El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Amantes



Amantes

Somos como son los que se aman.
Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos
desconocidos que se estrechan a tientas,
cicatrices con que el rencoroso deseo
señala a los que sin descanso se aman:
el tedio, la sospecha que invencible nos ata
en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.
Enamorados como dos locos,
dos astros sanguinarios, dos dinastías
que hambrientas se disputan un reino,
queremos ser justicia, nos acechamos feroces,
nos engañamos, nos inferimos las viles injurias
con que el cielo afrenta a los que se aman.
Sólo para que mil veces nos incendie
el abrazo que en el mundo son los que se aman
mil veces morimos cada día.

Amantes II

Desnudos afrentamos el cuerpo
como dos ángeles equivocados,
como dos soles rojos en un bosque oscuro,
como dos vampiros al alzarse el día,
labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,
boca que busca la boca, estatuas erguidas
que en la piedra inventan el beso
sólo para que un relámpago de sangres juntas
cruce la invencible muerte que nos llama.
De pie como perezosos árboles en el estío,
sentados como dioses ebrios
para que me abrasen en el polvo tus dos astros,
tendidos como guerreros de dos patrias que el alba separa,
en tu cuerpo soy el incendio del ser.

Jorge Gaitán Durán

Junto a un muerto - Guy de Maupassant




Junto a un muerto
Guy de Maupassant


Se moría poco a poco, como se mueren los tísicos. Todos los días lo veía sentarse a eso de las dos, bajo las ventanas del hotel, frente al mar, tranquilo, en un banco del paseo.
Permanecía algún tiempo inmóvil bajo el calor del sol, contemplando con ojos sombríos el Mediterráneo.
A veces dirigía una mirada hacia la alta montaña de cumbres brumosas que cierra el Mentón; luego, con un movimiento muy lento, cruzaba sus largas piernas, tan enflaquecidas que parecían dos huesos alrededor de los cuales flotaba el paño del pantalón, y abría un libro, siempre el mismo.
Entonces, sin variar de postura, leía, leía con los ojos y con el pensamiento: parecía que todo su pobre cuerpo desfalleciente leía, que su alma penetraba, se perdía, desaparecía en aquel libro hasta la hora en que el aire fresco lo hacía toser un poco. Entonces, levantándose, penetraba en el hotel.
Era un alemán alto, de barba rubia, que almorzaba y comía en su cuarto y no hablaba con nadie.
Una vaga curiosidad me atrajo hacia él. Un día me senté a su lado, teniendo yo también en la mano, por el bien parecer, un volumen de poesías de Musset.
Me puse a hojear Rolla.
De pronto mi compañero me preguntó en un francés muy correcto:
—¿Sabe usted alemán, caballero?
—Ni una palabra.
—Lo siento; porque, ya que la casualidad nos ha reunido, le hubiera prestado, le hubiera hecho fijarse en una cosa inestimable: este libro que aquí tengo.
—¿Qué libro es ése?
—Es un ejemplar de mi maestro Schopenhauer, anotado por él. Todas las márgenes, como puede usted ver, están cubiertas con su letra.
Cogí con respeto aquel libro y contemplé aquellos garabatos incomprensibles para mí, pero que revelaban el inmortal pensamiento del mayor destructor de sueños que ha pasado por el mundo.
Entonces los versos de Musset estallaron en mi memoria:
VOLTAIRE:
¿Duermes contento, y tu sonrisa horrible
envuelve aún tu rostro de ironía indecible?
Y comparé involuntariamente el sarcasmo infantil, el sarcasmo religioso de Voltaire con la irresistible ironía del filósofo alemán, cuya influencia es, a pesar de todo, imborrable.
Aunque muchos protesten, se enfaden, se indignen o se exalten, no hay duda de que Schopenhauer ha marcado a la humanidad con el sello de su desdén y de su desencanto.
Filósofo desengañado, ha derribado las creencias, las esperanzas, las poesías, las quimeras; ha destruido las aspiraciones, ha asolado la confianza de las almas, ha matado el amor, abatiendo el culto ideal de las mujeres, ha destrozado las ilusiones del corazón; realizó la obra más gigantesca de escepticismo que pudo intentarse. Todo lo ha aplastado con su burla. Hoy mismo, los que lo abominan llevan indudablemente, muy a pesar suyo, en sus ideas, reflejos de su pensamiento.
—¿Ha conocido usted en la intimidad a Schopenhauer —pregunté al alemán.
—Hasta su muerte, caballero —contestó sonriendo con profundo aire de tristeza.
Me habló de él, refiriéndome la impresión casi sobrenatural que causaba aquel ser extraño a cuantos a él se acercaban.
Me contó la entrevista del "viejo demoledor" con un político francés, republicano, el cual, queriendo ver a aquel hombre, le encontró en una cervecería tumultuosa, sentado entre sus discípulos, seco, arrugado, riendo con una risa inolvidable, mordiendo y desgarrando las ideas y las creencias con una sola palabra, como un perro que de un mordisco deshace los tisúes con que está jugando, y me repitió la frase de aquel francés, que al irse, enloquecido y azorado, exclamaba: "He creído pasar una hora con el diablo".
Luego, añadió:
—En efecto, tenía una espantosa sonrisa que nos inspiró miedo hasta después de su muerte. Es una anécdota casi desconocida y que puedo contarle si le interesa.
Su voz cansada era interrumpida con frecuencia por los golpes de tos, mientras me refería lo siguiente:
—Schopenhauer acababa de morir, y convinimos que le velaríamos de dos en dos hasta la mañana siguiente.
"Estaba de cuerpo presente en una habitación, muy sencilla, amplia y sombría. Dos bujías ardían sobre la mesa de noche.
"El rostro no estaba desfigurado. Sonreía. Aquella arruga que conocíamos tan bien se marcaba en el extremo de sus labios; nos parecía que iba a abrir los ojos, a moverse, a hablar.
"Su pensamiento, o mejor dicho, sus pensamientos nos envolvían; nos sentíamos más que nunca en la atmósfera de su genio, invadidos, poseídos por él. Su dominio nos parecía más soberano a la hora de su muerte. Un misterio se mezclaba con el poder incomparable de aquel espíritu.
"El cuerpo de esos hombres desaparece, pero ellos quedan; y en la noche que sigue a la paralización de su corazón, le aseguro, caballero, que se ofrecen de un modo espantoso.
"Hablábamos bajo, siempre de él, recordando frases, fórmulas, aquellas sorprendentes máximas, semejantes a fulgores que iluminasen con algunas palabras las tinieblas de la vida ignorada.
"—Me parece que va a hablar —dijo mi camarada.
"Y miramos, con una inquietud rayana en miedo, aquel rostro inmóvil que no dejaba de sonreír.
"Poco a poco sentimos cierto malestar, opresión y aun desfallecimiento.
"—No sé lo que tengo, pero te aseguro que estoy malo —balbucí.
"Y entonces notamos que el cadáver olía mal.
"Mi compañero me propuso que nos trasladáramos al cuarto inmediato, dejando la puerta abierta; y yo acepté.
"Cogí una de las bujías que ardían en la mesa de noche, dejando allí la otra, y nos fuimos a sentar al otro extremo de la habitación de manera que pudiéramos ver desde nuestro sitio la cama y el muerto en plena luz.
"Pero nos obsesionaba de continuo; se hubiera dicho que su ser, inmaterial, libre, todopoderoso y dominante, rondaba en torno nuestro; y a veces, el infame olor del cuerpo descompuesto nos alcanzaba, nos penetraba, repugnante y vago.
"De pronto nos sentimos estremecidos hasta los huesos: un ruido, un leve ruido había salido del cuarto del muerto. Nuestras miradas se dirigieron hacia él y vimos, sí, señor, vimos perfectamente uno y otro una cosa blanca deslizándose por encima de la cama para caer en el suelo, sobre la alfombra, y desaparecer debajo de una butaca.
"De pronto nos pusimos de pie, sin saber que pensar, alocados por un terror estúpido, dispuestos a huir. Luego nos miramos el uno al otro. Estábamos horriblemente pálidos.
"El corazón nos latía con tal fuerza que se notaban sus latidos sobre nuestras levitas.
"Fui el primero en hablar.
"—¿Has visto?
"—Sí; he visto.
"—¿No está muerto?
"—Se halla en estado de putrefacción.
"—¿Qué vamos a hacer?
"Mi compañero, vacilante, dijo:
"—Hay que ir a verlo.
"Cogí nuestra bujía y entré delante, registrando con la mirada la extensa habitación de rincones oscuros. Nada se movía. Me acerqué a la cama. Pero permanecí sobrecogido de estupefacción, de espanto: ¡Schopenhauer ya no sonreía! Tenía un gesto horrible: la boca apretada, las mejillas profundamente hundidas.
"—¡No está muerto! —exclamé.
"Pero el olor espantoso que me llegaba a las narices me sofocaba. No me movía, mirándolo con fijeza, tan turbado como ante una aparición.
"Entonces mi compañero, cogiendo la otra bujía, se agachó. Luego me tocó en el brazo, sin decirme una palabra. Siguiendo su mirada, descubrí en el suelo, bajo la butaca, al lado de la cama, muy blanca, sobre la oscura alfombra, abierta como para morder, la dentadura postiza de Schopenhauer.
"El trabajo de la descomposición, que afloja las mandíbulas, la había hecho salirse de la boca.
"Aquel día tuve realmente miedo, caballero."
Y como el sol se acercaba al mar resplandeciente, el alemán tísico se levantó y, después de saludarme, entró en el hotel.



Haiti: Niños en venta, la depravación capitalista





¿Cómo explicar esto?...Lo leí y mi piel se erizó de espanto! Ja! algunos que consideran a los vampiros, zombies ect. como espanto, esto es lo verdaderamente horrible!! Qué estamos haciendo con nuestra raza? Hasta dónde llega la ambición y la perversidad?.
Es largo el artículo, pero te pido que lo leas y opines.

