El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




El Vampiro Estelar - Robert Bloch




EL VAMPIRO ESTELAR - Robert Bloch

(Relato integrante del Libro Segundo de Los Mitos de Cthulhu)
Dedicado a H.P. Lovecraft

I

Confieso que sólo soy un simple escritor de relatos fantásticos. Desde mi más temprana infancia me he sentido subyugado por la secreta fascinación de lo desconocido y lo insólito. Los temores innominables, los sueños grotescos, las fantasías más extrañas que obsesionan nuestra mente, han tenido siempre un poderoso e inexplicable atractivo para mí.

En literatura, he caminado con Poe por senderos ocultos; me he arrastrado entre las sombras con Machen; he cruzado con Baudelaire las regiones de las hórridas estrellas, o me he sumergido en las profundidades de la tierra, guiado por los relatos de la antigua ciencia. Mi escaso talento para el dibujo me obligó a intentar describir con torpes palabras los seres fantásticos que moran en mis sueños tenebrosos. Esta misma inclinación por lo sinientro se manifestaba también en mis preferencias musicales. Mis composiciones favoritas eran la Suite de los Planetas y otras del mismo género. Mi vida interior se convirtió muy pronto en un perpetuo festín de horrores fantásticos, refinadamente crueles.

En cambio, mi vida exterior era insulsa. Con el transcurso del tiempo, me fuí haciendo cada vez más insociable, hasta que acabé por llevar una vida tranquila y filosófica en un mundo de libros y sueños.

El hombre debe trabajar para vivir. Incapaz, por naturaleza, de todo trabajo manual, me sentí desconcertado en mi adolescencia ante la necesidad de elegir una profesión. Mi tendencia a la depresión vino a complicar las cosas, y durante algún tiempo estuve bordeando el desastre económico más completo. Entonces fue cuando me decidí a escribir.

Adquirí una vieja máquina de escribir, un montón de papel barato y unas hojas de carbón. Nunca me preocupó la búsqueda de un tema. ¿Qué mejor venero que las ilimitadas regiones de mi viva imaginación? Escribiría sobre temas de horror y oscuridad y sobre el enigma de la Muerte. Al menos, en mi inexperiencia y candidez, éste era mi propósito.

Mis primeros intentos fueron un fracaso rotundo. Mis resultados quedaron lastimosamente lejos de mis soñados proyectos. En el papel, mis fantasías más brillantes se convirtieron en un revoltijo insensato de pesados adjetivos, y no encontré palabras de uso corriente con que expresar el terror portentoso de lo desconocido. Mis primeros manuscritos resultaron mediocres, vulgares; las pocas revistas especializadas de este género los rechazaron con significativa unanimidad.

Tenía que vivir. Lentamente, pero de manera segura, comencé a ajustar mi estilo a mis ideas. Trabajé laboriosamente las palabras, las frases y las estructuras de las oraciones. Trabajé, trabajé duramente en ello. Pronto aprendí lo que era sudar. Y por fin, uno de mis relatos fue aceptado; después un segundo, y un tercero, y un cuarto. En seguida comencé a dominar los trucos más elementales del oficio, y comencé finalmente a vislumbrar mi porvenir con cierta claridad. Retorné con el ánimo más ligero a mi vida de ensueños y a mis queridos libros. Mis relatos me proporcionaban medios un tanto escasos para subsistir, y durante cierto tiempo no pedí más a la vida. Pero esto duró poco. La ambición, siempre engañosa, fue la causa de mi ruina.

Quería escribir un relato real; no uno de esos cuentos efímeros y estereotipados que producía para las revistas, sino una verdadera obra de arte. La creación de semejante obra maestra llegó a convertirse en mi ideal. Yo no era un buen escritor, pero ello no se debía enteramente a mis errores de estilo.

Presentía que mi defecto fundamental radicaba en el asunto escogido Los vampiros, hombres-lobos, los profanadores de cadáveres, los monstruos mitológicos, constituían un material de escaso mérito. Los temas e imagenes vulgares, el empleo rutinario de adjetivos, y un punto de vista prosaicamente antropocéntrico, eran los principales obstáculos para producir un cuento fantástico realmente bueno.

Debía elegir un tema nuevo, una intriga verdaderamente extraordinaria. ¡Si pudiera concebir algo realmente teratológico, algo monstruosamente increíble!

Estaba ansioso por aprender las canciones que cantaban los demonios al precipitarse más allá de las regiones estelares, por oír las voces de los dioses antiguos susurrando sus secretos al vacío preñado de resonancias. Deseaba vivamente conocer los terrores de la tumba, el roce de las larvas en mi lengua, la dulce caricia de una podrida mortaja sobre mi cuerpo. Anhelaba hacer mías las vivencias que yacen latentes en el fondo de los ojos vacíos de las momias, y ardía en deseos de aprender la sabiduría que sólo el gusano conoce. Entonces podría escribir la verdad, y mis esperanzas se realizarían cabalmente.

Busqué el modo de conseguirlo. Serenamente, comencé a escribirme con pensadores y soñadores solitarios de todo el país. Mantuve correspondencia con un eremita de los montes occidentales, con un sabio de la región desolada del norte, y con un místico de Nueva Inglaterra. Por medio de éste, tuve conocimiento de algunos libros antiguos que eran tesoro y reliquia de una ciencia extraña. Primero me citó con mucha reserva, algunos pasajes del legendario Necronomicón, luego se refirió a cierto Libro de Eibon, que tenía fama de superar a los demás por su carácter demencial y blasfemo. Él mismo había estudiado aquellos volúmenes que recogían el terror de los Tiempos Originales, pero me prohibió que ahondara demasiado en mis indagaciones. Me dijo que, como hijo de la embrujada ciudad de Arkham, donde aún palpitan y acechan sombras de otros tiempos, había oído cosas muy extrañas, por lo que decidió apartarse prudentemente de las ciencias negras y prohibidas.

Finalmente, después de mucho insistirle, consintió de mala gana en proporcionarme los nombres de ciertas personas que a su juicio podrían ayudarme en mis investigaciones. Mi corresponsal era un escritor de notable brillantez; gozaba de una sólida reputación en los círculos intelectuales más exquisitos, y yo sabía que estaba tremendamente interesado en conocer el resultado de mi iniciativa.

Tan pronto como su preciosa lista estuvo en mis manos, comencé una masiva campaña postal con el fin de conseguir libros deseados. Dirigí mis cartas a varias uiversidades, a bibliotecas privadas, a astrólogos afamados y a dirigentes de ciertos cultos secretos de nombres oscuros y sonoros. Pero aquella labor estaba destinada al fracaso.

Sus respuestas fueron manifiestamente hostiles. Estaba claro que quienes poseían semejante ciencia se enfurecían ante la idea de que sus secretos fuesen develados por un intruso. Posteriormente, recibí varias cartas anónimas llenas de amenazas, e incluso una llamda telefónica verdadramente alarmante. Pero lo que más me molestó, fue el darme cuenta de que mis esfuerzos habían resultado fallidos. Negativas, evasivas, desaires, amenazas.... ¡aquello no me servía de nada! Debía buscar por otra parte.

¡Las librerías! Quizá descubriese lo que buscaba en algún estante olvidado y polvoriento.

Entonces comencé una cruzada interminable. Aprendí a soportar mis numerosos desengaños con impasible tranquilidad. En ninguna de las librerías que visité habían oído hablar del espantoso Necronomicón, del maligno Libro de Eibon, ni del inquietante Cultes des Goules.

La perseverancia acaba por triunfar. En una vieja tienda de South Dearborn Street, en unas estanterías arrinconadas, acabé por encontrar lo que estaba buscando. Allí, encajado entre dos ediciones centenarias de Shakespeare, descubrí un gran libro negro con tapas de hierro. En ellas, grabado a mano, se leía el título, De Vermis Mysteriis , "Misterios del Gusano".

El propietario no supo decirme de dónde procedía el libro aquél. Quizá lo había adquirido hace un par de años en algún lote de libros de segunda mano. Era evidente que desconocía su naturaleza, ya que me lo vendió por un dólar. Encantado por su inesperada venta, me envolvió el pesado mamotreto, y me despidió con amable satisfacción.

Yo me marché apresudaramente con mi precioso botín debajo del brazo. ¡Lo que había encontrado! Ya tenía referencias del libro. Su autor era Ludvig Prinn, y había perecido en la hoguera inquisitorial, en Bruselas, cuando los juicios por brujería estaban en su apogeo. Había sido un personaje extraño, alquimista, nigromante y mago de gran reputación; alardeaba de haber alcanzado una edad milagrosa, cuando finalmente fue inmolado por el fiero poder secular. De él se decía que se proclamaba el único superviviente de la novena cruzada, y exhibía como prueba ciertos documentos mohosos que parecían atestiguarlo. Lo cierto es que, en los viejos cronicones, el nombre de Ludvig Prinn figuraba entre los caballeros servidores de Monserrat, pero los incrédulos lo seguían coniderando como un chiflado y un impostor, a lo sumo descendiente de aquel famoso caballero.

Ludvig atribuía sus conocimientos de hechicería a los años en que había estado cautivo entre los brujos y encantadores de Siria, y hablaba a menudo de sus encuentros con los djinns y los efreets de los antiguos mitos orientales. Se sabe que pasó algún tiempo en Egipto, y entre los santones libios circulan ciertas leyendas que aluden a las hazañas del viejo adivino en Alejandría.

En todo caso, pasó sus postreros días en las llanuras de Flandes, su tierra natal, habitando -lugar muy adecuado- las ruinas de un sepulcro prerromano que se alzaba en un bosque cercano a Bruselas. Se decía que allí moraba en las sombras, rodeado de demonios familiares y terribles sortilegios. Aún se conservan manuscritos que dicen , en forma un tanto evasiva, que era asistido por "compañeros invisibles" y "servidores enviados de las estrellas". Los campesinos evitaban pasar la noche por el bosque donde habitaba, no le gustaban cierton ruidos que resonaban cuando había luna llena, y preferían ignorar qué clase de seres se prosternaban ante los viejos altares paganos que se alzaban, medio desmoronados, en lo más oscuro del bosque.

Sea como fuere, después de ser apresado Prinn por los esbirros de la Inquisición , nadie vio las criaturas que había tenido a su servicio. Antes de destruir el sepulcro donde había morado, los soldados lo registraron a fondo, y no encontraron nada. Seres sobrenaturales, instrumentos extraños, pócimas.... todo había desaparecido de la manera más misteriosa. Hicieron un minuciosos reconocimiento del bosque prohibido, pero sin resultado. Sin embargo, antes de que terminara el proceso de Prinn, saltó sangre fresca en los altares, y también en el potro de tormento. Pero ni con las más atroces torturas lograron romper su silencio. Por último, cansados de interrogar, arrojaron al viejo hechicero a una mazmorra.

