El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




La Noche de los Tiempos - Rene Barjavel



La Noche de los Tiempos
René Barjavel






"La noche de los tiempos "es un cuento de la pérdida del Eden, con la descripcion de una sociedad perfecta, donde no existe pobreza. Es un cuento donde en este mundo anterior al pueblo malvado (Enisofai) solamente preocupados por su necesidad de expansion, acaban inevitablemente por ocasionar e caos en este mundo equilibrado que es Gondawa, su vecino. En paralelo, en lo que representa nuestro mundo actual, la oportunidad de esta ecuación que puede todo, cambia en amenaza de monopolio económico ante los ojos de todas estas naciones, y se crea una lucha. Barjavel nos entrega en este libro una vision de perfeccion, la reanudacion de los valores universales que son el amor y el compartir. Reecontramos estos temas perfectos de la sociedad y del amor. Esta novela de ciencia ficción es fácil de leer, escrita con cierta ingenuidad pero la descripción de los personajes, los sentimientos ambivalentes, la mirada desencantada puesta en nuestra sociedad lo confirman diariamente los periódicos.


El Relojero - Gustav Meyrink






El relojero
Gustav Meyrink


«¿Esto?, ¿arreglarlo?, hacer que marche otra vez?», preguntó asombrado el anticuario, empujando sus gafas hasta la frente y mirándome perplejo. «¿Por qué quiere usted ponerle en marcha? ¡Si sólo tiene una manilla!... ¡y la esfera carece de cifras!», agregó observando cuidadosamente el reloj a la viva luz de una lámpara, «en lugar de las horas sólo tiene rostros florales, cabezas de animales y de diablos». Empezó a contar; después alzó su rostro con un interrogante en su mirada: «¿Catorce? ¡El día se divide en doce horas! En mi vida he visto una obra más extraña. Le daré un consejo: déjelo como está. Doce horas al día son ya bastante difíciles de soportar. ¿Quién se tomaría hoy el trabajo de descifrar la hora según este sistema numérico? Sólo un loco.»
No quise decir que toda mi vida había sido yo ese loco, que nunca había poseído otro reloj, y que quizás por eso había venido demasiado pronto, y guardé silencio.
De ello dedujo el anticuario que mi deseo de ver al reloj funcionando de nuevo seguía imperturbable; sacudió la cabeza, tomó un cuchillito de marfil y abrió cuidadosamente la caja guarnecida de piedras preciosas y donde -de pie sobre una cuádriga- se veía una criatura fantástica pintada en esmalte: un hombre con pechos de mujer, dos serpientes a modo de piernas; su cabeza era la de un gallo. En la mano derecha llevaba el sol y en la izquierda un látigo.
«Seguramente se trata de un antiguo recuerdo de familia», adivinó el anticuario. «¿No dijo usted antes que se había parado esta noche? ¿A las dos? Esta pequeña cabeza de búfalo roja con dos cuernos indica seguramente la segunda hora.»
No recordaba haber dicho algo semejante, pero, en efecto, el reloj se había parado la noche pasada a las dos. Es posible que hubiera hablado de ello, pero yo no podía recordar nada: me sentía aún muy afectado, pues a esa misma hora había sufrido un grave ataque de corazón y creí que me moría. En un estado de semi-inconsciencia vacilante me había aferrado a un pensamiento: si se pararía o no el reloj. Mis sentidos, ya oscurecidos, me hicieron sin duda confundir el corazón y el reloj asociándolos a una misma idea. Quizá los moribundos piensen de modo parecido. ¿Quizá por eso es tan frecuente que los relojes se paren cuando sus dueños mueren? Desconocemos la fuerza mágica que un pensamiento puede llevar consigo.

«Es curioso», dijo el anticuario después de un rato; mantenía la lupa bajo la lámpara, de modo que un foco de luz cegadora incidía sobre el reloj, y me indicaba unas letras que estaban grabadas en la cara interna de la tapa dorada.
Entonces leí:
«Summa Scientia Nihil Scire».
«Es curioso», repitió el anticuario, «este reloj es la obra de un loco. Ha sido hecho en nuestra ciudad. No creo equivocarme. Existen muy pocos ejemplares de éstos. Nunca había pensado que pudieran funcionar realmente. Creí que eran sólo el pasatiempo de un loco, que tenía el pequeño capricho de escribir su divisa en todos sus relojes: "La mayor sabiduría nada es". No entendí bien lo que quería decir. ¿Quién podía ser ese loco al que se refería? El reloj era muy antiguo, procedía de mi abuelo, pero lo que el anticuario acababa de decir que sonaba como si el "loco" cuyas manos habían construido el reloj viviera todavía. Antes de que pudiera formular la pregunta apareció en mi imaginación -con más claridad y nitidez que si atravesara la habitación- un hombre que avanzaba en medio de un paisaje invernal, la figura alta y delgada de un anciano, iba sin sombrero, su pelo tupido y blanco como la nieve ondeaba en el viento y su cabeza -contrastando con su elevada figura- parecía pequeña, su rostro sin barba y de rasgos agudamente recortados, los ojos negros y muy juntos, como los de un pájaro de presa. Vistiendo un descolorido abrigo largo de terciopelo raído, como los que llevaban en su tiempo los patricios de Nüremberg, caminaba por aquellos parajes.

