El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Con las Madres, NO!!!





Por siempre las Madres

Demetrio Iramain


La Asociación Madres de Plaza de Mayo es presidida por Hebe de Bonafini desde 1978, cuando se constituyó civilmente, apelando a la escasa legalidad a la que podían aspirar bajo el régimen de terror. Esa constitución formal, con estatuto interno y designación de autoridades, resultó una victoria formidable de los pañuelos blancos ante el genocidio en curso. La conducción de Hebe fue decidida entonces por sus propias compañeras y ratificada formalmente en 1986, cuando un proceso de divergencias políticas e ideológicas interno fue zanjado con una nueva elección dirigencial. Eso en los papeles. En el terreno fáctico, la revalidación se produce a diario, como ocurre con todo colectivo militante y transformador, revolucionario y no burocrático, cuyo accionar lo obliga a deliberar permanentemente sobre sus prácticas.

Por cierto, a Hebe y a las Madres de Plaza de Mayo nunca jamás un político del genotipo al que pertenece el bonaerense Eduardo Duhalde les diría que él las prefiere como un ejemplo de algo.
Esta certidumbre política tiene sus costos. El pueblo de a pie sabe acabadamente quiénes son las Madres, por más que no lo expresen del mismo modo (y hasta de forma opuesta y antagónica) las mediaciones periodísticas de esa construcción social de nuestra historia que son las Madres de Plaza de Mayo.

Las Madres nunca fueron bien tratadas por los partidos políticos tradicionales, menos aún por su prensa afín, y ni qué decir del Estado Nacional, incluida su justicia, claro. Recién en 2003 esto comenzó a alterarse positivamente. De ahí que el infeliz comentario del ex presidente interino, formulado en Tucumán, tenga un efecto inverso y termine honrando, muy a pesar suyo, a la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Muy preocupadas debieran estar si sus enemigos hablaran bien de ellas.

Las mentiras que a diario se tejen sobre las Madres, las difamaciones, las desmesuras en las crónicas que las refieren, no son nuevas. En 1986, cuando una fracción de integrantes de la organización se marchó del seno de la Asociación (justamente esa agrupación con la que ahora adorna torpemente sus discursos de campaña el pejotista federal Duhalde), fueron denunciadas en los diarios de la prensa radical ficciones similares respecto al patrimonio de Hebe y no sé cuántas cosas más. Se invocó, incluso, la intervención del Estado alfonsinista a través de la Inspección General de Justicia para que sean auditadas las cuentas de la organización. No hallaron nada raro.

Hasta el ticket de compra del detergente para lavar los platos que se ensucian tras sus almuerzos diarios, y por el que las Madres habían confeccionado un riguroso organigrama que establecía quién debía lavarlos cada vez, les fue suministrado. Siempre cumplió un rol determinante la cocina en su praxis política.

Las Madres se han repuesto de golpes infinitamente más fuertes y dolorosos que una semana de portadas en su contra en el matutino de mayor tirada nacional. Y no hablo aquí de la desaparición de sus hijos, circunstancia dolorosísima pero previa a su surgimiento colectivo. En otras palabras: no habría Madres de Plaza de Mayo si no mediara el genocidio; así de dramática y cruenta es nuestra historia social. Con ellas es creer o reventar. Siempre. Que los medios mientan ahora sobre las Madres no puede hacer mella en quienes tuvieron las agallas de apretar los dientes y regresar a la Plaza de Mayo, el jueves siguiente a los secuestros y posteriores desapariciones de tres de sus integrantes, las más activas y señeras, producidos entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977.

A propósito, ¿por qué será que la mayoría de las veces se pasa por alto esa circunstancia en el relato mediático e incluso histórico? ¿Por qué usualmente se habla de las monjas francesas, y casi nunca o poco de Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino? ¿Para desmerecer el aporte colectivo de quienes las sobrevivieron, acaso?

Las Madres produjeron una fractura, no sólo en el complejo tablero coyuntural de nuestro país, sino en la cultura occidental sobre la que el capitalismo de estas tierras se asienta, cada vez con mayor y más notoria incomodidad. Su lucha política, sus novedosas síntesis ideológicas, su contribución a la ética que ha logrado alcanzar la humanidad de este tiempo histórico todavía signado por el capitalismo, constituyen, quizás, la riqueza más significativa con que cuenta el acervo de luchas populares argentinas para sus combates del futuro. Y la derecha lo sabe. Y le preocupa.

Si las Madres se hubieran refugiado en el dolor únicamente; si su relato se hubiese ceñido a la sangre y la búsqueda de restos óseos; si hubiesen aceptado mansas y obedientes las mieles del dinero en bonos a cambio de la vida de sus hijos, serían sin dudas candidatas de fuste al bronce del capitalismo. Quizás tendrían el Premio Nobel ya. El sistema se “humanizaría” con su “ejemplo”.

Pero no. Las Madres son unas jodidas. Se meten donde no las llama nadie. El sistema, que sabe recuperarse de sus crisis orgánicas y revertir sus errores (horrores y terrores), les tenía asignado un papel muy diferente.

Macri lo sintetizó cabalmente días atrás: “No puede ser que una organización para la defensa de los Derechos Humanos se convierta en una empresa constructora.” El alcalde de Buenos Aires sabe perfectamente que las Madres no son una empresa. Si lo fueran, quizás sería menos problema para él, que es el rey del discurso empresarial privado. Pero las Madres son mucho más que una “factoría que hace casas”, y en esa amplitud y mirada de 360 grados que tienen las Madres, quizás hasta les pisen los callos a algunos negociantes, tal vez amigotes del ingeniero hincha de Boca, por qué no a alguna empresa constructora demasiado cercana a su holding comercial.

Entonces, Clarín, La Nación, Lanata, Perfil, Nelson Castro, Magdalena, se alistan. Todo un ejército mediático toma distancia bajo el puntual Toque de Diana del comandante en jefe de las fuerzas de la reacción, don Héctor Magnetto, supremo líder y última esperanza de los enemigos de clase al proyecto nacional y popular que las Madres defienden y protagonizan desde su trinchera en Plaza de Mayo, y cada vez más lugares y múltiples soportes: la radio, la revista, la universidad, la editorial, el ECuNHi, y la Misión Sueños Compartidos, ese gesto conmovedor de solidaridad de clase e inclusión de los de más abajo de todo en la perversa pirámide social.

