El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




La Feria de las Tinieblas - Ray Bradbury



La Feria de las Tinieblas
Ray Bradbury




La feria de las Tinieblas es la historia de dos muchachos, James Nightshade y William Halloway, y del mal que empieza a invadir su pequeña ciudad del Medio Oeste con la llegada una medianoche de otoño de una feria ominosa. Los dos chicos descubren que con unas pocas vueltas en el carrusel pueden apresurar el tiempo y transformarse en adultos, o ir hacia atrás y volver a los balbuceos de la primera infancia. ¿Cómo podrán salvar sus almas y su pueblo de la maldad que les ronda? ¿Qué haríamos si nuestros más oscuros deseos pudieran hacerse realidad? Bradbury revela la parte más oscura del alma humana al explorar el delicioso placer de un otoño perfectamente terrorífico e inolvidable.









La feria de las tinieblas, capitulo primero

I - Llegadas

1
El vendedor de pararrayos llegó poco antes de la tormenta. Vino por una calle de Green Town, Illinois, en ese nublado día de fines de octubre, echando miradas furtivas por encima del hombro. En alguna parte, no muy lejos, unos vastos relámpagos golpeaban la tierra. En alguna parte la tormenta era ya evidente: una bestia enorme de dientes horribles.

El vendedor caminó arrastrando la pesada valija de cuero, donde resonaban y se sacudían unos complicados rompecabezas de quincalla que la lengua conjuraba de puerta en puerta, hasta que al fin llegó a un rectángulo de césped que parecía mal cortado.



Reflexiones sobre Haiti - Eduardo Galeano





Eduardo Galeano: “Haití fue condenada a la soledad por el pecado de ser libre”
28/9/2010

El reconocido escritor Eduardo Galeano, los directores haitianos Arnold Antonin y Franz Voltaire y el ex subsecretario de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Rodolfo Mattarolo (moderador del panel), reflexionaron acerca de la situación actual de Haití en el marco del XII Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos, luego del devastador terremoto que acabó con más de 200 mil vidas en enero de este año y con el foco puesto en la historia de un país golpeado desde su temprana independencia.
[...]

“Es el primer pueblo de las Américas que fue de veras libre. Libre de la opresión colonial y libre también de la esclavitud y que fue por eso castigado hasta nuestros días”, sostuvo y, a modo de contexto, agregó: “Europa no perdonó jamás aquella humillación hacia Napoleón Bonaparte, ¿un ejército de esclavos negros derrotando a Napoleón? Imperdonable. Durante un siglo y medio, Haití tuvo que pagar la llamada deuda francesa, que era lo debía pagarle a Francia por el pecado de haberse liberado. O sea, el crimen de la libertad o la libertad considerada un crimen que merece compensación.”. Fiel a su estilo, dio como ejemplo a Brasil, último país de Sudamérica en abolir la esclavitud: “Allí, los levantamientos de los negros esclavos se llamaban actos de haitianismo. Haití era culpable de contagiar la peste de la libertad”.
En cuanto a los problemas actuales, Galeano, al igual que Antonin, advirtió que el terremoto fue aún más grave de lo que podría haber sido, no sólo porque no se habían tomado las medidas mínimas de precaución, sino porque también Haití se convirtió en un país sin Estado, sin poder público y con una pésima influencia de dos organismos internacionales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. “A mí me preocupa que actualmente, en especial el Banco Mundial, estén desempeñando un papel central en esto que se llama la nueva fundación de Haití y me preocupa porque la especialidad del BM no es fundar países, es fundir países”, aseguró.



Eduardo Galeano: Las otras réplicas
07/02/2010



La tragedia de Haití ha desatado un formidable movimiento internacional de solidaridad. Pero, el terremoto también ha provocado otras réplicas. Son, explica, temblores de hipocresía, racismo y amnesia que ningún sismógrafo es capaz de registrar

Pat Robertson, teleevangelista de amplia audiencia, explicó claramente este asunto del terremoto. El pastor de almas cantó la justa: las placas tectónicas no tienen nada que ver. El terremoto es una consecuencia del pacto que los negros haitianos habían hecho con el diablo hace dos siglos. Satán los liberó de Francia, pero Haití se convirtió en un país maldito.

El bueno de Pat no está solo. Son muchos los que creen, o al menos sospechan, que la libertad fue el pecado que condenó al país a perpetua desgracia. Haití no sería un país maldito si hubiera aceptado su destino colonial.

Pero ¿maldito por quién? Los negros haitianos habían humillado al Ejército de Napoleón Bonaparte, que en esa guerra perdió dieciocho oficiales, y Francia cobró cara la expiación. Durante más de un siglo, Haití pagó a Francia una indemnización, equivalente hoy día a casi veintidós mil millones de dólares, por haber cometido semejante sacrilegio.

El nuevo país nació endeudado y arruinado, arrasado por la guerra de independencia, que a tantos mató o mutiló, y también arrasado por la explotación despiadada de sus suelos y de sus gentes extenuadas en el trabajo esclavo. La prosperidad de Francia había sido la ruina de Haití. Todo el país se había reducido a una inmensa plantación de azúcar, que aniquiló los bosques y secó la tierra. Los negros libres heredaron un reino sin sombra y sin agua.

En estos días, la prensa ha difundido reseñas históricas. Se supone que ayudan a entender lo que ocurre. En casi todos los casos, nos cuentan que Haití fue el segundo país libre de las Américas, porque había seguido el ejemplo de la independencia de Estados Unidos. La verdad es que no fue el segundo. Fue el primero, el primer país de veras libre, libre de la opresión colonial, sí, pero también libre de la esclavitud. Y fue el primero, precisamente, porque no siguió el ejemplo de Estados Unidos: Haití fue un país sin esclavos sesenta años antes que Estados Unidos, cuya primera Constitución estableció que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona.

Y Haití nació, por eso, condenado a la soledad. Haití difundía, con su solo ejemplo, una peste contagiosa. Ningún otro país reconoció su existencia. Todos le dieron la espalda. Ni siquiera Simón Bolívar, cuando gobernó la Gran Colombia, pudo recordar que a los haitianos debía su gloria, porque ellos le habían dado naves, armas y soldados, cuando él estaba vencido, con la sola condición de que liberara a los esclavos.

Otra réplica del terremoto: son muchos los que creen, y no pocos lo afirman, que toda ayuda será inútil, porque los haitianos son incapaces de gobernarse a sí mismos. Llevan en la frente la marca africana. Están predestinados al caos. Es la maldición negra.

Por el mismo motivo, Estados Unidos no tuvo más remedio que invadir Haití en1915. Robert Lansing, secretario de Estado, explicó entonces que "la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma y tiene una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización".