Haiti: Niños en venta, la depravación capitalista expresada a través del mercado

El martes 12 de enero de 2010 ocurrió un hecho catastrófico: El pueblo de Haití fue víctima de un devastador terremoto. Los datos iniciales indicaban que el mismo había alcanzado más de 7 grados en la escala de Richter, los cables internacionales anunciaban cifras escalofriantes de muertos y heridos. En principio se indicaba más de 30 mil muertes y un numero incuantificable de lesionados, aun cuando muchos aspirábamos que las cifras aportadas desde Haití fuesen sobreestimadas, ocurrió exactamente lo contrario, con el paso de las horas se recogía informaciones mucho más terribles que las recibidas inicialmente, … más de 50 mil muertos, luego más de 100 mil, al transcurrir los días, las cifras oficiales daban cuenta de más de 200 mil muertes y un número similar de heridos, muchos de ellos graves. Las precarias condiciones sanitarias incidían en el aumento considerable del número de víctimas. Los decesos se multiplicaban por diversas causas: Heridas mal tratadas, hambre, falta de agua, esto sin contar los asesinatos cometidos por las tropas de invasión norteamericana presente en la isla, quienes han realizado prácticas de tiro al blanco, utilizaron como objetivo a haitianos que desesperadamente buscaban algo que comer. Todos estos hechos fueron ampliamente difundidos por los medios de comunicación internacional, no hubo un rincón del mundo que no expresara sus condolencias. Realmente no era para menos, un pueblo como el de Haití, que por más de 200 años ha sido arrasado por el hambre que el neocolonialismo ha dejado a su paso en este humilde y generoso pueblo, sería motivo más que suficiente para sentir, sin mayores reparos, un sentimiento de tristeza y solidaridad hacia los habitantes de esta nación caribeña.


L'Ame Immortelle - Best Of Indie Years



Darkwave / Synth Gothic / Dark Electro / EBM
Austria

L'Ame Immortelle - Best Of Indie Years (2008)




01. Lieder Die Wie Wunden Bluten
02. Winter Of My Soul
03. Silver Rain Reinhoren
04. Will You?
05. Love Is Lost
06. Resurrection
07. In The Heart Of Europe (Original Version)
08. Redemption
09. Scheideweg
10. Ich Gab Dir Alles
11. Another Day
12. Epitaph
13. Leaving
14. Betrayal
15. Letting Go




L'Ame Immortelle - Love Is Lost
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L'AME IMMORTELLE
Thomas Rainer: Music, Lyrics, Vocals, Programming
Sonja Kraushofer: Music, Vocals


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La habitación del Dragón Volador - J.Sheridan Le Fanu


La habitación del “Dragón Volador”y otros cuentos de terror y misterio
Joseph Sheridan Le Fanu








Joseph Sheridan Le Fanu (1818-1873), heredero de la tradición gótica, nos ha legado una colección incomparable de relatos donde abundan los misterios escabrosos, las crónicas de fantasmas y el terror sobrenatural. Le Fanu está considerado como el iniciador de la "ghost story" contemporánea, rodeando sus narraciones de un mundo estéticamente coherente en el que lo sobrenatural fuese un fenómeno natural, de manera que también puede considerársele como el creador del cuento de miedo realista. Imaginó una de las pesadillas más ilustres del género de vampiros: Carmilla, la fascinante mujer vampiro, y dio vida a un personaje singular: el doctor Martin Hesselius, que prefigura a los detectives ocultistas profesionales a la manera de Van Helsin, el cazavampiros de Drácula, John Silence de Blackwood, Carnacki de Hodgson, etc.
Contiene los siguientes relatos:
- La habitación del "Dragón Volador"
- El fantasma y el colocahuesos
- Schalken el pintor
- El espectro de Madam Crowl
- Relato de ciertos sucesos extraños en la calle Aungier
- Misterio en la casa de los azulejos
- El gato blanco de Drumgunniol

Portada de Paul Delvaux: Los grandes esqueletos


Su pobreza nuestra indignidad






Su pobreza nuestra indignidad

Arizaleta Mikel

La haitinización: una lección de cómo un pueblo adelantado y libre entre nosotros al cabo de unos años se vuelve pobre y dependiente.

Eduardo Galeano en una bella reflexión en su artículo titulado “Me caí del mundo y no sé por donde se entra” decía ante esta práctica de abuso y despilfarro, del coger y del tirar:

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo). Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo”.

La arrogancia europea es de libro, infecta casi todos los aspectos de su pensamiento, de sus leyes y su política. El eurocentrismo es un complejo de ideas, actitudes y políticas al servicio del creciente expansionismo de Europa, iniciado en el siglo XVI. Coloca a Europa Occidental en el centro de la historia del mundo. El principio organizador del eurocentrismo es la división del mundo en mitades desiguales: nosotros y ellos, uno mismo y los otros. La arrogancia de esta dicotomía es apabullante. Y la reflejamos hasta en la confección de mapas colocando el norte arriba. Los musulmanes, por ejemplo, lo ubicaron antes en el sur por el mismo precio y mismas o parecidas razones (Shahid Alam, Rebelion).