La derecha sabe que en octubre se definen muchas cuestiones esenciales, que hacen a su supervivencia estratégica y a la vitalidad de sus intereses al tanto por ciento. Lo sabe por zorra y por vieja, y tiene razón. Se juega el destino inmediato de esta manera tan particular de hacer nuestra revolución. No es poco. Las clases dominantes de este país no trepidaron en cometer un genocidio con tal de preservar su tasa de ganancia. Lo volverían a hacer si se dieran las circunstancias. Estas tapas de Clarín no son nada, pues. Máxime teniendo en cuenta las que sobrevendrán pronto, quizás peores. Sin embargo, ¿qué trasnochado cree que el pueblo dejará pasar ligeramente esta nueva oportunidad que ha construido para sí? Ni lo sueñen, fachos. Con las Madres, no.

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Midnattsol - The Metamorphosis Melody


Symphonic/Gothic/Folk Metal
Germany / Norway

Midnattsol - The Metamorphosis Melody (2011)



01. Alv
02. The Metamorphosis Melody
03. Spellbound
04. The Tide
05. A Poet's Prayer
06. Forlorn
07. Kong Valemons Kamp
08. Goodbye
09. Forvandlingen
10. Motets Makt
11. My Re-Creation
12. A Predator's Prey (Bonus Track)





Midnattsol - Forlorn
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Midnattsol - Kong Valemons Kamp
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MIDNATTSOL
Carmen Elise Espenæs – Vocals
Alex Kautz – Guitarra
Daniel Droste - Guitarra
Birgit Öllbrunner - Bajo
Chris Merzinsky – Batería
Daniel Fischer – Teclados



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La Rebelión de los Ángeles - Anatole France



La Rebelión de los Ángeles
Anatole France






La Rebelión de losÁngeles, novela crítica, paródica y desternillante con la que Anatole France desmitifica la camarilla celeste y deja a Dios, o el cargo de Dios, como el objeto de intrigas, ambiciones y batallas entre espíritus celestiales que cada cierto tiempo (unos pocos miles de años) cambia de manos según que bando resulte ganador de la refriega de turno.
No es una novela anticlerical, ni siquiera antireligiosa. France trata a los ángeles y sus asuntos como si de los de un país extranjero se tratara, la lucha del bien contra el mal tampoco tiene mucho que ver, hay más de cinismo y caradurismo por parte de unos y de otros que de auténtico posicionamiento hacia la bondad o la maldad.









La rebelión de los ángeles (fragmento)

El ángel emprendió su camino por las calles invadidas de una bruma rojiza, salpicada de luces amarillas y blancas, y en las que los caballos resoplaban su aliento humeante y los faros de los autos pasaban a gran velocidad.

[…] Buscó en un pequeño restaurante pero como no encontraba el rostro que andaba buscando, pues en la sala no había ningún ángel, tomó asiento en un pequeño velador de mármol que quedaba libre.

Cuando les aguijonea el hambre, los ángeles necesitan comer igual que los animales terrestres, y los alimentos que ingieren, transformados por el calor digestivo, se asimilan a su sustancia celestial. […]

Cuando estaba terminando su frugal cena, un joven con aspecto de pordiosero y ropas raídas entró en el restaurante y, tras buscar con la mirada entre las mesas, se aproximó al ángel y le saludó llamándolo Abdiel, pues él también era un espíritu celeste. […]

Su caída, producida hacía dos años, había sido repentina. Pertenecía al octavo coro de la tercera jerarquía, y tenía como misión transmitir la gracia a los fieles, que todavía perduran en buen número en Francia, especialmente entre los oficiales superiores del ejército de tierra y de la armada.

-Una noche de verano –contó-, cuando descendía del cielo para repartir consuelos, perseverancias e indulgencias a varias personas piadosas del barrio de l'Etoile, mis ojos, aunque estaban acostumbrados a los resplandores inmortales, se deslumbraron ante las flores de fuego que sembraban los Campos Elíseos. Grandes candelabros que señalaban bajo los árboles la entrada a los cafés y restaurantes, conferían a las hojas los preciosos destellos de las esmeraldas. Largas guirnaldas de perlas luminosas delimitaban los recintos a cielo abierto, en los que se apretaba una multitud de hombres y mujeres ante una orquesta festiva y cuyas canciones llegaban confusamente a mis oídos. La noche era calurosa; mis alas empezaban a acusar descanso. Descendí hasta uno de esos conciertos y me mezclé, invisible, entre el auditorio. En ese momento apareció una mujer en el escenario, vestida con un traje corto de lentejuelas. Los reflejos de las candilejas y la pintura de su rostro impedían ver de ella otra cosa que su mirada y su sonrisa. Su cuerpo era flexible y voluptuoso. Cantó y bailó… Arcadio, siempre disfruté con la música y la danza; pero la voz corrosiva y los movimientos insinuantes de aquella criatura me provocaron una turbación desconocida. Palidecí, enrojecí, mis ojos se nublaron, la lengua se me secó en la boca; me quedé paralizado.

Y Teófilo le contó entre lamentos que había caído poseído por el deseo de aquella mujer y que no había regresado al cielo; pero, como había adoptado la forma humana se adaptó a la vida terrestre, pues está escrito: «En aquel tiempo, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas».

Era un ángel caído, y a pesar de haber perdido su inocencia al tiempo que la contemplación de Dios, conservaba al menos el candor espiritual. Se vistió con unos harapos que sustrajo del escaparate de un revendedor israelí y fue al encuentro de aquella a quien amaba. Se llamaba Bouchotte y vivía en un pisito, en Montmartre. Se arrojó a sus pies y le dijo que era adorable, que cantaba de forma deliciosa, que la amaba con locura, que por ella renunciaba a su familia y a su patria, que era músico y no carecía de medios de subsistencia. Conmovida por tanta pasión y candor, por tanta miseria y amor, Bouchotte le dio de comer, le vistió y le amó. […]



La Casa del Pasado - Algernon Blackwood






La Casa del Pasado
Algernon Blackwood




Cierta noche, una Visión llegó hasta mí, trayendo con ella una antigua y oxidada llave. Me llevó a través de campos y senderos de dulce aroma, donde los setos ya susurraban en la oscuridad primaveral, hasta que llegamos a una inmensa y sombría casa, de ventanas conspicuas y tejado elevado, medio escondido en las sombras de la madrugada. Noté que las persianas eran de un pesado negro y que la casa parecía revestida por una paz absoluta.

