El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Frases de Anaïs Nin



Frases - Anaïs Nin

“Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo”

"El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía."


"La vida se dilata o expande en proporción al propio coraje"


"Sólo el latido unísono del sexo y el corazón puede crear éxtasis"


"No vemos jamás las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos"


"Sólo creo en el fuego. Vida Fuego.Estando yo misma en llamas enciendo a otros. Jamás muerte. Fuego y vida"

"La única anormalidad es la incapacidad de amar"


"Yo, con un instinto profundo, elijo un hombre que provoca mi fuerza, que ejerce demandas enormes sobre mi, que no duda de mi coraje ni mi rudeza, que tiene coraje de tratarme como una mujer"

"Es la culpa, el miedo, la impotencia lo que hace crueles a los hombres"


"La carne contra la carne produce un perfume, pero el roce de las palabras no engendra sino sufrimiento y división"


"Hay sólo dos clases de libertad en el mundo; la libertad del rico y poderoso, y la libertad del artista y el monje que tienen el coraje de renunciar a las posesiones"

"Cuando haces un mundo tolerable para vos, haces un mundo tolerable para otros"


"Somos como escultores, constantemente tallando en los demás imágenes que anhelamos, necesitamos o deseamos, a menudo en contra de la realidad, contra su beneficio, y siempre, al final, un desengaño, porque no se ajusta a ellos"


La Naturaleza no es Muda - Eduardo Galeano




La naturaleza no es muda
Eduardo Galeano

El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.

Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.

La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.
Un objeto que quiere ser sujeto

Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.

En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.

¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.

Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.

Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos... Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de 120 años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.
Gritos y susurros

Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la nueva Constitución de Ecuador.

Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia. Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco vomitó impunemente 18 mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y estaba dirigida por Condoleezza Rice. Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco continuaba contaminando el mundo.

Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y no es por casualidad que la Asamblea Constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de renacimiento nacional con el ideal de vida del sumak kausai. Eso significa, en lengua quichua, vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.

Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar otro futuro aposible.

Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios y después en nombre de la civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las consecuencias de ese divorcio obligatorio.



La Muerte - Mario Benedetti




LA MUERTE
Mario Benedetti

Conviene que te prepares para lo peor.
Así, en la entonación preocupada y amiga de Octavio, no sólo médico sino sobre
todo ex compañero de liceo, la frase socorrida, casi sin detenerse en el oído de
Marlano, había repercutido en su vientre, allí donde el dolor insistía desde
hacía cuatro semanas. En aquel instante había disimulado, había sonreído
amargamente, y hasta había dicho: «no te preocupes, hace mucho que estoy
preparado». Mentira, no lo estaba, no lo había estado nunca. Cuando le había
pedido encarecidamente a Octavio que, en mérito a su antigua amistad («te juro
que yo sería capaz de hacer lo mismo contigo»), le dijera el diagnóstico
verdadero, lo había hecho con la secreta esperanza de que el viejo camarada le
dijera la verdad, sí, pero que esa verdad fuera su salvación y no su condena.
Pero Octavio había tomado al pie de la letra su apelación al antiguo afecto que
los unía, le había consagrado una hora y media de su acosado tiempo para
examinarlo y reexaminarlo, y luego, con los ojos inevitablemente húmedos tras
los gruesos cristales, había empezado a dorarle la píldora: «Es imposible
decirte desde ya de qué se trata. Habrá que hacer análisis, radiografías una
completa historia clínica. Y eso va a demorar un poco. Lo único que podría
decirte es que de este primer examen no saco una buena impresión. Te descuidaste
mucho. Debías haberme visto no bien sentiste la primera molestia.» Y luego el
anuncio del primer golpe directo: «Ya que me pedís, en nombre de nuestra
amistad, que sea estrictamente sincero contigo, te diría que, por las dudas ...
» Y se había detenido, se había quitado los anteojos, y los había limpiado con
el borde de la túnica. lJn gesto escasamente profiláctico, había alcanzado a
pensar Marlano en medio de su desgarradora expectativa. «Por las dudas ¿qué?»,
preguntó, tratando de que el tono fuera sobrio, casi indiferente. Y ahí se
desplomó el cielo: «Conviene que te prepares para lo peor. »
De eso hacía nueve días. Después vino la serie de análisis, radiografias, etc.
Había aguantado los pinchazos y las propias desnudeces con una entereza de la
que no se creía capaz. En una sola ocasión, cuando volvió a casa y se encontró
solo (Agueda había salido con los chicos, su padre estaba en el Interior), había
perdido todo dominio de sí mismo, y allí, de pie, frente a la ventana abierta de
par en par, en su estudio inundado por el más espléndido sol de otoño, había
llorado como una criatura, sin molestarse siquiera por enjugar sus lágrimas.
Esperanza, esperanzas, hay esperanza, hay esperanzas, unas veces en singular y
otras en plural; Octavio se lo había repetido de cien modos distintos, con
sonrisas, con bromas, con piedad, con palmadas amistosas, con semiabrazos, con
recuerdos del liceo, con saludos a Agueda, con ceño escéptico, con ojos
entornados, con tics nerviosos, con preguntas sobre los chicos. Seguramente
estaba arrepentido de haber sido brutalmente sincero y quería de algún modo
amortiguar los efectos del golpe. Seguramente. Pero ¿y si hubiera esperanzas? 0
una sola. Alcanzaba con una escueta esperanza, un a diminuta esperancita en
mínimo singular. ¿Y si los análisis, las placas, y otros fastidios, decían al
fin en su lenguaje esotérico, en su profecía en clave, que la vida tenía permiso
para unos años más? No pedía mucho: cinco años, mejor diez. Ahora que atravesaba
la Plaza Independencia para encontrarse con Octavio y su dictamen final (condena
o aplazamiento o absolución), sentía que esos singulares y plurales de la
esperanza habían, pese a todo, germinado en él. Quizá ello se debía a que el
dolor había disminuido considerablemente, aunque no se le ocultaba que acaso
tuvieran algo que ver con ese alivio las pastillas recetadas por Octavio e
ingeridas puntualmente por él. Pero, mientras tanto, al acercarse a la meta, su
expectativa se volvía casi insoportable. En determinado momento, se le aflojaron
las piernas; se dijo que no podía llegar al consultorio en ese estado, y decidió
sentarse en un banco de la plaza. Rechazó con la cabeza la oferta del
lustrabotas (no se sentía con fuerzas como para entablar el consabido diálogo
sobre el tiempo y la inflación), y esperó a tranquilizarse. Agueda y Susana.
Susana y Agueda. ¿Cuál sería el orden preferencial? ¿Ni siquiera en este
instante era capaz de decidirlo? ÿgueda era la comprensión y la incomprensión ya
estratificadas; la frontera ya sin litigios; el presente repetido (pero también
había una calidez insustituible en la repetición); los años y años de
pronosticarse mutuamente, de saberse de memoria; los dos hijos, los dos hijos.
Susana era la clandestinidad, la sorpresa (pero también la sorpresa iba
evolucionando hacia el hábito), las zonas de vida desconocida, no compartidas,
en sombra; la reyerta y la reconciliación conmovedoras; los celos conservadores
y los celos revolucionarios; la frontera indecisa, la caricia nueva (que
insensiblemente se iba pareciendo al gesto repetido), el no pronosticarse sino
adivinarse, el no saberse de memoria sino de intuición. Agueda y Susana, Susana
y ÿgueda. No podía decidirlo. Y no podía (acababa de advertirlo en el preciso
instante en que debió saludar con la mano a un antiguo compañero de trabajo),
sencillamente porque pensaba en ellas como cosas suyas, como sectores de Mariano
Ojeda, y no como vidas independientes, como seres que vivían por cuenta y
propios. Agueda y Susana, Susana y Agueda, eran en este instante partes de su
organismo, tan suyas como esa abyecta, fatigada entraña que lo amenazaba. Además
estaban Coco y sobre todo Selvita, claro, pero él no quería, no, no quería, no,
no quería ahora pensar en los chicos, aunque se daba cuenta de que en algún
momento tendría que afrontarlo, no quería pensar porque entonces sí se
derrumbaría y ni siquiera tendría fuerzas para llegar al consultorio. Había que
ser honesto, sin embargo, y reconocer de antemano que allí iba a ser menos
egoísta, más increíblemente generoso, porque si se destrozaba en ese pensamiento
(y seguramente se iba a destrozar) no sería pensando en sí mismo sino en ellos,
o por lo menos más en ellos que en sí mismo, más en la novata tristeza que los
acechaba que en la propia y veterana noción de quedarse sin ellos. Sin ellos,
bah, sin nadie, sin nada. Sin los hijos, sin la mujer, sin la amante. Pero
también sin el sol, este sol; sin esas nubes flacas, esmirriadas, a tono con el
país; sin esos pobres, avergonzados, legítimos restos de la Pasiva; sin la
rutina (bendita, querida, dulce, afrodisíaco, abrigada, perfecta rutina) de la
Cala Núm. 3 y sus arqueos y sus largamente buscadas pero siempre halladas
diferencias; sin su minuciosa lectura del diario en el café, junto al gran
ventanal de Andes; sin su cruce de bromas con el mozo; sin los vértigos dulzones
que sobrevienen al mirar el mar y sobre todo al mirar el cielo; sin esta gente
apurada, feliz porque no sabe nada de si misma, que corre a mentirse, a asegurar
su butaca en la eternidad o a comentar el encantador heroísmo de los otros; sin
el descanso como bálsamo; sin los libros como borrachera; sin el alcohol como
resorte; sin el sueño como muerte; sin la vida como vigilia; sin la vida,
simplemente.
Ahí tocó fondo su desesperación, y, paradójicamente, eso mismo le permitió
rehacerse. Se puso de pie, comprobó que las piernas le respondían, y acabó de
cruzar la plaza. Entró en el café, pidió un cortado, lo tomó lentamente, sin
agitación exterior ni interior, con la mente poco menos que en blanco. Vio cómo
el sol se debilitaba, cómo iban desapareciendo sus últimas estrías. Antes de que
se encendieran los focos del alumbrado, pagó su consumición, dejó la propina de
siempre, y caminó cuatro cuadras, dobló por Río Negro a la derecha, y a mitad de
cuadra se detuvo, subió hasta un quinto piso, y oprimió el botón del timbre
'unto a la chapita de bronce: Dr. Octavio Massa, médico.
-Lo que me temía.
Lo que me temía era, en estas circunstancias, sinónimo de lo peor. Octavio había
hablado larga, calmosamenre, había recurrido sin duda a su mejor repertorio en
materia de consuelo y confortación, pero Mariano lo había oído en silencio,
incluso con una sonrisa estable que no tenía por objeto desorientar a su amigo,
pero que con seguridad lo había desorientado. «Pero si estoy bien», dijo tan
sólo, cuando Octavio lo interrogó, preocupado. «Además», dijo el médico, con el
tono de quien extrae de la manga un naipe oculto, «además vamos a hacer todo lo
que sea necesario, y estoy seguro, entendés, seguro, que una operación sería un
éxito. Por otra parte, no hay demasiada urgencia. Tenemos por lo menos un par de
semanas para fortalecerse con calma, con paciencia, con regularidad. No te digo
que debas alegrarte, Mariano, ni despreocuparte, pero tampoco es para tomarlo a
la tremenda. Hoy en día estamos mucho mejor armados para luchar contra ... » Y
así sucesivamente Mariano sintió de pronto una implacable urgencia en abandonar
el consultorio, no precisamente para volver a la desesperación. La seguridad del
diagnóstico le había provocado, era increíble, una sensación de alivio, pero
también la necesidad de estar solo, algo así como una ansiosa curiosidad por
disfrutar la nueva certeza. Así, mientras Octavio seguía diciendo: «... y además
da la casualidad que soy bastante amigo del médico de tu Banco, así que no habrá
ningún inconveniente para que te tomes todo el tiempo necesario y.. », Mariano
sonreía, y no era la suya una sonrisa amarga, resentida, sino (por primera vez
en muchos días) de algún modo satisfecha, conforme.
Desde que salió del ascensor y vio nuevamente la calle, se enfrentó a un estado
de ánimo que le pareció una revelación. Era de noche, claro, pero ¿por qué las
luces quedaban tan lejos? ¿Por qué no entendía, ni quería entender, la leyenda
móvil del letrero luminoso que estaba frente a él? La calle era un gran canal,
sí, pero ¿por qué esas figuras, que pasaban a medio metro de su mano, eran sin
embargo imágenes desprendidas, como percibidas en un film que tuviera color pero
que en cambio se beneficiara (porque en realidad era una mejora) con una banda
sonora sin ajuste, en la que cada ruido llegaba a él como a través de infinitos
intermediarios, hasta dejar en sus oídos sólo un amortiguado eco de otros ecos
amortiguados? La calle era un canal cada vez más ancho, de acuerdo, pero ¿por
qué las casas de enfrente se empequeñecían hasta abandonarlo, hasta dejarlo
enclaustrado en su estupefacción? Un canal, nada menos que un canal, pero ¿por
qué los focos de los autos que se acercaban velozmente, se iban reduciendo,
reduciendo, hasta parecer linternas de bolsillo? Tuvo la sensación de que la
baldosa que pisaba se convertía de pronto en una isla, una baldosa leprosa que
era higiénicamente discriminada por las baldosas saludables. Tuvo la sensación
de que los objetos se iban, se apartaban locamente de él pero sin admitir que se
apartaban. Una fuga hipócrita, eso mismo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
De todos modos, aquella vertiginosa huida de las cosas y de los seres, del suelo
y del cielo, le daba una suerte de poder. ¿Y esto podía ser la muerte, nada más
que esto?, pensó con inesperada avidez. Sin embargo estaba vivo. Ni Agueda, ni
Susana, ni Coco, ni Selvita, ni Octavio, ni su padre en el Interior, ni la Caja
Núm. 3. Sólo ese foco de luz, enorme, es decir enorme al principio, que venía
quién sabe de dónde, no tan enorme después, valía la pena dejar la isla baldosa,
más chico luego, valía la pena afrontarlo todo en medio de la calle, pequeño,
más pequeño, sí, insignificante, aquí mismo, no importa que los demás huyan, si
el foco, el foquito, se acerca alejándose, aquí mismo, aquí mismo, la
linternita, la luciérnaga, cada vez más lejos y más cerca, a diez kilómetros y
también a diez centímetros de unos ojos que nunca más habrán de encandilarse.