Y fue durante su prisión, mientras aguardaba la sentencia, cuando escribió ese texto morboso y horrible, De Vermis Mysteriis, conocido hoy por los Misterios del Gusano. Nadie se explica como pudo lograrlo sin que los guardianes lo sorprendieran; pero un año después de su muerte, el texto fue impreso en Colonia. Inmediatamente después de su aparición, el libro fue prohibido. Pero ya se habían distribuido algunos ejemplares, de los que se sacaron copias en secreto. Más adelante, se hizo una nueva edición, censurada y expurgada, de suerte que únicamente se considera auténtico el texto original latino. A lo largo de los siglos, han sido muy pocos los que han tenido acceso a la sabiduría que encierra este libro. Los secretos del viejo mago sólo son conocidos hoy por algunos iniciados, quienes, por razones muy concretas, se oponen a todo intento de propagarlos.

Esto era, en resumen, lo que sabía del libro que había venido a parar a mis manos. Aun como mero coleccionista, el libro representaba un hallazgo fenomenal; pero, desgraciadamente, no podía juzgar su contenido, porque estaba en latín. Como sólo conozco unas cuantas palabras sueltas de esa lengua, al abrir sus páginas mohosas me tropecé con un obstáculo insuperable. Era exasperante poseer aquel tesoro de saber oculto, y no tener la clave para desentrañarlo.

Por un momento, me sentí desesperado. No me seducía la idea de poner un texto de semejante naturaleza en manos de un latinista de la localidad. Más tarde tuve una inspiración. ¿Por qué no coger el libro y visitar a mi amigo para solicitar ayuda? Él era un erudito, leía en su idioma a los clásicos, y probablemente las espantosas revelaciones de Prinn le impresionarían menos que a otros. Sin pensarlo más le escribí apresudaramente y muy poco después recibí su contestación. Estaba encantado en ayudarme. Por encima de todo, debía ir inmediatamente.

II

Providence es un pueblo agradable. La casa de mi amigo era antigua, de un estilo georgiano bastante caro. La planta baja era una maravilla de ambiente colonial. El piso alto, sombreado por las dos vertientes del tejado e iluminado por una amplia ventana, servía de estudio a mi anfitrión. Allí reflexionamos durante la espantosa y memorable noche del pasado abril, junto a la gran ventana abierta a la mar azulada. Era una noche sin luna, una noche lívida en que la niebla llenaba la vacía oscuridad de sombras aladas. Todavía puedo imaginar con nitidez la escena: la pequeña habitación iluminada por la luz de la lámpara, la mesa grande, las sillas de alto respaldo... Los libros tapizaban las paredes, los manuscritos se apilaban aparte, en archivadores especiales.

Mi amigo y yo estábamos sentados junto a la mesa, ante el misterioso volumen. El delgado perfil de mi amigo proyectaba una sombra inquieta en la pared, y su semblante de cera adoptaba, a la luz mortecina una apariencia furtiva. En el ambiente flotaba como el presagio de una portentosa revelación. Yo sentía la presencia de unos secretos que acaso no tardarían en revelarse. Mi compañero era sensible también a esta atmósfera expectante. Los largos años de soledad habían agudizado su intuición hasta un extremo inconcebible. No era el frío lo que le hacía temblar en su butaca, ni era la fiebre la que hacía llamear sus ojos con un fulgor de piedras preciosas. Aun antes de abrir aquel libro maldito, sabía que encerraba una maldición. El olor a moho que desprendían sus páginas antiguas traía consigo un vaho que parecía brotar de la tumba. Sus hojas descoloridas estaban carcomidas por los bordes. Su encuadernación de cuero estaba roída por las ratas, acaso por unas ratas cuyo alimento habitual fuera singularmnente horrible.

Aquella noche había contado a mi amigo la historia del libro, y lo había desempaquetado en su presencia. Al principio parecía deseoso, ansioso diría yo, por empezar enseguida su traducción. Ahora, en cambio, vacilaba.

Insistía en que no era prudente leerlo. Era un libro de ciencia maligna. ¿Quién sabe qué conocimientos demoníacos se ocultaban en sus páginas, o qué males podían sobrevenir al intruso que se atreviese a profanar sus secretos? No era conveniente saber demasiado. Muchos hombres habían muerto por practicar la ciencia corrompida que contenían esas páginas. Me rogó que abandonara mi investigación, ahora que no lo había leído aún, y que tratara de inspirarme en fuentes más saludables.

Fui un necio. Rechacé precipitadamente sus objeciones con palabras vanas y sin sentido. Yo no tenía miedo. Podríamos echar al menos una mirada al contenido de nuestro tesoro. Comencé a pasar hojas.

El resultado fue decepcionante. Su aspecto era el de un libro antiguo y corriente de hojas amarillentas y medio deshechas, impreso en gruesos caracteres latinos... y nada más, ninguna ilustración, ningún grabado alarmante.

Mi amigo no puedo resistir la tentación de saborear semejante rareza bibliográfica. Al cabo de un momento, se levantó para echar una ojeada al texto por encima de mi hombro; luego, con creciente interés, enpezó a leer en voz baja algunas frases en latín. Por último, vencido ya por el entusiasmo, me arrebató el precioso volumen, se sentó junto a la ventana y se puso a leer pasajes al azar. De cuando en cuando, los traducía al inglés.

Sus ojos relampagueaban con un brillo salvaje. Su perfil cadavérico expresaba una concentración total en los viejos caracteres que cubrían las páginas del libro. Cuando traducía en voz alta, las frases retumbaban como una letanía del diablo; luego, su voz se debilitaba hasta convertirse en un siseo de víbora. Yo tan sólo comprendía algunas frases sueltas porque, en su ensimismamiento, parecía haberse olvidado de mí. Estaba leyendo algo referente a hechizos y encantamientos. Recuerdo que el texto aludía a ciertos dioses de la adivinación, tales como el Padre Yig, Han el Oscuro y Byatis, cuya barba estaba formada de serpientes. Yo temblaba, ya conocía esos nombres terribles. Pero más habría temblado, si hubiera llegado a saber lo que estaba a punto de ocurrir. Y no tardó en suceder. De repente, mi amigo se volvió hacia mí, preso de una gran agitación. Con voz chillona y exitada me preguntó si recordaba las leyendas sobre las hechicerías de Prinn, y los relatos sobre servidores invisibles que había hecho venir desde las estrellas. Dije que sí, pero sin comprender la causa de su repentino frenesí.

Entonces me explicó el motivo de su agitación. En el libro, en un capítulo que trataba de los demonios familiares, había encontrado una especie de plegaria o conjuro que tal vez fuera el que Prinn había empleado para traer a sus invisibles servidores desde los espacios ultraterrestres. Ahora iba a escuchar, él me lo leería.

Yo permanecí sentado como un tonto, ignorante de lo que iba a pasar. ¿Por qué no gritaría entonces, por qué no trataría de escapar o de arrancarle de las manos aquel códice monstruoso? Pero yo no sabía nada, y me quedé sentado adonde estaba, mientras mi amigo, con voz quebrada por la violenta excitación, leía una larga y sonora invocación:

"Tibi, Magnum Innominandum, signa stellarum nigrarum et bufaniformis Sadoquae sigillum"...

El ritual siguió adelante; las palabras se alzaron como aves nocturnas de terror y muerte; temblaron como llamas en el aire tenebroso y contagiaron su fuego letal a mi cerebro. Los acentos atronadores de mi amigo producían un eco infinito, más allá de las estrellas más remotas. Era como si su voz, a través de enormes puertas primordiales, alcanzara regiones exteriores a toda dimensión en busca de su oyente, y lo llamara a la tierra. ¿Era todo una ilusión? No me paré a reflexionar.

Y aquella llamada, proferida de manera casual, obtuvo respuesta. Apenas se había apagado la voz de mi amigo en nuestra habitación, cuando sobrevino el terror. El cuarto se tornó frío. Por la ventana entró aullando un viento repentino que no era de este mundo. En él cabalgaba como un plañido, como una nota perversa y lejana; al oírla, el semblante de mi amigo se convirtió en una pálida máscara de terror. Luego, las paredes crujieron y las hojas de la ventana se combaron ante mis ojos atónitos. Desde la nada que se abría más allá de la ventana, llegó un súbito estallido de lúbrica brisa, unas carcajadas histéricas, que parecían producto de la más completa locura. Aquellas carcajadas que no profería boca alguna alcanzaron la última quintaescencia del horror.

Lo demás ocurrió a una velocidad pasmosa. Mi amigo se lanzó hacia la ventana y comenzó a gritar, manoteando como si quisiera zafarse del vacío. A la luz de la lámpara vi sus rasgos contraídos en una mueca de loca agonía. Un momento después, su cuerpo se levantó del suelo y comenzó a doblarse hacia atrás, en el aire, hasta un grado imposible. Inmediatamente, sus huesos se rompieron con un chasquido horrible y su figura quedó colgando en el vacío. Tenía los ojos vidriosos, y sus manos se crispaban compulsivamente como si quisiera agarrar algo que yo no veía. Una vez más, se oyó aquella risa vesánica, ¡pero ahora provenía de dentro de la habitación!

Las estrellas oscilaban en roja angustia, el viento frío silbaba estridente en mis oídos. Me encogí en mi silla, con los ojos clavados en aquella escena aterradora que se desarrollaba ante mí.

Mi amigo empezó a gritar. Sus alaridos se mezclaban con aquella risa perversa que surgía del aire. Su cuerpo combado, suspendido en el espacio, se dobló nuevamente hacia atrás, mientras la sangre brotaba de su cuello desgarrado como agua roja de un surtidor.

Aquella sangre no llegó a tocar el suelo. Se detuvo en el aire, y cesó la risa, que se convirtió en un gorgoteo nauseabundo. Dominado por en vértigo del horror, lo comprendí todo. ¡La sangre estaba alimentando a un ser invisible del más allá! ¿Qué entidad del espacio había sido invocada tan repentina e inconscientemente? ¿Qué era aquél monstruoso vampiro que yo no podía ver?

Después,aun tuvo lugar una espantosa metamorfosis. El cuerpo de mi compañero se encogió, marchito ya y sin vida. Por último, cayó en el suelo y quedó horriblemente inmóvil. Pero en el aire de la estancia sucedió algo pavoroso.

Junto a la ventana, en el rincón, se hizo visible un resplandor rojizo.... sangriento. Muy despacio, pero en forma contínua, la silueta de la Presencia fue perfilándose cada vez más, a medida que la sangre iba llenando la trama de la invisible entidad de las estrellas. Era una inmensidad de gelatina palpitante, húmeda y roja, una burbuja escarlata con miles de apéndices, unas bocas que se abrían y cerraban con horrible codicia... Era una cosa hinchada y obscena, un bulto sin cabeza, sin rostro, sin ojos, una especie de buche ávido, dotado de garras, que había brotado del cielo estelar. La sangre humana con la que se había nutrido revelaba ahora los contornos del comensal. No era espectáculo para presenciarlo un humano.