El presidente Woodrow Wilson, premio Nobel de la Paz, ferviente admirador del Ku-Klux-Klan, firmó la orden de invasión, para restablecer el orden, evitar el caos y de paso, ya que estaba, cobrar lo que Haití debía a los bancos norteamericanos. Las tropas fueron por un ratito nomás, pero se quedaron diecinueve años. No pudieron restablecer la esclavitud, como habían hecho en Tejas y en Nicaragua, pero al menos impusieron un régimen de trabajo forzado que era bastante parecido, y mientras duró la ocupación militar prohibieron que los negros entraran en los hoteles, restaurantes y clubes reservados a los extranjeros. También prohibieron que el presidente de Haití cobrara su salario, hasta que enmendó su conducta y regaló el Banco de la Nación al City Bank.

Cuando las tropas se retiraron, dejaron un país bastante peor que el que habían encontrado.

Ojalá no se repita la historia, ahora que las tropas norteamericanas han regresado, traídas por el terremoto, y sobre las ruinas ejercen el poder absoluto.

Tierra desollada, gente desesperada: Haití ha malvivido su vida, casi siempre sometido a las dictaduras militares. Dictadura tras dictadura: para que callen los muchos y los pocos manden.

Uno de los dictadores, Baby Doc Duvalier, escapó de la furia popular en enero de 1986. Se fugó, acompañado por millones de dólares, en el avión militar que el presidente Ronald Reagan le envió, en agradecimiento por los servicios prestados.

Tiempo después, cuando el terremoto estalló, Baby Doc anunció, desde el exilio, que iba a donar a Haití una parte del dineral que había robado. Fue conmovedor. Casi tanto como el gesto del Fondo Monetario Internacional, que ha decidido prestar a Haití cien millones de dólares.

La experiencia ha demostrado, en América Latina y en todo el sur del mundo, que los expertos internacionales son tan útiles como los dictadores militares, quizá más, y resultan mucho más presentables, porque matan para ayudar a sus víctimas.

En Haití, como en muchos otros países, han sido el Fondo Monetario y el Banco Mundial quienes pulverizaron el poder público y eliminaron los subsidios y los aranceles que de alguna manera protegían la producción nacional de arroz. Los campesinos que vivían de sus cultivos fueron convertidos en mendigos o balseros, arrojados a la calle o a los tiburones, y Haití pasó a importar el arroz, ése sí subsidiado, ése sí protegido, de Estados Unidos.

Gracias a los buenos servicios de estos filántropos internacionales, el terremoto aniquiló un país aniquilado: sin Estado, sin instituciones, sin hospitales, sin escuelas.

¿Sin nada? ¿Sin nada de nada?

En 1996, el diputado alemán Winfried Wolf, que llevaba unos cuantos días en Haití, consultó las estadísticas internacionales. Había escuchado una y mil veces que Haití es un país superpoblado. Le sorprendió descubrir que Alemania está casi tan superpoblada como Haití. Pero admitió: “Sí, Haití está superpoblado… de artistas”.

Winfried recorría los mercados sin cansarse nunca de tanto admirar las creaciones del arte popular de este país. Las haitianas y los haitianos tienen manos magas, que revuelven la basura y de la basura sacan fierros viejos, cristales rotos, maderas gastadas, cosas que parecen muertas, y esas escultoras y escultores les dan vida y alegría.

Haití es un país arrojado a la basura, tierra despreciada, tierra castigada, que ahora parece, después del terremoto, más muerta que nunca. ¿Le quedarán manos magas, capaces de resucitarla?

Uno de los sobrevivientes, que perdió a su mujer, a sus hijos, su casa, su todo, respondió a la pregunta de un periodista: “¿Y ahora? Ahora lloro. Todas las noches lloro. Aquí, en la plaza donde duermo, lloro. Y después me levanto y camino. No sé adónde. Camino. Sigo. Busco la vida. No me preguntes por qué”.

fuente


Eduardo Galeano: Haiti, La Maldición Blanca
4/4/2004



“El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.

Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.

Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que "confinar la peste en esa isla". Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería.
Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.

Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del África. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.

De la maldición blanca, no se habló.

La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
-¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?

-El anterior.

-Pues, que se restablezca.

Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves
llenas de soldados.

Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron "la deuda francesa". Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días.
Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.

A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación.
Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.

En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.

En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años.
Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.
La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.

Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.

Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.

Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.

En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso.
Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.

En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.

Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad.
Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.

Fuente: Página/12, Buenos Aires, domingo 4 de abril de 2004.


Eduardo Galeano: Los pecados de Haití.
26/7/ 1996



La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.
Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:
-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica
A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:
-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.
Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.
En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado... de artistas.
En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses".

Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: "Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas". Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".

La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.


Imágen: Inés Rubiales

Terminal Choice - New Born Enemies


Industrial / Electro
Alemania

Terminal Choice - New Born Enemies LTD (2006)



01 Introduction
02 Golden Days
03 Dont go
04 Call me
05 Little Seventeen
06 Enemy 1
07 Nothing
08 Like this
09 Devil daddy
10 God Bless U
11 Crack up
12 The sickness
13 Enemy 2
14 I Want 2 Know
15 Rockstar
16 Wrong business




Terminal Choice - Wrong business
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Terminal Choice - Rockstar
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TERMINAL CHOICE
Chris Pohl : Vocals, Programming
Louis Manke : Guitar, programming
Jens Gärtner : Loops
Gordon : Guitar, Bass



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Agustina de Villeblanche - Marqués de Sade