Hoy hay signos claros de nuestra decadencia cultural y humana. No sólo en las jubilaciones escandalosas de hombres políticos y financieros, que se dicen y autotitulan guías de occidente, genios de la cultura y el progreso, que desde puestos claves claman por el rebaje de los derechos laborables, sanitarios y sociales de sus gobernados o especulan groseramente con sus dineros y ahorros, depredadores en su comportamiento económico y político, también a nivel más extendido: esa chulería invasora, bombardeando desde el yo al otro, desde nuestro mundo su mundo, ocupando sus tierras desde la invasión y el poderío agresivo, destruyendo su vida a nuestro antojo por progresía, ética, interés, organización del mundo, nivel cultural moderno…, robando sus materias, sus modos de vida, culpando a otros de nuestras propias calamidades y mentiras, ordenando su vida a nuestro gusto y modo de pensar, matando a diestro y siniestro con impunidad, marcando límites desde nuestra preponderancia armamentística y nuclear, poniendo paz con guerra, tratando el dolor ajeno con desprecio y rebaje como si fueran animales sin entrañas, matando impunemente a su hijos y ancianos, a hombres y mujeres de países hoy pobres y esclavos, que ayer nos acogieron y nos alimentaron, tachándoles de revoltosos desde nuestra criminalidad..., poniendo a un negro o a un sudamericano a precio de rapiña en nuestra vida a nuestro servicio. Haciendo de su pobreza nuestra indignidad.

Ese olvido, esa ignorancia, esa chulería y desprecio es muestra clara de sociedad podrida. Nuestra vida se ha vuelto desprecio y explotación: se explota a quien se puede en su pobreza, en sus sentimientos, en su ilusión...

Me impresionó la película Celda 211, pero me impresionó aún más el relato de pobreza y abuso, que en Kaosenlared nos contó Salvador en su artículo: “Celda 211: la otra cara del rodaje”. Reflejo fiel: lo uno y lo otro. Y son pocos los meses para el espabile.

Conviene no olvidar que hasta el siglo XVI China fue técnica y culturalmente muy superior a Europa y mucho más adelantada que nuestro continente europeo. De eso hace tan sólo cinco siglos. Y conviene no olvidar que nuestro comportamiento destructor actual no tiene parangón, es muy superior al de siglos anteriores. Si los habitantes de la Isla de Pascua destruyeron y aniquilaron sus montes con instrumentos de piedra, hoy nosotros los talamos y destruimos con motosierras y a las gentes con desprecio y chulería. Todavía en los sesenta y setenta gran parte de la basura alemana de las calles la recogían trabajadores españoles.

Somos deudores de otros pueblos y gran parte de lo que somos lo debemos al saqueo de pueblos, de tierras y de gentes. Y eso, aparte de bestialidad, es anuncio de ruina inminente. Nuestra huella es desolación, pero puede ser distinta si juntos levantamos el puño solidario. Y también a esto nos urge su pobreza y nuestra indignidad.

Fuente

La Serpiente - Marqués de Sade





La Serpiente

Marqués de Sade

Todo el mundo conoció a principios de este siglo a la señora presidente de C..., una de las mujeres más agradables y bonitas de Dijon, y todos la han visto acariciar y acoger públicamente en su lecho a la serpiente blanca que va a ser la protagonista de esta anécdota.

-Este animal es el mejor amigo que tengo en el mundo -le comentaba un día a una dama extranjera que había ido a verla y que mostraba curiosidad por conocer la razón de las atenciones que la bella presidente prodigaba a su serpiente-. En otro tiempo amé apasionadamente -prosiguió ésta-, señora, a un joven encantador que se vio obligado a alejarse de mí para ir a cosechar laureles; al margen de nuestros encuentros convenidos, él me había pedido que, siguiendo su ejemplo, a unas horas determinadas nos retiráramos cada uno por nuestro lado a algún paraje solitario para no ocuparnos de nada en absoluto más que de nuestra ternura. Un día, a las cinco de la tarde, cuando iba a recogerme en un pequeño pabellón al extremo de mi jardín, para serle fiel en mi promesa, convencida de que ningún animal de esta clase hubiera nunca podido penetrar en el jardín, de pronto descubrí a mis pies a este encantador animalillo, al que, como bien podéis ver, idolatro. Quise huir; la serpiente se tendió delante de mí, parecía pedirme perdón, parecía asegurarme que bien lejos estaba de querer hacerme ningún daño; me paro, la observo; al verme tranquila se acerca, hace cien cabriolas a mis pies, unas más de prisa que las otras; no puedo contenerme y le paso mi mano por encima, con su cabeza la acaricia delicadamente, la cojo y la pongo sobre mis rodillas, se arrebuja en ellas y parece que duerme. Una sensación de inquietud se apodera de mi... De mis ojos se escapan, a pesar mío, unas lágrimas que bañan a este animalillo encantador... Despertada por mi dolor, me mira..., gime..., alza su cabeza hasta mi seno..., lo acaricia y de nuevo se desploma anonadado... ¡Oh, cielos -grité-, todo se ha acabado; mi amante ha muerto! Abandoné aquel funesto lugar llevando conmigo a esta serpiente, a la que un misterioso sentimiento parece ligarme a pesar mío... Advertencias fatales de una voz desconocida cuyos ecos, señora, podéis interpretar como os guste, pero ocho días más tarde recibo la noticia de que mi amante había sido muerto en el preciso instante en que apareció la serpiente; nunca he querido separarme de este animal; sólo a mi muerte me abandonará; después de aquello me casé, pero con la explícita condición de que no la apartaría de mi lado.
Y tras estas palabras la gentil presidente cogió la serpiente, la recostó contra su seno y le hizo dar, como si fuera un podenco, cien vueltas delante de la dama que la interrogaba.

