempre a aquél que con su esfuerzo aporta algo beneficioso para ella. Ese reconocimiento puede —y debe— ser de muchos tipos, no únicamente económico, como defiende la actual legislación de la propiedad intelectual, aunque es verdad que éste, el económico, hay que tenerlo muy en cuenta. Por eso es importante ir pensando en nuevos modelos económicos adaptados a las condiciones sociales y tecnológicas de nuestra época. Algo que se torna muy difícil si la ley lo prohíbe en defensa del mantenimiento de un sistema obsoleto.

Yo no apoyo a Megaupload ni a su orondo director, tampoco apruebo su modelo de negocio. Para mí, Megaupload no es más que otro ejemplo de la condición tan miserable en la que se encuentra la cultura de nuestros días. Es evidente que mientras continuemos tratándola como una mercancía, cientos de Kim Dotcom (o gente mucho peor) seguirán apareciendo por todas partes. Es inevitable. Como también lo es el hecho de que los 180 millones de usuarios que estábamos registrados en Megaupload, más todos los otros que usaban a diario sus servidores de manera gratuita, volvamos a utilizar cada nuevo sistema de intercambio de archivos que aparezca. ¿Por qué? Porque no nos queda otro remedio, sencillamente por eso. Porque intercambiar cultura no es un capricho, es una necesidad humana además de la condición única por la que la cultura pervive. Todo el mundo sabe que ahora disponemos de una tecnología ideal para ello y no estamos dispuestos a renunciar a eso. Al menos, no sin protestar.

Ya me gustaría a mí que un día no fuese una empresa privada la que ofreciese la capacidad tecnológica de intercambiar cultura. Claro que molaría que fuese una Institución pública, y que lo hiciese porque hubiera comprendido que la cultura es un bien común, y que para seguir viva necesita moverse sin restricciones, libremente, fuera de la lógica del mercado. Eso no estaría mal, nada mal. Pero creer que algo así pueda suceder hoy es ciencia ficción. El presente es la Ley Sinde, La S.O.P.A, el cierre de Megaupload y todo lo que sea necesario para sostener un sistema de propiedad intelectual que ya no se tiene en pie, que está obsoleto. Así podrán por un tiempo frenar —e incluso detener— la potencia cultural latente en las tecnologías de nuestro presente, pero esa potencia terminará abriéndose paso, se desplegará les guste o no. Eso es algo que sabemos todos: los que han cerrado Megaupload, los que apuestan por la cultura libre y yo, que quiero ver esas tres películas japonesas que me faltan.

fuente




And One - Back Home



Synthpop/EBM
Alemania
And One - Back Home (EP) (2012)



01. Back Home (Club Mix)
02. Wounds
03. Rick
04. High (Live In Peine 2011)
05. Back Home (Mixed Conditioner)
06. Back Home (Berlin Mixer)
07. Missing Track





And One - Rick
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And One - Missing Track
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AND ONE
Steve Naghavi: cantante, compositor y productor
Joke Jay: batería, coros y composición
Rick Schah: teclados