Midnattsol - Nordlys (2008)


Folk Metal / Gothic Metal
Midnattsol - Nordlys (2008)(Retail)

01 Open Your Eyes
02. skogens Lengsel
03. northern Light
04. konkylie
05. wintertimes
06. race Of Time
07. new Horizon
08. river Of Virgin Soil
09. En Natt I Nord



Cosmos - Carl Sagan


Cosmos - Carl Sagan

"¿Por qué motivo tendría que ocuparme en buscar los secretos de las estrellas si
tengo continuamente, ante mis ojos a la muerte y a la esclavitud?"

Cosmos: Un viaje personal (en inglés Cosmos: A Personal Voyage), es el título de una obra de divulgación científica producida por Carl Sagan y Ann Druyan para difundir la historia de la astronomía, el origen de la vida, nuestro lugar en el universo, las modernas visiones de la cosmología y las últimas noticias de la exploración espacial; en particular, las misiones Voyager. Fue editada en 1980, junto con un programa de televisión en trece episodios que contó con música incidental de Vangelis. Se ha emitido en 60 países y ha sido vista por más de 500 millones de personas. Basándose en esta serie de documentales escribió el libro Cosmos.



La Historia del Tiempo - Stephen Hawking




La Historia del Tiempo
Stephen Hawking

( comentada por Iria Fernández Cid)

Capítulo 8: El origen y el destino del universo

Einstein predijo en su teoría, que el universo tendría un final en una singularidad, el big crunch, o bien en una singularidad dentro de un agujero negro; ya que su inicio fue la singularidad del big bang.

Hawking, pensó en la posibilidad de que el espacio – tiempo fuese finito, que no tuviese ninguna frontera, por lo que no habrá ningún principio.

Existe un "modelo de big bang caliente", basado en un modelo de Friedmann, que dice que conforme el universo se expande, toda la materia o radiación existente en él se enfría. A temperaturas muy altas, las partículas se moverían muy deprisa, por lo que serían capaces de vencer cualquier atracción entre ellas debida a las fuerzas nucleares o electromagnéticas. Las partículas comenzarían a agruparse, a medida que se enfriasen.

En el momento del big bang, se cree que el tamaño del universo era nulo, estando infinitamente caliente; y a medida que se iba expandiendo, la temperatura disminuía. El universo contendría entonces, fotones, electrones, neutrinos, sus antipartículas y algunos protones y neutrones. La mayoría de los electrones y los antielectrones se habrían aniquilado, produciendo más fotones. Los neutrinos y los antineutrinos, no se habrían aniquilado; por lo que si pudiéramos, deberíamos verlos. Pueden ser una forma de "materia oscura". Unos cien segundos después del big bang, habrá una temperatura a la que los protones y neutrones no podrían vencer la atracción de la interacción nuclear fuerte, produciendo átomos de deuterio. Éstos se combinarían con más protones y neutrones, dando núcleos de helio, y también berilio y litio.

George Gamow, fue el que hizo esta imagen del universo en su inicio. En un artículo, dijo que la radiación, en forma de fotones, de las etapas tempranas del universo caliente, debían permanecer hoy en día; lo que podría explicar la gran existencia de helio en nuestro universo.

La producción de helio y más elementos se habría detenido después de unas horas del big bang. Sin grandes cambios, el universo se expandiría durante un millón de años. Cuando la temperatura bajase, y los electrones y núcleos no pudiesen vencer la atracción electromagnética, se combinarían dando átomos. Se seguiría expandiendo y enfriándose, aunque algunas regiones serían frenadas y en algunos casos comenzarían a colapsarse. Ésta región se haría más pequeña y aumentaría su velocidad, hasta que llegara a alcanzar la velocidad suficiente para compensar la atracción de la gravedad, y se formarían las galaxias giratorias en forma de disco. Aquellas que no adquirieran rotación, serían galaxias elípticas. Entonces el gas de hidrógeno y el de helio de éstas, formaría nubes más pequeñas que comenzarían a colapsarse por su gravedad. La temperatura del gas aumentaría, iniciándose reacciones de fusión nuclear; convirtiéndose el hidrógeno en helio; aumentaría la presión, impidiendo la contracción de las nubes. Esas nubes serían estables cierto tiempo, como estrellas parecidas a nuestro Sol. Aquellas estrellas de una masa mayor, consumirán su hidrógeno más rápidamente, contrayéndose y calentándose, convirtiendo el helio en carbono u oxígeno. Sus regiones centrales colapsarían en un estado muy denso, como una estrella de neutrones o un agujero negro. Sus regiones externas podrían desprenderse en una explosión, supernova, de un gran brillo. Algunos de los elementos de esa estrella volverían a ser arrojados a la galaxia, para formar parte de próximas estrellas.

La Tierra, estaba muy caliente en un principio y no tenía atmósfera. Poco a poco se enfrió, adquiriendo una atmósfera primitiva que contenía gases venenosos para los humanos. Entonces surgieron unas formas de vida, probablemente por casualidad, que se fueron combinando, para dar cada vez organismos más complicados. Finalmente, estas formas de vida consumirían los gases venenosos y expulsarían oxígeno, cambiando así la atmósfera, llegando a la composición de hoy en día; apareciendo seres como los que conocemos.

Existen algunas preguntas a las que no hemos encontrado respuesta, referentes al universo:

1)
¿Por qué el universo primitivo estaba tan caliente?

2)
¿Por qué el universo es tan uniforme a gran escala? ¿Por qué parece el mismo en todos los puntos del espacio y en todas direcciones?

3)
¿Por qué comenzó el universo con una velocidad de expansión tan próxima a la velocidad crítica?

4)
¿Cuál fue el origen de las fluctuaciones de densidad?

La teoría de la relatividad no puede responder a estas preguntas. Se conocen unas leyes, dentro del principio de incertidumbre, que nos dicen cómo evoluciona el universo en el tiempo si conocemos su estado en cualquier momento. Estas leyes pudieron haber sido dictadas por Dios, y que ahora Éste ya no interviene. Pero los hechos no ocurren de una forma arbitraria, ya que reflejan un orden subyacente que puede estar divinamente inspirado o no.