Agustina de Villeblanche o La Estratagema del Amor


De todos los extravíos de la naturaleza, el que más ha hecho cavilar, el que más extraño ha parecido a esos pseudofilósofos que quieren analizarlo todo sin entender nunca nada comentaba un día a una de sus mejores amigas la señorita de Villeblanche, de la que pronto tendremos ocasión de ocuparnos- es esa curiosa atracción que mujeres de una determinada idiosincrasia o de un determinado temperamento han sentido hacia personas de su mismo sexo. Y, aunque mucho antes de la inmortal Safo, y después de ella, no ha habido una sola región del universo, ni una sola ciudad, que no nos haya mostrado a mujeres de ese capricho, y, por tanto, ante pruebas tan contundentes, parecería más razonable, antes que acusar a esas mujeres de un crimen contra la naturaleza, acusar a ésta de extravagancia; con todo, nunca se ha dejado de censurarlas y, sin el imperioso ascendiente que siempre tuvo nuestro sexo, quién sabe si un Cujas, un Bartole o un Luis IX no habrían concebido la idea de condenar también al fuego a esas sensibles y desventuradas criaturas, como bien se cuidaron de promulgar leyes contra los hombres que, propensos al mismo tipo de singularidad y con razones tan igualmente convincentes, han creído bastarse entre ellos y han opinado que la unión de los sexos, tan útil para la propagación, podía muy bien no ser de tanta importancia para el placer. Dios no quiera que nosotras tomemos partido alguno en todo ello..., ¿verdad, querida? -continuaba la hermosa Agustina de Villeblanche, mientras daba a su amiga besos un tanto delatadores-. Pero en vez de hogueras y de desprecio, en lugar de sarcasmos, armas todas ellas ya totalmente romas en nuestro tiempo, ¿no sería infinitamente más sencillo, en una acción tan absolutamente indiferente a la sociedad, tan conforme con Dios, y más útil a la naturaleza de lo que pueda creerse, que se dejara a cada cual obrar a su antojo...? ¿Qué puede temerse de esta depravación...?
A toda persona verdaderamente inteligente le parecerá que puede prevenir otras peores, pero nunca se me podrá probar que tenga peligrosas consecuencias...

¡Oh, cielos!, ¿temen que los caprichos de esos individuos, de uno y otro sexo, puedan acabar con el mundo, que pongan en peligro el precioso género humano y que su pretendido crimen lo aniquile al no proceder a su multiplicación? Que lo piensen mejor y verán que todas esas quiméricas pérdidas son enteramente indiferentes a la naturaleza, que no sólo no las condena en absoluto, sino que nos demuestra con mil ejemplos que las quiere y que las desea; pues si esas pérdidas la irritasen, ¿las toleraría en tantos miles de casos?
Si la primogenitura le resultase tan esencial, ¿permitiría que una mujer no fuera apta para ella más que un tercio de su vida y que al salir de sus manos la mitad de los seres que produce tuviesen gestos contrarios a esa procreación que supuestamente exige? Digamos mejor que la naturaleza permite que las especies se multipliquen, pero que no lo exige en absoluto y que, plenamente convencida de que siempre habrá más individuos de los que hagan falta, muy lejos está de contrariar las inclinaciones de quienes no ponen en práctica la propagación y les repugna limitarse a ella. ¡Ah, dejemos actuar a esa madre excelente, convezcámonos de que sus recursos son inmensos, de que nada de lo que hagamos puede ultrajarla y de que el crimen que podría atentar contra sus leyes nunca podrá manchar nuestras manos!

La señorita de Villeblanche, de cuya lógica acabamos de apreciar una muestra, dueña ya de sus actos a la edad de veinte años y disponiendo de treinta mil libras de renta, había tomado, por gusto, la resolución de no casarse jamás; de familia distinguida sin ser ilustre, era hija de un hombre que se había enriquecido en las Indias, había dejado solamente un hijo, ella, y se había muerto sin haber podido hacer que se decidiera al matrimonio. No es necesario ocultar que era extremadamente propenso a ese tipo de inclinación cuya apología acababa de hacer Agustina, llevada de la repugnancia que sentía por el matrimonio; ya fuera por recomendación, por constitución orgánica o por dictados de la sangre (había nacido en Madras), por inspiración de la naturaleza o por lo que se quiera, la señorita de Villeblanche detestaba a los hombres y entregada en cuerpo y alma a lo que los castos oídos entienden por la palabra lesbianismo, no disfrutaba más que con su propio sexo y sólo con las Gracias se resarcía del desprecio que le inspiraba Amor.

Agustina era una verdadera perdida para los hombres: alta, digna de ser pintada, con los más hermosos cabellos castaños del mundo, una nariz algo aguileña, unos dientes maravillosos y unos ojos tan expresivos, tan vivos... con una piel de una suavidad tal y de una blancura incomparable, todo el conjunto, en suma, de un tipo de atractivo tan excitante... que era evidente que al verla tan capaz de inspirar amor y tan decidida a no amar nunca, a muchos hombres se les escapaban un número infinito de sarcasmos contra una afición por lo demás de lo más sencilla, pero que, no obstante, al privar a los altares de Pafos de una de las criaturas del universo mejor dotadas para servirlos, espoleaba el sentido del humor de los sacerdotes de Venus, como es natural. La señorita de Villeblanche se reía de buena gana de todos esos reproches, de todos aquellos comentarios malintencionados y seguía tan consagrada a sus caprichos como siempre.

La mayor de las locuras -añadía- es la de avergonzarse de las inclinaciones que hemos heredado de la naturaleza; y burlarse de cualquier individuo que tenga gustos tan singulares es tan absolutamente bárbaro como lo sería el burlarse de un hombre o de una mujer tuertos o cojos de nacimiento, pero persuadir a unos necios de estos razonables principios es como tratar de detener el curso de los astros. Para el orgullo constituye una especie de placer el burlarse de los defectos que no se tienen y ese tipo de satisfacciones resultan tan gratas al hombre y especialmente a los imbéciles, que es muy raro ver que renuncien a él... Además, todo esto se presta a murmuraciones, frías ocurrencias, estúpidos juegos de palabras y para la sociedad, es decir, para una colección de seres reunidos por el aburrimiento y moldeados por la estupidez, resulta tan agradable hablar dos o tres sin decir nada nunca, tan delicioso el brillar a costa de los demás y denunciar condenatoriamente un vicio que uno está muy lejos de tener... es una especie de tácito elogio que uno se hace a sí mismo; a ese precio uno consiente incluso en unirse a los demás para formar una cábala y aplastar a aquel individuo cuya tremenda culpa es la de no pensar como la mayoría de los mortales y uno se vuelve a casa henchido de orgullo por el ingenio demostrado cuando con semejante conducta de lo único que se ha hecho gala y a fondo es de pedantería y de cretinez.

Así opinaba la señorita de Villeblanche, y firmemente decidida a no enmendarse jamás, se burlaba de las habladurías, era lo suficientemente rica para bastarse a sí misma, no le importaba su reputación y como aspiraba a una vida placentera y no a beatitudes celestiales en las que creía más bien poco, y menos aún a una inmortalidad demasiado quimérica para su sentidos, se rodeaba, así pues, de un pequeño círculo de mujeres que pensaban como ella, con las que la encantadora Agustina se entregaba inocentemente a todos los placeres que la deleitaban. Había tenido muchos pretendientes, pero todos habían salido tan mal parados que estaban ya a punto de renunciar a esta conquista cuando un joven llamado Franville, mas o menos de su posición y por lo menos tan rico como ella, se enamoró locamente y no sólo no se cansó de sus desplantes, sino que se decidió completamente en serio a no levantar el asedio sin haberla conquistado; dio cuenta de su proyecto a sus amigos, se rieron de él, le desafiaron y el aceptó. Franville tenía dos años menos que la señorita de Villeblanche, casi no tenía barba todavía y los rasgos más delicados y los más hermosos cabellos del mundo, así como una bellísima figura; cuando se vestía de muchacha, estaba tan bien con esa ropa que siempre conseguía engañar a ambos sexos y muy a menudo, unos todavía engañados, otros sabiendo muy bien lo que les agradaba, le habían hecho proposiciones tan concretas que en el mismo día habría podido ser el Antinoo de algún Adriano o el Adonis de alguna Psyqué. Franville pensó seducir a la señorita de Villeblanche con ese atuendo; vamos a ver cómo se las arregló.