Afortunadamente para mi equilibrio mental, aquella criatura no se demoró ante mis ojos. Con un desprecio total por el cadáver fláccido que yacía en el suelo, asió el espantoso libro con un tentáculo viscoso y retorcido, y se dirigió a la ventana con rapidez. Allí, comprimió su tembloroso cuerpo de gelatina a través de la abertura. Desapareció, y oí su risa burlesca y lejana, arrastrada por las ráfagas del viento, mientras regresaba a los abismos de donde había venido.

Eso fue todo. Me quedé solo en la habitación, ante el cuerpo roto y sin vida de mi amigo. El libro había desaparecido. En la pared había huellas de sangre y abundantes salpicaduras en el suelo. El rostro de mi amigo era una calavera ensagrentada vuelta hacia las estrellas.

Permanecí largo rato sentado en silencio, antes de prenderle fuego a la habitación. Después, me marché. Me reí, porque sabía que las llamas destruirían toda huella de lo ocurrido. Yo había llegado aquella misma tarde. Nadie me conocía ni me había visto llegar. Tampoco me vio nadie partir, ya que huí antes de que las llamas empezaran a propagarse. Anduve horas y horas, sin rumbo, por las torcillas calles, sacudido por una risa idiota, cada vez que divisaba las estrellas inflamadas, cruelmente jubilosas, que me miraban furtivamente a través de los desgarrones de la niebla fantasmal.

Al cabo de varias horas, me sentí lo bastante calmado para tomar el tren. Durante el largo viaje de regreso, estuve tranquilo, y lo he estado igualmente ahora, mientras escribía esta relación de los hechos. Tampoco me alteré cuando leí en la prensa la noticia de que mi amigo había fallecido en un incendio que destruyó su vivienda.

Solamente a veces, por la noche, cuando brillan las estrellas, los sueños vuelven a conducirme hacia un gigantesco laberinto de horror y locura. Entonces tomo drogas, en un vano intento por disipar los recuerdos que me asaltan mientras duermo. Pero esto tampoco me preocupa demasiado, porque sé que no permaneceré mucho tiempo aquí.

Tengo la certeza de que veré, una vez más, aquella temblorosa entidad de las estrellas. Estoy convencido de que pronto volverá para llevarme a esa negrura que es hoy morada de mi amigo. A veces deseo vivamente que llegue ese día, porque entonces aprenderé yo también, de una vez para siempre, los Misterios del Gusano.



Two Witches - Agony Of The Undead Vampire


Two Witches - Agony Of The Undead Vampire (1992)

1. Agony
2. The hungry eyes
3. The omen
4. Dead dog's howl
5. We all fall down
6. Nightmare
7. Fetish dreams
8. Mircalla
9. Winter


Paro de las 4 x 4 en Argentina



29-03-2008
No confundir campesinos con terratenientes

Adolfo Pérez Esquivel

El paro agrario en la Argentina desde hace más de 15 días, es utilizado por sectores golpistas para desestabilizar al gobierno y seguir explotando al pueblo con total impunidad.
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Las retenciones que el gobierno impone a las exportaciones tienen diversas lecturas y contradicciones que han confundido, y generado que los sectores del campo coincidan en la protesta. Es necesario diferenciar si están juntos y revueltos para desestabilizar al gobierno, o tienen la suficiente claridad para diferenciarse en la lucha y reclamos. Hay que diferenciar y saber si están juntos, pero no revueltos y hasta dónde llega estar juntos sin quemarse.

Recuerdo esa pequeña historia que dice: “El ladrón corre hacia el Este y el policía corre hacia el Este. Los dos corren hacia el Este pero con intenciones diferentes”.

Los productores agropecuarios nunca tuvieron tantas ganancias como en los últimos años, beneficiándose por la política de cambio y las exportaciones de soja y girasol. Los indicadores son elocuentes y concretos. Sin embargo es necesario hacer un análisis de los costos que esa actividad tiene para el país, su rentabilidad y concentración de la riqueza en pocas manos. Las grandes corporaciones agropecuarias, las transnacionales han destruido, y quemado miles de hectáreas de bosques, apropiándose de grandes extensiones de tierra para plantar soja transgénica. Utilizan agroquímicos altamente contaminantes sin importarles las consecuencias para el medio ambiente y vida de los pobladores.

Por otra parte, las contradicciones del gobierno no son pocas, pero hay que reconocer que ha dado algunos pasos importantes hacia la recuperación económica y eso es positivo. El saqueo a que fue sometido el país durante la crisis de 2001 fue un golpe de Estado económico, sacando al exterior los capitales y llevando al cierre de fábricas, desabastecimiento, aumento del desempleo y pobreza, provocado por capitales financieros y el sistema bancario, que buscaron el vaciamiento del país sin importarles las consecuencias sociales.

Sectores de la llamada “clase media, acomodada” salieron estos días en “apoyo al campo” con la cacerola de acero inoxidable y cucharita de plata a apoyar el paro agrario.

La falta de memoria, a muchos les ha jugado una mala pasada. Se olvidaron que la clase media acomodada siempre creyó estar a salvo de la debacle del país. La realidad les demostró que el capital financiero no tiene amigos, tiene intereses y que también fueron víctimas del vaciamiento económico y muchos perdieron sus recursos y ahorros depositados en los bancos. Es necesario hacer memoria y saber porqué hoy nadie se hace responsable de esa situación y lamentablemente la impunidad continúa.

El gobierno tiene que asumir que se equivocó al poner las retenciones por igual y no diferenciar a los pequeños y medianos productores rurales, que son la mayoría, y muchos con serias dificultades en su producción y con sus campos hipotecados; se equivocó al juzgarlos con la misma vara con que mide a las grandes corporaciones y terratenientes que tienen ganancias exorbitantes que sacan del país y que no están dispuesto a la re-distribución de la riqueza.


Reitero, estamos frente al cuento del ladrón y el policía, en que los dos corren hacia el Este pero con intenciones diferentes.

La presidenta Cristina Fernández Kirchner pidió que levanten el paro para dialogar y encontrar una salida al conflicto. Es una medida prudente que los productores rurales no pueden dejar pasar. El diálogo es el camino para encontrar soluciones.

El gobierno no puede volver a equivocarse y tiene que diferenciar al campesino de los terratenientes. No hay que permitir ni dejarse arrastrar por los golpistas para que se enfrenten trabajadores contra trabajadores

Hay veces en la vida que la enseñanza es dura, pero se aprende. Los campesinos luchan por sus derechos y resisten en la esperanza para alcanzar a vivir con dignidad y recuperar la soberanía nacional, hoy amenazada por los grandes intereses económicos que se niegan a re-distribuir la riqueza.

El gobierno debe tener políticas claras y coherentes entre el decir y el hacer. Hoy están vendiendo el territorio nacional, devastando sus riquezas y empobreciendo al pueblo. Las retenciones son necesarias, no sólo al agro, a las empresas mineras, a las petroleras, para ello es necesario políticas públicas para evitar la explotación irracional y recuperar la soberanía perdida. Las retenciones deben dirigirse correctamente para construir el país que queremos.

Queda un largo camino a recorrer que es necesario asumir entre todos y todas.

- Adolfo Pérez Esquivel es Premio Nobel de la Paz.
Fuente


Alice Borchardt - La Loba de Plata


Alice Borchardt - La Loba de Plata


En esta fascinante novela de asombrosa originalidad y alcance, Alice Borchardt insufla vida a una época perdida, recreando de manera brillante un mundo sensual y violento... y los hombres y mujeres cuyas grandes ambiciones, traiciones y pasiones dan forma a la era en la que viven y mueren.

La decadente Roma de la Edad Oscura está enfangada en las ruinas de su grandeza. A la Ciudad Eterna llega Regeane, una hermosa joven emparentada por su madre muerta con el emperador Carlomagno. Su sangre real convierte a la muchacha en un peón involuntario en la lucha por el poder político. Pero sin que lo sepan quienes planean su destino, la sangre que ha heredado de su padre asesinado hace de ella algo más que una hija de la realeza. Con una fuerza y agilidad sobrenaturales, recuerdos primigenios que se remontan a milenios atrás, y unos sentidos tan agudos que pueden atravesar el mismo velo de la muerte, Regeane es una cambiante: mujer y loba, cazadora y presa.

Comprometida por el orden de Carlomagno con un Señor Bárbaro al que nunca ha visto, Regeane está rodeada de enemigos. El más notorio, su depravado tío y guardián, no tendrá escrúpulos en entregarla a la Iglesia a menos que le ayude en sus siniestros planes. Y si la Iglesia descubre su secreto, Regeane arderá en la hoguera.

Lírica, trepidante, sensual, y rica en detalle histórico y sensibilidad, La Loba de Plata lleva a Alice Borchardt directamente a la primera fila de las escritoras actuales. Su intrincada trama e hipnótica voz lanzan un hechizo que pocos podrán resistir.