¡Oh, Providencia!, si esta aventura es tan cierta como lo asegura toda la provincia de
Borgoña, ¡qué inexcrutables son tus designios!

HIM - Screamworks: Love In Theory And Practice


Gothic Rock
Finlandia

HIM - Screamworks: Love In Theory And Practice (2010)



01. In Venere Veritas
02. Scared To Death
03. Heartkiller
04. Dying Song
05. Disarm Me (With Your Loneliness)
06. Love, The Hardest Way
07. Katherine Wheel
08. In The Arms Of Rain
09. Ode To Solitude
10. Shatter Me With Hope
11. Acoustic Funeral (For Love In Limbo)
12. Like St. Valentine
13. The Foreboding Sense Of Impending Happiness




(Acoustic Bonus Disc)

01. In Venere Veritas (Acoustic) 2:30
02. Scared To Death (Acoustic) 2:59
03. Heartkiller (Acoustic) 3:09
04. Dying Song (Acoustic) 2:43
05. Disarm Me (With Your Loneliness) (Acoustic) 3:34
06. Love, The Hardest Way (Acoustic) 2:34
07. Katherine Wheel (Acoustic) 3:31
08. In The Arms Of Rain (Acoustic) 3:01
09. Ode To Solitude (Acoustic) 3:08
10. Shatter Me With Hope (Acoustic) 2:41
11. Acoustic Funeral (For Love In Limbo) (Acoustic) 3:19
12. Like St. Valentine (Acoustic) 3:04
13. The Foreboding Sense Of Impending Happiness (Acoustic) 2:10





HIM - In Venere Veritas
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HIM - Acoustic funeral (for love in limbo)
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HIM
Ville Hermanni Valo: vocalista
"Lily" Lazer: guitarrista
Migé Amour: bajista
Gas Lipstick: baterista
Emmerson Burton: teclista


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No desearás la mujer de tu prójimo - Dalmiro Sáenz