Existen las llamadas condiciones de contorno caóticas, que suponen que el universo es espacialmente infinito o que hay infinitos universos. El estado inicial del universo sería puramente al azar, y sería muy caótico e irregular, ya que hay más configuraciones caóticas y desordenadas que lo contrario. Si esta afirmación sobre el universo fuese cierta, existirían, probablemente, algunas grandes regiones que habrían comenzado de una forma suave y uniforme; y nosotros podríamos estar en una de esas regiones. Surge entonces el principio antrópico, por el que "vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos". Hay dos versiones de este principio: la débil (en un universo infinito o grande, en el espacio y /o tiempo, las condiciones necesarias para la existencia de seres inteligentes, se darán sólo en ciertas regiones limitadas en el tiempo y en el espacio), y la fuerte (o hay muchos universos diferentes, o muchas regiones diferentes en un único universo, cada uno/a con su propia configuración inicial y, tal vez, con su propio conjunto de leyes de la ciencia). Esta última versión, va en contra de la corriente de toda la historia de la ciencia; y además se acaba reduciendo al débil.

Si aceptamos el modelo del big bang caliente, tenemos que tener en cuenta de que no hubo tiempo suficiente para que el calor fluyese de una región a otra del universo primitivo. Por ello, sería muy difícil explicar por qué comenzó así, a no ser que se piense en la intervención de un Dios.

Alan Guth, propuso que el universo primitivo pudo haber pasado por un una etapa de expansión rápida, llamada "inflacionaria", expandiéndose de una forma creciente, en contra de cómo lo hace hoy en día. Sugirió que el inicio del universo, fue un estado muy caliente y caótico. Las partículas se movían rápidamente debido a las altas energías. El universo se iba expandiendo, y se enfriaba; produciéndose la transición de fase, y se rompía la simetría entre fuerzas; aunque la temperatura podría estar por debajo del valor crítico, que la simetría no se rompería, provocando un estado inestable, con más energía que produciría un efecto antigravitatorio. En este universo la expansión sería acelerada, y habría tiempo suficiente para que la luz viajase de una región a otra en el primitivo.

La idea de inflación, nos dice que todas las partículas del universo, se crean a partir de energía. La energía del universo es cero. La materia está hecha de energía positiva, que se atrae a sí misma por la gravedad; y el campo gravitatorio, puede decirse que tiene energía negativa que anula a la anterior.

El universo actualmente no está expandiendo de una forma inflacionaria, ya que lo observamos hoy en día no corresponde con lo que deberíamos ver.

En 1981, Linde propuso otro modelo del universo, también basado en "burbujas", sólo que la ruptura de simetría era lente. Esta teoría tuvo un fallo, y más tarde, Steinhardt y Albrecht la utilizaron como base para "el nuevo modelo inflacionario". Éste tampoco estaba de acuerdo con lo que se observaba. En 1983, Linde propuso otro modelo inflacionario caótico, que fue mejor que los anteriores y que se adaptaba a lo que se ve.

El universo se pudo haber formado a partir de un gran número de configuraciones, pero no todas éstas nos llevaría al universo que actualmente vemos.

Si es correcta la teoría de la relatividad general clásica, los teoremas de singularidad de Penrose y Hawking, demostrarían que el principio del universo fue un punto de densidad y de curvatura del espacio – tiempo infinitas, y allí las leyes de la naturaleza fallarían, y el campo gravitatorio sería tan fuerte que los efectos gravitatorios cuánticos se hacen importantes; por lo que podemos utilizar una teoría cuántica de la gravedad.

Aún no se tiene una teoría completa, pero lo que sí sabemos es lo que debe estar incluido en dicha teoría:
- La idea de Feynman de formular la teoría cuántica en términos de una suma sobre historias, debe estar incluida. En esta suma de historias hay que utilizar valores imaginarios, porque el tiempo se toma como imaginario.
- La idea de Einstein de que el campo gravitatorio se representa mediante un espacio – tiempo curvo. Los espacios – tiempos deben ser euclídeos.

Existen tres maneras de las que se puede comportar el universo en la teoría cuántica de la gravedad; las dos primeras comunes con la teoría clásica de la gravedad:
- Ha existido durante un tiempo infinito
- Tuvo un principio en una singularidad dentro de algún tiempo finito en el pasado
- El espacio – tiempo es finito en extensión, y no tiene ninguna singularidad que forme una frontera o un borde. Esta propuesta nos indica que no existiría ninguna singularidad. El universo no sería ni creado ni destruido, simplemente sería.

Basándose en esta última propuesta, Hartle y Hawking, calcularon las condiciones que debería cumplir el universo para que fuera cierta. El universo comienza en un único punto, y se va expandiendo en un tiempo imaginario, hasta alcanzar un tamaño máximo, y empieza a contraerse, hasta un único punto. Aunque el tamaño es nulo en esos puntos, no hay singularidades; pero si lo vemos en el tiempo real, sí que existirían estas singularidades. Puede ser que el tiempo imaginario sea el más básico, y que el real es algo que nos hemos inventado para ayudarnos a comprender el universo.



Solo Para Argentinos Confundidos



Lo que hay y lo peor

Por José Pablo Feinmann

No hay debate de ideas. Lo que se expone sirve para propulsar intereses, ocultándolos. Cuando uno cree que va a encontrar ideas se topa con textos de relevante pobreza. Son tiempos devaluados. En ese aspecto. En otros, son tiempos de furiosa beligerancia.Mostrar/Ocultar

Pocas veces –salvo en jornadas inminentes a golpes de Estado–, el periodismo jugó un papel tan importante, tan brutal, tan parcial como en estos momentos. Todo el periodismo –no sé cuál será la excepción, seguramente este diario, al que todos agreden como oficialista o directamente servil: vivimos en la época de los agravios, no de las ideas– apunta sus dardos contra el Gobierno. El nivel de ideas, de conceptos, de análisis es tan pobre, que no hay con quien polemizar. Si uno, hoy, dice: “Las retenciones al agro, por medio de un Gobierno con tenues tendencias a intervenir en la economía, son importantes para una paulatina redistribución de la riqueza, aun cuando, como todos sabemos, ese Gobierno no quiere ir más allá de un proyecto democrático, capitalista, con toques de distribucionismo, de un keynesianismo que lo acerca, aunque levemente, al Estado de Bienestar del primer peronismo, el que se explayó, sobre todo, entre 1946-1952”, uno pasa un lunes tranquilo, el teléfono suena poco, no lo agreden en las radios, ningún medio de lumpen-periodismo le discute algo. Primera causa: porque no entendieron casi nada. Segunda causa: si entendieron algo, temen discutir en esos términos. Si uno, en cambio, dice: “El llamado ‘campo’ es proto-golpista”, lo llaman de todos lados, o no lo llaman y lo agreden, lo insultan, a los diez minutos de “proto-golpismo” se pasó directamente a “golpismo” y ahí están todos opinando, lengüeteando palabras a diestra y siniestra, todos grandes profesores, grandes opinólogos, grandes, en fin, formadores de opinión. Que eso, es cierto, es en lo que se han convertido. Convencen a “la gente” de cualquier cosa. Todos enemigos de un Gobierno que, en el mayor error que cometió, en un error acaso suicida, les regaló los medios. Ese error puede ser grave –no sólo para este Gobierno– sino para la democracia de este país. Porque lo que a través de ellos se explicita es el racismo, el odio de clases, el odio a la negrada, el odio a los inmigrantes, un machismo repugnante que late en todos los agravios a la Presidenta (que se formulan, ante todo, agraviando su condición de mujer, de aquí que se le diga “neurótica”, “histérica” o “que habla con un tonito que no se aguanta”), el apoyo a todos los que se enfrentan a un Gobierno elegido democráticamente y cuya legalidad, aun en medio de sus feroces ataques, debieran aclarar que respetan. Imposible: es hablar en el desierto. Se trata de una cruzada sin retorno.

No tengo espacio aquí para entrar en la cuestión populismo-mercado (que es la antinomia que hoy realmente está en juego), porque el tema es para ser desarrollado extensamente. Hoy, en este diario, si alguien quiere leerlo, ese tema está: en el suplemento que publico domingo tras domingo, hoy, sus dos primeros parágrafos abordan esta cuestión. El primero lleva por título: Pasado y presente de la batalla entre el intervencionismo estatal y el libre mercado. El segundo: La palabra clave de la distribución del ingreso: “retención”. Mi contratapa, hoy, es ésa. No es casual. Le estoy dedicando un amplio espacio al golpe de 1955 porque, en él, todo está prefigurado. También lo que pasa hoy. En el plano económico, el golpe de 1955 vino para destruir el intervencionismo estatal peronista (expresado, sobre todo, por el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, IAPI) e implantar la economía de la libertad absoluta del mercado respaldada por el apoyo financiero externo, ya que es, en ese momento, cuando nuestro país ingresa al Fondo Monetario Internacional.

Ante la pasmosa pobreza conceptual recibí con alegría una nota de Eduardo Grüner, publicada en este diario. Admiro a Grüner y he leído con pasión sus libros. Es profesor de Teoría Política y de Sociología del Arte en la Universidad de Buenos Aires. La gente conoce más a Chiche Gelblung que a él, desde luego. Pero así es “la gente”.

Grüner señala que las medidas tomadas “por uno de los sectores más concentrados de la clase dominante argentina” son “sobredimensionadas, extorsivas, objetivamente reaccionarias, y actuadas en muchos casos con un discurso y una ideología proto-golpista, clasista y aun racista”. Totalmente de acuerdo. El sector de la clase dominante o, si usted prefiere, de la clase dirigente o, para ahondar más la cuestión, del “establishment”, de eso que es, realmente, el Poder y no el Gobierno (con lo cual les señalamos a ciertos progres, que creen estar luchando contra el Poder desde la “libertad de prensa”, que no lo están haciendo, ya que el Gobierno, lejos, muy lejos, está de ser el Poder sino que sólo es el Gobierno), que está enfrentando al Gobierno que preside Cristina F. es el sector agrario, encabezado por la Sociedad Rural y utilizando como tropa a los llamados “pequeños productores” que, al haberse encolumnado con los poderosos, revelan que son pequeños muy a su pesar y que no lucharán contra los grandes sino que buscan ser como ellos. Ninguno de los “pequeños” habría engrosado la manifestación de los “grandes”, ni siquiera un almacenero, si quisiera en verdad ser diferente de los “dueños de la tierra”, pero no. Quieren dejar de ser peones de los grandes y pasar a ser patrones de sus peones propios. Actúan como clase media que son. La clase media teme “bajar” y ser clase baja, negrada, clase obrera o excluida social, quiere trepar y ser clase alta. La “unidad” del 2001 fue una ilusión hiper-momentánea. “Piquetes, cacerolas, la lucha es una sola.” No, la lucha no es una sola. La clase media juega a favor del establishment porque ésa es su meta en la vida: trepar en la escala social. La unidad con los piquetes del 2001 fue una medida coyuntural de supervivencia. Ahora está donde quiere estar: caceroleando para los dueños de la tierra, para la Sociedad Rural, dándole cuerpo a la protesta, espesor, ruido y cierta masividad. (A propósito: olvidarse de la “cacerola”. La “cacerola” nació como instrumento de las señoras bien de Chile para derrocar al comunista Allende y traer al democrático Pinochet. Nunca me gustó la cacerola aquí, en el país. Siempre me olió a conchetaje chileno. A septiembre de 1973. Al preludio de la masacre chilena, que fue el preludio de la nuestra.)