Uno de los mayores placeres de Agustina era disfrazarse de hombre en carnaval y recorrer todas las reuniones con ese disfraz tan acorde con sus gustos; Franville, que hacía espiar sus pasos y que hasta aquel momento había tenido la precaución de no dejarse ver demasiado, se enteró un día de que aquella a quien adoraba iba a acudir aquella misma noche a un baile convocado para socios de la ópera, al que podían entrar todas las máscaras y al que, siguiendo su costumbre, esa joven encantadora iba a asistir disfrazada de capitán de dragones. Se pone un vestido de mujer, hace que le arreglen, que le engalanen con el mayor esmero y distinción posibles, se da muchísimo lápiz de labios y sin máscara alguna y acompañado por una de sus hermanas, mucho menos hermosa que él, acude a la fiesta a la que la bella Agustina iba a ir a probar suerte.

Ha dado apenas tres vueltas por la sala, cuando en seguida es descubierto por la mirada conocedora de Agustina.

-¿Quién es esa hermosa joven? -pregunta la señorita de Villeblanche a la amiga que iba con ella-. Me parece que nunca la había visto en ningún otro sitio. ¿Cómo se nos ha podido escapar una criatura tan deliciosa?

Y apenas ha acabado de decir esto ya está Agustina haciendo todo lo que puede para entablar conversación con la falsa señorita de Franville, que, al principio, huye, da media vuelta, esquiva, escapa y todo para hacerse desear con más ardor; al fin es abordada y unos comentarios triviales dan paso a la conversación, que poco a poco va haciéndose más interesante.

-Hace un calor espantoso en el baile -dice la señorita de Villeblanche-; dejemos juntas a nuestras amigas y vamos a tomar un poco el aire a uno de aquellos pabellones donde se puede jugar y tomar algo fresco.

-¡Ah!, caballero -contesta Franville a la señorita de Villeblanche, fingiendo siempre que la toma por un hombre-. Realmente no me atrevo, estoy aquí sola con mi hermana, pero sé que mi madre va a venir con el marido que me ha destinado y si los dos me vieran con vos eso tendría consecuencias...

-Bueno, bueno, hay que superar todos esos temores pueriles... ¿Qué edad tenéis, ángel cautivador?

-Dieciocho años, caballero.

-¡Ah!, y yo os contesto que a los dieciocho años uno ya ha de tener derecho a hacer todo aquello que le apetezca... Vamos, vamos, y no tengáis ningún miedo -y Franville se deja arrastrar.

-¿Y qué?, encantadora criatura -prosigue Agustina conduciendo al joven al que sigue tomando por una muchacha hacia los gabinetes contiguos a la sala de baile-. ¿Qué? ¿De verdad os vais a casar...? Cómo os compadezco... ¿Y quién es ese personaje que os destinan? Apuesto que es un hombre aburrido... ¡Ah!, qué afortunado será ese hombre y cómo desearía hallarme en su lugar. ¿Accederíais, por ejemplo, a casaros conmigo? Contestad con franqueza, celestial doncella.

-Por desgracia, bien lo sabéis caballero. ¿Acaso puede uno seguir cuando es joven los impulsos de su corazón?

-Bueno, pues rechazad a ese hombre indigno; juntos nos conoceremos de un modo más íntimo, y si nos convenimos el uno al otro, ¿por qué no podríamos llegar a un acuerdo?
Gracias a Dios no me hace falta ningún tipo de autorización... Yo, aunque sólo tenga veinte años, ya soy dueño de mi patrimonio, y si pudieseis lograr que vuestros padres se decidieran en mi favor tal vez antes de ocho días podríamos estar vos y yo ligados ya por vínculos eternos.

Mientras conversaban habían salido del baile, y la hábil Agustina, que no enfilaba hacia allí su proa en busca del amor perfecto, había tenido buen cuidado de conducirle a un gabinete muy apartado que por medio de arreglos con los anfitriones siempre procuraba tener a su disposición.

-¡Oh, Dios mío! -exclama Franville al ver que Agustina cierra la puerta del gabinete y la estrecha entre sus brazos-. ¡Oh, cielos!, pero, ¿qué queréis hacer...? ¿Cómo a solas con vos y en un lugar tan apartado...? Dejadme, dejadme, os lo suplico, o al instante pediré auxilio.

-Yo te lo impediré, ángel divino -contesta Agustina, estampando su hermosa boca sobre los labios de Franville-. Grita ahora, grita sí puedes, y el purísimo soplo de tu aliento de rosa no hará sino inflamar todavía más mi corazón.

Franville se defendía con bastante languidez: resulta difícil encolerizarse demasiado cuando con tanta ternura se recibe el primer beso de todo cuanto se adora en el mundo.
Agustina, envalentonada, atacada con redoblado ímpetu, ponía en ello toda esa vehemencia que sólo conocen las encantadoras mujeres llevadas de esa clase de fantasía. Pronto las manos se extravían; Franville, jugando a la mujer que cede, deja que las suyas se paseen igualmente. Se despojan de todas sus ropas y los dedos se dirigen hacia donde ambos esperan hallar lo que tanto anhelan. En ese momento, Franville cambia bruscamente de papel.

-¡ Oh, cielos! -exclama-. ¡Pero si sois una mujer!

-¡Horrible criatura! -añade Agustina al poner su mano sobre ciertas cosas cuyo estado no permitía abrigar la menor ilusión-. ¡Y que me haya tomado tantas molestias para no encontrar más que a un hombre despreciable... ! ¡Bien desdichada tengo que ser!

-No mucho más que yo, a decir verdad -contesta Franville vistiéndose de nuevo y dando muestras del más insondable desprecio-. Me pongo un disfraz que pueda atraer a los hombres; me gustan y por eso les busco, y no encuentro más que a una p...