Mario versus Mario




Mario Benedetti - Ni Corruptos Ni Contentos
El innegable talento demostrado por Mario Vargas Llosa en sus siete novelas, los premios y honores acumulados en más de veinte años, así como
la extraordinaria difusión alcanzada por sus libros, han generado y generan una razonable expectativa ante cada uno de sus comentarios y
opiniones, aun cuando no se limiten al campo específico de la literatura.
En los últimos años, el autor de La casa verde ha mostrado cierta preocupación por explicar sus preferencias y desencantos políticos. Entre
las primeras figura, por ejemplo, el Gobierno de su país, encabezado por Fernando Belaúnde Terry; entre los segundos están la revolución cubana y,
de un tiempo a esta parte, la revolución sandinista. Desde 1960 a la fecha, Vargas Llosa ha efectuado un viraje espectacular en sus predilecciones políticas, y si bien siempre se ha esforzado por demostrar que su desvelo especial es la libertad, lo cierto es que hace quince años era entusiastamente apoyado por las izquierdas latinoamericanas, y hoy en cambio es halagado y arropado por las derechas. Es claro que en aquel
apoyo y en este sostén caben anchas franjas de malentendidos que no corresponden al autor en cuestión, pero de todas maneras son señales a
tener en cuenta. Las izquierdas suelen equivocarse en sus fervores; las derechas, casi nunca.
Me parece absolutamente legítimo que un escritor, y más si es alguien conocido y admirado como Vargas Llosa, se sienta tan presionado por la
realidad como para pronunciarse frecuentemente sobre ella. La circunstancia de que muchos intelectuales latinoamericanos, a pesar de no
practicar la obsecuencia ni la obediencia ciega que suele atribuirnos Vargas Llosa, mantengamos nuestra adhesión a las revoluciones de Cuba y
Nicaragua no nos impide comprender que vanos aspectos de esas realidades hieran, vulneren o incluso descalabren ciertas pautas y arquetipos de
otros intelectuales. De modo que mientras Vargas Llosa se limitó a expresar su visión personal de lo que consideraba un sistema político ideal (modelo que, con los años, se fue desplazando de Cuba a Israel), así como sus implacables juicios ante los arduos procesos revolucionanos, la distancia entre sus posiciones y las de la mayoría de los intelectuales latinoamericanos sigue creciendo, pero el respeto mutuo se mantuvo. Hoy
Vargas Llosa reconoce de manera explícita (véase la entrevista concedida a Valeno Riva en Panorama, Roma, 2 de enero de 1984) que su postura es francamente rninoritana entre los intelectuales de nuestros países.
Esa comprobación no sólo lo sacude y lo irrita, sino que lo lleva a un nivel de agravios que no suele ser moneda corriente en el mundo cultural
latinoamericano, donde siempre han existido y coexistido enfoques diversos y hasta contradictorios.
Frecuentemente leo artículos de Vargas Llosa y entrevistas que concede a los medios de comunicación; sin embargo, en el reportaje de Panorama antes mencionado encuentro por vez primera algunas tajantes afirmaciones que
nunca vi reflejadas en sus colaboraciones latinoamericanas. Pude leer esa nota porque unos amigos me la enviaron desde Italia debido a que yo era allí directamente aludido. Corruptos y contentos titula Valerio Riva a toda página el artículo en cuestión, sintetizando así el diagnóstico de su ilustre interlocutor acerca de sus colegas latinoamericanos. Sólo menciona tres excepciones (aclara que «hay que buscarlas con linterna»); Octavio Paz, Jorge Edwards y Ernesto Sábato, pero tengo mis dudas de que este
último se sienta halagado por integrar la terna. Según declara Vargas Llosa, el llamado caso Padilla le restituyó la soberanía individual, y
desde entonces ya no se siente «una suerte de zombi, de robot, de instrumento», como sugiere que todavía han de sentirse muchos de sus
colegas. Traza una línea divisoria entre los intelectuales de Europa y los de América Latina: «Entre los intelectuales europeos de izquierda ha
tenido lugar un saludable replanteamiento, pero en América Latina la mayoría baila aún obedeciendo a reflejos condicionados, como el perro de Pavlov». Cuando Valerio Riva le pregunta cuántos y quiénes son esos
«intelectuales condicionados», Vargas Llosa responde: «Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y Julio Cortázar. Éstos son los más ilustres, pero luego hay un número infinito de intelectuales medianos y menores, todos perfectamente manipulados, subordinados, corruptos. Corruptos por el reflejo condicionado del miedo de afrontar el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda. (...) Intelectuales respetabilísimos tragan las mentiras más infames simplemente para no ser triturados por ese mecanismo de difamación».
Entiendo que el propio Vargas Llosa no es una aceptable prueba de su teoría, ya que desde hace años se viene despachando a gusto sobre algunas
de nuestras más firmes convicciones, y sin embargo no parece haber sido muy triturado: no sólo no recuerdo que nadie lo haya tratado de «corrupto y contento», ni siquiera de «perro de Pavlov», sino que más bien ha sido promocionado, elogiado, editado, premiado y traducido como pocos escritores de este mundo. Tal vez su caso podría ser ejemplo del extraordinario apoyo que puede lograr un escritor cuando, además de
producir excelentes obras, ataca las posiciones y actitudes de izquierda.
Realmente, Vargas Llosa no es demasiado convincente como modelo de intelectual triturado.
Pero no se detiene allí: «En los países del Tercer Mundo y sobre todo en América Latina, el intelectual es un elemento fundamental del
subdesarrollo. No es alguien que lucha contra el subdesarrollo, sino que él mismo es un factor de subdesarrollo, ya que es un gran propagador de
estereotipos y crea reflejos intelectuales condicionados. Al repetir todos los lugares comunes de la propaganda, termina por obstruir cualquier posibilidad de creación de nuevas fórmulas de liberación», Tengo la impresión de que la teoría de los reflejos condicionados ha ido
condicionando a Vargas Llosa. Gracias a Pavlov sabemos ahora que el subdesarrollo no es una consecuencia del desarrollado y subdesarrollante
imperialismo, ni de las intocables transnacionales, ni del extendido analfabetismo, sino del alfabetizado y maligno intelectual. Toda una
revelación, aunque nos sea difícil imaginar (quizá debido a que somos zombis o robots) que Carpentier o Neruda resulten más culpables de
nuestras miserias que la United Fruit o la Anaconda Copper Mining. Es probable que cuando Vargas Llosa menciona el carácter corrupto (y
contento) de la mayoría de los escritores latinoamericanos esté pensando en el oro de Moscú. Lamentamos desilusionarlo. Ni los mejores atornillados robots de entre nosotros hemos tenido acceso a esa cuota áurea. Supongo que no se referirá a los derechos de autor generados en los países socialistas, en primer término porque son harto dificiles de cobrar, y en segundo, porque el propio Vargas Llosa ha sido profusamente publicado por las editoriales comunistas.
A un intelectual del alto rango artístico de Vargas Llosa debe exigírsele una mínima seriedad en los planteos políticos, particularmente cuando éstos ponen en entredicho la probidad de sus colegas. Hablar de «corruptos y contentos» en una rejón del mundo en la que hay tantos intelectuales
perseguidos, prohibidos, exiliados; donde hay por lo menos veintiocho poetas (incluido su compatriota Javier Heraud) que perdieron la vida por causas políticas; un continente que ha conocido el holocausto de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo; la desaparición de Julio Castro; el
asesinato de Roque Dalton e Ibero Gutiérrez; la prisión de Carlos Quijano y Juan Carlos Onetti; la tortura de Mauricio Rosencof y la muerte heroica
de Leonel Rugania; hablar de «corruptos y contentos» en ese marco de discriminación y de riesgo, de amenazas y de crimen es, por lo menos, una actitud insoportablemente frívola.
Ni corruptos ni contentos. El segundo calificativo es casi tan grave como el primero, y revela el mismo desconocimiento del material humano que hoy sostiene y profundiza la cultura de América Latina. ¿Cómo podremos estar contentos si en cada minuto muere un niño en América Latina debido a hambre o a enfermedad; si cada cinco minutos ocurre un asesinato político en Guatemala; si hay treinta mil desaparecidos en Argentina?
Confieso que, en el fondo, ésta ráfaga de agravios, esta virulenta ofensiva que Vargas Llosa dedica a aquellos intelectuales que no comparten sus ideas, me decepciona bastante. Precisamente por haber disfrutado tanto, como lector, de la obra de Vargas Llosa, me entristece particularmente esta injusta diatriba, esta falta de mínimo respeto a quienes, como él, aunque probablemente no tan bien como él, luchamos a diario con la palabra y tratamos de convertirla en literatura, es decir, en patrimonio de todos. Hace tiempo que nos hemos resignado a que no esté con nosotros, en nuestra trinchera, sino con ellos, en la de enfrente, pero en cambio no podemos resignarnos a que, por diferencias ideológicas o amparado quizá en las dispensas de la fama, recurra al golpe bajo, al juego ilícito, para reforzar sus respetables argumentos.
Afortunadamente, la obra de Vargas Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor, y seguirá siendo leída con fruición por los zombis, los robots y los perros de Pavlov.