Grüner, creo, se equivoca cuando escribe: “En fin, no estamos –hay que ser claros– ante una batalla entre dos ‘modelos de país’; el modelo del Gobierno no es sustancialmente distinto al de la Sociedad Rural”. ¿No? ¿Y todo este desmadre, entonces, por qué? Grüner dice que el proyecto del Gobierno y el de la Sociedad Rural son sustancialmente no-distintos porque los dos son capitalistas. Califica al Gobierno de “reformista-burgués”. ¿Y qué podría ser? ¿Lo que dice algún jovencito del PO, que acaba de leer el Manifiesto Comunista? ¿Debería ser revolucionario socialista? Hoy, un gobierno reformista burgués es mucho más de lo que la Sociedad Rural, todo el establishment y los Estados Unidos están dispuestos a aceptar en América latina. Al reformismo burgués le dicen populismo y, para ellos, es la peste. Grüner (que está a infinita distancia intelectual de cualquier jovencito que asoma al mundo de la politología) lo sabe y se rectifica a sí mismo. Lo que aquí se juega es un choque entre “lo que hay” y “algo mucho peor”. Entre un gobierno populista, con tendencias a la distribución del ingreso y al intervencionismo de Estado, y la más rancia, la más poderosa, la más represiva derecha de América latina. Es cierto que “a lo que hay” hay que pedirle que sea más. Pero no ahora. Ahora “lo que hay” es, para la derecha, intolerable. Y busca desestabilizarlo, cuanto menos. De aquí que, Eduardo, porque es mi amigo, es mi compadre aunque tengamos diferencias, que son menores ante los monstruos que nos amenazan, aclara que no está a favor del Gobierno sino en contra “de intentonas que a esta altura ya nadie puede dudar (...) que son ‘desestabilizadoras’, ‘golpistas’, ‘reaccionarias’”. Y aclara que no debemos equivocarnos “sobre dónde está el peligro mayor”. Inútil, Eduardo, que insistas tanto en decir que no estás “a favor” del Gobierno. Sólo con lo que dijiste la ralea comunicacional y la derecha te tildarán de “cristinista”, “kirchnerista” y, lo siento, “peronista”. Son así.
Fuente: Diario Página 12 (20/4/08)


Te extraño



TE EXTRAÑO

Te extraño porque no se que hacer
Te extraño porque no se vivir
Te extraño por la vida se me hace fea, muy fea si no estas aquí.

Te extraño porque tenerte lejos no quiero
Te extraño porque no puedo dormir
Extraño escucharte reir..

Extraño el brillo de tus ojos
Extraño tu respiración
Extraño estar juntos

Extraño tu voz...
Extraño que me mimes
Extraño tus abrazos
Extraño como en ellos me dices "Te Amo"

Quisiera no extrañarte tanto
Quisiera verte reir
Lo único que extraño es que no estés aquí...

Che Guevara: ¿Estatua de museo o marxista indomesticable?




Che Guevara: ¿Estatua de museo o marxista indomesticable?

Néstor Kohan
A propósito de Marx y Engels.
Una síntesis biográfica de Ernesto Che Guevara [Bogotá, Ocean Sur, 2007]
Nos sigue sorprendiendo. Los escritos, apuntes, notas de lectura y cuadernos de estudio del Che constituyen un manantial inagotable. Año a año continúan apareciendo materiales inéditos que condensan y expresan la tremenda labor de investigación, lectura sistemática, erudición obsesiva y estudio persistente desplegados por Ernesto Guevara en los últimos años de su vida.

Luego de que conocimos su imperdible carta a Armando Hart Dávalos sobre los estudios de filosofía, los Apuntes críticos a la economía política y varios otros trabajos vinculados a su tarea de investigación teórica y formación de cuadros militantes, así como también sus numerosos cuadernos de lectura que iba completando entre batalla y batalla, luego de salir del Congo hasta llegar a Bolivia, pasando por Praga y Cuba, ahora nos encontramos frente a una nueva joya.

Se trata de una síntesis biográfica sobre los dos fundadores del comunismo revolucionario y de la filosofía de la praxis, Karl Marx y Friedrich Engels, redactada nada menos que por el principal continuador de sus ideas en Nuestra América.

Originariamente este texto estaba pensado como estudio introductorio y propedéutico a un futuro libro sobre economía política que el Che consideraba impostergable, debido a sus abrumadoras críticas realizadas al Manual de economía política, por entonces literatura “oficial” de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.

Él mismo describe sus objetivos del siguiente modo: “Nuestro esbozo sólo cumple la función de introito a esta obra dedicada a personas que pueden no haber estado en contacto con la economía marxista, ni conocen las vicisitudes de sus fundadores”

Por si alguien tenía alguna duda de la perspectiva ideológica de Guevara, en todos estos materiales de lectura que van apareciendo año a año se confirma, una vez más, la dirección principal de las reflexiones teóricas y políticas que inspiraron la práctica militante e internacionalista del Che.

Contrariamente a tanto relato manipulador y comercial, que pretende construir a posteriori un Guevara militarista, pragmático y desideologizado que se vincula al mundo cultural del marxismo por razones oportunistas, coyunturales y como un tributo circunstancial al acercamiento de Fidel y la revolución cubana hacia la URSS, en todos estos papeles, manuscritos y ensayos hasta ahora inéditos, aflora un perfil netamente diferenciado y definido. En esta síntesis biográfica, Guevara emerge como un estudioso obsesivo hasta el detalle de la tradición marxista clásica y de sus principales obras teóricas. Se hunde hasta el cuello en sus fuentes originales, reproduce largos fragmentos de los clásicos, analiza, compara, no se conforma con los manuales tradicionales de divulgación que pululaban en aquella época y explora El Capital, los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y otras fuentes clásicas...

En todos esos papeles, hasta hoy desconocidos, el Che indaga en el marxismo identificándolo como método de análisis, pero también como concepción del mundo e identidad política. Hasta donde hemos podido conocer y leer, en ninguna parte a Guevara se le ocurre reducir el marxismo a un simple método instrumental, compatible y utilizable por cualquier identidad política. Por el contrario, señala una y otra vez a Marx y a su compañero Engels como principales inspiradores de organizaciones revolucionarias de ideología comunista, sea en Alemania, sea en Inglaterra, sea en la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT, o Primera Internacional).

La biografía de Marx y Engels que redacta el Che no incluye descubrimientos o hallazgos nuevos sobre los dos revolucionarios que fundan nuestra tradición. Sirve más bien para poder observar qué le llamó la atención al Che y qué elementos teóricos y políticos destacó que para acceder a noticias desconocidas sobre Marx.

El objetivo central del Che consiste en popularizar, hacer una biografía “para principiantes”, para los no iniciados, aquellos que no manejan (todavía) el conjunto de la obra de Marx. La suya constituye una preocupación ineludible para cualquier revolucionario que pretenda difundir nuestro proyecto, ganar nuevos militantes e incorporar gente joven a la revolución.

La fuente principal que utiliza para encarar esta tarea de popularización es la mejor biografía de todas, la clásica de Franz Mehring. Se trata del libro Karl Marx: Historia de su vida.

Mehring (1846-1919) pertenecía al ala izquierda del marxismo alemán. Althusser, por ejemplo, en su obra célebre Para leer «El Capital» lo ubica junto a Rosa Luxemburg, Gramsci, Lukács y al mismo Che entre los “izquierdistas” del marxismo. Muchas de las otras biografías que circulan sobre Marx se basan en la de Mehring. No obstante, Mehring no aborda manuscritos de Marx aparecidos después de la publicación de su biografía (1918), entre los que cabe destacar los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 o La Ideología alemana, ambos publicados en la Unión Soviética recién en 1932 por iniciativa del otro gran biógrafo, el erudito bolchevique David Riazanov.

Antes de publicar en 1918 su biografía, Mehring había editado en 1902 una compilación en tres volúmenes de escritos olvidados o inéditos de Marx y Engels, fechados entre 1841 y 1850.

Evaluando la biografía de Mehring, Guevara escribe: “El marxismo espera aún la biografía que complete el magnífico trabajo de Mehring con algo más de perspectiva y corrigiendo algunos errores de interpretación que éste sufriera”. A partir de estas consideraciones, el Che complementa la biografía de Mehring con la Correspondencia de Marx y Engels y con sus propias lecturas y estudios sobre la obra de Marx. Por ejemplo, en la pag. 23 de su biografía sobre Marx, el Che Guevara hace referencia a los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, texto que Mehring no pudo conocer pues se publicó posteriormente, en 1932, por inspiración de Riazanov (antes de que Stalin lo enviara a un campo de concentración...). Para entonces Mehring ya se había muerto. Si el Che lo incorpora a su biografía es porque lo leyó entonces por su cuenta (no es anecdótico ni secundario la tremenda importancia que estos Manuscritos de 1844 adquieren en el análisis crítico de la enajenación que el Che emprende en su carta de 1965 “El socialismo y el hombre en Cuba”). Lo mismo podría decirse de La ideología alemana publicada en la URSS por Riazanov cuando Mehring ya había fallecido.

El único autor contemporáneo que el Che menciona es Louis Althusser. En su trabajo Guevara reproduce —sin pronunciarse, pues utiliza el potencial “Marx dividiría...”, “Marx sería...”— la tesis clásica del supuesto “corte epistemológico entre un joven Marx humanista y un Marx maduro y científico. El Che conocía de primera mano el pensamiento de Althusser (inspirador epistemológico, dicho sea de paso, de Charles Bettelheim, su contrincante en la polémica sobre la ley del valor, el cálculo económico y el sistema presupuestario de financiamiento durante la transición al socialismo). En su biblioteca personal que hoy conserva el Centro Che Guevara de La Habana se encuentra un ejemplar de Pour Marx (traducido al español por su discípula Marta Harnecker con el título La revolución teórica de Marx), meticulosamente anotado por el Che.