«Exactamente», murmuró el anticuario asintiendo con aire distraído, «exactamente: el loco».
«¿Por qué ha dicho exactamente?», pensé. «Por casualidad», añadí inmediatamente; «sólo son palabras vacías. ¡Si yo no he abierto la boca!» Como sucede con frecuencia, ha usado ese "exactamente" para subrayar una frase que acababa de pronunciar; no se refiere en modo alguno a la imagen del anciano que yo estaba recordando; no tiene relación alguna en mi memoria, para despertar hoy, irrumpiendo con a la escuela, tenía que pasar siempre por un muro largo y desolado que rodeaba un parque de olmos. Día a día, durante años incluso, mis pasos se iban haciendo más rápidos a medida que recorría el muro, pues siempre me invadía una incierta sensación de temor. Posiblemente -hoy ya no lo recuerdo- porque me imaginaba (o tal vez lo había oído decir) que allí vivía un loco, un relojero que aseguraba que los relojes eran seres vivientes... ¿o me equivocaba? Si hubiera sido un recuerdo de algún suceso de mis tiempos escolares, ¿cómo es posible que una sensación mil veces vivida haya dormitado en mi memoria, para despertar hoy irrumpiendo con tal vehemencia ... ? Evidentemente, habían transcurrido cuarenta años desde aquello; ¿pero era ésta una razón suficiente?

«Quizá lo haya vivido en el tiempo en que mi reloj señala una hora que no es la acostumbrada», exclamé en tono divertido. El anticuario se quedó mirándome extrañado al no entender el sentido de mis palabras.
Continué cavilando y llegué a una conclusión: el muro que rodea el parque debe existir todavía. ¿Quién se hubiera atrevido a demolerlo? Entonces corría ya el rumor de que eran las murallas básicas de una iglesia que debería ser terminada en el futuro. ¡Nadie destruye una cosa así! ¿Viviría aún el relojero? Seguramente él podría arreglar mi reloj, al que yo tanto amaba. ¡Si supiera al menos cuándo y dónde le vi! No podía haber sido recientemente, pues estábamos en verano y según la visión que tuve, su imagen aparecía en medio de un paisaje invernal. Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no podía seguir las largas explicaciones que, de repente, había iniciado el anticuario. Sólo de vez en cuando, percibía algunas frases deslabazadas que llegando a mí en un murmullo enmudecían después como un romper de olas en la playa; en las pausas sentía zumbar mis oídos y hervir la sangre como todo hombre viejo cuando escucha atentamente; sólo el ruido del trajín cotidiano le hace olvidarlo; es un zumbido lejano implacable y amenazante: el aleteo del buitre que remontándose desde los abismos del tiempo se va acercando lentamente y cuyo nombre es «muerte»...

