Por siempre las Madres
Demetrio Iramain
La Asociación Madres de Plaza de Mayo es presidida por Hebe de Bonafini desde 1978, cuando se constituyó civilmente, apelando a la escasa legalidad a la que podían aspirar bajo el régimen de terror. Esa constitución formal, con estatuto interno y designación de autoridades, resultó una victoria formidable de los pañuelos blancos ante el genocidio en curso. La conducción de Hebe fue decidida entonces por sus propias compañeras y ratificada formalmente en 1986, cuando un proceso de divergencias políticas e ideológicas interno fue zanjado con una nueva elección dirigencial. Eso en los papeles. En el terreno fáctico, la revalidación se produce a diario, como ocurre con todo colectivo militante y transformador, revolucionario y no burocrático, cuyo accionar lo obliga a deliberar permanentemente sobre sus prácticas.
Por cierto, a Hebe y a las Madres de Plaza de Mayo nunca jamás un político del genotipo al que pertenece el bonaerense Eduardo Duhalde les diría que él las prefiere como un ejemplo de algo.
Esta certidumbre política tiene sus costos. El pueblo de a pie sabe acabadamente quiénes son las Madres, por más que no lo expresen del mismo modo (y hasta de forma opuesta y antagónica) las mediaciones periodísticas de esa construcción social de nuestra historia que son las Madres de Plaza de Mayo.
Las Madres nunca fueron bien tratadas por los partidos políticos tradicionales, menos aún por su prensa afín, y ni qué decir del Estado Nacional, incluida su justicia, claro. Recién en 2003 esto comenzó a alterarse positivamente. De ahí que el infeliz comentario del ex presidente interino, formulado en Tucumán, tenga un efecto inverso y termine honrando, muy a pesar suyo, a la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Muy preocupadas debieran estar si sus enemigos hablaran bien de ellas.
Las mentiras que a diario se tejen sobre las Madres, las difamaciones, las desmesuras en las crónicas que las refieren, no son nuevas. En 1986, cuando una fracción de integrantes de la organización se marchó del seno de la Asociación (justamente esa agrupación con la que ahora adorna torpemente sus discursos de campaña el pejotista federal Duhalde), fueron denunciadas en los diarios de la prensa radical ficciones similares respecto al patrimonio de Hebe y no sé cuántas cosas más. Se invocó, incluso, la intervención del Estado alfonsinista a través de la Inspección General de Justicia para que sean auditadas las cuentas de la organización. No hallaron nada raro.
Hasta el ticket de compra del detergente para lavar los platos que se ensucian tras sus almuerzos diarios, y por el que las Madres habían confeccionado un riguroso organigrama que establecía quién debía lavarlos cada vez, les fue suministrado. Siempre cumplió un rol determinante la cocina en su praxis política.
Las Madres se han repuesto de golpes infinitamente más fuertes y dolorosos que una semana de portadas en su contra en el matutino de mayor tirada nacional. Y no hablo aquí de la desaparición de sus hijos, circunstancia dolorosísima pero previa a su surgimiento colectivo. En otras palabras: no habría Madres de Plaza de Mayo si no mediara el genocidio; así de dramática y cruenta es nuestra historia social. Con ellas es creer o reventar. Siempre. Que los medios mientan ahora sobre las Madres no puede hacer mella en quienes tuvieron las agallas de apretar los dientes y regresar a la Plaza de Mayo, el jueves siguiente a los secuestros y posteriores desapariciones de tres de sus integrantes, las más activas y señeras, producidos entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977.
A propósito, ¿por qué será que la mayoría de las veces se pasa por alto esa circunstancia en el relato mediático e incluso histórico? ¿Por qué usualmente se habla de las monjas francesas, y casi nunca o poco de Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino? ¿Para desmerecer el aporte colectivo de quienes las sobrevivieron, acaso?
Las Madres produjeron una fractura, no sólo en el complejo tablero coyuntural de nuestro país, sino en la cultura occidental sobre la que el capitalismo de estas tierras se asienta, cada vez con mayor y más notoria incomodidad. Su lucha política, sus novedosas síntesis ideológicas, su contribución a la ética que ha logrado alcanzar la humanidad de este tiempo histórico todavía signado por el capitalismo, constituyen, quizás, la riqueza más significativa con que cuenta el acervo de luchas populares argentinas para sus combates del futuro. Y la derecha lo sabe. Y le preocupa.
Si las Madres se hubieran refugiado en el dolor únicamente; si su relato se hubiese ceñido a la sangre y la búsqueda de restos óseos; si hubiesen aceptado mansas y obedientes las mieles del dinero en bonos a cambio de la vida de sus hijos, serían sin dudas candidatas de fuste al bronce del capitalismo. Quizás tendrían el Premio Nobel ya. El sistema se “humanizaría” con su “ejemplo”.
Pero no. Las Madres son unas jodidas. Se meten donde no las llama nadie. El sistema, que sabe recuperarse de sus crisis orgánicas y revertir sus errores (horrores y terrores), les tenía asignado un papel muy diferente.
Macri lo sintetizó cabalmente días atrás: “No puede ser que una organización para la defensa de los Derechos Humanos se convierta en una empresa constructora.” El alcalde de Buenos Aires sabe perfectamente que las Madres no son una empresa. Si lo fueran, quizás sería menos problema para él, que es el rey del discurso empresarial privado. Pero las Madres son mucho más que una “factoría que hace casas”, y en esa amplitud y mirada de 360 grados que tienen las Madres, quizás hasta les pisen los callos a algunos negociantes, tal vez amigotes del ingeniero hincha de Boca, por qué no a alguna empresa constructora demasiado cercana a su holding comercial.
Entonces, Clarín, La Nación, Lanata, Perfil, Nelson Castro, Magdalena, se alistan. Todo un ejército mediático toma distancia bajo el puntual Toque de Diana del comandante en jefe de las fuerzas de la reacción, don Héctor Magnetto, supremo líder y última esperanza de los enemigos de clase al proyecto nacional y popular que las Madres defienden y protagonizan desde su trinchera en Plaza de Mayo, y cada vez más lugares y múltiples soportes: la radio, la revista, la universidad, la editorial, el ECuNHi, y la Misión Sueños Compartidos, ese gesto conmovedor de solidaridad de clase e inclusión de los de más abajo de todo en la perversa pirámide social.
La derecha sabe que en octubre se definen muchas cuestiones esenciales, que hacen a su supervivencia estratégica y a la vitalidad de sus intereses al tanto por ciento. Lo sabe por zorra y por vieja, y tiene razón. Se juega el destino inmediato de esta manera tan particular de hacer nuestra revolución. No es poco. Las clases dominantes de este país no trepidaron en cometer un genocidio con tal de preservar su tasa de ganancia. Lo volverían a hacer si se dieran las circunstancias. Estas tapas de Clarín no son nada, pues. Máxime teniendo en cuenta las que sobrevendrán pronto, quizás peores. Sin embargo, ¿qué trasnochado cree que el pueblo dejará pasar ligeramente esta nueva oportunidad que ha construido para sí? Ni lo sueñen, fachos. Con las Madres, no.
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