Por otra parte, en su artículo de febrero de 1964 “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento” Guevara sienta posición sobre las tesis de Althusser. Allí afirma, sin ambigüedad: “En «El Capital» Marx se presenta como el economista científico que analiza minuciosamente el carácter transitorio de las épocas sociales y su identificación con las relaciones de producción [...] El peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que nos ha hecho olvidar frecuentemente el carácter humanista (en el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica de las relaciones de producción y su consecuencia: la lucha de clases, oculta en cierta medida el hecho objetivo de que son los hombres los que se mueven en el ambiente histórico”. Este pensamiento sobre El Capital resume, precisamente, la opinión central del Che diametralmente opuesta al planteo althusseriano (insistimos: base epistemológica de los argumentos de Bettelheim en aquella polémica, quien su autopostulaba como “científico” mientras acusaba al Che y a Fidel, en la típica jerga althusseriana, de ser... “ideológicos”).

De cualquier modo, la biografía sobre Marx y Engels del Che no abunda ni profundiza en El Capital ya que está pensada como una introducción a esa problemática. Los apuntes sobre la teoría del valor, el fetichismo y otros temas centrales vinculados a El Capital, el Che los volcó en sus Apuntes críticos a la economía política, así como también en su polémica con Bettelheim y Carlos Rafael Rodríguez sobre la transición.

En otro orden de cosas, llama la atención que en su biografía de Marx el Che designe a la filosofía del marxismo con el término “materialismo dialéctico”. En otra ocasión hemos analizado las razones de ese empleo formal que no siempre corresponde con el contenido que Guevara le otorgaba a esta filosofía.

No deja de ser cierto que Mehring, tan ajeno al mundo cultural del DIAMAT de un Plejanov o un Kautsky, también utilizaba la misma expresión con un contenido diferente al de aquellos. Además el Che, aunque tenía en su biblioteca personal ejemplares de los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci, publicados en Argentina durante la década del ’50 y comienzos del 60 por editorial Lautaro, no los había leído o al menos no los había anotado como solía hacerlo con otros libros consultados por él. Incluso György Lukács, un autor que el Che se llevó, leyó y anotó en Bolivia (el libro que Guevara estudió en la guerrilla de Bolivia y resumió es El joven Hegel. Problemas de la sociedad capitalista de editorial Grijalbo), tampoco logró eludir la terminología filosófica cuestionada por Antonio Labriola o Antonio Gramsci.

En términos filosóficos, también merece destacarse el párrafo de la biografía de Marx donde Guevara se queja afirmando que “aún hoy, cuando tantos partidos o grupos de izquierda esconden sus aspiraciones reales (o las que debían ser sus reales aspiraciones) tras una filosofía insípida o plena de «comprensión» hacia las capas «más sensatas» de las clases explotadoras, «El Manifiesto Comunista» puede ser firmado por cualquier revolucionario del mundo, sin temor a ser tachado de tibio”. Esa referencia crítica a la “filosofía insípida” es una clara alusión al “realismo sin fronteras” de Roger Garaudy y otros planteos reformistas similares que pretendían adornar para el mundo comunista occidental, con lenguaje filosófico, el reformismo pacifista de Nikita Jruschov, cuyo partido —el Partido Comunista de la Unión Soviética PCUS— preconizaba por entonces la posibilidad de acabar con el capitalismo y pasar al socialismo de forma paulatina, evolutiva y “sin guerra civil”, revolución ni toma del poder.

La crítica guevarista de índole filosófica al reformismo pacifista que por aquellos años ’60 eludía la cuestión acuciante de la estrategia dirigida a la toma revolucionaria del poder (antecedente remoto de algunos planteos hollowayanos...) vuelve a aparecer en la biografía sobre Marx, ahora en términos estrictamente políticos, cuando el Che analiza la posición de Marx sobre la Comuna de París. Allí Guevara reproduce las cartas de Marx cuando éste recalca la ingenuidad de muchos comuneros que, según el principal inspirador de la Primera Internacional, “no quisieron desatar la guerra civil” para evitar derramar sangre... cuando en realidad esa postura terminó generando una tragedia mucho más sangrienta y dolorosa con el aplastamiento de la Comuna.

También en términos políticos Guevara hace referencias críticas a Lasalle en Alemania, a la cooptación de la clase obrera inglesa y también al revisionismo de Bernstein, pero quizás lo más interesante sea su balance de las razones por las cuales se disolvió la Primera Internacional: “su muerte se debió a la anemia provocada por falta de apoyo de los obreros organizados de Europa”. Este balance crítico del eurocentrismo (realizado desde el Tercer Mundo) y polémico con la cooptación de lo que se supondría debería ser “la vanguardia de la revolución mundial” pero en la práctica termina conformándose con las migajas del festín burgués, colonialista e imperialista, Guevara lo repite en sus Apuntes críticos a la economía política y también en su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”. Por lo tanto sus proclamas tercermundistas, antiimperialistas y anticapitalistas al mismo tiempo (radicalmente opuestas a cualquier variedad de populismo), no fueron solamente una consigna de circunstancia sino el producto de una larga reflexión política y estratégica que alcanza —así lo demuestra esta biografía— hasta la misma obra y vida de Marx y hasta la historia del movimiento obrero europeo del siglo XIX.

Por último, y pasando ya a los detalles microscópicos, no pasa desapercibido que el Che, a la hora de reconstruir y divulgar la biografía de Marx, resalte que “toda su familia estaba impregnada de tradiciones hebreas”. Esto resulta importante por dos razones. Primero, porque algunos autores han subrayado esa formación cultural familiar cuando se trata de encontrar una genealogía para la teoría marxista del fetichismo (eje central de El Capital). ¿Contiene esta teoría rasgos y huellas del mensaje libertario y redentor de los primeros profetas judíos? Los teólogos de la liberación latinoamericanos, por ejemplo, han incursionado durante las últimas décadas —con documentos originales de Marx de primera mano, incluyendo sus innumerables manuscritos depositados hoy en el Instituto Social de Ámsterdam— en ese tipo de reflexión y abordaje. Segundo, quizás lo más importante en lo que a nosotros nos atañe. En la biografía clásica de Mehring se desdibuja hasta desaparecer y esfumarse, todo vínculo entre Marx y la tradición judía de su familia (pues su padre, por razones laborales y burocráticas, debió convertirse al cristianismo protestante para poder conservar el empleo). Vínculo que en cambio sí destaca y subraya en primer plano el otro gran biógrafo de Marx, el ya mencionado bolchevique David Riazanov.

Si Guevara no leyó a Riazanov y se apoya sólo en Mehring, ¿de dónde extrajo entonces esos juicios sobre el judaísmo de Marx? (Por ejemplo, aquel pasaje donde el Che escribe: “Toda su familia estaba impregnada de tradiciones religiosas hebreas. No fue pobre pero debió haber sentido las punzadas de los prejuicios raciales”).

La biografía de Marx y Engels redactada por el Che se cierra con... el máximo dirigente de la revolución bolchevique, por quien Guevara tenía profunda admiración. Escribe el Che: “Con su desaparición se cerraba un ciclo. Debía aparecer Lenin para iniciar otro más grandioso aún en sus efectos prácticos: la liberación del proletariado”.

Aunque en sus escritos vuelve una y otra vez a Lenin y le recomienda a sus compañeros de militancia “léanse hasta el último papelito que escribió Lenin”, Guevara no lo aborda en estas páginas biográficas, porque sería harina de otro costal. Sólo cierra su biografía de Marx con él.

Pero aunque no lo analice aquí, al morir el dirigente bolchevique sobrevino la disputa. ¿De allí en más Lenin se convertiría en una momia embalsamada, una estatua de mausoleo o seguiría siendo el inspirador vivo de futuras revoluciones?

En tiempos como los nuestros, al Che Guevara le sucede lo mismo que a Lenin. También él está sometido a un tironeo. No podía ser de otra forma, a menos que convirtamos a Ernesto Guevara en una estatua, en un monumento frío, en una pieza muerta de museo.

Acercándonos al Che como alguien vivo, indomesticable, eternamente rebelde y reacio a los homenajes oficiales e institucionales que le quitan todo contenido genuino a su vida, creemos que recorrer estas páginas biográficas de marxismo robadas al olvido resulta aleccionador. Sobre todo para las nuevas generaciones.

En medio de la clandestinidad, mientras forma militantes y cuadros revolucionarios para el futuro, se entrena, preparando nuevas rebeldías y organizando nuevas insurgencias, el Che dedica sus mejores horas al estudio en detalle de los clásicos del marxismo. ¿No será hora de seguir su ejemplo?



El Padrino - Mario Puzo


El Padrino - Mario Puzo

Quién no vió la película? Una de las mejores en su estilo, el libro no queda rezagado!
Mario Puzo recreó de forma magistral la historia y vida de los italianos inmigrantes de principios del siglo XX en NY, siendo el propio autor uno de ellos, llegó a escribir muchos libros sobre la mafia, pero ninguno llegó a estar a la altura de este clásico.

Vito Corleone es el Don más respetado de Nueva York, ciudad a la que llegó como emigrante desde su Sicilia natal a los doce años. Don Corleone es implacable con sus rivales, pero es también un hombre inteligente, astuto y fiel a los principios del honor y la amistad. La vida y negocios de Don Corleone, así como los de su hijo y heredero, conforman el eje de esta obra maestra



Lucifer en La Edad Media





Lucifer en La Edad Media
(Fragmento)

El diablo y los demonios son ángeles que caen por su líbre albedrío, y son imperdonables porque no tienen ninguna circunstancia atenuante por la tentación que los lleva a la ruina. Una vez han caído forman 6 grupos, tipos u órdenes. Así, Psellos* aplicó ideas neoplatónicas a la cristianidad, de un modo original, con una taxonomía de demonios que se parecía poco a los ángeles caídos de la tradición y a las jerarquías de Dionisio. Más bien se arraigaba profundamente en la demonología natural de los neoplatónicos paganos, que suponían a los demonios moralmente ambivalentes, situados entre dioses y hombres, más que ángeles caídos, e hizo intentos más bien tibios para encajarlos en la demonología cristiana. Los demonios más altos son los leliouria, los brillantes resplandecientes, que habitan el éter, la esfera de aire rarificado más allá de la luna. Luego vienen los aeria, demonios del aire debajo de la luna; los chtonia, que habitan la tierra; y los más bajos de todos, los misofaes, odian la luz y viven ciegos y casi sin sentido en las más bajas profundidades del infierno.