-Ésta -susurró ella en mi oído-, es la Casa del Pasado. Ven conmigo y recorreremos sus habitaciones y pasillos; pero date prisa, pues no tendré la llave por mucho tiempo y la noche ya casi se acaba. Aún así, por ventura, ¡debes recordar!

La llave produjo un tétrico sonido cuando giró en la cerradura, y cuando la puerta se abrió sobre un vestíbulo vacío, escuché extraños murmullos y llantos, y el roce de telas, como de gente moviéndose en sueños, a punto de despertar. Entonces, un espíritu de gran tristeza vino a mí, empapando mi alma; mis ojos comenzaron a arder y en mi corazón advertí una extraña sensación, como si algo que había dormido durante años se despertara. Todo mi ser, incapaz de resistir, se rindió inmediatamente al espíritu de la melancolía más profunda, y el dolor de mi corazón, mientras las Cosas se movían y despertaban, por un momento se hizo demasiado fuerte para expresarlo en palabras...

Mientras avanzábamos, las débiles voces y sollozos escaparon delante nuestro hacia el interior de la Casa, supe que el aire estaba lleno de manos suspendidas, de vestimentas oscilantes, de trenzas colgantes, y de ojos tan tristes y nostálgicos, que las lágrimas -que ya casi desbordaban de los míos-, se retenían por milagro ante la contemplación de tan intolerable anhelo.

-No permitas que esta tristeza te aplaste -susurró la Visión a mi lado-. No despiertan frecuentemente. Duermen por años y años y años. Los cuartos están todos ocupados y a no ser que lleguen visitantes como nosotros a perturbarlos, jamás despertarían por propia voluntad. Pero cuando uno se agita, el sueño de los otros también se ve perturbado, y también despiertan, hasta que el movimiento es comunicado de una habitación a otra y así finalmente, a través de toda la Casa... Pero, a veces, la tristeza es demasiado grande como para soportarla, y la mente se debilita. Por esta razón, la Memoria les entrega el sueño más dulce y profundo que posee y cuida de usar poco esta pequeña y herrumbrosa llave. Pero, escucha ahora -agregó ella, tomándome la mano- ¿no oyes, acaso, el temblor del aire a través de toda la Casa, que se asemeja al murmullo de agua cayendo? ¿Y quizá ahora tú... recuerdas?

Aún antes de que ella hablara, yo ya había captado débilmente el inicio de un nuevo sonido; y ahora, en lo profundo de los sótanos bajo nuestros pies, y también desde las regiones superiores de la gran Casa, me llegaba el murmullo y el crujido y el movimiento ligero y contenido de las Sombras durmientes. Se elevaba como una cuerda tañida suavemente de entre las inmensas e invisibles cuerdas pulsadas en algún lugar de las bases de la Casa, y su vibración corría suavemente por sus paredes y techos. Y supe que había escuchado el lento despertar de los Espíritus del Pasado.

¡Ay de mí!, con qué terrible invasión de amargura me sostenía allí, con los ojos inundados, escuchando las tenues voces muertas mucho tiempo atrás... Porque de hecho, toda la Casa estaba despertando; y en ese momento llegó hasta mi nariz el sutil y penetrante perfume del tiempo: de cartas, con la tinta borrosa y las cintas desteñidas; de olorosas trenzas, doradas y castañas, guardadas, ¡oh, tan tiernamente!, entre las flores prensadas que aún conservaban la profunda delicadeza de su olvidada fragancia; la aromática presencia de memorias perdidas, el intoxicante incienso del pasado. Mis ojos se inundaron, mi corazón se contrajo y expandió, mientras me rendía sin reserva a esas antiguas influencias de sonidos y aromas. Estos Espíritus del Pasado -olvidados en el tumulto de memorias más recientes- se apretaban alrededor mío, tomaron mis manos y, siempre susurrando lo que yo hace tiempo había olvidado, siempre suspirando, exhalando de sus cabellos y vestiduras los aromas inefables de las épocas muertas, me guiaron a través de la inmensa Casa, de cuarto en cuarto, de piso en piso.

Pero no todos los Espíritus me eran igualmente claros. De hecho, algunos tenían sólo la más débil vida, y me agitaban tan poco que sólo dejaban una impresión indistinta y borrosa en el aire; mientras que otros me observaban casi con reproche con sus apagados y desteñidos ojos, como anhelando retornar a mis recuerdos; y entonces, al ver que no eran reconocidos regresaban flotando suavemente hacia las sombras de sus habitaciones, para volver a dormir imperturbados hasta el Día Final, cuando no fallaré en reconocerlos.

-Muchos de ellos han dormido por tanto tiempo -dijo la Visión a mi lado- que despiertan sólo a difícilmente. Sin embargo, una vez despiertos te reconocen y recuerdan, aunque tú no logres hacerlo. Pues es la regla de la Casa del Pasado que, mientras tú no los evoques claramente, no recuerdes precisamente cuándo los conociste y con qué causas particulares de tu evolución pasada están asociados, no podrán mantenerse despiertos. A menos que los recuerdes cuando sus ojos se encuentren, a menos que su mirada de reconocimiento les sea devuelta por la tuya, están obligados a regresar a su sueño, silenciosa y desconsoladamente -sus manos sin estrechar, sus voces sin ser oídas-, para soñar un sueño inmortal y paciente, hasta que...

En ese instante, sus palabras se extinguieron repentinamente en la distancia y tomé conciencia de un abrumador sentimiento de deleite y alegría. Algo me había tocado los labios, y un fuego poderoso y dulce se precipitó hacia mi corazón y envió la sangre tumultuosamente por mis venas. Mi pulso latía locamente, mi piel resplandecía, mis ojos se enternecieron, y la terrible tristeza del lugar fue instantáneamente disipada, como por arte de magia. Volviéndome con una exclamación de júbilo, que de inmediato fue tragada por el coro de sollozos y suspiros que me rodeaban, observé... e instintivamente adelanté mis brazos en un rapto de felicidad hacia... hacia la visión de un Rostro... cabello, labios, ojos; una tela dorada rodeaba el hermoso cuello, y el antiguo, antiguo perfume del Este -¡por las estrellas, cuánto hace de ello!- estaba en su aliento.