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El Enemigo - Antón Chéjov







El Enemigo

Antón Chéjov

Es de noche, la criadita Varka, una chiquilla de trece años, mece en la cuna al niño, canturreando: Duerme, duerme, niño lindo, que viene el coco...
Una lamparilla verde encendida ante el icono alumbra con luz débil e incierta.
Colgados a una cuerda que atraviesa la habitación se ven unos pañales y un pantalón negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran círculo verde; las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidos por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna y sobre Varka.
La atmósfera es densa. Huele a pieles y a sopa de col.
El niño llora. Está afónico hace tiempo de tanto llorar, pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Diríase que su llanto no va a acabar nunca.
Varka está muerta de sueño. A pesar de todos sus esfuerzos, sus ojitos se cierran y, por más que intente evitarlo, da cabezadas. Apenas puede mover los labios; se siente la cara como de madera y la cabeza pequeñita como la de un alfiler.
Duerme, duerme, niño lindo... balbucea.
Se oye el canto monótono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro y el aprendiz Afanazy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosamente. Todos estos ruidos se mezclan con el canturreo de Varka en una música adormecedora, que es grato oír desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la musiquilla la exaspera, pues le da sueño y ella no puede dormir. Si se durmiese los amos le pegarían.
La lamparilla verde está a punto de apagarse. El círculo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos entrecerrados de Varka, en cuyo cerebro medio dormido surgen vagos recuerdos.
La muchachita ve en ellos correr por el cielo nubes negras que lloran a gritos, como niños de teta. Pero el viento no tarda en barrerlas, y Varka ve un ancho camino, lleno de lodo, por el que transitan, en fila interminable, coches, gentes con talegos a la espalda y sombras. A uno y otro lado del camino, envueltos en la niebla hay bosques. De súbito, las sombras y los caminantes de los talegos se tienden en el lodo.
—¿Por qué hacéis eso? —les pregunta Varka.
—¡Para dormir! —le contestan—. Queremos dormir.
Y se duermen como lirones.
Cuervos y urracas, posados en los alambres del telégrafo, se empeñan en despertarlos
Duerme, duerme, niño lindo... canturrea Varka entre sueños.
Momentos después sueña hallarse en casa de su padre. La casa es angosta y oscura. Su padre, Efim Stepanov, fallecido hace tiempo, se revuelca por el suelo. Ella no lo ve, pero oye sus gemidos de dolor. Sufre tanto —de no se sabe qué enfermedad—, que no puede hablar. Jadea y rechina los dientes.
—Bu-bu-bu-bu...
La madre de Varka corre a la casa señorial a anunciar que su marido está muriéndose. Pero, ¿por qué tarda tanto en volver?
Hace largo rato que se ha ido y debía estar de vuelta ya.
Varka, acostada en la estufa, sueña que sigue oyendo quejarse y rechinar los dientes a su padre.
Más he aquí que se acerca gente a la casa. Se oye un trotar de caballos. Los señores han enviado al joven médico a ver al moribundo. Entra. No se le ve en la obscuridad, pero se le oye toser y abrir la puerta.
—¡Encended alguna luz! —dice.
—¡Bu-bu-bu! —responde Efim, rechinando los dientes.
La madre de Varka va y viene por el cuarto, buscando cerillas. Reina el silencio durante algunos instantes. El médico saca del bolsillo una cerilla y la enciende.
—¡Espere un instante, señor doctor! —dice la madre.
Sale corriendo y vuelve a poco con un cabo de vela.
Las mejillas del moribundo están rojas, sus ojos brillan, sus miradas parecen hundirse extrañamente agudas en el médico, en las paredes.
—¿Qué te pasa, muchacho? —le pregunta el médico, inclinándose sobre él—. ¿Hace mucho que estás enfermo?
—¡Estoy en las últimas, excelencia? —contesta, con mucho trabajo, Efim—. No me hago ilusiones...
—¡Vamos, no digas sandeces! Ya verás como te curas...
—Gracias, excelencia; pero bien sé yo que no hay remedio... Cuando la muerte llama a la puerta, es inútil querer luchar contra ella...
El médico reconoce detenidamente al enfermo y declara:
—Yo no puedo hacer nada. hay que llevarlo al hospital para que lo operen. Pero sin perdida de tiempo. Aunque ya es muy tarde, no importa; te daré cuatro letras para el médico y te recibirá. ¡Pero enseguida, enseguida!
—Señor doctor, ¿y cómo va a ir? —pregunta la madre—. No tenemos caballo.
—No importa; hablaré a los señores para que os dejen uno.
El médico se marcha, la vela se apaga y de nuevo se oye el rechinar de dientes del moribundo.
—Bu-bu-bu-bu...
Media hora después un coche se detiene ante la casa; lo mandan los señores para llevar a Efim al hospital. A poco el coche se aleja, conduciendo al enfermo.
Por fin la noche acaba y sale el sol. La mañana es hermosa, clara. Varka se queda sola en casa; su madre se ha ido al hospital a ver cómo sigue el marido.
Se oye llorar a un niño. se oye también una canción:
Duerme, duerme, niño lindo...
A Varka le parece que la voz que canta es su propia voz. Su madre no tarda en regresar. Se persigna y dice:
—¡Acaban de operarlo, pero ha muerto! ¡Que Dios lo tenga en su gloria! El médico dice que ha sido demasiado tarde; que debía habérsele operado hace mucho tiempo.
Varka sale de la casa y se dirige al bosque. Pero, de pronto, siente un terrible manotazo en la nuca. Se despierta y ve con horror a su amo, que le grita:
—¡Ah, sinvergüenza! ¡El niño llorando y tú durmiendo!