No desearás la mujer de tu prójimo
Dalmiro Sáenz



Pero había una tarde ahí afuera del cuarto, con un aire gris acribillado de lluvia que de tanto en tanto parecía infiltrarse a través de sí mismo por los agujeros que las gotas de agua le producían, provocando una brisa liviana e imperceptible como el aleteo de un pájaro sobre la tierra caliente de un verano; y había también una tarde dentro de ese departamento, un poco adelantada a la otra tarde por las cortinas en las ventanas, y no limitada por esos grises sumados sobre los grises de ese cielo, sino encerrada entre los planos del techo del piso y de las paredes blancas de los cuartos.
En la segunda tarde no estaba Catalina, pero había estado hacía unas horas y había levantado la cabeza de la almohada y había dicho:
-A vos te gusta Ana -desde adentro de un abrazo, interrumpiendo un beso arisco y una sonrisa y envolviendo su cuerpo desnudo con la sábana.
-Sí -había dicho Juan.
-¿Te siguen gustando las mujeres igual que antes?
-No. Es distinto, me gustan más pero a través tuyo.
Entonces ella lo miró desde su risa ancha y tirante que le achicaba los ojos como a un gato acurrucado de caricias, mientras los dientes surgían blancos y grandes entre la increíble ternura de los labios, después desenvolvió su cuerpo de la sábana y metió la cabeza debajo de la almohada.
-No voy a salir nunca de acá -dijo.
-No te oigo -mintió él.
-Que no voy a salir nunca más.
Él se llamaba Juan y había metido su cabeza también bajo la almohada, donde empezó a besarle los costados de la cara y después la boca, se besaron como chicos, demorando mucho los besos y mirando la insistencia de las bocas respectivas, hasta que la almohada cayó al suelo porque ellos habían girado sobre sí mismos abrazados, desnudos como animales, apretando esa forma inquietante y repetida como si ambas desnudeces fuesen una sola desnudez, o el intento de una sola desnudez de los cuerpos y también de los espíritus.
La piel de ella y la de él se detuvieron y quedaron quietas una contra la otra, los límites de los cuerpos, los bordes de la gracia, las fronteras de aquellos movimientos que de nuevo comenzaban sin apuro recorriendo su propia avidez, incursionando con la lengua dentro de las bocas, o accionando las manos en la oscura atracción de entre las piernas.
-Tomá -le había dicho Catalina, y había tomado uno de sus pechos y los había acercado a aquella boca, como saciando su hambre, mientras miraba cómo esos labios apretaban y soltaban la erguida rebeldía de su pecho que parecía modelada por su boca, mientras ella con los ojos entornados lo abrazaba y dispersaba sus dedos en el pelo corto de la nuca.
-Te gusta Ana. Vi cómo la mirabas... ¿La mirabas? ¿La miraste en los ojos? ¿No?... ¿Si la tuvieras acá qué le harías?
-¿Qué harías vos?
-Miraría.
-¿Querés que la traiga un día?
-Sí.
-Ahora me decís que sí, pero apenas terminás me vas a decir que no.
-Esta vez no, te prometo que no.
Después se quedaron callados y él retiró su mano de entre los muslos de ella y la dejó a su lado al extremo del brazo sobre la cama.
-No te creo -le dijo.
-Sí, en serio... ¿Por qué seré así? Soy una degenerada -dijo riéndose.
-A mí también me gustaría verte con un hombre.
-¿Con quién?
-Cualquiera, alguien que te guste, Miguel por ejemplo.
-No me gusta Miguel, le coqueteo porque sé que a vos te excita.
Pero esto había sido a la mañana en ese cuarto ahora vacío en donde los sonidos ya no estaban y de los movimientos no quedaban ni las arrugas que los cuerpos habían dibujado sobre las sábanas, ahora tirantes con sus pliegues borrados por la blanca energía de las esquinas del colchón, como si el amor hubiese sido hecho en las arenas de una playa, y la marea y el viento hubiesen dispersado sus huellas para siempre. Había un reloj con un tic tac imperceptible o tal vez parado, y hasta la toalla del baño había abandonado parte de la humedad que esa mañana absorbiera de la cara y de las manos.
Cuando el teléfono sonó, nada cambió dentro del cuarto, no hubo pasos apresurados, ni manos extendidas hacia la insistencia del sonido, nadie levantó el tubo ni dijo:
-Hola -ni nadie contestó desde el otro lado de la línea.
-Hola ¿sos vos? -porque era Juan el que llamaba a Catalina, que todavía no había vuelto de su pensativo caminar a través de la tarde en donde la lluvia continuaba sobre el empedrado, y sobre las baldosas, y sobre los techos de los coches, y sobre el diario que protege la cabeza de ese hombre que camina apresurado junto al cordón de la vereda para después cruzar mirando con cautela a ambos lados de la calle, y sobre las cornisas, y sobre un buzón, y sobre la superficie brillante de una lata, y sobre el agua que corre a la alcantarilla y sobre la explosión de las gotas en el paraguas de Catalina, la que mira hacia abajo, hacia el fondo de su microclima, hacia sus mocasines mojados y piensa sensatamente:
-Me tendría que haber puesto los viejos.
-Sí -le va a decir Juan más tarde, a ella que se ha sentado y deja que él le saque primero uno y después el otro y siente sus manos a través de la toalla alrededor de cada uno de sus pies.