-¡Oh, no; una p... no! -responde Agustina con acritud-. En mi vida lo he sido. Cuando se aborrece a los hombres no se corre el peligro de ser tratada de esta manera...

-Pero, ¿cómo sois mujer y detestáis a los hombres?

-Sí, les detesto, y mirad por dónde, por la misma razón por la que vos sois hombre y detestáis a las mujeres.

-Lo único que se puede decir es que este encuentro no tiene igual.

-A mí me parece lamentabilísimo -contesta Agustina con todos los síntomas del más pésimo humor.

-A decir verdad, señorita, más fastidioso es aún para mi -responde agriamente Franville-.
Aquí me tenéis, deshonrado para tres semanas. ¿Sabéis que en nuestra orden hacemos voto de no tocar jamás a una mujer?

-Me parece que bien se puede tocar a una como yo sin deshonrarse.

-A fe mía, pequeña -continúa Franville-, no veo que haya ningún motivo especial para hacer una excepción y no entiendo por qué un vicio tenga que haceros más deseable.

-¡Un vicio...! ¿Pero cómo tenéis el valor de reprocharme los míos... teniéndolos tan execrables como los tenéis?

-Mirad -le contesta Franville-, no vayamos a pelearnos, estamos empatados; lo mejor es que nos despidamos y que no nos volvamos a ver.

Y con estas palabras se disponía a abrir las puertas.

-Un momento, un momento -exclama Agustina impidiéndoselo-. Vais a pregonar nuestra aventura a todo el mundo, lo apostaría.

-Tal vez así me divierta.

-Y por otra parte, ¿qué me importa? Gracias a Dios me siento por encima de toda murmuración; salid, caballero, salid y contad lo que os apetezca -e impidiéndoselo de nuevo-: Sabéis -le dice sonriendo-que toda esta historia es realmente extraordinaria...

Sabéis -le dice sonriendo- que toda esta historia es realmente extraordinaria... Los dos nos hemos equivocado.

-¡Ah!, pero el error es mucho más cruel -contesta Franville- para gente con gustos como los míos que para personas que compartan los vuestros..., y es que ese vacío nos repugna.

-Para seros sincera, querido amigo: podéis estar bien seguro de que lo que nos ofrecéis nos repele tanto o más aún, así pues la repugnancia es idéntica, pero no se puede negar, ¿verdad?, que la aventura ha sido divertidísima. ¿Volvéis al baile?

-No sé.

-Yo ya no vuelvo -contesta Agustina-. Habéis hecho que descubra ciertas cosas... tan desagradables... que voy a acostarme.

-Me parece muy bien.

-Pero mirad que ni siquiera es tan galante como para darme su brazo hasta mi casa. Vivo a dos pasos de aquí, no he traído mi coche y me vais a dejar así.
-No, os acompañaré encantado -contesta Franville-. Nuestras inclinaciones no nos impiden ser corteses... ¿Queréis mi mano...?, pues aquí la tenéis.

-La acepto tan sólo porque no encuentro nada mejor; algo es algo.

-Podéis estar totalmente segura de que por mi parte os la ofrezco sólo por simple caballerosidad.

Llegan a la puerta de la casa de Agustina y Franville se dispone a despedirse.

-Realmente sois encantador -dice la señorita de Villeblanche-, pero, ¿cómo vais a dejarme en la calle?

-Mil perdones -responde Franville-, no me atrevería.

-¡Ah!, ¡qué desabridos son estos hombres a los que no les gustan las mujeres!

-Es que -contesta Franville, dando su mano, no obstante, a la señorita de Villeblanche-, sabéis, señorita, desearía volver al baile cuanto antes y tratar de reparar mi estupidez.

-¿Vuestra estupidez? ¿Entonces seguís enfadado por haberme conocido?

-No he dicho eso, pero, ¿no es verdad que ambos podríamos encontrar algo mucho mejor?

-Sí, tenéis razón -contesta Agustina entrando por fin en la casa-, tenéis mucha razón, señor, pero sobre todo... porque mucho me temo que este funesto encuentro va a costarme la felicidad para toda mi vida.

-¡Cómo! ¿Es que no estáis perfectamente segura de vuestros sentimientos?

-Ayer sí lo estaba.

-¡Ah! No os atenéis a vuestras máximas.

-No me atengo a nada; me estáis poniendo nerviosa.

-Bien, ya me voy, señorita, ya me voy. Dios no permita que os siga molestando.

-No, quedaos, os lo ordeno. ¿Podréis soportar al menos una vez en vuestra vida el obedecer a una mujer?

-No hay nada que no hiciera por complaceros -contesta Franville tomando asiento-, ya os he dicho que soy galante.

-¿Sabéis que resulta abominable que a vuestra edad tengáis gustos tan perversos?

-¿Y creéis que es decoroso, a la vuestra, tener otros tan singulares?

-¡Oh!, es muy distinto, en nosotras es una cuestión de recato, de pudor..., incluso de orgullo, si queréis llamarlo así; es miedo a entregarse a un sexo que no nos seduce nunca más que para esclavizarnos... Mientras, los sentidos se van despertando y nos arreglamos entre nosotras; aprendemos a comportarnos con disimulo, se va adquiriendo un barniz de comedimiento que a menudo resulta obligado, y así la naturaleza está contenta, la decencia se observa y no se atenta contra las costumbres.

-Eso es lo que se llama un sofisma perfecto, se lleva a la práctica y sirve para justificar cualquier cosa. ¿Y qué tiene para que no podamos invocarlo asimismo en nuestro favor?

-No, en absoluto; vuestros prejuicios son tan diferentes que no podéis abrigar los mismos temores. Vuestro triunfo radica en nuestra derrota... Cuanto más numerosas son vuestras conquistas mayor es vuestra gloria, y sólo por vicio o por depravación podéis esquivar los sentimientos que os inspiramos.

-Realmente creo que me vais a convertir.

-Eso es lo que desearía.

-¿Y qué ganaría con ello si vos persistís en el error?

-Mi sexo me estaría agradecido, y como me gustan las mujeres, estaría encantada de poder trabajar para ellas.

-Si el milagro se realizara, sus efectos no iban a ser tan amplios como parece que creéis; accedería a convertirme sólo para una mujer, como mucho, con el propósito de... probar.

-Ese es un sano principio.

-Es que es verdad que hay una cierta prevención, eso pienso, al tomar un partido sin haber probado todos los demás.

-¡Cómo! ¿Nunca habéis estado con una mujer?

-Nunca, y vos... ¿podríais acaso ofrecer primicias tan absolutas?