Le da un tirón de orejas; ella sacude la cabeza como para ahuyentar el sueño irresistible y empieza de nuevo a mecer la cuna, canturreando con voz ahogada.
El círculo verde del techo y las sombras siguen produciendo un efecto adormecedor en Varka, que, cuando su amo se va, torna a dormirse. Y empieza otra vez a soñar.
Ve de nuevo el camino enlodado. Infinidad de gente, cargada con talegos, yace dormida en la tierra. Varka quiere acostarse también; pero su madre, que camina a su lado, no la deja; ambas se dirigen a la ciudad en busca de trabajo.
—¡Una limosna por el amor de Dios! —implora la madre a los caminantes—. ¡Tened compasión de nosotros, buenos cristianos!
—¡Dame el niño! —grita de pronto una voz que le es muy conocida—. ¡Ya te has dormido otra vez, sinvergüenza!
Varka se levanta bruscamente, mira en torno suyo y se da cuenta de la realidad. No hay camino ni caminantes, ni su madre está junto a ella; sólo ve a su ama que ha venido a darle teta al niño.
Mientras el niño mama, Varka, en pie, espera que acabe. el aire empieza a azulear tras los cristales, el círculo verde del techo y las sombras van palideciendo. La noche cede el paso a la mañana.
—¡Toma el niño! —ordena a los pocos minutos el ama, abotonándose la camisa—. Siempre está llorando. ¡No sé qué le pasa!
Varka coge el niño, lo acuesta en la cuna, y empieza otra vez a mecerlo. El círculo verde y las sombras, menos perceptibles a cada instante, no ejercen ya ningún influjo sobre su cerebro. Sin embargo, sigue teniendo sueño. Su necesidad de dormir es imperiosa, irresistible. Apoya la cabeza en el bordee de la cuna y balancea el cuerpo siguiendo el ritmo del mueble, para despabilarse. Pero los ojos se le cierran y siente en la frente un peso plúmbeo.
—¡Varka, enciende la estufa! —grita el ama al otro lado de la puerta.
Es de día. Hay que empezar el trabajo.
Varka deja la cuna y va por leña al cobertizo. Se anima un poco; es más fácil resistir el sueño andando que sentado.
Lleva leña y enciende la estufa. La niebla que envolvía su cerebro se va disipando.
—¡Varka, prepara el samovar! —grita el ama.
Varka empieza a encender astillas, pero su ama la interrumpe con una nueva orden:
—¡Varka, limpia los chanclos del amo!
Varka, mientras limpia los chanclos, sentada en el suelo, piensa que sería delicioso meter la cabeza en uno de aquellos zapatones para dormir un rato. De pronto, el chanclo que estaba limpiando crece, se hincha, llena toda la estancia. Varka suelta el cepillo y empieza a dormirse; pero hace un nuevo esfuerzo, sacude la cabeza y abre los ojos cuanto puede, para evitar que los trastos que hay a su alrededor sigan moviéndose y creciendo.
—¡Varka, ve a lavar la escalera! —ordena el ama a voces—. Está tan cochina, que cuando sube un parroquiano la cara me cae de vergüenza.
Varka lava la escalera, barre las habitaciones, enciende después otra estufa, corre varias veces a la tienda. Son tantos sus quehaceres que no tiene un momento libre.
Lo que más esfuerzo le cuesta es permanecer en pie, inmóvil, ante la mesa de la cocina, mondando patatas. Su cabeza se inclina, sin que ella lo pueda evitar, hacia la mesa; las patatas cobran formas fantásticas; su mano no puede sostener el cuchillo. Sin embargo, es necesario no dejarse vencer por el sueño, pues allí está el ama, gorda, malévola, chillona. Hay momentos en que a la pobre muchacha la acomete un violenta tentación de tenderse en el suelo y dormir, dormir, dormir...
Varka, mirando como las tinieblas enlutan las ventanas, se aprieta las sienes, que se siente como de madera, y sonríe de un modo estúpido, sin ningún motivo.
Las tinieblas acarician sus ojos y hacen renacer en su alma la esperanza de poder dormir.
Aquella noche hay visitas en la casa.
—¡Varka, enciende el samovar! —grita el ama.
El samovar es muy pequeño y, para que todos puedan tomar té, hay que encenderlo cinco veces.
Luego Varka, en pie, espera órdenes, fijos los ojos en los visitantes.
—¡Varka, ve por vodka! Varka, ¿dónde está el sacacorchos? ¡Varka, limpia un arenque!
Por fin las visitas se marchan. Se apagan las luces. Los amos se acuestan.
—¡Varka, mece al niño! —es la última orden.
El grillo canta en la estufa. El círculo verde en el techo y las sombras vuelven a agitarse ante los ojos, medio cerrados, de Varka y a envolverle el cerebro en una niebla.
Duerme, duerme, niño lindo... canturrea la pobre muchacha con voz soñolienta...
El niño berrea tanto que está a dos dedos de encanarse.
Varka, medio dormida, sueña con el ancho camino enlodado, con los caminantes de las talegas, con su madre, con su padre moribundo. No puede darse cuenta de lo que pasa en torno suyo. Sólo sabe que hay algo que la paraliza, pesa sobre ella, la impide vivir. Abre los ojos, tratando de inquirir qué fuerza, qué potencia es esa, y no saca nada en limpio.
Agotada mira el círculo verde, las sombras. En ese momento oye gritar al niño y piensa: "Ése es el enemigo que me impide vivir."
El enemigo es el niño.
Varka se echa a reír. ¿Cómo no se le había ocurrido hasta ahora una idea tan sencilla?
Completamente absorbida por tal idea, se levanta y, sonriente, da algunos pasos por la estancia. La llena de gozo el pensar que va a librarse en seguida del niño enemigo. Lo matará y podrá dormir todo lo que quiera.
Riendo, guiñando los ojos, se acerca sigilosamente a la cuna y se inclina sobre el niño.
Con las dos manos le atenaza el cuello. El niño se pone azul y a los pocos instantes muere.
Varka, entonces, alegre, feliz, se tiende en el suelo y se queda inmediatamente dormida, con un sueño profundo...