-Dejá, yo me seco, me da vergüenza que me veas los pies.
-No.
-No hiciste cosas, ¿no?
-¿Qué cosas?
-Ya sabés qué cosas. ¿No la viste a Ana?
Los dos se rieron y él le contestó:
-No, ya sabés que no.
Entonces ella inclinó la cabeza hacia un costado y él pensó que nunca había visto ni vería una cara así, y por eso extendió su mano para acariciar la piel tan suave de los pómulos.
-Soy una tarada, pero me muero de miedo. Cuando estoy excitada te pido que lo hagas, pero después me da miedo.
-Ya sé, boba, ya sé.
Él la miró con seriedad, y sintió esa emoción que sentía a veces ante esa desvalida actitud de su rebeldía. La había visto luchar contra ella misma más de una vez y la había visto rebelarse también contra su propia lucha, por eso le dijo:
-Te pasa algo a vos.
-No.
-Sí, te pasa algo.
-Estuve pensando.
-¿Qué?
-En eso que hablamos de Ana.
-Hace tiempo que hablamos de esas cosas, pero no antes ni después, sino durante.
-Antes me daba vergüenza pensar esas cosas, pero ahora no. Hoy pensé todo el tiempo, y no entiendo por qué, por qué hablamos de estas cosas, por qué las pensamos.
-Porque nos excita.
-¿Pero por qué nos excita?
Ella sonreía y él miró por un rato las rodillas infantiles que asomaban tras el borde de la pollera, no las besó ni estiró su mano para tocarlas, pero las retuvo en su subconsciente por un tiempo, mientras su mirada volvía a la toalla que envolvía los pies, y sentía las manos de ella sobre su cara.
Se adoraban, se adoraban realmente, casi desde el día en que se conocieron en ese living en donde ella había contestado:
-Sí, soy yo -porque él le había preguntado:
-¿Vos sos vos? -mirándola en los ojos grandes, en donde los dorados viejos y los nuevos se superponían como los tonos de una llanura seca amaneciendo debajo del rocío. Después él le había dicho:
-Te va a costar mantenerte en tu pedestal. Me han contado un montón de cosas tuyas. ¿Sos un montón de cosas, no?
Desde ese día no dejaron de verse, se encontraron en esquinas, en taxímetros, en los bancos de las plazas, en ese departamento en donde un día se dieron cuenta de que ya era tarde para retroceder, que nunca más podrían separarse, que eran sus vidas depositarias de aquello que justificaba la vida. Una vez dijeron:
-Las parejas fracasan porque evolucionan distinto, porque cada uno crece y se transforma por su cuenta hasta que llega un momento en que son dos extraños hartos de verse uno al otro.
Y otra vez también dijeron:
-Los dos no podemos fracasar porque vamos a vivir una verdad total, y vamos a saber con exactitud dónde el otro está situado, y hacia dónde evoluciona, y nos vamos a acoplar a esa evolución.
Ya los pies estaban secos, pero él los mantenía envueltos en la toalla y ella desde la altura del sillón le sonreía, después se inclinó sobre la cabeza de él y sus manos agarraron cada una de sus orejas estirándolas hacia los costados.
-Si fueras así te querría menos.
-Te sería más cómodo.
-¿Qué cosa?
-Sí.
-¿Sí?
Entonces sonó el teléfono y él dejó los pies de ella sobre el suelo y se levantó a atender.
-Hola... sí soy yo... ah, hola cómo te va... Estuvimos hablando de vos hoy... con Catalina... muchas cosas... ¿Dónde estás?... bueno vení.
Cuando cortó, los dos callados se miraron:
-¿Era Ana?
-Sí.
-¿Qué dijo?
-Que estaba a dos cuadras, si podía venir.
-¿Sabía que yo estaba?
-No, creo que no.
Ahora el tiempo latía dentro del cuarto y los pasos de Ana en algún lugar de la calle se reproducían en los pensamientos de Catalina, eran pasos no muy rápidos, sobre una vereda imaginada y en donde los tacos altos y las baldosas producían un sonido que avanzaba junto con las piernas largas y el vestido también imaginado con las franjas en colores subiendo en espiral alrededor del cuerpo.
-Ya debe estar abajo.
Él sonrió y le dijo:
-No hagamos nada, vas a sufrir, te va a dar miedo, vas a tener celos.
-No, no. Me muero si no lo hacemos... Decile que no estoy y yo me quedo escuchando en el otro cuarto.
-¿En serio querés?
-Sí, por favor.
-Mirá que tal vez no pase nada, tal vez no quiera.
-Sí. Va a pasar, le encantás, sabés muy bien que le encantás. Decile que yo no vengo en toda la tarde y hacéle mil cosas... no puedo más...
Se encerró en el otro cuarto con la espalda apoyada contra la puerta. Su vista recorrió los objetos ordenados por sus propias manos en las otras horas de los otros días, los días apacibles en donde las horas se deslizaban sin apuro, generalmente esperando que Juan volviera de algún lado, las horas sin latidos, sin sonidos escrutados del silencio, sin temblor en las piernas, sin su mente en acecho de ese timbre que ahora sonaba despertando la piel sobre su cuerpo.
-¿Por qué lo hago? -pensó-. ¿Qué es lo que me excita? Tengo celos y tengo miedo, pero me muero si no lo hago.
Y después fue la voz:
-Hola.
-Hola.
La debe haber besado en la cara -pensó-; a veces la besa, y a veces le da la mano, pero esta vez la debe haber besado lo más cerca posible de la boca.
-¿Y Catalina? -la oyó decir.
-No está, no viene hasta la noche.
-Le traje el libro.