-¡Oh, no! Primicias ninguna... Las mujeres con las que vamos son tan hábiles y tan celosas que no nos dejan nada... Pero no he estado con ningún hombre en toda mi vida.

-¿Es una promesa?

-Sí, y no deseo ni conocer ni estar con ninguno a no ser que sea tan especial como yo.

-Deploro no haber hecho ese mismo voto.

-No creo que se pueda ser más impertinente...

Y con estas palabras, la señorita de Villeblanche se levanta y dice a Franville que es muy dueño de irse. Nuestro joven amante, sin perder su sangre fría, hace una profunda reverencia y se dispone a salir.

-¿Volvéis al baile, no? -le pregunta secamente la señorita de Villeblanche, mirándole con un desprecio mezclado con el amor más ardiente.

-Pues sí, creo que ya os lo dije.

-Luego no sois merecedor del sacrificio que os ofrezco.

-¡Cómo! ¿Pero me habéis ofrecido algún sacrificio?

-Ya nunca podré hacer nada después de haber tenido la desgracia de conoceros.

-¿La desgracia?

-Vos me obligáis a usar esta expresión; sólo de vos dependería que pudiera emplear otra muy distinta.

-¿Y cómo combinaríais todo esto con vuestras inclinaciones?

-¿Qué es lo que no se abandona cuando se ama?

-De acuerdo, pero os resultaría imposible amarme.

-Desde luego, si vais a conservar hábitos tan deplorables como los que he descubierto en vos.

-¿Y si renunciara a ellos?

-Al instante inmolaría los míos en el altar del amor... ¡Ah!, pérfida criatura, ¡cuánto le cuesta a mi gloria esta declaración y tú acabas de arrancármela! -exclama Agustina arrasada en lágrimas y dejándose caer sobre un diván.

-Acabo de oír de los labios más hermosos del universo la más halagadora confesión que me sea posible escuchar -exclama Franville, arrojándose a los pies de Agustina-. ¡Ah!, objeto adorado de mi más tierno amor, reconoced mi fingimiento y dignaos a no castigarlo; a vuestros pies os imploro clemencia y así permaneceré hasta mi perdón. Junto a vos, señorita, tenéis al amante más constante, al más apasionado; pensé que esta estratagema era necesaria para vencer a un corazón cuya resistencia conocía. ¿Lo he logrado, hermosa Agustina? ¿Negareis a un amor limpio de vicios lo que os dignasteis a declarar al amante culpable..., culpable? Yo... culpable de lo que habíais creído... ¡Ah! ¿Cómo podíais pensar que pudiera existir una pasión impura en el alma de quien sólo por vos se consumía?

-¡Traidor!, me has engañado... pero te perdono...; sin embargo, así no tendrás nada que sacrificar por mí y mi orgullo se sentirá menos halagado, pero no importa, yo te lo sacrifico todo... ¡Adelante!, para complacerte renuncio con alegría a los errores a los que casi tanto como nuestros gustos nos arrastra nuestra vanidad. Ahora me doy cuenta, la naturaleza así lo exige; yo la sofocaba con desvaríos de los que ahora abjuro con toda mi alma; no se puede resistir a su imperio, ella nos creó sólo para vosotros, a vosotros no os formó más que para nosotras, observemos sus leyes, la misma voz del amor hoy me las revela, para mí habrán de ser sagradas. Aquí tenéis mi mano, señor, os tengo por hombre de honor y digno de mí. Si por un momento pude merecer la pérdida de vuestra estima, a fuerza de atenciones y de ternura quizá pueda aún reparar mis errores, y haré que reconozcáis que los de la imaginación no siempre consiguen degradar a un alma bien nacida.

Franville, colmados sus deseos, inunda con lágrimas de felicidad las bellas manos que tiene entre las suyas; se pone en pie y se arroja a los brazos que se le abren:

-¡Oh!, el día más afortunado de mi vida -exclama-. ¿Hay algo comparable a mi triunfo? Devuelvo al seno de la virtud un corazón en el que voy a reinar para siempre.

Franville abraza mil veces al divino objeto de su amor y se despiden; al día siguiente comunica su felicidad a todos sus amigos; la señorita de Villeblanche era un partido demasiado bueno para que sus padres se lo vedasen, y se casa con ella en la misma semana.
La ternura, la confianza, la más exacta ponderación y la más severa modestia coronaron su himeneo, y al convertirse en el más feliz de los mortales fue lo bastante hábil como para hacer de la más libertina de las muchachas la más fiel y virtuosa de las esposas.

Marqués de Sade
Cuentos, historietas y fábulas



Deine Lakaien - Indicator


Darkwave
Alemania
Deine Lakaien - Indicator (2010)



01. One Night
02. Who'll Save Your World
03. Gone
04. Immigrant
05. Blue Heart
06. Europe
07. Along Our Road
08. Without Your Words
09. Six O’Clock
10. Go Away Bad Dreams
11. On Your Stage Again
12. The Old Man Is Dead





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Deine Lakaien - Go away bad dreams
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DEINE LAKAIEN
Ernst Horn: piano, compositor, percusionista
Alexander Veljanov: vocal



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El mapa de la censura en la Red





El mapa de la censura en la Red
Un nuevo portal de Google detecta las webs bloqueadas por los Gobiernos


El mayor buscador de la Red presentó un nuevo portal que permite a sus usuarios saber cuándo y cómo los Gobiernos del mundo bloquean el tráfico a sus páginas web. Google lo ha bautizado como Transparency Report y supone un verdadero mapa interactivo de la censura en Internet, así como un registro de las ocasiones en que los Gobiernos y los juzgados piden información sobre los internautas u obligan a eliminar una web. En una serie de gráficos, de un periodo que abarca desde enero de 2009, la empresa ofrece detalles sobre cómo y cuándo sus servicios han sido interrumpidos. La representación gráfica del volumen de visitas a la página de vídeos YouTube en Irán, por ejemplo, cae en picado en enero de 2009, manteniéndose en zona muerta desde entonces. "En Irán no se puede acceder a YouTube desde el 12 de enero de 2009, después de las contestadas elecciones presidenciales", asegura la empresa en una nota al margen.

En España se retiraron 12 páginas en los primeros seis meses de 2010


Lo mismo sucede con YouTube en China, donde ese portal está censurado desde marzo de 2009. China vivió un tenso enfrentamiento con Google a principios de año, cuando el buscador decidió dejar de censurarse y no acatar los dictados del régimen comunista de Pekín. Entre marzo y junio redirigió automáticamente el tráfico de su buscador chino a una página no censurada de Hong Kong, región autónoma en el país. Junto a los gráficos de censura, Google pone al alcance del internauta un mapa donde detalla el número de peticiones de información sobre el tráfico web que recibe de los distintos Gobiernos. La empresa comenzó a anunciar esa información en abril. De China no ofrece datos, ya que el país considera esas peticiones como un secreto de Estado.