Sus labios nuevamente estaban en los míos; su cabello sobre mis ojos; sus brazos alrededor de mi cuello, y el amor de su antigua alma vertiéndose en la mía a través de unos ojos todavía fulgurantes y claros. Oh, el feroz tumulto, la maravilla inenarrable, ¡si sólo pudiese recordar!... Aquel aroma, sutil y disipador de brumas, de muchas eras atrás, una vez tan familiar... antes de que las Colinas de la Atlántida estuvieran sobre el mar azul, o que las arenas comenzaran a formar el lecho de la esfinge. Pero, un momento; ya regresa; comienzo a recordar...

Cortina tras cortina se levantan de mi alma, y casi puedo ver más allá. Pero el espantoso elástico de los años, horrible y siniestro, milenio tras milenio... Mi corazón se estremece, y tengo miedo. Otra cortina se eleva y otra perspectiva, que va más allá que las otras, se hace visible, interminable, corriendo hacia un punto rodeado de gruesas brumas. ¡Y he aquí, que ellas también se mueven!, elevándose, iluminándose. Finalmente veré... ya comienzo a recordar… la piel morena... la gracia Oriental, los maravillosos ojos que contenían el conocimiento de Buda y la sabiduría de Cristo, aún antes que aquéllos hubieran soñado con alcanzarla. Como un sueño dentro de un sueño, me cautiva nuevamente, tomando una apremiante posesión de todo mi ser... la forma esbelta... las estrellas en aquel mágico cielo Oriental... los susurrantes vientos entre las palmeras... el murmullo del río y la música de los setos al inclinarse y suspirar en la dorada superficie de arena.

Se difumina un poco y comienza a pasar; luego parece surgir nuevamente. ¡Ay de mi!, aquella sonrisa de dientes resplandecientes... aquellos párpados de venas de encaje. Oh, quién me ayudará a recordar, pues se encuentra demasiado lejos, demasiado oscuro, y yo no puedo recordarlo completamente; aunque mis labios aún se estremecen, y mis brazos se encuentran aún extendidos, nuevamente comienza a desvanecerse. Ya hay una mirada de tristeza, demasiado profunda para expresar con palabras, al darse cuenta de que no es reconocida.... ella, cuya mera presencia pudo una vez extinguir para mí el universo entero... y ella se devuelve, lentamente, tristemente, silenciosamente a su oscuro e inmenso sueño, para soñar y soñar con el día en que la recordaré y que vendrá a donde pertenece...

Me observa desde el final de la habitación, donde las Sombras comienzan a cubrirla y a ganarla de vuelta con sus brazos estirados hacia su sueño de siglos en la Casa del Pasado.

Estremeciéndome, con el extraño perfume aún en mi nariz y el fuego en mi corazón, giré y seguí a mi Sueño por una amplia escalera, hacia otra parte de la Casa. Al entrar en los corredores superiores oí al viento crujir cantando sobre el tejado. Su música tomó posesión de mí hasta que sentí como si todo mi cuerpo fuera un solo corazón, doliente, tenso, palpitante, como si fuera a quebrarse; y todo porque escuché al viento cantar alrededor de la Casa del Pasado.

-Recuerda -murmuró la Visión, respondiendo a mi inexpresada pregunta- que estás escuchando la canción que ha cantado por incontables siglos y para miríadas de incontables oídos. Se remonta asombrosamente lejos; y en ese simple salmo, profundo en su terrible monotonía, se encuentran las asociaciones y los recuerdos de las alegrías, penas y luchas de toda tu existencia previa. El viento, como el mar, le habla a la memoria mas íntima -agregó- y es por eso que su voz es de tal tristeza, profundamente espiritual. Es la canción de las cosas por siempre incompletas, inconclusas, insatisfechas.

Mientras pasábamos por las abovedadas habitaciones, advertí que nadie se agitaba. Realmente no había ningún sonido, sólo una impresión general de una respiración profunda y colectiva, como el vaivén de un mar amortiguado. Mas los cuartos, lo supe inmediatamente, estaban llenos hasta las paredes, repletos, fila tras fila... Y, desde los pisos inferiores, a veces se elevaba el murmullo de las Sombras llorosas al retornar a su sueño, instalándose nuevamente en el silencio, la oscuridad y el polvo. El polvo... oh, el polvo que flotaba en esta Casa del Pasado, tan denso, tan penetrante; tan fino que llenaba los ojos y la garganta sin dolor; tan fragante, que aliviaba los sentidos y tranquilizaba el corazón; tan suave, que resecaba la boca, sin molestar; y cayendo tan silenciosamente, acumulándose, posándose sobre todo, que el aire lo sostenía como una fina bruma y las sombras durmientes lo usaban como mortajas.

-Y éstas son las más antiguas -dijo mi Sueño- las dormidas hace más tiempo- apuntando hacia las filas repletas de silenciosos durmientes-. Nadie aquí ha despertado por siglos, demasiados para contarlos; y aún si despertaran no podrías reconocerlos. Ellos son, como los otros, todos tuyos, sólo que son los recuerdos de tus etapas más tempranas a lo largo del gran Camino de Evolución. Algún día, sin embargo, despertarán, y deberás reconocerlos y contestar sus preguntas, pues ellos no pueden morir hasta no agotarse a sí mismos a través de ti, quien les dio la vida.

-¡Ay de mí! -pensé, escuchando y entendiendo a medias estas palabras- cuántas madres, padres, hermanos, pueden entonces estar dormidos en este cuarto; cuántas fieles amantes, cuántos amigos de verdad, ¡cuántos antiguos enemigos! Y pensar que un día se levantarán y me confrontarán, y yo deberé encontrarme con sus ojos nuevamente, reclamarles, conocerlos, perdonarlos, y ser perdonado... los recuerdos de todo mi Pasado...

Me volteé para hablarle al Sueño a mi lado, y toda la Casa se disolvió en el brillo del cielo oriental, y escuché a los pájaros cantando y vi las nubes arriba velando las estrellas en la luz del día que se acercaba.