-¿Tenías que verla para algo especial?
-No, quería devolverle el libro, nomás, como estaba cerca aproveché. ¿Y vos qué hacés acá todo solo?
-No estoy todo solo. Estás vos.
-Yo no cuento, yo soy la mujer de tu prójimo.
-Yo soy mi prójimo.
Catalina oyó la risa y se imaginó los dientes entre los labios. Pensó:
-La debe estar mirando en los ojos, la debe estar mirando en la misma forma que me mira siempre a mí o tal vez no, tal vez ella se ha dado vuelta y se ha puesto a mirar por la ventana para que él le mire la cintura y la cola y las piernas, porque sabe que tiene unas piernas lindísimas, y Juan las debe estar mirando y pensará que son más lindas que las mías. Debe estar quemada, seguro que está quemada, como no tiene nada que hacer se pasará el día al sol.
-Ya no llueve más -oyó que decía-. ¿Dónde dijiste que fue Catalina?
-Salió. No vuelve hasta la noche.
-Es un amor Catalina.
-Sí.
Después hubo silencio y Catalina pensó:
-¿Por qué no hablan, por qué no dicen nada, qué es lo que están haciendo? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar? -y recordó vagamente un episodio intrascendente de su adolescencia, cuando ella espigada sobre sus catorce años había mirado y mirado a un amigo de su padre sin decir palabra, hasta conseguir que la distancia a esa cara se acortara, y el olor a tabaco y a Bay Rhum quedara en su memoria en forma más fuerte que el beso que él había dejado sobre su boca inexperta.
-No puedo aguantar que estén callados -pensó, y el silencio adquirió la forma de un cubo del tamaño del cuarto, duro como un témpano que encerraba para siempre las posiciones de dos cuerpos que tal vez estuviesen abrazados.
-No, no puede ser -se repitió-, todavía no puede ser. -Pero los cuerpos congelados en el bloque del silencio estaban ahí en alguna posición, parados uno frente al otro, o sentados en el borde del sofá, como tantas veces ella había estado sabiendo que las manos se encontraban tan cerca de las manos.
-Tal vez estén frente a la ventana -se dijo Catalina-, mirando hacia afuera, muy juntos uno del otro, él puede estar señalándole algo y tener un codo casi tocándole el pecho.
La mano de Catalina está entre sus piernas bajo la pollera, apretando con fuerza su propio apretar contra sí misma, pero se detiene bruscamente, porque ha sentido el ruido de los vasos.
-¿Con agua o solo?
-Con agua.
-Entonces no están junto a la ventana -piensa-, están en el otro lado del cuarto, y después se van a sentar, él sobre el sofá y ella en el sillón de cuero negro, y va a tener la pollera cortísima, o la va a subir un poco con el codo, porque le encantan sus rodillas y tiene muslos dorados y firmes. -Y Catalina mira sus propios muslos que surgen de la pollera levantada y pasa el dorso de su mano por la piel muy suave de entre las piernas.
-No puedo más -pensó-, no puedo más; si no hacen algo ahora me muero... y ese silencio, seguro que van a poner música y ella va a empezar a seguir el ritmo con la mano o con las piernas, siempre está haciendo cosas con las piernas, tal vez bailen, tal vez Juan ponga la boca junto a su oreja, tal vez se la bese, tal vez ella va a girar la cabeza y se van a besar en la boca... Dios mío, tengo miedo de terminar.
La frente de Catalina sigue apoyada contra la puerta; su mirada abarca un gran sector de la madera opaca, y ella piensa:
-Tengo celos de lo que me imagino que está haciendo, porque cada uno de esos movimientos los he hecho yo antes que ella, y tengo miedo de la parte mía que está en ella, como cuando nos miramos en el espejo y lo vea a Juan desnudo con una mujer desnuda apretada contra él, y no me importa que esa mujer sea yo misma, porque soy y no soy al mismo tiempo, como Ana, que en este momento no es Ana, porque él está pensando en mí mientras la besa, porque él sabe que yo estoy acá respirando agitada como un animal en celo junto a la puerta.
Las piernas de Catalina se apretaron inmovilizando su mano mojada entre los muslos, las ondas surgieron del fondo de algún lado y crecieron en olas sucesivas hacia las paredes inexistentes, que encerraban aquella nada desbordada de sí misma. -No quiero terminar -llegó a decir, mientras los párpados se cerraban sobre los ojos y la boca se abría a la espera del sollozo que la última ola depositó en la costa de su angustia.
El llanto explotó en su cara, superó las cejas y plegó la frente hasta los mismos límites del pelo, se demoró en los pómulos y se hundió en las palmas abiertas de sus manos.
Más tarde oiría la voz de Juan bajo las caricias.
-Ya se fue, tomó un whisky y se fue enseguida, no hicimos nada.
Afuera la tarde seguía subiendo, ya había abandonado la calle y los balcones y las últimas ventanas de los edificios altos y las azoteas con ropa colgada despidiéndose en el viento; adentro Catalina está hincada en el suelo besando sus propios besos en las manos de Juan entre sus manos. Su pulsera avanza por el antebrazo y queda ahí, como una aureola muerta colgada de su muñeca, en el cielo recortado de la ventana los grises abandonan a los grises hasta dejar un último gris en la carne viva del poniente.