A falta de información sobre China, es EE UU el país que más datos requiere sobre la navegación online de los internautas: 4.287 peticiones de enero a junio. Entre ellas se encuentran las solicitudes de la Agencia de Seguridad Nacional sobre las búsquedas de ciudadanos sospechosos de terrorismo. A EE UU le siguen Brasil, India y Reino Unido. Brasil es el país que más páginas alojadas en los servidores de Google ha obligado a retirar: 398 en total.

En España hubo 372 peticiones de información sobre internautas y se retiraron 12 páginas en los primeros seis meses de 2010. En marzo, Google incluyó a España en una lista de países que censuran la Red, presentada oficialmente ante el Congreso federal de EE UU, por la orden de un juez en 2007 de que se retiraran diversas páginas que llamaban al boicot de productos catalanes.

"La libre expresión es central en el negocio de Google", asegura David Drummond, vicepresidente ejecutivo de la empresa, en su blog. "Esperamos que este paso hacia una mayor transparencia y estas herramientas amplíen en algo los debates existentes sobre la libertad de información". La empresa, cuyos dos fundadores crearon en 1998 con el eslogan no oficial de "no hagas el mal", ha recibido numerosas críticas por someterse a la censura china. El hecho de que acumule un creciente número de servicios (correo electrónico, vídeos y libros electrónicos) ha llevado a sus críticos a asegurar que puede facilitar un mayor espionaje de sus clientes.

fuente

Liv Kristine - Skintight


Gothic Rock
Norway
Liv Kristine - Skintight (2010)



01. Skintight
02. Twofold
03. Train to Somewhere
04. Love in Grey
05. Emotional Catastrophes
06. Life Line
07. Boy at the Window
08. Wonders
09. Versified Harmonies
10. The Rarest Flower




Liv Kristine - Skintight
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Liv Kristine - The Rarest Flower
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LIV KRISTINE
Liv Kristine Espenæs Krull - Vocals
Thorsten Bauer - Acoustic/Electric Guitars
Alexander Krull - Keyboards, Programming



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La Muerte Rosa - André Bretón





La Muerte Rosa
André Bretón

Los pulpos alados guiarán por última vez la barca cuyas
velas están hechas de ese solo día hora a hora
Es la velada única tras la cual sentirás subir por tus cabellos
el sol blanco y negro
De los calabozos rezumará un licor más fuerte que la muerte
Cuando se la contempla desde lo alto de un precipicio
Los cometas se posarán suavemente en los bosques antes
de fulminarlos
Y todo pasará dentro del amor indivisible
Si el motivo de los ríos nunca desaparece
Antes de que sea completamente de noche observarás
La gran pausa de la plata
Sobre un pescador en flor aparecerán las manos
Que escribieron estos versos y que serán husos de plata también
Y también golondrinas de plata sobre el oficio de la lluvia
Verás el horizonte abrirse y de pronto habrá acabado el
beso del espacio
Pero el miedo ya no existirá más y los cristales del cielo y del mar
Volarán por el viento con más fuerza que nosotros
Qué haré yo con el temblor de tu voz
Sonríe danzarina alrededor del único lustro que no caerá
Trampa del tiempo
Subiré los corazones de los hombres
Para una suprema lapidación
Mi hambre dará vueltas como un diamante demasiado tallado
Trenzará los cabellos de su hijo el fuego
Silencio y vida
Pero los nombres de los amantes se olvidarán
Como la adónica gota de sangre
En la luz enloquecida
Mañana engañarás a tu propia juventud
A tu gran juventud luciérnaga
Los ecos solos harán moldes de todos los lugares que existieron
Y en la infinita vegetación transparente
Te pasearás con la celeridad
Que se pide a los animales de los bosques
Acaso te desgranes entre mis despojos
Sin verlos lo mismo que uno se arroja sobre un arma fluctuante
Pero yo perteneceré al vacío semejante a los Peldaños
De una escalera cuyo movimiento se llama muy penoso
Para ti los perfumes desde entonces los perfumes prohibidos
Lo angélico
Bajo el musgo esponjoso y bajo tus pasos que no existen
Mis sueños serán vanos y formales como el rumor de los
párpados del agua en la sombra
Me introduciré en los tuyos para sondear la profundidad
de tus lágrimas
Mis llamadas te dejarán dulcemente vacilante
Y en el tren hecho de tortugas de hielo
No tendrás que tirar de la señal de alarma
Llegarás sola a esta playa perdida
Donde una estrella descenderá sobre tus equipajes de arena

Versión de Manuel Álvarez Ortega
Imágen: Marion Bolognesi (acuarela)


Lenore, "La Hermosa Niña Muerta"



Lenore, "La Hermosa Niña Muerta" es un personaje ficticio creado por Roman Dirge, inspirado en el poema "Lenore," de Edgar Allan Poe.



Lenore la niña muerta


Era una niña normal de 10 años de edad. Tenía cabello negro y ojos pizpiretos. Era una súper-dúper niña. Pero un día se puso muy enferma, hasta que ya no lo estuvo más, es decir, murió... O eso parecía, ya que incluso la enviaron a la Morgue, introdujeron en sus venas un líquido 'embálmico' y la declararon clínicamente muerta.

Luego de todo el proceso de 'declarar muerto a alguien' Lenore despertó en la morgue gritando: "just sleepin'!" (sólo dormía!!) asustando al médico encargado de los cadáveres. Para entonces era muy tarde ya que el líquido 'embálmico' había recorrido todo el cuerpo de Lenore, dejándolo en un estado muerto pero con capacidades de los vivos. Toda una ironía.

El médico que la atendió mientras se encontraba enferma -y el que la consideró muerta- digo que quizá Lenore pasaba por uno de esos sueños letárgicos. Lo único que podía hacer era dejarla ir a la 'reunión que todos los familiares de la niña muerta hacían en su honor' -El Funeral-... Al llegar a la 'reunión', la familia de Lenore parecía ya no comprenderla ni saber quién era, así que la rechazaron temerosos de su nuevo estado. Inclusive uno de sus primos dijo que Lenore parecía un panda.

Lenore se encontraba destrozada, triste y desamparada. Era tiempo de que ella iniciara una nueva vida... muerta... Sí, eso...

A pesar de ya no contar con su antigua familia, ella pudo ganar la comprensión, el apoyo y el... amor?... de una nueva familia compuesta por miembros bastante excéntricos, extraños e inclusive terroríficos... Pero al fin y al cabo familia. Incluso pudo llegar a tener su primer 'novio'...