The LoveCrave - The Angel and The Rain


gothic metal/industrial/rock
italia
The LoveCrave - The Angel and The Rain (2006)



1. Vampires (the Light that We are)
2. Nobody
3. Little Suicide
4. Can You Hear Me
5. Fading Roses
6. My Soul
7. Runaway
8. The Angel and the Rain
9. The Chaffeur
10. Dark City




The LoveCrave - Can You Hear Me?
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The LoveCrave - My Soul
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THE LOVECRAVE
Francesca Chiara – Vocals
Tank Palamara – Guitars
Bob The Machine Parolin – Drums
Simon Dredo – Bass



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Gothminister - Anima Inferna



Gothic/Metal Industrial
Noruega

Gothminister - Anima Inferna (2011)



01. Stonehenge
02. Liar
03. Juggernaut
04. 616
05. Solitude
06. The Beauty of Fanatism
07. A.I. (Anima Inferna)
08. Fade
09. The Beast
10. Hell Opens the Gate
11. Liar (Remix)





Gothminister - Liar
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Gothminister - Stonehenge
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GOTHMINISTER
Gothminister (Bjørn Alexander Brem) – Vocal principal y Performance
Halfface (Tom Kalstad) - teclados
Chris Dead (Christian Svendsen) - Batería
Icarus (Glenn Nilsen) - Guitarras



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Cementerio en la nieve - Xavier Villaurrutia



Cementerio en la nieve


A nada puede compararse un cementerio en la nieve.
¿Qué nombre dar a la blancura sobre lo blanco?
El cielo ha dejado caer insensibles piedras de nieve
sobre las tumbas,
y ya no queda sino la nieve sobre la nieve
como la mano sobre sí misma eternamente posada.

Los pájaros prefieren atravesar el cielo,
herir los invisibles corredores del aire
para dejar sola la nieve,
que es como dejarla intacta,
que es como dejarla nieve.

Porque no vasta decir que un cementerio en la nieve
es como un sueño sin sueños
ni como unos ojos en blanco.

Si algo tiene de un cuerpo insensible y dormido,
de la caída de un silencio sobre otro
y de la blanca persistencia del olvido,
¡a nada puede compararse un cementerio en la nieve!

Porque la nieve es sobre todo silenciosa,
más silenciosa aún sobre las losas exagües:
labios que ya no pueden decir una palabra.


Xavier Villaurrutia
"Nostalgia de la muerte" (1938)

Within Temptation - The Unforgiving


Symphonic/Gothic Metal
Holanda

Within Temptation - The Unforgiving (2011)




1. Why Not Me
2. Shot In The Dark
3. In The Middle Of The Night
4. Faster
5. Fire And Ice
6. Iron
7. Where Is The Edge?
8. Sinéad
9. Lost
10. Murder
11. A Demon's Fate
12. Stairway To The Skies




Within Temptation - Sinéad
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Within Temptation - Lost
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WITHIN TEMPTATION
Sharon den Adel (voz)
Rudolf Adrianus Jolie (Guitarra)
Jeroen van Veen (Bajo)
Martijn Spierenburg (Teclados)
Robert Westerholt (Guitarra)
Mike Coolen - Batería




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La Hija del Castigo







La Hija del Castigo
Paul Féval (1816-1887)



En 1810, vivía en Saint-Maló una joven de diecisiete años, cuyo verdadero nombre era Margarita Breuilh. Era hija de Jacques Breuilh, el calafatero, que habiéndose quedado sin trabajo en las canteras del puerto se hizo contrabandista. Esta es la primera página que yo publiqué, hace cuarenta años. La entrego a manera de curiosidad y para demostrar que comencé creyendo algo que me perdió.

Margarita era bella. Aquellos que la veían y no conocían su historia, se paraban para mirarla andar a lo largo del agua. Siempre estaba vestida pobremente. Su vestido de tela ordinaria ajustado a la cintura con la ayuda de un trozo de cuerda, le caía tan bien como a otras muchachas la muselina o la seda; sus largos cabellos rubios caían desordenados sobre su espalda, y tenían un reflejo de oro bruñido. Ella iba, alegre y graciosa, rozando ligeramente con sus pies la arena de la playa. Cuando se sentía observada, sus grandes ojos azules, limpios y dulces, no bajaban ante la mirada del otro. Una sonrisa melancólica asomaba a sus labios. Y se ponía a cantar con voz triste, tan triste que el que la escuchaba, lloraba. Mi madre me dijo: yo lloré.

Su canto era extraño. Sus palabras, indiferentes. Era una de esas canciones que entonaban las mujeres de los marineros mientras los esperan junto a las orillas del mar que resuena, se eleva y se confunde con la línea azul sombría del cielo de Bretaña. Es quizás un cántico desconocido, una plegaria. Pero de a poco, su voz se extendía, las palabras llegaban claras, se comprendían. La emoción apretaba el corazón del oyente; el enternecimiento dejaba lugar al horror. Y obligaba a alejarse. Esto cantaba Margarita, que estaba loca:

...Sangre, sangre, mucha ¡sangre! A torrentes beberemos de la máquina. Saciémonos al pie de la guillotina. ¡Sangre, sangre, mucha sangre!

Y mientras cantaba el horrible estribillo que la loca había aprendido durante el Terror, alrededor del tablado levantado junto a la guillotina, la mirada azul de Margarita se elevaba dulce y pura hacia el cielo. Su frente era de tal dulzura como la de los ángeles. Su voz melodiosa y penetrante, plena de vibraciones y de encanto. El contraste entre su voz y la canción erizaba la piel. Mientras era de día ella corría por la playa. Las tempestades no la asustaban. Se la veía incluso hasta en la tormenta, trepar, ágil como un pájaro, a lo largo de los flancos escarpados del Fuerte del Emperador. Se colgaba de cualquier saliente; el huracán la mecía; la cresta espumante y furiosa de las olas lamía los blancos pies; alrededor de ella las gaviotas se balanceaban suspendidas en sus largas alas, y lanzaban sus gritos quejumbrosos y ásperos, a los que respondía la pobre joven con su eterno refrán. El mar subía. Entonces ella ganaba la cumbre aguda de las rocas. Ahí se sentaba; la cabeza apoyada en sus manos. El viento desordenaba su cabello, que le tapaba la cara. Desde lejos parecía una estatua, erigida sobre un pedestal gigante.