Mario Vargas Llosa - Entre Tocayos
Aunque con cierto atraso, quiero comentar, ahora que tengo un respiro, el artículo de mi amigo Mario Benedetti acusándome de frivolidad política y de recurrir ("amparado quizá en las dispensas de la fama") al golpe bajo y al juego ilícito en el debate ideológico, que apareció en EL PAIS (9 de abril de 1984) y que ha sido luego reproducido en medio mundo (de Holanda a Brasil).
Aunque no veo a Benedetti hace una punta de años y aunque nuestras ideas políticas se han distanciado, mi afecto por él buen compañero con quien compartí desvelos políticos y literarios en los sesenta y setenta no ha variado, y menos mi admiración por su buena poesía y sus excelentes narraciones. Soy incluso atento lector de sus artículos, a los que, a pesar de discrepar a menudo con ellos, tengo por un modelo de periodismo bien escrito. Me apena por eso que me haya creído capaz de insultarlo en aquella entrevista aparecida en Italia en la revista Panorama y que Valerio Riva tituló, aparatosamente, "Corruptos y contentos". Una de las cosas que tengo claras es que la única manera de que la controversia intelectual sea posible es excluyendo de ella los insultos, y desafío a que, aun buscando con lupa, alguien los encuentre en un texto firmado por mí. De las entrevistas estoy menos seguro, Benedetti sabe tanto como yo las sutiles o brutales alteraciones de que uno es víctima cuando las concede, sobre todo si ellas rozan el tema político, siempre incandescente tratándose de América Latina.
La entrevista de Panorama es fiel en esencia a lo que dije, no en el énfasis dado a ciertas frases. Algunos asuntos que toqué en ella, es cierto, exigían un desarrollo y una matización más cuidados para no parecer meros ucases. Como ellos son de sobresaliente actualidad, vale la pena retomarlos en esta polémica --cordial-- con mi tocayo.
El primero es: el intelectual, como factor del subdesarrollo político de nuestros países. Subrayo político porque éste es el nudo de la cuestión. Hay una extraordinaria paradoja en que la misma persona que, en la poesía o la novela, ha mostrado audacia y libertad, aptitud para romper con la tradición, las convenciones y renovar raigalmente las formas, los mitos y el lenguaje, sea capaz de un desconcertante conformismo en el dominio ideológico, en el que, con prudencia, timidez, docilidad, no vacila en hacer suyos y respaldar con su prestigio los dogmas más dudosos e incluso las meras consignas de la propaganda.
Examinemos el caso de los dos grandes autores que Benedetti menciona -Neruda y Carpentier- preguntándome burlonamente si ellos son más culpables de nuestras miserias "que la United Fruit o la Anaconda Cooper Mining". Tengo a la poesía de Neruda por la más rica y liberadora que se ha escrito en castellano en este siglo, una poesía tan vasta como es la pintura de Picasso, un firmamento en el que hay misterio, maravilla, simplicidad y complejidad extremas, realismo y surrealismo, lírica y épica intuición y razón y una sabiduría artesanal tan grande como capacidad de invención. ¿Cómo pudo, ser la misma persona que revolucionó de este modo la poesía de la lengua el disciplinado militante que escribió poemas en loor de Stalin y a quien todos los crímenes del estalinismo -lar purgas, los campos, los juicios fraguados, las matanzas, la esclerosis del marxismo- no produjeron la menor turbación ética, ninguno de los conflictos y dilemas en que sumieron a tantos artistas? Toda la dimensión política de la obra de Neruda se resiente del mismo esquematismo conformista de su militancia. No hubo en él duplicidad moral: su visión del mundo, como político y como escritor (cuando escribía de política) era maniquea y dogmática. Gracias a Neruda, incontables latinoamericanos descubrimos la poesía; gracias a él -su influencia fue gigantesca- innumerables jóvenes llegaron a creer que la manera más digna de combatir las iniquidades del imperialismo y de la reacción era oponiéndoles la ortodoxia estalinista.
El caso de Alejo Carpentier no es el de Neruda. Sus elegantes ficciones encierran una concepción profundamente escéptica y pesimista de la historia, son bellas parábolas, de refinada erudición y artificiosa palabra, sobre la futilidad de las empresas humanas. Cuando, en los años finales, este esteta intentó escribir novelas optimistas, más en consonancia con su posición política debió violentar algún centro vital de su fuerza creadora, herir su visión inconsciente, porque su obra se empobreció artísticamente. Pero, ¿qué lección de moral política dio a sus lectores latinoamericanos este gran escritor? La de un respetuoso funcionario de la revolución que, en su cargo diplomático de París, abdicó enteramente de la facultad, no digamos de criticar, sino de pensar políticamente. Pues todo cuanto dijo, hizo o escribió en este campo, desde 1959, no fue opinar lo que significa arriesgarse, inventar, correr el albur del acierto o el error, sino repetir beatamente los dictados del Gobierno al que servía.
Se me reprochará seguramente ser mezquino y obtuso: ¿acaso el aporte literario de un Neruda o un Carpentier no es suficiente para que nos olvidemos de su comportamiento político? ¿Vamos a volvemos unos inquisidores exigiendo de los escritores no sólo que sean rigurosos, honestos y audaces a la hora de inventar, sino también en lo político y en lo moral? Creo que en esto Mario Benedetti y yo estaremos de acuerdo.
En América Latina, un escritor no es sólo un escritor. Debido a la naturaleza terrible de nuestros problemas, a una tradición muy arraigada, al hecho de que contamos con tribunas y modos de hacernos escuchar, es también alguien de quien se espera una contribución activa en la solución de los problemas. Puede ser ingenuo y errado sería más cómodo para nosotros, sin duda, que en América Latina se viera en el escritor alguien cuya función exclusiva es entretener o hechizar con sus libros. Pero Benedetti y yo sabemos que no es así; que también se espera de nosotros -más, se nos exige- pronunciarnos continuamente sobre lo que ocurre y que ayudemos a tomar posición a los demás. Se trata de una tremenda responsabilidad. Desde luego que un escritor puede rehuirla y, pese a ello, escribir obras maestras. Pero quienes no la rehuyen tienen la obligación, en ese campo político donde lo que dicen y escriben reverbera en la manera de actuar y pensar de los demás, de ser tan honestos, rigurosos y cuidadosos como a la hora de soñar.
Ni Neruda ni Carpentier me parecen haber cumplido aquella función cívica como cumplieron la artística. Mi reproche, a ellos y a quienes, como lo hicieron ellos, creen que la responsabilidad de un intelectual de izquierda consiste en ponerse al servicio incondicional de un partido o un régimen de esta etiqueta, no es que fueran comunistas. Es que lo fueran de una manera indigna de un escritor: sin reelaborar por cuenta propia, cotejándolos con los hechos, las ideas, anatemas, estereotipos o consignas que promocionan; que lo fueran sin imaginación y sin espíritu crítico, abdicando del primer deber del intelectual: ser libre. Muchos intelectuales latinoamericanos han renunciado a las ideas y a la originalidad riesgosa, y por eso entre nosotros el debate político suele ser tan pobre: invectiva y clisé. Que haya acaso entre los escritores latinoamericanos una mayoría en esta actitud parece confortar a Mario Benedetti y darle la sensación del triunfo. A mí me angustia, pues ello quiere decir que, a pesar de la riquísima floración artística que nuestro continente ha producido, aún no salimos del oscurantismo ideológico.
Hay, por fortuna, algunas excepciones, dentro de la pobreza intelectual que caracteriza a nuestra literatura política, como los autores que cité en la entrevista: Paz, Edwards, Sábato. No son los únicos, desde luego. En los últimos años, para mencionar sólo el caso de México, escritores como Gabriel Zaid y Enrique Krauze han producido espléndidos ensayos de actualidad política y económica. ¿Pero por qué estas excepciones son tan escasas? Creo que hay dos razones. La primera: los estragos y horrores de las dictaduras militares llevan al escritor ansioso de combatirlas a optar por lo que le parece más eficaz y expeditivo, a evitar toda aquella matización, ambigüedad o duda que pudiera confundirse con debilidad o "dar armas al enemigo". Y la segunda: el terror a ser satelizado si ejercita la crítica contra la propia izquierda, la que, así como ha sido inepta en América Latina para producir un pensamiento original, ha demostrado urja maestría insuperable en el arte de la desfiguración y la calumnia de sus críticos (tengo un baúl de recortes para probarlo).
Benedetti cita a un buen número de poetas y escritores asesinados, encarcelados y torturados por las dictaduras latinoamericanas (es significativo de lo que trato decir que olvida mencionar a un solo cubano, como si no hubieran pasado escritores por las cárceles de la isla y no hubiera decenas de intelectuales de ese país en el exilio. De otro lado, por descuido, coloca a Roque Dalton entre los mártires del imperialismo: en verdad, lo fue del sectarismo, ya que lo asesinaron sus propios camaradas). ¿He puesto en duda alguna vez el carácter sanguinario y estúpido de estas dictaduras? siento por ellas la misma repugnancia que Benedetti. Pero, en todo caso, aquellos asesinatos y abusos muestran la crueldad y ceguera de quienes los cometieron, y no necesariamente la clarividencia política de sus víctimas. Que algunas de ellas la tuvieran, desde luego. Otras carecían de ella. El heroísmo no resulta siempre de la lucidez, muchas veces es hijo del fanatismo. El problema no está en la brutalidad de nuestras dictaduras, sobre lo que Benedetti y yo coincidimos, así como en la necesidad de acabar con ellas cuanto antes. El problema es: ¿con qué las reemplazamos?, ¿con Gobiernos democráticos, como yo quisiera?, ¿o con otras dictaduras, como la cubana, que él defiende?
Defender la opción democrática para América Latina no es excluir ninguna reforma, aun las más radicales, para la solución de nuestros problemas, sino pedir que se hagan a través de Gobiernos nacidos de elecciones y que garanticen un estado de derecho en el que nadie sea discriminado en razón de sus ideas.
Esta opción no excluye, por supuesto, que un partido marxista - leninista suba al poder y, por ejemplo, estatice toda la economía. Yo no lo deseo para mi país, porque creo que si el Estado monopoliza la producción, la libertad tarde o temprano se esfuma y nada prueba que esta fórmula --y su alto precio--- saque a una sociedad (del subdesarrollo. Pero si es éste el modelo por el que votan los peruanos lucharé porque se respete su decisión y porque, dentro del nuevo régimen, la libertad sobreviva. (No se trata de una hipótesis académica: en las últimas elecciones municipales, la extrema izquierda ganó la alcaldía de Lima, además de muchas otras en el resto del país).
Mi oposición al régimen cubano, como al chileno, uruguayo o paraguayo no es por lo que hay en ellos de distinto --que es mucho - sino de común: que las políticas que practican se decidan y se impongan de manera vertical, sin que los pueblos que las sufren o se benefician de ellas puedan aprobarlas, desaprobarlas o enmendarlas. Sobre la índole de estas políticas particulares siempre he preferido pronunciarme de manera no general, sino específica (en contra de la pena de muerte, de cualquier intervención extranjera, a favor de una moderada intervención del Estado en la economía, etcétera), advirtiendo que estas opiniones no estaban exentas a veces de dudas y sujetas, por tanto, a revisión. En lo único que creo haber mantenido una posición firme hace 14 años es en la defensa de unas reglas de juego que permitan la coexistencia de puntos de vista diferentes en el seno de la sociedad, la mejor contra la represión, las censuras y las cuentas civiles que han signado nuestra historia y nos han hundido en el subdesarrollo económico y la barbarie política.
¿A qué viene esta autoconfesión en el diálogo que me opone a Mario Benedetti? A que defender esta tesis en América Latina es extremadamente difícil para un escritor. Quien Ia defiende se ve pronto atrapado en esa maquinaria denigratoria que mencioné a Valerio Riva y que conviene como anillo al dedo a los dos extremos del espectro ideológico, distanciados en todo salvo en promocionar esta falsedad: que la alternativa, para los pueblos latinoamericanos, no es entre la democracia y las dictaduras (marxistas o neofascistas), sino entre la reacción y la revolución, encarnadas ejemplarmente por Pinochet y Fidel Castro.
Que esta alternativa es falsa se encargan de probarlo, cada vez que son consultados, los propios pueblos latinoamericanos. Así lo han hecho, hace poco, en Argentina, Venezuela y Ecuador, votando por Gobiernos que, más a la derecha o más a la 1zquierda, son de índole inequívocamente democrática. Incluso en elecciones menos genuinas --porque hubo fraude o porque no participó la extrema izquierda -, como las de Panamá y El Salvador, el mandato popular, en favor de la moderación y la tolerancia, ha sido clarísimo.
Sin embargo, un gran número de intelectuales latinoamericanos se niegan a ver esta evidencia -la voluntad popular de convivencia y de consenso-- descartan la opción democrática como una mera farsa. De este modo contribuyen a que la democracia lo sea, es decir, a que funcione mal y a menudo colapse. Su abstención u hostilidad ha impedido que esta opción democrática, que es la de nuestros pueblos, se cargue de ideas originales, de sustancia intelectual innovadora, y se adapte a nuestras complejas realidades de una manera eficiente. Nuestros intelectuales revolucionarios han sido un obstáculo considerable, además, para que este tema fuera al menos debatido, ya que, siguiendo la vieja tradición oscurantista de la excomunión, se han limitado a precipitar, a sus colegas que defendíamos aquella opción, al infierno ideológico de los réprobos (la reacción).
Mario Benedetti dice esto de mi: "Hace tiempo que nos hemos resignado a que no esté con nosotros, en nuestras trincheras, sino con ellos, en Ia de enfrente..." ¿Quiénes son ellos? ¿Quienes están conmigo en esta trinchera de enfrente? Benedetti es un exiliado, una víctima de la dictadura militar que agobia a su país, un enemigo de los regímenes más oprobiosos, como el de Stroessner o el de Baby Doc. Si yo estoy entre sus enemigos yo soy, pues, una de estas alimañas. ¿De qué otra manera puede entenderse si no lo que la astuta frase sugiere? En ellos nos confunde, a mí y a aquellas escorias, en esa trinchera que por lo visto compartimos. Hay una guerra y dos enemigos enfrentados. De un lado la reacción y del otro la revolución. ¿Lo demás es literatura?
Eso es lo que he llamado el mecanismo de satanización que a él le provoca hilaridad. ¿No es su propio artículo una prueba de que existe? Es verdad que mis libros se publican en los países comunistas. Pero es verdad también que, a diferencia de él, que puede dedicar sus artículos a explicar lo que es y lo que quiere en política, yo debo dedicar mucho tiempo, tinta y paciencia a aclarar Io que no soy y a rectificar las tergiversaciones y caricaturas que me atribuyen los que se niegan en América Latina a distinguir entre un sistema democrático y una dictadura de derecha.
Hace apenas unas semanas, para no ir muy lejos, tuve que explicar a unos lectores holandeses despistados por el artículo de mi tocayo que - al revés de lo que éste sugiere - yo soy un adversario tan acérrimo como él de los tiranuelos que lo exiliaron y que nuestras diferencias no consisten en que yo defienda la reacción y él el progreso, sino, aparentemente, en que yo critico por igual a todos los regímenes que exilian (o encarcelan o matan) a sus adversarios, en tanto que a él esto le parece menos grave si se hace en nombre del socialismo. ¿Estoy, a mi vez, caricaturizando su posición? Si es así, retiro lo dicho. Pero la verdad es que no recuerdo haber leído nunca una sola palabra suya de admonición o protesta por ningún abuso contra los derechos humanos cometido en algún país socialista. ¿O es que allí no se cometen?
Luchar contra la satanización es largo, aburrido, frustrante, y no debe sorprender que muchos intelectuales latinoamericanos prefieran no dar esa batalla, callando o resignándose a aceptar el chantaje. Si para un escritor de las luces de Benedetti no es posible diferenciar entre un partidario de la democracia y un fascista -a los que amalgama dentro de su rígida geometría ideológica: ellos y nosotros -, ¿qué se puede esperar de quienes, compartiendo sus afinidades políticas, carecen de su cultura, sutileza y sintaxis?
Yo sé lo que se puede esperar: las elucubraciones periodísticas de un Mirko Lauer, por ejemplo (para citar lo peor). Las invectivas son, desde luego, lo de menos. Lo de más es la sensación de hallarse continuamente en una posición absurda, arrastrado a un debate empobrecedor, a un pugilismo intelectual de cloaca. Eso es lo que ocurre cuando uno intenta hablar del problema de la libertad de expresión y le preguntan cuánto gana, por qué escribe en tal periódico y no en el otro y si sabía quién financió el congreso en el que participó. Todos esos son indicios, al parecer, de que uno es halagado y arropado por las derechas. Quienes utilizan estos argumentos en el debate saben muy bien que ellos no lo son, sino chismografías que lo degradan hasta hacerlo imposible. ¿Para qué los emplean, pues? Para evitar el debate, justamente; porque, dentro de esa tradición de absolutismo ideológico que tanto daño nos ha hecho, entienden la política más como un acto de fe que como quehacer racional. Por ello no quieren convencer o refutar al adversario sino descalificarlo moralmente, para que todo lo que salga de su boca -de su pluma-, por venir de un réprobo, sea reprobable, indigno incluso de refutación.
Pese a todo, sin embargo, hay que romper el círculo vicioso y tratar de que el diálogo se establezca y vaya atrayendo a un número cada vez mayor de intelectuales. Sólo así llegará a ser la política, entre nosotros, como lo es ya la literatura, cotejo de ideas, experimentación, pluralidad, innovación, fantasía, creación. A diferencia de lo que él piensa de la mía, yo creo que la posición que defiende Mario Benedetti debe tener derecho de ciudad porque el pensamiento socialista - marxista - leninista o no - tiene mucho que aportar a América Latina. Sólo le pido que admita que ninguna posición tiene la prerrogativa de la infalibilidad y que todas deben, por tanto, entrar, con las adversarias, en un diálogo que nos enriquecerá a todos, modificando
o reforzando nuestras tesis. Lo que nos opone no son tanto los contenidos, como las formas a través de las cuales estos contenidos deben materializarse. Discutamos, pues, sobre las formas políticas.
A muchos mortales les parecerá una pérdida de tiempo. Pero nosotros, escritores, sabemos que la forma determina el contenido de la literatura. Las formas son los medios en el orden político. Discutir civilizadamente sobre los medios es, ya, una manera de civilizarlos y de contribuir al prog:eso de nuestras tierras. Porque los medios políticos requieren en América Latina una. reforma tan profunda como la economía y el orden social para que salgamos de veras del subdesarrollo.