No sabía a ciencia cierta si el que me hablaba era el hombre que tenía el reloj en la mano o ese ser que hay en mí, y que a veces despierta en un corazón solitario -cuando alguien se acerca al armario que contiene los recuerdos olvidados- para cuidar, como secreto guardián solícito, de que estos recuerdos no mueran. En ocasiones me sorprendía a mí mismo corroborando algo que decía el anticuario y luego pensaba: ha expresado alguna idea que me era conocida; pero cuando trataba de reflexionar sobre ella no me era posible sacarla del pasado y percibirla intelectualmente. No: las ideas permanecían rígidas como figuras sin vida; el sonido de las palabras se extinguía antes que el oído pudiera transmitir su mensaje a la mente. No comprendía ya su sentido. Pasando del reino temporal al reino espacial, parecían rodearme como máscaras muertas.
«Si el reloj funcionara de nuevo», dije exteriorizando el martirio de mis reflexiones e interrumpiendo con ello el discurso del comerciante. Lo había dicho refiriéndome a mi corazón, pues sentía que quería olvidarse de latir y me aterrorizaba la idea de que la manecilla de mi vida pudiera pararse de repente ante una flor fantástica, un animal o un demonio, como de hecho se había parado el reloj ante la cifra que indicaba las catorce horas. Así yo quedaría expulsado para siempre a la eternidad de un tiempo ya transcurrido. El anticuario me devolvió el reloj; seguramente creyó que me había referido a éste.
Mientras recorría desiertas callejuelas nocturnas, cruzaba plazas adormecidas y pasaba por casas soñolientas iluminadas por farolas centelleantes, hube de pensar -por la seguridad con que avanzaba- que el anticuario me había indicado donde vivía el relojero sin nombre, y donde estaba el muro que rodeaba el parque de olmos. ¿No fue él quien me dijo que sólo el viejo podía curar a mi reloj enfermo? ¡Quién sino él podía haberme dado tal seguridad!
También debió describirme -sin que yo fuera consciente de ello- el camino que conducía a su casa, pues mis pies parecían conocerlo exactamente: ellos me llevaron a las afueras de la ciudad haciéndome recorrer una calle blanca que atravesando olorosas praderas estivales parecía conducir a la infinitud. Pegadas a mis talones me seguían dos negras serpientes, que atraídas por la clara luz de la luna habían salido de la tierra. Quizá fueran ellas las que me sugerían aquellos pensamientos envenenados: no le encontrarás, hace cien años que murió.

Para escapar de ellas torcí rápidamente a la izquierda, adentrándome en un sendero; entonces apareció mi sombra surgiendo asimismo del suelo y las devoró. Ha acudido para guiarme, pensé, y sentí un profundo alivio al verla caminar segura, sin vacilar un instante; continuamente la miraba sintiéndome feliz al no tener que cuidarme del camino. Poco a poco fue acudiendo a mi mente aquella extraña sensación indescriptible que había tenido en mi niñez cuando, jugando conmigo mismo, cerraba los ojos y caminaba con paso seguro sin preocuparme de una posible caída: es como si el cuerpo escapara de todo temor terreno, como un jubiloso grito interior, como un reencuentro con el yo inmortal que exclama: ¡ahora no me puede ocurrir nada!
Entonces apareció el enemigo hereditario que el hombre lleva en sí: la fría y lúcida razón y con ella la última duda de que quizá no encontrara a aquel que buscaba.
Después de caminar largo rato mi sombra se deslizó rápidamente en una zanja que había a lo largo de la calle y desapareció, dejándome solo; entonces supe que había llegado a la meta. ¡En caso contrario no me hubiera abandonado!
Con el reloj en la mano me encontré de repente en la estancia del hombre que -yo lo sabía a ciencia cierta- era el único que podía hacerlo funcionar de nuevo.
Sentado ante una pequeña mesa de arce contemplaba inmóvil a través de una lupa -fijada a su frente por una correa- un objeto diminuto y brillante que yacía sobre la mesa de clara madera veteada. En la blanca pared que se encontraba a sus espaldas había una inscripción con letras en forma de arabescos y ordenadas en círculo como si fueran las cifras de un gran reloj: «Summa Scientia Nihil Scire».

Respiré profundamente: ¡aquí estoy a salvo! Este exorcismo alejaba de mí la odiada e imperiosa necesidad de pensar, aquellas cavilaciones apremiantes: ¿Cómo has entrado? ¿A través del muro? ¿Por el parque?
En un estante cubierto de terciopelo rojo aparecen en gran número -quizá lleguen al centenar- toda clase de relojes: esmaltados en azul, en verde, en amarillo; decorados con joyas o grabados, unos reducidos al esqueleto, otros lisos y con entalladuras, algunos aplastados o en forma de huevo. Aunque no se los oye -su tic-tac es demasiado débil-, el aire que los rodea se presiente cargado de vida; como si allí estuviese enclavado un reino de enanos en afanoso trajín.
Sobre un basamento hay una pequeña roca de feldespato carnoso, de la que surgen -formadas por piedras de bisutería- flores multicolores; entre ellas, un esqueleto humano con su correspondiente guadaña, que espera -con aire inocente- el momento de segarlas. Se trata de un «relojito de la muerte» de estilo romántico-medieval. Cuando comienza la siega, golpea con su guadaña el fino cristal de la campana, que, como una pompa de jabón o como el sombrero de una gran seta de fábula, está a su lado.
La esfera, situada en la parte inferior, parece la entrada de una cueva donde las dentadas ruedas permanecen inmóviles.
De las paredes -llegando hasta el techo- cuelgan relojes y más relojes: antiguos, con orgullosas caras costosamente enriquecidas; en actitud descuidada, dejan oscilar su péndulo proclamando, en un bajo profundo, su majestuoso tic-tac.