Los demonios, aunque no son materia en sí mismos, están profundamente influídos por la naturaleza material de las regiones en que viven. El diablo y los demonios nos atacan y nos tientan para frustrar el plan de Dios de nuestra salvación. Abundan en todas partes: en la tierra, en el mar y en el aire. Los demonios más altos obran directamente sobre los sentidos humanos, e indirectamente sobre el intelecto, utilizando su acción imaginativa, fantásticos, para provocarnos imágenes en la mente. Los demonios más bajos tienen mentes como las de los animales. Esos espíritus burdos, emisores de gruñidos, se nos imponen toscamente, causándonos enfermedades y accidentes fatales y poseyéndonos, siendo por eso que las personas poseídas muestran a menudo un comportamiento bestial. Los demonios más bajos carecen por completo de intelecto y de libre albedrío: obran por instinto, saltan sobre los seres humanos como moscas, simplemente por que somos cálidos y estamos vivos.

Los demonios bajos pueden hablar a veces y emitir falsos oráculos, pero los más bajos de los demonios, los misofaes o aborrecedores de la luz, son completamente incapaces de comunicarse y hacen a las personas que poseen ciegas, mudas o sordas. Los demonios pueden ser vencidos por el nombre de Jesús, la señal de la cruz, la invocación de los santos, la lectura de los Evangelios, el aceite o el agua sagrados, las reliquias, la confesión o la imposición de manos. Los demonios sienten particularmente el poder de los hombres y las mujeres santos, en especial los ascetas, capaces de expulsarlos, chillando de dolor, de los cuerpos de los posesos

Esquema demonológico de Miguel Psellos
Jeffrey Burton Russell

Fuente:Hexen El Libro Negro



Garden of Delight - Radiant Sons


Garden of Delight - Radiant Sons (2000)

1. Chaos AD (R.O.C.A.N.)
2. Agony
3. Obsessed
4. Shariah
5. Astral Traveler (Guardian at the Inner Temple)
6. Twilight
7. Last Day on Earth
8. Astral Traveler


La sepultura

La Sepultura
(anonimo)


"Para ti fue hecha la casa, antes que nacieras.
Para ti fue destinada la tierra antes que salieras de tu madre.
No la hicieron aún. Su hondura se ignora.
No se sabe aún que largo tendrá.
Ahora yo te llevo a tu sitio.
Ahora te mido a ti primero y a la tierra después.
Tu casa no es muy alta. Es humilde y baja.
Cuando yazgas ahí, las vallas serán bajas, humildes las paredes.
La techumbre está cerca de tu pecho. Habitarás entonces en el polvo y sentirás frío.
Toda tiniebla y toda sombra, se pudrirá la cueva.
Esa casa no tiene puerta y no hay luz adentro.
Ahí estás firmemente encarcelado y la muerte tiene la llave.
Aborrecible es esa casa de tierra y atroz morar en ella.
Ahí estarás y te partirán los gusanos.
Ahí estás acostado lejos de tus amigos.
Ningún amigo irá a visitarte y a preguntarte si esa casa te gusta.
Nadie abrirá la puerta.
Nadie bajará a ese lugar porque muy pronto serás aborrecible a los ojos.
Tu cabeza será despojada de su cabello y la hermosura de tu pelo se apagará.


Este poema es un fragmento del Beowulf, antiquísima obra germánica en la que se inspiró Tolkien para escribir el señor de los anillos.

Los Derechos de los Trabajadores - Eduardo Galeano





Los derechos de los trabajadores
¿Un tema para arqueólogos?
Eduardo Galeano

Más de noventa millones de clientes acuden, cada semana, a las tiendas Wal-Mart. Sus más de novecientos mil empleados tienen prohibida la afiliación a cualquier sindicato. Cuando a alguno se le ocurre la idea, pasa a ser un desempleado más. La exitosa empresa niega sin disimulo uno de los derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas: la libertad de asociación. El fundador de Wal-Mart, Sam Walton, recibió en 1992 la Medalla de la Libertad, una de las más altas condecoraciones de los Estados Unidos.
Uno de cada cuatro adultos norteamericanos, y nueve de cada diez niños, engullen en Mc Donald's la comida plástica que los engorda. Los trabajadores de Mc Donald's son tan desechables como la comida que sirven: los pica la misma máquina. Tampoco ellos tienen el derecho de sindicalizarse.
En Malasia, donde los sindicatos obreros todavía existen y actúan, las empresas Intel, Motorola, Texas Instruments y Hewlett Packard lograron evitar esa molestia. El gobierno de Malasia declaró union free, libre de sindicatos, el sector electrónico.
Tampoco tenían ninguna posibilidad de agremiarse las ciento noventa obreras que murieron quemadas en Tailandia, en 1993, en el galpón trancado por fuera donde fabricaban los muñecos de Sesame Street, Bart Simpson y los Muppets.
Bush y Gore coincidieron, durante la campaña electoral del año pasado, en la necesidad de seguir imponiendo en el mundo el modelo norteamericano de relaciones laborales. "Nuestro estilo de trabajo", como ambos lo llamaron, es el que está marcando el paso de la globalización que avanza con botas de siete leguas y entra hasta en los más remotos rincones del planeta.
La tecnología, que ha abolido las distancias, permite ahora que un obrero de Nike en Indonesia tenga que trabajar cien mil años para ganar lo que gana, en un año, un ejecutivo de Nike en Estados Unidos, y que un obrero de la ibm en Filipinas fabrique computadoras que él no puede comprar.
Es la continuación de la época colonial, en una escala jamás conocida. Los pobres del mundo siguen cumpliendo su función tradicional: proporcionan brazos baratos y productos baratos, aunque ahora produzcan muñecos, zapatos deportivos, computadoras o instrumentos de alta tecnología además de producir, como antes, caucho, arroz, café, azúcar y otras cosas malditas por el mercado mundial.
Desde 1919 se han firmado 183 convenios internacionales que regulan las relaciones de trabajo en el mundo. Según la Organización Internacional del Trabajo, de esos 183 acuerdos Francia ratificó 115, Noruega 106, Alemania 76 y Estados Unidos... 14. El país que encabeza el proceso de globalización sólo obedece sus propias órdenes. Así garantiza suficiente impunidad a sus grandes corporaciones, lanzadas a la cacería de mano de obra barata y a la conquista de territorios que las industrias sucias pueden contaminar a su antojo. Paradójicamente, este país que no reconoce más ley que la ley del trabajo fuera de la ley es el que ahora dice que no habrá más remedio que incluir "cláusulas sociales" y de "protección ambiental" en los acuerdos de libre comercio. ¿Qué sería de la realidad sin la publicidad que la enmascara?
Esas cláusulas son meros impuestos que el vicio paga a la virtud con cargo al rubro relaciones públicas, pero la sola mención de los derechos obreros pone los pelos de punta a los más fervorosos abogados del salario de hambre, el horario de goma y el despido libre. Desde que Ernesto Zedillo dejó la presidencia de México pasó a integrar los directorios de la Union Pacific Corporation y del consorcio Procter & Gamble, que opera en 140 países. Además, encabeza una comisión de las Naciones Unidas y difunde sus pensamientos en la revista Forbes: en idioma tecnocratés, se indigna contra "la imposición de estándares laborales homogéneos en los nuevos acuerdos comerciales". Traducido, eso significa: arrojemos de una buena vez al tacho de la basura toda la legislación internacional que todavía protege a los trabajadores. El presidente jubilado cobra por predicar la esclavitud. Pero el principal director ejecutivo de General Electric lo dice más claro: "Para competir, hay que exprimir los limones". Los hechos son los hechos.
Ante las denuncias y las protestas, las empresas se lavan las manos: yo no fui. En la industria posmoderna, el trabajo ya no está concentrado. Así es en todas partes, y no sólo en la actividad privada. Los contratistas fabrican las tres cuartas partes de los autos de Toyota. De cada cinco obreros de Volkswagen en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa. De los 81 obreros de Petrobrás muertos en accidentes de trabajo en los últimos tres años, 66 estaban al servicio de contratistas que no cumplen las normas de seguridad. A través de trescientas empresas contratistas, China produce la mitad de todas las muñecas Barbie para las niñas del mundo. En China sí hay sindicatos, pero obedecen a un Estado que en nombre del socialismo se ocupa de la disciplina de la mano de obra: "Nosotros combatimos la agitación obrera y la inestabilidad social, para asegurar un clima favorable a los inversores", explicó recientemente Bo Xilai, secretario general del Partido Comunista en uno de los mayores puertos del país.
El poder económico está más monopolizado que nunca, pero los países y las personas compiten en lo que pueden: a ver quién ofrece más a cambio de menos, a ver quién trabaja el doble a cambio de la mitad. A la vera del camino están quedando los restos de las conquistas arrancadas por dos siglos de luchas obreras en el mundo.
Las plantas maquiladoras de México, Centroamérica y el Caribe, que por algo se llaman sweat shops, talleres del sudor, crecen a un ritmo mucho más acelerado que la industria en su conjunto. Ocho de cada diez nuevos empleos en la Argentina están "en negro", sin ninguna protección legal. Nueve de cada diez nuevos empleos en toda América Latina corresponden al "sector informal", un eufemismo para decir que los trabajadores están librados a la buena de Dios. La estabilidad laboral y los demás derechos de los trabajadores, ¿serán de aquí a poco un tema para arqueólogos? ¿No más que recuerdos de una especie extinguida?
En el mundo al revés, la libertad oprime: la libertad del dinero exige trabajadores presos de la cárcel del miedo, que es la más cárcel de todas las cárceles. El dios del mercado amenaza y castiga; y bien lo sabe cualquier trabajador, en cualquier lugar. El miedo al desempleo, que sirve a los empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar la productividad, es, hoy por hoy, la fuente de angustia más universal. ¿Quién está a salvo del pánico de ser arrojado a las largas colas de los que buscan trabajo? ¿Quién no teme convertirse en un "obstáculo interno", para decirlo con las palabras del presidente de la Coca-Cola, que hace un año y medio explicó el despido de miles de trabajadores diciendo que "hemos eliminado los obstáculos internos"?
Y en tren de preguntas, la última: ante la globalización del dinero, que divide al mundo en domadores y domados, ¿se podrá internacionalizar la lucha por la dignidad del trabajo? Menudo desafío.