Mario Benedetti - Ni cínicos ni oportunistas
Parece que, en un reciente viaje a Holanda, Mario Vargas Llosa tuvo que responder a varias preguntas relacionadas con mi artículo «Ni corruptos ni contentos», originalmente aparecido en El País y posteriormente reproducido en el diario holandés Volkskrant. A mí, en cambio, me acosaron (estuve en Amsterdam pocos días después) con preguntas referidas a las declaraciones de mi tocayo. Como no sé holandés, tuve que hacer confianza en mis traductores, y ellos me dijeron que, según Vargas Llosa, lo de «corruptos y contentos» había sido una mala interpretación del periodista italiano Valeno Riva, y dejó constancia de que sólo había querido decir que los escritores latinoamericanos éramos «cínicos y oportunistas». Tengo conmigo un ejemplar del semanario holandés HP, en el que apareció la entrevista, y, efectivamente, allí están, en medio de un piélago de palabras holandesas, algunas que se parecen bastante a las de otras lenguas más accesibles: latjnamerikaanse schrijvers, cynisch y opportunist. Cuando un periodista holandés me pidió un comentario sobre los nuevos calificativos, le respondí que tal vez se trataba de un nuevo malentendido y que probablemente el entrevistado sólo había querido decir que éramos «holgazanes y rateros».
Como bien lo señala Vargas Llosa en sus artículos («Entre tocayos», I y II, El País, 14 y 15 de junio de 1984), en verdad hace muchos años que no nos vemos, y esta polémica ha servido al menos para enteramos de que nos seguimos leyendo mutuamente y con gusto. Con ello ha quedado claro que nuestras diferencias no son específicamente literarias. Este nuevo artículo no es para prolongar la polémica. Creo que ya somos bastante maduros como para alimentar la ilusión de que los argumentos de uno vayan a conmover las convicciones del otro, y viceversa. Simplemente, creo conveniente dejar constancia de algunas observaciones y rectificaciones en un nivel meramente informativo.
Nuestra mayor e irremediable diferencia está en que Vargas Llosa entiende (y no pongo en duda su sinceridad) que cualquier escritor latinoamericano que hoy apoye revoluciones como la cubana o la nicaragüense no lo hace libremente y por convicción, sino por «un desconcertante conformismo en el dominio ideológico», Personalmente, tengo mejor opinión de mis colegas, y sin perjuicio de que pueda existir (¿por qué no?) algún sectario u obsecuente, creo (y espero que mi tocayo tampoco ponga en duda mi sinceridad) que la gran mayoría de escritores latinoamericanos que han apoyado y apoyan esas revoluciones lo hacen por propia decisión y no por corrupción, ni por cinismo, ni por oportunismo. Eso es lo que me conforta, y no, como dice Vargas Llosa, el que los intelectuales hayan renunciado a las ideas y a la originalidad riesgosa. Justamente porque no han renunciado a sus ideas y a sus riesgos es que frecuentemente son víctimas de formas de represión (cárcel, torturas, destierro, negación de visados, amenazas, etcétera.) que él, afortunadamente, no ha sufrido.
Por otra parte, al retornar mi mención de Neruda, Vargas Llosa habla exclusivamente de sus «poemas en loor de Stalin», y no de sus autocríticas a ese respecto, que constan en Memorial de Isla Negra y también en sus memorias. Aunque con rumbos ideológicos contrarios, la evolución de Neruda acerca de Stalin siguió un proceso bastante similar al de Vargas Llosa con respecto a Cuba. Sólo que él juzga su propio cambio como un signo de libertad, y, en cambio, el de Neruda ni siquiera lo menciona.
Vargas Llosa me reprocha que, al citar «a un buen número de poetas y escritores asesinados, encarcelados y torturados por las dictaduras latinoamericanas», olvide mencionar a un solo cubano y, en cambio, por descuido, coloque a Roque Dalton «entre los mártires del imperialismo: en verdad, lo fue del sectarismo, ya que lo asesinaron sus propios camaradas». En realidad, yo hablo de veintiocho poetas «que perdieron la vida por razones políticas» y no incluyo al poeta salvadoreño «entre los mártires del imperialismo». A mayor abundamiento, le recuerdo que en mi antología Poesía trunca (publicada en La Habana y en Madrid), que incluye a esos veintiocho poetas, digo textualmente al hablar de Roque Dalton: «Enrolado en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), organización salvadoreña, regresó clandestinamente a su patria, y el lo de mayo de 1975 fue asesinado en su país por una pequeña fracción ultraizquierdista de esa misma organización». Por otra parte, en esa antología figuran cinco poetas cubanos, todos ellos asesinados por la dictadura de Batista, ya que, como es obvio, el gobierno revolucionario no ha matado a ningún escritor.
Mi tocayo se agravia porque yo hablo de «ellos» y «nosotros», deduciendo que al incluirlo en el primer rubro lo estoy asimilando al clan de «alimañas» y «escorias» como Stroessner o Baby Doc, y juzga que eso es un «mecanismo de satanización», jamás se me ocurrida confundir al autor de La casa Verde con un fascista ni con un sádico como los que menciona. Cuando digo «nosotros» me refiero a quienes defendemos las revoluciones latinoamericanas, y pese a sus carencias y eventuales errores, las consideramos fundamentales y funcionales para la liberación de nuestros pueblos. Cuando digo «ellos» me refiero a quienes indiscriminadamente las acosan, renuncian a comprenderlas y contribuyen a bloquearlas con su desinformación. No sólo los «neofascistas» y las «alimañas» ejercen esa tarea; también los «reaccionarios de izquierda», que no faltan.
Es obvio que a mi tocayo ya no lo seducen las revoluciones; más bien reclama que las reformas, aun las más radicales, «se hagan a través de gobiernos nacidos de elecciones», (La memoria de Salvador Allende y los archivos de la CIA podrían aportar algo a este respecto). Eso, por supuesto, excluye a todas las revoluciones que en el mundo han sido, desde la francesa a la soviética, desde la mexicana a la argelina, desde la cubana a la nicaragüense. Quizá mi tocayo haya olvidado que aun la revolución norteamericana debió esperar trece años desde la declaración de independencia hasta la elección y asunción de su primer presidente constitucional. La exigencia electoral de Vargas Llosa incluye, en cambio, a gobernantes como Somoza, Stroessner y otras «alimañas» que nunca olvidaron ese requisito formal. Y también comprende a El Salvador, en cuyos recientes comicios la exclusión de la izquierda, según Vargas Llosa, «limita pero no invalida el proceso». Este último caso se podría conectar con las anunciadas elecciones en mi país. Por supuesto, aspiro a una salida democrática, pero es evidente que si esas relaciones se realizan (como lo exigen los militares) sin amnistía y con proscripciones, el proceso quedará invalidado. O sea, que hay democracia semántica para todos los gustos.
No es cierto, como afirma Vargas Llosa, que nunca me haya pronunciado negativamente sobre hechos y actitudes del mundo socialista que hayan sido violatorias de los derechos humanos. Digamos que las invasiones nunca me gustaron, y ahí están sendos artículos, con mi opinión contraria y con mi firma, publicados en Marcha, de Montevideo, cuando las invasiones soviéticas de Hungría y Checoslovaquia. (Por cierto que este último fue reproducido en La Habana, pese a que, obviamente, no coincidía con la posición del Gobierno cubano). Sobre la invasión de Afganistán, mi opinión negativa figura en más de un artículo publicado en estas mismas páginas. Reconozco, sin embargo, que éstos no son mis temas prioritarios.
Creo que para el proceso de liberación económica, social y política de América Latina, el enemigo no es exactamente la URSS, sino, definitivamente, Estados Unidos. (En una reciente encuesta europea, el pueblo español opinó en el mismo sentido). Hasta ahora, al menos, todos los bloqueos, invasiones, adiestramientos de torturadores, campañas de esterilización e intereses leoninos, que sufren nuestros países, no provienen de la Unión Soviética, sino de Estados Unidos. De modo que también en las alertas hay prioridades.
Por tales razones, y no por cinismo, los uruguayos no entendemos muy bien, por ejemplo, que Vargas Llosa haya prestigiado con su nombre y su celebridad un congreso de intelectuales organizado, creo que en Colombia, por la secta Moon. Sé que mi tocayo declaró a un periódico montevideano que allí había podido expresarse con absoluta libertad, y no lo dudo, ya que las implacables críticas que él generalmente dedica a los intelectuales de izquierda deben haber sonado como música celestial en los oídos del surcoreano. Sin Myung Moon y/o los adeptos de la Iglesia de la Unificación. Por si no lo sabe, le informo que los moonies han invadido literalmente Uruguay (hotelería, bancos, prensa, editoriales, imprentas, etcétera, figuran entre sus vertiginosas adquisiciones), todo ello con la complicidad de la dictadura. Ya hay quienes dicen que muy pronto la capital uruguaya se Ilamará «Moontevideo». El dictador teniente general Gregorio (Goyo) ÁIvarez (uno de sus más cercanos familiares es el vicepresidente del conglomerado nacional de la Moon) ha dicho: «Es una secta religiosa basada fundamentalmente en su lucha contra el comunismo, que aspira a hacer inversiones en nuestro País en el campo de la construcción y en el área del periodismo», y agregaba: «Con respecto a la lucha contra el comunismo, es obvio decir que pensamos igual», ¿Vale la pena aclarar que mi conflictivo pronombre «ellos» también incluye a los moonies?
Hace ya unos cuantos años que mi tocayo señaló, con una imagen que hizo carrera, que la literatura ha de ser siempre subversiva y que el escritor debe ser una suerte de buitre que esté siempre dando vueltas sobre la carroña. Reconozco que mi vocación de buitre es prácticamente nula, y también que la capacidad subversiva del la literatura es viable y defendible cuando el escritor distingue honestamente algo que subvertir, pero no como obligación eterna y menos como un deporte. Parece claro y elemental que si lucho por una sociedad más justa, cuando ese cambio, así sea primariamente, se produce, tratar de subvertir la situación equivaldría a proclamar una vuelta a la injusticia.
Concuerdo con mi tocayo en que a ambos nos gustan las novelas largas, pero, en cambio, no estoy tan seguro de que nos pongamos de acuerdo sobre las razones y el color de la injusticia. Lo demás es (efectivamente) literatura, aunque sea tan buena como la de Mario Vargas Llosa.