La niña muerta, finalmente se sobrepuso a la pérdida de sus antiguos seres queridos. Desarrolló una nueva personalidad que incluía una extraña afición por jugar con pequeños animales, ya sean vivos o muertos, así como pasar el tiempo asesinando gnomos, gatos, ratones, hadas...

Actualmente habita una enorme casa tenebrosa rodeada de una infinidad de gatos muertos -y vivos- así como su mejor amigo Ragamuffin. El vecino que cuida de ella y a su vez ella cuida de Malakai, Taxidermio. Así como su 'novio' de 20 segundos, el Mr. Gosh.

Lenore disfruta, además de jugar con animales, realizar sus siempre populares fiestas de té, donde invita a sus amigos.

Esta hermosa niña muerta no es una chiquilla extraña ni loca... bueno, un poco... En realidad sólo es una chica especial encerrada en un mundo extraño, ya que el mundo 'normal' no la aceptó ni la comprendió. A pesar de ello, Lenore vive feliz, satisfecha, contenta y... Vive, a pesar de su estado 'mortal'.




Comics (en inglés y español)






Lenore : El Nuevo Juguete (sub español)
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Lenore : Ragamuffin (sub español)
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Lenore : Bloaty la rana...(sub español)
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Personajes

Lenore
Lenore es una niña no-muerta, zombie, de 10 años que vive en una tenebrosa mansión con sus otros escalofriantes amigos.Que en vida, enfermó gravemente y sus padres al ver su hermosura decidieron embalsamarla. Sin embargo ella sigue viva e incluso es consciente de su calidad de "muerta-viva". en la edición número 14 se revela más sobre su origen. Su personaje ha pasado de ser malicioso en sus primeros comics, lastimando gente por venganza, a un personaje oscuro que mata gente por "accidente", por el hecho de que generalmente desconoce su entorno así como el hecho de que está muerta. Lenore dice que ama a los animales (especialmente a los gatos), aunque constantemente mata a sus mascotas.

Ragamuffin
Ragamuffin a pimera vista parece un muñeco con gusanos como cabello relleno de poliéster , pero tiene una interesante historia y personalidad. Ragamuffin fue un vampiro que se alimentaba de carne de vivos. Una noche atacó a una joven mujer y se la comió, pero desafortunadamente, era la hermana de una poderosa bruja. La bruja lo maldijo convirtiéndolo en un muñeco. La maldición solo podía ser rota con una gota de sangre, pero como la sangre de Lenore fue mezclada con fluído de embalsamiento revivió pero nunca dejará de ser un muñeco (aunque fue brevemente transformado de nuevo en su cuerpo al final de la edición #11, pero regresado a su forma de muñeco en el último cuadro de la edición #12). Vive con Lenore en su vieja mansión y tiene el dudoso placer de ser su paciente cuidador en la mayoría de sus aventuras.
Ragamuffin es un poco inseguro en algunas de las locas ideas de Lenore. Sin embargo, como se muestra en comics posteriores, Ragamuffin es muy fiel a Lenore, a menudo le ayuda en sus planes en los episodios animados. Incluso amenaza y golpea al Sr. Gosh cuando molesta a Lenore. En la edición #9, cuando Lenore se enamora brevemente del Sr. Gosh (cuando se quita su máscara) y manda lejos a Ragamuffin, el parece herido y le dice que tiene sentimientos.

Mr. Gosh
Mr. Gosh parece ser un títere de calcetín del tamaño de un humano con botones como ojos, pero es una persona muerta con una bolsa en su cabeza. Está loca y obsesivamente enamorado de Lenore. Incluso cuando ha sido asesinado en varias ocasiones por Lenore, el regresa de la tumba; a menudo diciendo que la perdona por matarlo, pues supone que siempre lo hace por "accidente". También es impopular entre algunos de los amigos de Lenore, especialmente Ragamuffin.
Algunas de sus lesiones incluyen: ser envenenado, prendido en fuego, golpeado con una pala, apuñalado en la cabeza 6 veces, la explosión de su cabeza, aún así ama a Lenore con todo su corazón.

Taxidermy
Taxidermy es un hombre con la cabeza de un ciervo embalsamado, amigo de Lenore. Dice que su extraña apariencia es una 'condición médica'.Tiene una pequeña mascota llamada Malakai. Taxidermy lidera una horda de animales disecados. Esta horda aparece ocasionalmente para ayudar a Lenore y sus amigos contra sus enemigos.

Muffin Monster
El Muffin Monster tuvo su primer aparición en la edición #5 en la fiesta de té de Lenore. No se sabe mucho de él a excepción de que le gustan los muffins que parecen provocarle gases.

Kitty
A menudo Lenore lleva consigo un gatito muerto. El gatito no estaba muerto cuando Lenore lo obtuvo, pero accidentalmente mata a cada gatito que cuida. Incluso es confrontada por el espíritu del "Gatito #12" sobre su cruel comportamiento con los animales, ella dice que ellos eran malos.

Pooty Applewater(Dark Minion of the 9th layer of hell)
Pooty hizo su primera aparición en el cómic #9 como un cazarecompensas enviado a devolver a Lenore al inframundo. Ella lo convenció para dejarle quedarse y se convirtió en uno de sus amigos, desarrollando un papel importante (o más o menos) en las batallas que siguieron. Tiene un pequeño y extraño cubo de agua como cabeza y lleva un tridente.

Zombies Nazis
Versiones zombie de soldados nazis muertos que ascienden del inframundo luego que Lenore accidentalmente los liberara. Su misión una vez en la Tierra es capturar a Lenore, lo cual están cerca de lograr. Sin embargo, ellos se ven enfrentados y obstaculizados por Ragamuffin, temporalmente revertido a su estado original de vampiro, quien además cuenta con la ayuda de los extraños vecinos de Lenore, incluyendo a Taxidermy. Esta trama transcurre entre los cómics #9 al #12.

Wicket Willowbean
Wicket fue introducido en el cómic 13 y dice ser el primo de Pooty. A pesar de revelarse a sí mismo como un horrible monstruo del infierno, luego muestra su verdadera forma (supuestamente más trerrorifica), la cual es básicamente Pooty con casco.

Ouchie Boo-Boo
Hace su aparición en el cómic #10. Ouchie Boo-Boo es enviada a capturar a Pooty y Lenore para regresarlos al inframundo, disfrazándose de 'hermana de Lenore', resultando ser una hábil oponente, sin embargo Pooty mata a Ouchie en el cómic #11.



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