En la esquina, de pie en su fanal de cristal, una «blancanieves» hace como si durmiera; pero un leve palpitar rítmico indica que nada escapa a su mirada. Otras nerviosas damitas de estilo rococó -el orificio de la llave bellamente decorado- aparecen sobrecargadas de adornos compitiendo -hasta faltarles la respiración- por acelerar el ritmo de los segundos. Los diminutos pajes que las acompañan se apresuran emitiendo risitas sofocadas: zic-zic-zic.
Otros, formados en larga fila y cubiertos de hierro, plata y oro, como caballeros armados, parecen borrachos que dormitan emitiendo ronquidos de vez en cuando y haciendo sonar sus cadenas como si al despertar de su embriaguez fueran a luchar con el mismísimo Cronos.
En una cornisa, un leñador con pantalones tallados en caoba, y nariz de cobre reluciente, mueve la sierra sin cesar, desmenuzando el tiempo en partículas de serrín...
Las palabras del viejo me sacaron de mi ensimismamiento: «Todos han estado enfermos; yo les he devuelto la salud». Le había olvidado, hasta el punto de que al principio creí que su voz era el sonido de uno de los relojes.
La lupa que había empujado hacia arriba aparecía en medio de su frente como el tercer ojo de Schiva y en su interior relucía una chispa: reflejo de la lámpara del techo.
Asintió con la cabeza y me miró con tal fuerza que mis ojos quedaron fijos en los suyos: «Sí, han estado enfermos; han creído que podían cambiar su destino yendo más de prisa o más despacio. Han perdido su dicha cayendo en el error de que podían ser los dueños del tiempo. Librándolos de esta quimera, he devuelto la tranquilidad a sus vidas. Algunos como tú -saliendo, en sueños, de la ciudad en las noches de luna- encuentran el camino hacia mí y trayéndome su reloj me piden, entre quejas y ruegos, que le sane; pero a la mañana siguiente lo han olvidado todo, incluso mi medicina».
«Sólo aquellos que comprenden mi lema», señaló a sus espaldas, refiriéndose a la frase escrita en la pared, «sólo esos dejan sus relojes aquí, bajo mi tutela».
Algo comenzó a clarear en mí mente: el lema debe encerrar algún misterio. Quise preguntar, pero el anciano levantó la mano en actitud amenazante: «No hay que desear saber; la sabiduría viviente viene por sí sola! La frase tiene veinticinco letras; son como las cifras de un gran reloj invisible que señala una hora más que los relojes de los mortales de cuyo ciclo no hay escape posible; por eso los "cuerdos" se burlan diciendo: ¡Mira ése! ¡Qué loco! Se burlan y no se dan cuenta del aviso: "No te dejes atrapar por el ciclo del tiempo". Se dejan guiar por la pérfida manilla del "entendimiento", que prometiéndoles eternamente nuevas horas, sólo les trae viejos desengaños».

El viejo guardó silencio. Con una muda súplica le entregué mi reloj muerto. Lo tomó en su bella mano blanca y delgada y cuando, abriéndolo, echó una mirada a su interior, sonrió casi imperceptiblemente. Con una aguja rozó cuidadosamente la maquinaria de ruedas y tomó de nuevo la lupa. Sentí que un ojo experto examinaba mi corazón.
Pensativamente contemplé su rostro tranquilo. Por qué -me pregunté- le temería yo tanto cuando era niño.
De repente me invadió un espanto sobrecogedor: éste, en quien espero y confío, no es un ser verdadero. ¡De un momento a otro va a desaparecer! No, gracias a Dios: era solamente la luz de la lámpara que había vacilado para engañar así a mis ojos.
Y fijando de nuevo mi vista en él, seguí cavilando: ¿Le he visto hoy por primera vez? ¡No puede ser! Nos conocemos desde... Entonces, vino a mí el recuerdo, penetrándome con la claridad del rayo: nunca había caminado -siendo escolar- a lo largo de un muro blanco; nunca había temido que detrás de éste habitase un relojero loco; había sido la palabra «loco» para mí vacía e incomprensible la que en mi niñez me había asustado cuando se me amenazaba con convertirme en «eso» si no entraba pronto en razón.