Scary Bitches - Lesbian Vampyres From out Space


Scary Bitches - Lesbian Vampyres From out Space (2002)

01.Lesbian vampyres from outer space
02.Werewolfe
03.You always eat the one you love
04.There's a licanthrope on the bus
05.Strange child
06.P!ss all over your grave
07.Theme from The Munsters
08.Necrofancy
09.The hole
10.Bad hair day
11.You'll end up looking like the Scary B!tches
12.Necrofancy (Roman Jong - Mark Elliott Re-mix)



El Pantano de la Luna - H. P. Lovecraft




El Pantano de la Luna
H. P. Lovecraft

Denys Barry se ha ido a alguna región remota y espantosa que desconozco. Estuve con él la última noche que pasó entre los hombres, y ol sus gritos cuando ocurrió; pero los campesinos y la policía del condado de Meath no llegaron a encontrarle a él ni a los demás, aunque batieron el terreno hasta muy lejos. Y ahora me estremezco cuando oigo cantar las ranas en los pantanos, o veo la luna en parajes solitarios.
Conocí bastante bien a Denys Barry en América, donde se había hecho rico, y le felicité cuando compró nuevamente el viejo castillo junto al pantano del soñoliento pueblo de Kilderry. Su padre procedía de Kilderry, y allí era donde deseaba disfrutar de su riqueza, en medio de escenarios ancestrales. Los hombres de su sangre habían gobernado en otro tiempo Kilderry, y habían construido y habitado el castillo; pero esos tiempos quedaban ya muy atrás, de modo que durante generaciones, el castillo permaneció vacío y en
ruinas. Después de su regreso a Irlanda, Barry me escribió a menudo, contándome cómo iba levantándose el castillo gris, torres tras torre, bajo sus cuidados, y recobrando su antiguo esplendor, cómo la hiedra comenzaba a trepar lentamente por las restauradas murallas igual que había trepado hacia muchos siglos, y cómo los campesinos le bendecían por rememorar los viejos tiempos con el oro procedente del otro lado del océano. Pero pasado un tiempo, surgieron los problemas, los campesinos dejaron de bendecirle, y le rehuyeron como a la desgracia. Y fue entonces cuando me escribió pidiéndome que le visitara, ya que se había quedado solo en el castillo, y no tenía con quien hablar, salvo los nuevos criados y braceros que había contratado en el norte.
La causa de dichos problemas estaba en el pantano, como Barry me contó la noche en que llegué al castillo. Fue un atardecer de verano cuando puse los pies en Kilderry, momento en que el oro del cielo iluminaba el verde de los montes y arboledas y el azul del pantano, donde en un lejano islote resplandecían espectralmente unas ruinas antiguas y extrañas. El crepúsculo era muy hermoso, pero los campesinos de Ballylough me previnieron contra él, y dijeron que Kilderry se había convertido en un lugar maldito, de modo que casi me estremecí al ver los altos torreones del castillo dorados como el fuego. El automóvil de Barry me esperaba en la estación, ya que Kilderry quedaba lejos del ferrocarril. Los lugareños se habían apartado del coche y de su conductor, que era un hombre del norte; pero hablaron conmigo en voz baja y con cara pálida cuando vieron que iba a ir a Kilderry. Y esa noche, después de nuestra reunión, Barry me dijo por qué.
Los campesinos se habían ido de Kilderry porque Denys Barry iba a desecar el gran pantano. A pesar de todo su amor por Irlanda, América no había dejado de influir en él, y detestaba ver desaprovechado el hermoso y vasto lugar, cuando podía sacarse turba y roturar su tierra.
Las leyendas y supersticiones de Kilderry no le conmovieron, y se rió al principio cuando los campesinos se negaron a ayudarle; luego le maldijeron, recogieron sus escasas pertenencias, al ver su determinación, y se marcharon a Ballylough. Barry mandó traer braceros del norte para que ocuparan sus puestos; y cuando le dejaron sus criados, los sustituyó del mismo modo. Pero estaba solo entre extraños, y esa era la razón por la que Barry me había pedido que fuese con él.
Cuando me enteré de cuáles eran los temores que habían movido a la gente a abandonar Kilderry, me reí como se había reído mi amigo, porque estos temores eran de lo más vagos, disparatados y absurdos. Se referían a cierta leyenda ridícula acerca del pantano, y de un siniestro espíritu guardián que moraba en las extrañas y antiguas ruinas del lejano islote que yo había visto en el crepúsculo. Corrían historias sobre luces que danzaban en la oscuridad cuando no había luna, y vientos fríos que soplaban cuando la noche era cálida; sobre espectros blancos que revoloteaban por encima de las aguas, y de una imaginada ciudad de piedra que había debajo de la pantanosa superficie. Pero por encima de todas estas espectrales fantasías, y única en su absoluta unanimidad, estaba la que hacía referencia a una maldición que aguardaba a quien se atreviese a tocar o desecar el inmenso marjal rojizo. Había secretos decían los campesinos, que no debían desvelarse; secretos que permanecían ocultos desde aquella peste que sobrevino a los niños de Partholan, en los fabulosos tiempos anteriores a la historia.
En el Libro de los Invasores se cuenta que estos hijos de los griegos fueron enterrados todos en Tallaght, pero los ancianos de Kilderry decían que una ciudad fue salvada por su patrona la diosa-luna, de suerte que los montes boscosos la ocultaron cuando las hordas de Nemed llegaron a Scythia en sus treinta barcos.
Esas eran las fantásticas historias que habían impulsado a los lugareños a abandonar Kilderry; y al oírlas, no me extrañó que Denys Barry se hubiese negado a escucharlas. No obstante, él sentía un enorme interés por las antigüedades, y propuso que explorásemos enteramente el pantano tan pronto
como lo hubiesen desecado. Había visitado con frecuencia las blancas ruinas del islote; pero si bien era evidente que su antigüedad era muy remota y su trazado muy distinto de los de la mayoría de las ruinas irlandesas, estaba demasiado avanzado su deterioro para poder dar una idea de sus tiempos
de esplendor. Ahora, el trabajo de desecación estaba a punto de empezar, y los braceros del norte estaban dispuestos a despojar al pantano prohibido de su musgo verde y de su brezal rojizo, y a matar los minúsculos arroyuelos y las plácidas charcas azules bordeadas de juncos.
Me sentía ya muy soñoliento cuando Barry terminó de contarme estas cosas; los viajes del día habían sido agotadores, y mi anfitrión estuvo hablando hasta bien avanzada la noche. Un criado me condujo a mi aposento, situado en una torre apartada que dominaba el pueblo, la llanura que se extiende al borde del pantano, y el pantano mismo; así que desde mi ventana podía contemplar, a la luz de la luna, los mudos tejados de los que habían huido los campesinos, y que ahora cobijaban a los braceros del norte, y también la iglesia parroquial con su antiguo campanario; y allá lejos, en medio de las aguas melancólicas, las ruinas antiguas y remotas del islote brillando blancas y espectrales.
Justo cuando me tumbé en la cama para dormir, me pareció oír débiles sonidos a lo lejos; sonidos frenéticos, semimusicales, que provocaron en mi extrañas agitaciones que tiñeron mis sueños. Sin embargo, al despertar a la mañana siguiente, comprendí que no había sido más que un sueño, ya que mis visiones fueron mucho más prodigiosas que el frenético sonido de flautas de la noche. Influido por las leyendas que Barry me había contado, mi mente había vagado en sueños por una majestuosa ciudad enclavada en un verde valle, donde las calles y las estatuas de mármol, las villas y los templos, los relieves y las inscripciones, proclamaban en distintos tonos el esplendor de Grecia.
Cuando le conté mi sueño a Barry, nos reímos los dos. Pero aún me reí más al ver lo perplejo que tenían a Barry los braceros del norte: era la sexta vez que se levantaban tarde; se habían despertado con gran torpeza y lentitud, y andaban como si no hubiesen descansado, aunque sabíamos que se habían acostado temprano la noche anterior.
Esa mañana y esa tarde vagué a solas por el dorado pueblo, deteniéndome a hablar de vez en cuando con los abúlicos labriegos, ya que Barry estaba ocupado con los proyectos finales para acometer la obra de drenaje. Y comprobé que los labriegos no eran todo lo felices que podían ser, ya que la mayoría se sentían desasosegados por alguna pesadilla que habían tenido, aunque no conseguían recordarla. Yo les conté mi sueño; aunque no se mostraron interesados, hasta que les hablé de los sonidos espectrales que había creído oír. Entonces me miraron de manera especial, y dijeron que les parecía recordar sonidos espectrales también.
Al anochecer, Barry cenó y me anunció que empezaría el drenaje dos días después. Me alegré; porque aunque sentía que desapareciese el musgo y el brezo y los pequeños arroyos y lagos, sentía un creciente deseo de conocer los antiguos secretos que el espeso manto deturba pudiera ocultar. Y esa noche, mis sueños sobre sonidos de flautas y peristilos de mármol terminaron de forma súbita e inquietante; porque vi descender sobre la ciudad del valle una pestilencia, y luego una avalancha espantosa de laderas boscosas que cubrió los cadáveres de las calles, dejando sin sepultar tan sólo el
templo de Artemisa, en lo alto de un pico, donde Cleis, la vieja sacerdotisa de la luna, yacía fría y muda con una corona de marfil en su cabeza plateada.
He dicho que desperté de repente y alarmado. Durante un rato, no supe si dormía o estaba despierto, ya que aún resonaba estridente en mis oídos el sonido de las flautas; pero cuando vi en el suelo el frío resplandor de la luna y los contornos de una ventana gótica enrejada, supuse y comprendí que estaba despierto, y en el castillo de Kilderry.
A continuación oí que un reloj, en algún remoto rellano de abajo, daba las dos, y ya no me cupo ninguna duda. Sin embargo, seguían llegándome aquellos aires distantes y monótonos de flautas; aires salvajes que me hacían pensar en alguna danza de faunos en la lejana Maenalus. No me dejaban dormir; así que no pudiendo más de impaciencia, salté de la cama y di unos pasos. Sólo por casualidad me acerqué a la ventana norte a contemplar el pueblo silencioso y la llanura que llega al borde del pantano. No me apetecía contemplar el paisaje, ya que quería dormir; pero las flautas me atormentaban, y necesitaba mirar o hacer algo. ¿Cómo podía sospechar que existiese lo que iba a ver? Allí, a la luz que la luna derramaba en la amplia llanura, se
desarrollaba un espectáculo que ningún mortal podría olvidar después de presenciado. Al son de unas flautas de caña que resonaban por todo el pantano, evolucionaba en silencio, misteriosamente, una multitud confusa de figuras balanceantes, girando con el mismo frenesí que danzarían en
otro tiempo los sicilianos en honor a Deméter, bajo la luna de la cosecha, junto a Cyane. La ancha llanura, la dorada luz de la luna, las oscuras sombras agitándose y, sobre todo, el sonido monótono de las flautas, me produjeron un efecto casi paralizador; sin embargo, en medio de mi temor, observé que
la mitad de todos estos maquinales e infatigables danzarines eran los braceros a quienes yo creía dormidos, mientras que la otra mitad eran seres extraños y etéreos de blanca e indeterminada naturaleza, aunque sugerían pálidas y melancólicas náyades de las fuentes encantadas del pantano.
No sé cuánto tiempo estuve contemplando el espectáculo desde la ventana de mi solitario torreón, antes de caer en un vacío sopor del que me despertó el sol de la mañana, ya muy alto.
Mi primer impulso, al despertar, fue contarle todos mis temores y observaciones a Denys Barry; pero viendo que el sol entraba ya por la enrejada ventana este, tuve el convencimiento que carecía de realidad todo lo que creía haber visto. Soy propenso a ver extrañas fantasías, aunque jamás he sido lo bastante débil como para creer en ellas. Así que en esta ocasión me limité a preguntar a los braceros; pero se habían despertado muy tarde, y no recordaban nada de la noche anterior, salvo que habían tenido sueños brumosos de sones estridentes. Este asunto de la música de flautas espectrales me atormentaba enormemente, y me pregunté silos grillos habrían empezado a turbar la noche antes de tiempo, y a embrujar las visiones de los hombres. Más tarde, ese mismo día, vi a Barry en la biblioteca estudiando los proyectos para la gran obra que debía empezar al día siguiente, y por primera vez sentí vagamente aquel temor que había impulsado a marcharse a los campesinos. Por alguna razón desconocida, me produjo miedo la idea de turbar el antiguo pantano y sus oscuros secretos, y me representé visiones terribles bajo las tenebrosas profundidades de la turba inmemorial. Me parecía una imprudencia sacar a la luz estos secretos, y empecé a desear tener algún pretexto para abandonar el pueblo y el castillo. Llegué incluso a hablarle a Barry de este tema; pero cuando se echó a reír no me atreví a continuar. De modo que guardé silencio cuando el sol se ocultó con todo su esplendor tras los montes lejanos, y Kilderry resplandeció, completamente rojo y dorado, en una llamarada portentosa.