Fuente

Nirvana - Bleach


Nirvana - Bleach (1989)

1. Blew (Cobain) - 2:54
2. Floyd the Barber (Cobain) - 2:17
3. About a Girl (Cobain) - 2:48
4. School (Cobain) - 2:42
5. Love Buzz (VanLeeuwen) - 3:35
6. Paper Cuts (Cobain) - 4:05
7. Negative Creep (Cobain) - 2:55
8. Scoff (Cobain) - 4:10
9. Swap Meet (Cobain) - 3:02
10. Mr. Moustache (Cobain) - 3:23
11. Sifting (Cobain) - 5:22
12. Big Cheese (Cobain) - 3:42
13. Downer (Cobain) - 1:42


Sombra de Mi




SOMBRA DE MI
(Virginia Núñez Ochoa)
Tardamos más de cuatro horas en llegar, pero el espectáculo que por fin
se presentó ante mis ojos, hizo que me importase bien poco el cansancio. Una
enorme casa colonial, que en tiempos debió ser de un esplendor majestuoso, se
abría paso entre la creciente vegetación y los gigantescos robles que la
flanqueaban. A pesar de estar construida con piedra y, sobre todo, madera,
parecía estar perfectamente conservada, con su reciente instalación de agua
corriente y electricidad como única remodelación.
Nos acercamos lentamente con el coche mientras contemplábamos todo
lo que nuestros ojos eran capaces de captar. Mi amiga sólo estuvo allí una vez,
pero era tan pequeña que no recordaba nada excepto las extrañas estatuas
cubiertas de líquenes que más tarde encontraríamos en la parte posterior.
Tras sacar las maletas del calor infernal de aquel coche, nos dispusimos
a entrar, cámara de fotos en mano, al que sería nuestro hogar durante aquel
verano. Cuando mi amiga abrió la puerta, dejamos los bultos en la entrada y
nos dispusimos a explorarla con avidez: empezamos por abrir todas las
cortinas de los grandes ventanales que recorrían la primera planta y, de
inmediato, las habitaciones se inundaron de los cálidos rayos que el sol emitía
a esa hora de la tarde. Y a pesar de haberle devuelto la vida, la casa parecía
fría y distante.
No le comenté nada a mi amiga puesto que allí habían vivido gran parte
de sus antepasados, pero el hecho de retirar todas las telas que protegían del
polvo a los muebles y limpiar un poco por encima todo aquello, no le restó ese
aire inquietante.
Nuestro siguiente paso fue comprobar el correcto funcionamiento de las
instalaciones de agua y luz. En cuanto al agua no hubo ningún problema pues
salía fresca y clara tanto en la cocina como en los dos cuartos de baño; pero en
lo referente a la luz, nos llevamos una pequeña decepción al ver que no había
corriente en ninguna habitación, a pesar de haber accionado correctamente el
interruptor principal. Afortunadamente, la casa nunca había tenido luz
eléctrica, por lo que estaba perfectamente provista de velas, candelabros e
incluso viejas lámparas de gas de gran valor.
Después de acondicionar las habitaciones que íbamos a ocupar, la mía
en el piso inferior, la de mi amiga en el superior, me sentí más tranquila, ya
fuese por el cansancio acumulado durante tantas horas de trabajo o por el
hecho de que nos esperaba una suculenta comida hecha a base de los
bocadillos que habíamos comprado en una gasolinera del camino.
Durante la cena, aproveché para interrogar a mi amiga acerca de la casa
y su familia, pero lo que me contó no me aportó demasiada información,
puesto que lo único que sabía era que había pertenecido hasta el día de su
muerte a su tía-abuela, y que ahora le había correspondido en herencia directa
no sabiendo muy bien porqué. Eso y una larga lista a modo de inventario de
las habitaciones y objetos que la casa contenía, y la extraña advertencia de
cerrar todas las noches puertas y ventanas a cal y canto. Una petición cuando
menos extraña, teniendo en cuenta el clima reinante en aquella región y a la
que no presté mucha atención, cosa de la que más tarde me arrepentiría
enormemente.
Dimos un pequeño paseo, antes de irnos a dormir, por los parcialmente
abandonados jardines, aunque más que de jardines debería hablar de bosques
pues la vegetación lo ocupaba todo. Mientras el sol se ponía fuimos a echar un
vistazo a las estatuas que mi amiga recordaba vagamente por el miedo que le
produjeron en su día. Y no era para menos, pues a pesar de ser réplicas
prácticamente exactas de esculturas clásicas como la Venus de Milo o el
Hermes de Praxiteles y a pesar de la oscuridad creciente y las hierbas, hongos
y ramas que las cubrían en gran parte, destacaba claramente la ausencia de sus
ojos. No era que no se los hubieran hecho o que no tuvieran pupilas y
pareciesen ojos ciegos, sino que habían sido arrancados sin ningún cuidado de
sus fríos rostros y ahora esa no-mirada producía un horror fuera de mi propio
conocimiento.
Con esta imagen cuando menos desconcertante y la curiosa presencia de
un único y enorme árbol muerto en toda la propiedad nos fuimos a acostar,
cumpliendo debidamente con la advertencia, más que nada porque aún hacía
algo más de fresco en la casa que fuera.
No dormí bien. Tuve un sueño muy inquieto y vívido en el que las
estatuas de piedra me miraban con sus cuencas vacías y avanzaban casi de
forma imperceptible hacia mí. Lo achaqué al cambio de cama que nunca me
había sentado bien y al tremendo cansancio que hacía palpitar mis músculos,
unido todo ello a aquella fea visión.
A la mañana siguiente, terminamos de instalarnos y fuimos al pueblo
más cercano, a unos veinte kilómetros, para un conveniente aprovisionamiento
e intentar localizar a un buen electricista que nos solucionase el problema. Nos
prometieron que localizarían a uno que solía trabajar en un pueblo cercano,
algo más grande que este, aunque tardaría varios días en venir debido a la
acumulación de trabajo que tenía. Así que resignadas volvimos a casa.
Desde luego aquel rincón del mundo era un lugar fabuloso para
descansar y, sobre todo, para intentar acabar mi tesis con la máxima
tranquilidad posible y por suerte mi amiga nunca había sido muy habladora,
siempre parecía estar en su mundo y nunca me molestaba mientras yo
trabajaba. Repartimos los turnos para ocuparnos de las tareas domésticas y la
comida, aunque hasta que el electricista no pudiese venir, no podríamos
preparar nada caliente.
Unos días después, la casa se aclimató por completo al exterior y hacía
tanto calor en ella como fuera, con lo que pasábamos mucho tiempo bajo
reparadoras duchas de agua fría. Mi tesis iba viento en popa y mi amiga
ocupaba su tiempo intentando crear un pequeño nuevo jardín frente a la casa
aprovechando la sombra de los robles y quitando maleza y malas hierbas de
todas partes. Realmente iba a ser un buen verano y aunque no dormía muy
bien por las noches con las siempre presentes e inquietantes estatuas, una
buena siesta solucionaba el problema en el acto.
Había pasado una semana desde que llegamos y permanecía en mi
enorme cama con los ojos como platos sin parar de dar vueltas entre el sudor,
por lo que me levanté varias veces para darme una rápida ducha y así
refrescarme. El calor era tan insoportable que tuve que levantarme una vez
más para abrir de par en par la ventana por si entraba algo de aire. Me quedé
escrutando la noche hasta que me acostumbré a la oscuridad y pude ver casi
claramente lo que me rodeaba: allí se elevaba el viejo roble muerto y fue una
suerte que desde mi habitación no se viesen aquellas siniestras estatuas.
Cuando empecé a distinguir la mayoría de las estrellas que conocía volví a la
cama y, por primera vez desde que llegué, pude dormir profundamente.
Al anochecer del día siguiente cayó un pequeño chaparrón, típico de los
días de bochorno veraniego, arruinando la preparación del terreno que mi
amiga había estado realizando para su jardín, lo que hizo que nos
recluyéramos en casa a la luz de la lámpara de gas de la cocina. El electricista
no aparecía y ya no soportábamos más los fiambres, el pan de molde ni las
galletitas saladas.
Nos fuimos a dormir de bastante mal humor y, gracias al ligero frescor
que la lluvia había dejado me quedé dormida en seguida. No tardé en despertar
ante la agobiante sensación de ser observada y al mirar por la ventana vi, o
creí ver, una horrenda figura alargada totalmente negra: no oscura, sino
completamente negra. Una figura de más de dos metros que parecía estar
cubierta como por un hábito que le daba un a forma indefinible, como una
sombra de aspecto semihumano tremendamente alargada, siendo yo incapaz
de diferenciar si tenía brazos o piernas, me miraba fijamente a los ojos bajo el
cobijo del enorme roble. No veía sus ojos, pero sentía como su frío brillo de
hielo me atravesaba.
Por tener una mente racional y confiar en ella, me autoconvencí de que
aquello no estaba ocurriendo y a pesar del temblor de mi cuerpo y el calor,
cerré la ventana completamente.
Ya por la mañana y tras una larga noche en vela, un absurdo impulso
me llevó a comprobar sobre el terreno si en las cercanías del árbol alguien (o
algo) había dejado sus huellas en el barro. Naturalmente las únicas huellas que
encontré eran las que yo misma iba dejando, así que me di una palmada en la
frente para recordarme lo tonta que era y entré a la casa para proseguir con mi
trabajo.
Así transcurrieron algunos días: con mucho calor, sin electricidad, sin
electricista, sin hablarnos apenas, sin comida decente, sin dormir...
Una noche en la que yo, como tantas anteriores, no conseguía conciliar
el sueño, encendí mi lámpara de gas y empecé a leer una vieja novela que
había encontrado en mi equipaje. Se llamaba It y era de un prolífico escritor
americano cuyo nombre al igual que otros tantos no logro recordar. Mientras
estaba enfrascada en su apasionante trama, volví a sentir la aplastante
sensación de estar siendo observada. Aparté la mirada del libro y la posé en la
ventana abierta. Al principio no vi nada un poco deslumbrada por la pequeña
llama de mi lámpara, pero luego pude distinguir para mi tormento esa
abominable figura al pie de la ventana. Mirándome.
A pesar de la parálisis de mi mente, mi cuerpo reaccionó como si le
hubiese caído aceite hirviendo y, de forma instintiva, lancé la lámpara hacia el
extraño sin ser consciente de que podría provocar un nefasto incendio. Una
vez segura de que allí fuera no había nada, me armé de valor y me asomé para
ver los daños causados, pero por fortuna la lámpara estaba rota y apagada;
nada de fuego y ni rastro de la que la que sin duda alguna era una alucinación.
Sin comentar nada de esto a mi amiga por temor a que se riese de mí y
haciendo honor de mi científica y, sobre todo, escéptica mente, transcurrieron
los últimos días del verano. En vista de que el electricista no aparecería nunca
por allí, nos habíamos hecho con un hornillo de gas (idea que tardó más de la
cuenta en ocurrírsenos), lo que permitió que nuestra estancia en aquella
enorme finca resultase más agradable, seguramente gracias a poder llenar
nuestros estómagos con comida de verdad y a que mi amiga estaba de un
excelente humor al empezar a dar sus frutos su dura afición.
Nunca me recuperé de lo que me sucedió una de las últimas noches de
aquel maldito verano.
Soplaba ligeramente el aire en aquellos días finales de agosto y el
sonido de las hojas bailando al son de su compás me mecía hacia un profundo
y plácido sueño. En cierto momento de la noche noté de nuevo la espeluznante
presencia, esta vez acompañada de una cercana y pausada respiración que no
me pertenecía, puesto que la mía era acelerada hasta alcanzar un ritmo
insoportable. Sabía que estaba allí conmigo y me estaba volviendo loca la idea
de abrir los ojos y descubrir de nuevo a ese espanto que me observaba y se
introducía en mí a través de ellos. Pero no pude más y los abrí.
Intenté gritar con todas mis fuerzas, intenté moverme, intenté pensar,
intenté morir... pero mi cuerpo no me respondía porque ya no era mi cuerpo.
Un hilillo de saliva caía por la comisura de mis labios mientras los ojos
verdes que en su día fueron míos intentaban salirse de sus órbitas. La boca
abierta en su máxima capacidad dejaba escapar un penoso y débil sonido que
no era otro que el de mi dolorosa e inútil respiración. Mi cuerpo estaba
totalmente agarrotado por la tensión... Eso estaba frente a mí, a los pies de mi
cama y casi rozaba el techo con lo que supuse era su negra cabeza
indiferenciable de su negro cuerpo.
Yo ya no era yo, mi mente ya no funcionaba, mi cuerpo no reaccionaba
los estímulos y cuando el horror absoluto se inclinó sobre mí...
Oscuridad.
La siguiente vez que fui consciente de la que creía era mi existencia fue
en la cama de un centro psiquiátrico. Yo lo llamo manicomio.
Ahora estoy sentada en una silla con correas. Me permiten escribir con
una cera de color verde. Dicen que de otra forma podría hacerme daño a mi
misma. Dicen que estuve más de diez años en coma. Dicen que no soy dueña
de mi mente ni de mi cuerpo, y sé que es verdad. Dicen que ya no saldré de
allí. Dicen que estoy loca.
A veces intento pensar en mi vida anterior, en la gente que conocía...
pero como ya he dicho antes no recuerdo los nombres de nadie, tampoco el de
mi amiga ni el de aquel escritor que en su día supe que era tan bueno. Todo
eso es oscuridad para mí, al igual que los recuerdos que una vez tuve. Sólo
aparece en mi mente todo lo que ocurrió desde el día que llegué a esa maldita
casa. (No hice caso de la estúpida advertencia de una estúpida vieja
moribunda.)
Y ahora sólo puedo pensar en ello. Una y otra vez.
Pero no estoy loca. Porque ya no soy yo.
No me dejan morir.
Tardamos más de cuatro horas en llegar, pero el espectáculo que por fin
se presentó ante mis ojos, hizo que me importase bien poco el cansancio. Una
enorme casa colonial, que en tiempos debió ser de un esplendor majestuoso, se
abría paso entre la creciente vegetación y los gigantescos robles que la
flanqueaban. A pesar de estar construida con piedra y, sobre todo, madera,
parecía estar perfectamente conservada...
Una y otra vez.
No me dejan morir.
FIN.