Por la noche no volvía a la ciudad. ¿Dónde pasaba la noche? Nadie lo sabía. Es necesario contar la lúgubre historia de su nacimiento. En 1793, después que Carpentier diezmó legalmente la población de Saint-Maló, Jacques Breulih era un joven obrero portuario, fuerte y honesto. Abundaba el trabajo después de la desocupación que trajo el Terror. Breuilh se ganaba fácilmente la vida. Tenía una mujer bella que lo amaba. Era feliz. El viento de las doctrinas revolucionarias había pasado y como en todas partes había trastocado muchas cabezas, Breuilh, sin saber por qué, tendía a odiar mortalmente a los aristócratas, aunque había vivido de sus beneficencias y sobre todo a los sacerdotes; a uno de ellos en especial debía su buena suerte, a un buen eclesiástico que le había tendido una mano caritativa en su juventud. No quería recordar en absoluto que el abate Saulnier, cura de Saint-Sauveur, había sido como un padre para él. Era un sacerdote y los sacerdotes eran considerados pérfidos, malvados, enemigos del pueblo. No convenía a Breuilh ir en contra de este argumento sin réplica.

Su mujer era fanáticamente revolucionaria. Sabía de memoria todo el catecismo republicano, y no dejaba, los días de ejecución, de reservar anticipadamente su lugar al pie de la guillotina; allí tejía sin que se le escapara un punto de la malla, mientras las cabezas rodaban. Estaba muy próxima a ser madre. Breulih no la dejaba sola nunca. Había dejado su trabajo para cuidar a su mujer y la ciudadana se apoyaba en el brazo conyugal para estar siempre presente en la plaza de las ejecuciones. Cuando la máquina terminaba sus faenas, la pareja regresaba a soñar sobre el porvenir del niño que llegaría.

-Si es varón -decía Jacques- se llamará Bruto como el virtuoso ciudadano de Italia, que atravesó con sus espada el cuerpo de un Cardenal romano...
-¡De un Papa! -interrumpía la ciudadana-. En Italia, has visto Jacques, los verdaderos tiranos son los Papas. Jacques admiraba la erudición superior de su compañera.
-Si es una niña... -continuaba ella- la llamaremos... Brutusa.
-¡Vaya!
-Será muy bella, Jacques, muy bella. Y procuraremos que la nombren por decreto diosa de la Libertad!

Los dos esposos, ante tan brillante perspectiva, bailaban con verdadero frenesí. Un cierto día del mes de Messidor del año 1793 se llevaría a cabo en la Comuna de Saint-Maló una ejecución muy interesante. La víctima era M. Sauliner, viejo cura de Saint-Sauveur. Todos conocían muy bien al sacerdote. Todos ansiaban ver qué cara tendría sobre el patíbulo. La guillotina estaba ubicada en medio de la plaza, frente al tribunal revolucionario. La multitud rodeaba el tarimado de la guillotina. Nuestra buena ama de casa estaba en su puesto. En el momento en que esa masa murmurante se abría para dejar paso a la carreta que traía al reo, la ciudadana Breuilh fue presa de los dolores de parto. Un heroico y casi omnipresente esfuerzo frenó sus gritos. Esperaba; el señor Abate Saulnier subió los escalones del patíbulo. De pronto un murmullo de enojo recorrió la asamblea. El verdugo no había llegado. La ciudadana Breulih se enfureció por el contratiempo.

-¡Qué desgracia! -se lamentó ella.
-El verdugo ha cruzado el agua -dijo alguien desde la multitud; se fue a Southampton porque no quería echar mano sobre le abate Saulnier, que fue tan bueno con él en otro tiempo.
-¡Es que se trata de eso! -replicó Jacques Breuilh, encogiéndose de hombros.

Nadie respondió. El abate Saunier había sido realmente muy caritativo con todos los desdichados. En este supremo momento, la piedad, como un espectro, golpeaba los corazones.

-¿Hay algún ciudadano de buena voluntad que reemplace al verdugo? -preguntó un funcionario de la República.
Se hizo un gran silencio.
-Jacques -dijo por lo bajo la ciudadana Breuilh -yo quiero...

No terminó la frase, pero su mirada acariciaba el patíbulo. Para un corazón republicano, el deseo de una ciudadana es una orden suprema. Jacques, en tres saltos subió los escalones del estrado.

-¡Aquí estoy! -gritó.

Su mujer inició un grito de alegría que concluyó en un quejido delirante. La angustia la aterrorizaba. Pero, a instancias de Jeanne d´Albret, reprimió sus gemidos y entonó con voz firme su canción favorita:

Sangre, sangre, mucha ¡sangre! A torrentes beberemos de la máquina Saciémonos al pie de la guillotina ¡Sangre, sangre, mucha sangre!

Al escuchar esta canción, la piedad de la multitud se desvaneció. Una alegría general se transmitió y un coro inmenso rugió la copla sangrienta. Mientras tanto, Jacques Breuilh, a pesar de su falta de experiencia, reemplazó al verdugo, eficazmente. El sacerdote lo bendijo mientras Jacques se afanaba en los preparativos. La venerable cabeza rodó por los escalones del patíbulo. Los funcionarios republicanos agradecieron al calafatero. Jacques recibió las felicitaciones con modesto orgullo. Tenía conciencia de haber cumplido con la patria. Cuando regresó junto a su mujer, la ciudadana tenía en sus brazos una bellísima niña. Jacques la abrazó con entusiasmo.

-Ha nacido en un día de fiesta -dijo la madre-, el Ser Supremo le tiene reservado un destino feliz.

Jacques aprobó y repitió las palabras de su esposa. Cuando la pareja estuvo de regreso en la choza, examinó amorosamente el regalo que acababan de recibir del Ser Supremo. La pequeña era encantadora. Algo los inquietó; alrededor de su cuello pequeño una línea roja se enroscaba como un collarcito de coral.

-¿Qué es esto? -preguntó el ciudadano Breuilh.
-El cuchillo... -murmuró.
-¡Bah! -dijo la ciudadana intentando sonreir- es una señal.

La pequeña creció. A medida que crecía, el círculo sangriento de su cuello se iba borrando, hasta que llegó a parecer un collar pálidamente rosado. La ciudadana Breuilh era feliz, el amor maternal había reemplazado de a poco sus lúgubres manías.

-Después de todo -decía- la guillotina casi no dejó rastros. Margarita será la perla de Saint-Maló y dentro de diez años nadie se acordará que nació al pie de la guillotina.
-¿Quién se acordará? -repetía el dócil calafatero.