Nunca sabré con seguridad si los sucesos de esa noche ocurrieron en realidad o fueron una ilusión. Ciertamente, trasciende cuanto soñemos sobre la naturaleza y el universo; sin embargo, no me es posible explicar de forma normal la desaparición que todos sabemos, cuando aquello terminó. Yo
me había retirado temprano, lleno de temor, y durante bastante rato no pude conciliar el sueño en el inusitado silencio de la torre. Reinaba una gran oscuridad; pues aunque el cielo estaba claro, la luna, muy menguada, no aparecería hasta altas horas de la noche. Tumbado en la cama, pensé en
Denys Barry y en lo que pasaría con ese pantano cuando amaneciera, y sentí un deseo casi frenético de salir a la oscuridad de la noche, coger el coche de Barry, huir corriendo a Ballylough y dejar esas tierras amenazadas. Pero antes de que mis temores cristalizasen en una acción, me había quedado dormido, y contemplaba en sueños la ciudad del valle, fría y muerta bajo un sudario de sombras tenebrosas.
Probablemente fue el estridente sonido de las flautas lo que me despertó, aunque no fueron las flautas lo primero que advertí al abrir los ojos. Estaba tendido de espaldas a la ventana este que dominaba el pantano, por donde se elevaría la luna menguante, de modo que esperaba ver proyectarse
una claridad en la pared que tenía enfrente; pero no la que efectivamente se reflejó. Un resplandor incidió en los cristales de enfrente, aunque no era el resplandor de la luna.
Fue un haz rojizo, penetrante, terrible, el que penetró por la gótica ventana, e inundó toda la cámara de un esplendor intenso y ultraterreno. Mi inmediata reacción fue extraña en semejante momento, pero sólo en la ficción se comporta el hombre de manera dramática y previsible. En vez de asomarme al pantano para averiguar cuál era la fuente de esta nueva luz, mantuve apartados los ojos de la ventana, completamente dominado por el pánico, y me vestí atropelladamente con la vaga idea de escapar. Recuerdo que cogí el revólver y el sombrero; pero antes de que todo terminase había perdido el uno sin haberlo disparado, y el otro sin habérmelo puesto. Poco después, la fascinación del resplandor rojo se impuso a mis terrores, me acerqué a l
ventana este y me asomé, mientras el sonido incesante y enloquecedor de las flautas gemía, y se propagaba por el castillo y por el pueblo.
Sobre el pantano había una riada de luz resplandeciente, escarlata y siniestra, que brotaba de las extrañas y antiguas ruinas del islote. No me es posible describir el aspecto de dichas ruinas: debí de volverme loco, porque me pareció que se levantaban incólumes, majestuosas, rodeadas de columnas,
con todo su esplendor, y el mármol de su entablamento reflejaba las llamas y traspasaba el cielo como la cúspide de un templo en la cima de una montaña. Sonaron las flautas estridentes, y comenzó un batir de tambores; y mientras observaba aterrado, me pareció distinguir oscuras formas
saltando, grotescamente recortadas contra un fondo de resplandores y de mármoles. El efecto era tremendo, absolutamente inconcebible; y allí habría seguido, contemplando indefinidamente el espectáculo, de no haber sido porque la música de las flautas, a mi izquierda, aumentaba cada vez más. Presa de un terror no exento de un extraño sentimiento de éxtasis, cruce la habitación circular y me asomé a la ventana norte, desde la que podía verse el pueblo y la llanura inmediata al pantano. Allí mis ojos se volvieron a dilatar ante un prodigio insensato, como si no acabase de apartarme de una visión que superaba la pálida naturaleza; pues en la llanura espectralmente iluminada por el resplandor rojizo desfilaba una procesión de seres cuyas
figuras no había visto más que en las pesadillas.
Medio deslizándose, medio flotando en el aire, los blancos espectros del pantano se retiraban lentamente hacia las quietas aguas y las ruinas de la isla en fantásticas formaciones que sugerían alguna antigua y solemne danza ceremonial. Sus brazos balanceantes y traslúcidos, guiados por los sones detestables de las flautas invisibles, llamaban con ritmo misterioso a una multitud de campesinos que oscilaban y les seguían dócilmente con paso ciego, insensatos y pesados, como arrastrados por una voluntad demoníaca, torpe aunque irresistible. Cuando las náyades llegaron al pantano, sin alterar su dirección, una nueva fila de rezagados tambaleantes como borrachos, salió del castillo por alguna puerta al pie de mi ventana, cruzó a ciegas el patio y la parte del pueblo que se interponía, y se unió a la serpeante columna de labriegos que andaban ya por la llanura. A pesar de la altura que me separaba, en seguida me di cuenta de que eran los criados traídos del norte, ya que reconocí la fea y voluminosa figura de la cocinera, cuya misma absurdidad resultaba ahora indeciblemente trágica. Las flautas sonaban de manera espantosa, y otra vez oí el batir de los tambores en las ruinas de la isla. Luego, silenciosa, graciosamente, las náyades se adentraron en el agua y se disolvieron, una tras otra, en el pantano inmemorial; entretanto, los seguidores, sin detener su marcha, siguieron tras ellas chapoteando pesadamente, y desapareciendo en un pequeño remolino de burbujas malsanas apenas visible bajo la luz escarlata. Y cuando el último y más patético de los rezagados, la cocinera, se hundió pesadamente y desapareció en las aguas
tenebrosas, enmudecieron las flautas y los tambores, y la cegadora luz rojiza de las ruinas se apagó instantáneamente, dejando el pueblo vacío y desolado bajo el resplandor escuálido de la luna, que acababa de salir.
Mi estado era ahora indescriptiblemente caótico. No sabiendo si estaba loco o cuerdo, dormido o despierto, me salvó un piadoso embotamiento. Creo que hice cosas ridículas, como elevar plegarias a Artemisa, a Latona, a Deméter y a Plutón.
Todo cuanto recordaba de los estudios clásicos de mi juventud me vino a los labios, mientras el horror de la situación despertaba mis más hondas supersticiones. Me daba cuenta de que acababa de presenciar la muerte de todo un pueblo, y sabía que me había quedado solo en el castillo con
Denys Barry, cuya temeridad había acarreado este destino. Y al pensar en él, me embargaron nuevos terrores y me desplomé al suelo; aunque no perdí el conocimiento, me sentí físicamente imposibilitado. Entonces noté una ráfaga helada que entró por la ventana este, por donde había salido la luna,
y empecé a oir alaridos abajo en el castillo. No tardaron estos gritos en alcanzar una magnitud y calidad imposibles de describir, y que aún me producen desvanecimiento cuando pienso en ellos. Todo lo que puedo decir es que procedían de alguien que había sido amigo mío.
En determinado momento de esos instantes espantosos, el viento frío y los alaridos me hicieron reaccionar, porque lo que recuerdo a continuación es que corría por las negras estancias y corredores, cruzaba el patio y salía a la oscuridad de la noche. Me encontraron al amanecer, vagando insensatamente cerca de BalIylough; pero lo que a mi me trastornó completamente no fue ninguno de los horrores que había visto y oído. De lo que hablaba, cuando salí lentamente de las sombras de la inconsciencia, era de un par de fantásticos incidentes que ocurrieron en mi huida; incidentes
que carecen de importancia, aunque me obsesionan incesantemente cuando estoy a solas en lugares pantanosos o a la luz de la luna.
Mientras huía de aquel castillo maldito, bordeando el pantano, oí un alboroto; un alboroto corriente, aunque distinto a cuanto había oído en Kilderry. Las aguas estancadas, hasta entonces desprovistas por completo de vida animal, hervían ahora de ranas enormes y viscosas que cantaban sin cesar en unos tonos que no guardaban relación con su tamaño. Brillaban, hinchadas y verdes, a la luz de la luna, y parecían mirar fijamente hacia la fuente del
resplandor. Seguí la mirada de una de ellas, muy gorda y fea, y vi la segunda de las cosas que me hizo perder la razón.
Extendiéndose directamente de las extrañas y antiguas ruinas del islote lejano a la luna menguante, percibí un rayo de débil y temblorosa luz que no se reflejaba en las aguas del pantano.
Y ascendiendo por el pálido sendero, mi enfebrecida imaginación se representó una sombra delgada que iba disminuyendo lentamente; una sombra vaga que se contorsionaba y debatía como si fuese arrastrada por demonios invisibles. En mi locura, vi en esa sombra espantosa un momentáneo parecido — como una caricatura increíble y repugnante— , una imagen blasfema del que había sido Denys Barry.



 
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