Two Witches - Phaeriemagick


Two Witches - Phaeriemagick (1993)

1. Shadowdance
2. Games
3. Hope
4. Phaeriemagick
5. Sunset
6. Teardrop
7. Symphony
8. Portrait
9. Moonshadow


La sedición del “campo” argentino




28-03-2008
La insurrección sojera revela la necesidad de contar con una política de desarrollo integral para el país
La sedición del “campo”

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La rebelión de un sector del campo contra el grueso de la sociedad, puesta de manifiesto por las concentraciones de esta semana, es expresiva de un viejo problema argentino: la irreductible hostilidad de la clase alta a toda redistribución del ingreso que remotamente afecte sus bolsillos, y a la inconsciencia y el seguidismo de un buen sector del medio pelo porteño y de los productores rurales medianos, incapaces de diferenciar sus intereses de los de la Sociedad Rural y atentos sobre todo a los réditos que deducen de unas explotaciones que representan una escasa o nula inversión tecnológica y que, amén de no concentrar mano de obra, suponen un grave peligro ecológico que, si no es atendido con cuidado a través de la necesaria rotación de los cultivos, arriesga destruir la feracidad de nuestro suelo.

El papel de estos sectores es servir de ariete seudo popular para exteriorizar una protesta que, en el fondo, deviene del modelo sistémico impuesto por el neoliberalismo, que a partir de 1976 barrió con la mitad de los productores agropecuarios, permitiendo la recuperación, por la oligarquía y las transnacionales, de inmensas cantidades de terrenos, que antes habían sido un modelo de producción de alimentos, “para reemplazarlos por un modelo factoría productor de forrajes baratos para la exportación”, como expresa la declaración del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero. Que este “detalle” no haya sido asimilado por los productores de la Federación Agraria dice mucho de la miopía a que induce la ignorancia de la historia.

No voy a solidarizarme a pleno con el gobierno, que ha dejado tantos frentes abiertos por su inhabilidad para atender a los reclamos de los pequeños productores y por su actitud de dejar hacer ante la exteriorización de las protestas ilegales que comenzaron con los cortes de ruta protagonizados por los piqueteros “paquetes” de Gualeguaychú; pero el aumento parcial de las retenciones es parte de un intento –positivo– para desalentar el monocultivo de la soja transgénica forrajera.

Ambigüedad

El problema reside, sin embargo, en la ambigüedad de la política estatal, que no termina de romper con el modelo neoliberal que asignó a la Argentina un papel de proveedor de alimentos de baja calidad explotados por los lobbies transnacionales y terratenientes. Esa política no se determina a transferir parte de la riqueza generada por ese diseño productivo primario a la construcción de un país integrado y basado en la tecnificación y diversificación del campo y en la recreación y potenciación de la industria nacional, la única que puede terminar con el desempleo y poner al país en un pie de igualdad tecnológica con los países desarrollados del mundo.

Es difícil que una actitud semejante sea asumida por el gobierno, sin embargo, debido a una ambivalencia ética que le permite hacer coincidir, por ejemplo, la entrega de los yacimientos de la cuenca del Golfo de San Jorge, en Santa Cruz, con un discurso nacionalista que nunca termina de encarnarse en actos y en programas que pongan las cosas en claro; que diseñe un proyecto nacional y que designe a los enemigos de este.

Sin embargo, creo que en este momento es importante recalcar que, pese a sus defectos, el gobierno de Cristina Fernández está consagrado por una abrumadora mayoría electoral, que se configura como la única autoridad nacional legítima y que el Estado debe hacerse respetar frente a las fuerzas que, de una u otra manera, han encarnado el proyecto neoliberal repudiado por la masa del país. La cabeza política más visible de la oposición parece estar dispuesta sin embargo a recabar el apoyo de los más distinguidos personeros de ese proyecto. Resulta chocante, en efecto, que Elisa Carrió, autoerigida en arquetipo de la autoridad moral en el país, pueda asociarse a nombres como los de Mauricio Macri y Ricardo López Murphy, expresivos de ese modelo, y suscite además las simpatías del menemismo y el cavallismo...

Estamos en presencia de un intento de desestabilizar la situación política que puede estar dirigido, inclusive, al derrocamiento del gobierno. Muchos de los participantes de la manifestación nocturna del martes pasado, hasta cierto punto orquestada por la televisión privada, deben haber pensado en reeditar la pueblada del 19 de diciembre de 2001. No toman en cuenta, sin embargo, que por entonces se estaba en un país envuelto en una auténtica crisis, mientras que hoy ésta es artificial y determinada por un lock out patronal derivado del apetito por una mayor apropiación de las ganancias. La diferencia es esencial y pone un límite a la protesta. Esta sólo podrá prosperar si el gobierno nacional depone sus responsabilidades y no articula una respuesta. Es hora de que la encuentre.
Enrique Lacolla
www.prensared.com.ar
 
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