Diorama - Child Of Entertainment



Synthpop / Darkwave
Germany
Diorama - Child Of Entertainment [CDM] (2010)



1. Child Of Entertainment (Cubed)
2. Child Of Entertainment (Clubbed)
3. Child Of Entertainment (Trapped)
4. Hla (Hideous Heart)
5. Child Of Entertainment (Broken)
6. Child Of Entertainment (Stolen)
7. Advance (Live In Reutlingen)



Diorama - Child Of Entertainment
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Diorama - HLA (Hideous Heart)
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DIORAMA
Torben Wendt: words and music, vocals, keys, percussion
Felix Marc : co-production, keys, vocals
Sash Fiddler : guitars
Marquess: drums



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Idilio Espectral



Idilio Espectral



Pasó en un mundo saturnal; yacía
bajo cien noches pavorosas, y era
mi féretro el Olvido... Ya la cera
de tus ojos sin lágrimas no ardía.

Se adelantó el enterrador con fría
desolación. Bramaba en la ribera
de la morosa eternidad, la austera
Muerte hacia la infeliz Melancolía.

Sentí en los labios el dolor de un beso.
No pude hablar. En mi ataúd de yeso
se deslizó tu forma transparente...

Y en la sorda ebriedad de nuestros mimos,
anocheció la tapa y nos dormimos
espiritualizadísimamente.

Julio Herrera y Reissig


 
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