No todos se olvidaron. El Terror había terminado hacía dos años. La guillotina perdió popularidad. Todos comenzaron a alejarse de Jacques, a quién llamaban el verdugo. Un consuelo le quedaba: su hija, su Margarita que parecía un ángel cuando sonreía. Pero Margarita no hablaba. Su madre había pasado largas horas repitiéndole una misma palabra, sin cesar y la niña permanecía muda. Al anochecer su lengua se destrabó. La ciudadana Breuilh creyó oirla hablar desde lejos. Llamó a su marido y corrieron junto a la cuna. La pobre madre no podía contener su alegría:

-Habla, Margarita, habla, mi linda -decía.

Se inclinó para escuchar. La niña guardó silencio. Después, fijando sus grandes ojos azules sobre su madre, la niña empezó a cantar suavemente:

¡Hace falta sangre, sangre, mucha sangre!...

La pobre madre cayó de espaldas. Jacques se apuró a levantarla. En tanto la niña continuaba:

A torrentes beberemos de la máquina Saciémonos al pie de la guillotina...
-¡Oh! ¡Cállate! -dijo la madre con voz agonizante.
La niña siguió:
¡Sangre, sangre, mucha sangre!

Jacques aterrado, paseaba su mirada desde su hija hasta la mujer desvanecida. De pronto esta se levantó. Sus ojos empañados miraban gélidamente; los rizos caían sobre su pálida frente. Había envejecido diez años en un minuto. Al día siguiente ella intentó una segunda prueba. La niña esbozando una sonrisa angelical, empezó a cantar con su pequeña voz el refrán maldito. Nunca nadie le escuchó pronunciar otras palabras que las de esa canción. La ciudadana Breuilh, frío el corazón, llevó durante unos meses una existencia lánguida y murió de honda tristeza. En el último momento de su agonía, escuchó la voz de Margarita que cantaba: ¡Sangre, sangre, hace falta mucha sangre! Jacques Breuilh lloró a su mujer. Se quedó solo con su hija, imagen viva del remordimiento. Cada vez que él volvía de su trabajo, Margarita lo recibía cantando. A pesar de todo, adoraba a su hija y todo el amor que quedaba en su corazón era para ella. A los diez años resultó imposible retenerla en la casa. Su instinto vagabundo la empujaba a salir. Cuando empezaron las salidas, la ciudad toda se enteró del funesto secreto. Se apartaban de ella con horror. Murmuraban sobre su locura y la atribuían a los trágicos acontecimientos que acompañaban su nacimiento. La empezaron a llamar: la hija del castigo. Real o falsa, esta idea del castigo divino fue para Jacques una especie de muerte civil. Sus camaradas lo repudiaron; el capataz de la cantera donde trabajaba, lo hizo echar. Así, sin trabajo, se vio obligado a caer en el contrabando para dar de comer a Margarita.

Amaba a su pobre hija. Era lo único que tenía. Durante muchos años, Jacques contrabandeó encajes y cuchillería de Inglaterra. Como estaba muy necesitado, maniobraba con excesiva prudencia y los que suponían o desconfiaban de él no encontraban un detalle para acusarlo formalmente. Pero llegó el día en que fue sorprendido cuando desembarcaba unos bultos a noche cerrada. Los aduaneros hicieron una descarga desde lo algo del gran Bé; él consiguió escapar, pero lo habían reconocido. En adelante, ya no estaría seguro en Saint-Maló. Y fue así que comenzó para Margarita esa vida extraña y misteriosa de la que hablamos al comienzo de este relato. Durante el día ella vagaba por las playas jugando con la espuma, recogiendo la pálida flor de las algas o buscando en las cuevas costeras esos delicados y caprichosos arabescos que forman las algas. Los lugareños que la encontraban se alejaban pero no la insultaban nunca, porque su aspecto angelical hubiera despertado piedad y ternura aún en el duro corazón de un tigre. Cuando un extranjero, atraído por la belleza de la niña, se acercaba a ella, una infantil sonrisa asomaba a sus labios y empezaba a cantar el horrible refrán. Por la noche, buscaba el amparo de su padre.

Tiempo después, bajo el Imperio, la represión del contrabando fue severísima y las penas eran como en las épocas de guerra. Día y noche los gendarmes vigilaban. A veces se encontraba el cadáver de un inglés sobre la playa, al día siguiente era el de un gendarme aduanero. Jacques no se hacía a la mar. Su trabajo era el más peligroso de todos: era descargador. Cuando una bujía pirata se encendía en la costa, con la señal convenida, saltaba sobre su barca y se acercaba al barco, cargaba los bultos y los traía a tierra; seguidamente recibía una módica suma como todo beneficio. Hasta ahora había conseguido mantenerse oculto y se había salvado de toda acción judicial. Su refugio, mejor dicho sus refugios eran hábilmente elegidos. Y Margarita mientras tanto corría por las playas. Hasta que cierto día un guardacostas más astuto que sus colegas la siguió desde lejos a la caída de la noche. Fue una tarea difícil. La jovencita, después de haber seguido por el borde de la playa que se extendía como un tapiz, pasó el Fuerte Real hasta Rotheneuf y se metió en un laberinto de rocas angulosas y quebradas que defienden a manera de inmensa empalizada el orgulloso acantilado de la Varde.

Una vez que llegó, Margarita no aminoró su marcha. Saltaba entre las rocas, esbelta y graciosa como un antílope. Ningún obstáculo la detenía. Sus pies rozaban la mata aceitosa de las algas. El aduanero en cambio sudaba sangre y agua. Pobre desdichado. Las suelas con tachas de hierro se enganchaban en las rocas; resbalaba sobre las algas, tropezaba. A veces caía pesadamente en profundos pozos poblados de Jibias y cangrejos. Pero no se daba por vencido: le esperaba una fuerte recompensa al final de estos esfuerzos. Margarita iba delante. No había un punto de luna en el cielo, pero a la luz lejana de las estrellas se veía una forma blanca sobre el fondo oscuro de las rocas. El viento traía en ráfagas al oído atento del aduanero algunas notas de la canción de la muchacha. De pronto ella desapareció y su voz dejó de oirse. El aduanero se detuvo, indeciso. Estaba sobre el más alto de los grupos de rocas que circundan el acantilado de la Varde. A cien pies debajo de él el mar rompía contra la base del acantilado. Avanzó otra vez. El sendero, justo allí, en el lugar donde había perdido de vista a Margarita, era plano y liso y terminaba en una fisura que se abría como una enorme boca sobre el mar y que de ninguna manera podía franquear. Naturalmente la mirada del aduanero requisó hasta el fondo de ese agujero. Descubrió un débil resplandor que se reflejaba en las paredes húmedas de la grieta.