FIN



20 Poemas para ser leídos en el tranvía - Oliverio Girondo



20 Poemas para ser leídos en el tranvía

Oliverio Girondo









[...]Se pueden leer en la poesía de Girondo tres momentos fundamentales. Como verdadera ópera prima, los Veinte poemas... inauguran una poesía vital, llena de un entusiasmo celebratorio que parece responder al imperativo de la vanguardia de unir arte y vida. Muchos de sus poemas podrían funcionar como un manifiesto futurista, a partir de su desprecio por los valores consagrados y de su irreverencia religiosa. Pero hay algo más: a partir de esta poética de lo provisorio y de un uso ajustado del montaje cubista, se desmantela la linealidad cronológica de los cuadernos de viaje a favor de una lírica urbana que ubica la ciudad como centro.

El cosmopolitismo, la carnavalización de la que habla Jorge Schwartz en sus estudios críticos, permiten que el turista burlón salte de Bretaña a Brest, de Venecia a Buenos Aires o Sevilla y pueda maravillarse por las chicas de Flores, que "tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino y usan moños de seda que les liban las nalgas con un aleteo de mariposa". La centralidad del elemento visual (muy importante tanto en las preocupaciones teóricas de Girondo como en la integración del dibujo en los procesos de composición) se combina con una poética de lo provisorio donde parece cumplirse el mandato del epígrafe del libro: "Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime". De esta manera, la humanización de los objetos y la novísima centralidad que se le otorga a lo urbano, ya sean sus calles, los medios de transporte, los espacios públicos, los cafés y las milongas, permiten articular una estética profundamente antirromántica e innovadora.




imágen: O.Girondo por Ricardo Ajler

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