-Ahí está el nido -murmuró. Y desandando el camino se apresuró hasta ganar la posta de Rotheneuf, donde pidió refuerzos. Una hora después cinco hombres se detenían al borde de la fisura. Bajaron en silencio. En el fondo del pozo vieron una pequeña cabaña, tan escondida que si no hubieran sabido a priori de su existencia les hubiera costado realmente descubrirla. Adentro la luz ya estaba apagada. Los aduaneros llamaron. Volvieron a llamar golpeando con fuerza. Entraron. Sobre un montón de algas secas, Margarita estaba totalmente vestida. Dormía. Su rostro calmo y dulce era la viva imagen del candor. Estaba sola en la cabaña. ¿Dónde estaba el contrabandista? Los empleados de la aduana llamaron a Margarita que se despertó sonriendo. A la vista de esos hombres armados sus grandes ojos azules no bajaron la mirada. Abrió la boca y murmuró dulcemente:

¡Sangre, sangre, mucha sangre!
-¡Sí! -dijo uno de los aduaneros exagerando- ¡eso hace falta y cuando llegue la brigada tendremos sangre!

Una nube empañó la frente de la joven. Por un momento, el instinto del amor filial haya disipado las tinieblas de su inteligencia. Fue un relámpago. Después de unos segundos de silencio continuó:

-A torrentes beberemos de la máquina Saciémonos al pie de la guillotina...
-¡Escuchen! -gritó uno de los aduaneros.
Todos hicieron silencio. Margarita misma interrumpió su canto. Se escuchó sobre el mar, más allá de las rocas un ruido sordo y regular. Era un barco que avanzaba con remos.
-¡Aquí está! -dijeron los aduaneros aprestando sus armas-, ¡ya lo tenemos!

Margarita llevó la mano a su frente. De un salto pasó entre los gendarmes y se inclinó sobre el borde de la rampa.

-¡Quédate quieta! -dijo por lo bajo, amenazante, uno de los guardias-, ¡O te mato!.

La pobre no podía desobedecer. No sabía hablar. Pero en un momento que los gendarmes se descuidaron, asió con fuerza la cuerda que servía de escalera a su padre y se dejó caer al fondo del hondo pozo. Los aduaneros se consultaron entre ellos; luego el jefe da un golpe sobre la cuerda, que de vieja se rompe al instante. Una voz débil llegaba desde lo más profundo del precipicio.

-¡Sangre, sangre, mucha sangre!...
-¡Pobre niña! -murmuraron los aduaneros.

La barca continuaba avanzando. Margarita, que se había arrojado desde una altura enorme sobre la playa, no le pudo advertir a su padre. Jacques fue tomado prisionero. Al día siguiente no fue posible encontrar el cuerpo de Margarita. Como Jacques se había resistido fue condenado a muerte. El día de la ejecución, el patíbulo fue levantado por la Comuna en la misma plaza donde Jacques, diecisiete años atrás, había reemplazado al verdugo. Todos se acordaban de esta circunstancia y no hubo ni un solo gesto de piedad entre los espectadores. Jacques subió, con la cabeza baja, los escalones del patíbulo. En ese momento, una mujer pálida, con la ropa hecha jirones, el cuerpo cubierto de lastimaduras, se abrió paso entre la muchedumbre y cayó moribunda al pie de la guillotina.

-¡Hija mía! -grito Jacques, extendiendo sus brazos como para protegerla. Margarita se levantó a medias. Miró el aparato fatal y sonriendo, murmuró:
-¡Hace falta sangre, sangre, mucha sangre, Saciémonos al pie de la guillotina!

Después cayó para no levantarse más. Jacques dio un grito angustiante y ofreció su cabeza al verdugo. El gentío se retiró, silencioso y en hondo recogimiento. Si la falta fue grave, el castigo fue terrible y más de uno había sentido piedad por esa triste familia sobre la cual había caído duramente el dedo de Dios. Y ahora que mucho tiempo pasó, se puede decir que las catástrofes de ese tipo no se olvidan, y en mi juventud he encontrado muchas veces en Saint-Maló o en Saint-Sauveur, numerosos testigos que contaban como yo lo acabo de hacer, la lamentable historia de la hija del castigo.


Paul Féval (1816-1887)



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Mantus - Zeichen (2011)




01. Intro: Kassandra
02. Zwischenwelt
03. Die Stille Des Ozeans
04. Staub
05. Verbrannte Erde
06. Zeichen
07. Herzschlag
08. Traeumerei
09. Schweigen
10. Vor Dem Fenster
11. Echo
12. Der Schrei Des Schmetterlings
13. Ein Anderer Mensch






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MANTUS
Martin Schindler: Music & Lyrics, Production
Thalia: Vocals




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Antes del Fin - Ernesto Sábato




Antes del fin. Memorias
Ernesto Sabato


Las memorias de Ernesto Sabato, es un libro único que constituye su testamento espiritual. Es la historia de un joven nacido en La pampa, que emprende con éxito una carrera altamente especializada en el mundo científico y llega incluso a trabajar en el centro Curie de París, para luego, en contacto con los surrealistas, abandonar la ciencia por la literatura y el arte, en un gesto valeroso y retador, y con su primera novela, rechazada por multitud de editores, obtener el reconocimiento de Albert Camus y Thomas Mann. Es también, por otra parte, la historia de un hombre rebelde, afín desde muy pronto al anarquismo y a la izquierda revolucionaria, que
descubre y denuncia las máscaras del totalitarismo soviético para luego, ya en su vejez, presidir con extraordinario coraje personal la comisión que investiga el horror de los desaparecidos en Argentina y desvelar la magnitud del genocidio. La alianza de rigor ético, acento lírico y firme voluntad solidaria con los desposeídos confiere a Antes del fin el carácter de un libro único: constituye, como pocas obras de hoy en día, el legado esencial de un gran escritor para las generaciones que lo suceden.

[Información de la editorial Seix-Barral]





Adolescente sin luz, tu grave pena llorás, tus sueños no volverán, corazón, tu infancia ya terminó.
La tierra de tu niñez quedó para siempre atrás sólo podés recordar, con dolor, los
años de su esplendor. Polvo cubre tu cuerpo, nadie escucha tu oración, tus sueños
no volverán, corazón, tu infancia ya terminó.


HASTA SIEMPRE, MAESTRO!!


 
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