Pero el anciano que estaba ante mí, ¿quién era? Tenía la impresión de que también esto lo sabía: ¡Una imagen, no un hombre! ¡Qué otra cosa iba a ser! Una imagen que, como una sombra incipiente, crecía secretamente en mi alma; un grano de semilla que había arraigado en mí, al comienzo de mi vida, cuando en la camita blanca -mi mano en la de aquella vieja niñera- escuchaba medio en sueños aquellas palabras monótonas... que decían... si, ¿cómo decían...?
Sentí en la garganta una sensación de amargura, una tristeza abrasadora: ¡Todo lo que me rodeaba no era más que apariencia fugaz!
Quizá dentro de un minuto despierte de mi sonambulísmo: me encontraré ahí fuera a la luz de la luna y tendré que volver a casa, junto a los seres vivientes poseídos de entendimiento. ¡Muertos en la ciudad!
«En seguida, en seguida termino», oí la voz tranquilizadora del relojero, pero no me sirvió de consuelo, pues la fe que en mi pecho albergara se había extinguido.
¿Cómo decían aquellas palabras de la niñera? Necesitaba, quería saberlo a toda costa... Poco a poco fueron acudiendo a mi memoria sílaba tras sílaba:
«Si tu corazón se te para en el pecho, no tienes más que llevárselo; a todo reloj capaz es él de poner de nuevo en marcha».

«Tenía razón», dijo el relojero distraidamente mientras su mano soltaba la aguja; y en aquel instante se deshicieron mis sombríos pensamientos. Se levantó y puso el reloj en estrecho contacto con mi oído; escuché: marchaba regularmente, en concordancia con los latidos de mi corazón.
Quise darle las gracias, pero no encontré las palabras; me sentía ahogado de alegría y de vergüenza por haber dudado de él. «No te aflijas», me consoló, «no ha sido culpa tuya. He sacado una ruedecita y la he vuelto a colocar. Estos relojes son muy delicados; a veces no pueden con la segunda hora. ¡Aquí lo tienes! ¡Tómalo de nuevo, pero no digas a nadie que funciona! Se burlarían de ti e intentarían hacerte daño. Desde la juventud lo has llevado contigo y has creído en las horas que marca: catorce en lugar de la una de la madrugada, siete en lugar de seis, domingo en lugar de día laboral, imágenes en lugar de cifras muertas.
¡Sigue siéndole fiel, pero no lo digas a nadie! ¡Nada hay más estúpido que un mártir que se jacta de serlo! Llévalo oculto en tu corazón y en el bolsillo lleva uno de esos relojes burgueses, oficialmente regulados, con su esfera blanca y negra, para que puedas ver siempre qué hora es para los otros. Y nunca te dejes envenenar por el hedor pestilente de la «segunda hora». Como sus once hermanas, está muriendo. La invade un fulgor rojo prometedor como la aurora. Rápidamente se tornará roja como la llama y la sangre. Los viejos pueblos del Este la llaman la «hora de los bueyes». Pasan los siglos y ella continúa apaciblemente: el buey ara. Pero súbitamente -en la noche- los bueyes se convierten en búfalos rugientes, el demonio los acucia con sus cuernos y pisotean los campos en una ira ciega y salvaje; luego aprenden de nuevo a cultivar los campos; el reloj burgués se pone de nuevo en marcha, pero sus manecillas no marcan el tiempo -en su trayectoria circular- del animal humano. Todas sus horas traman algún propósito -cada una con su ideal propio-, pero el mundo se verá invadido por un monstruo.

Tu reloj se ha parado a las dos; la hora de la destrucción. Pero ha tenido la benevolencia de seguir; otros se mueren en ella y se pierden en el reino de la muerte. El ha encontrado el camino hacia aquel de cuyas manos salió. ¡Piensa en esto! Si lo ha logrado es porque tú le has amado y cuidado toda una vida; nunca te has enojado con él, aunque su tiempo no coincide con el de la tierra».
Acompañándome hasta la puerta me tendió la mano al despedirse y dijo: «Hace un momento dudaste si yo vivía o no. Créeme: soy más viviente que tú mismo. Ahora conoces exactamente el camino que te lleva a mí. Pronto nos veremos; quizá pueda enseñarte a curar relojes enfermos. Entonces -señaló el lema escrito en la pared- tal vez esa frase se realice en ti:
"Nihil scire omnia posse No saber nada es poderlo todo"».



Mantus - Die Hochzeit Von Himmel Und Hölle


Gothic Metal / Darkwave
Alemania
Mantus - Die Hochzeit Von Himmel Und Hölle ( 2010)



01. Rintrah
02. Himmel und Hölle
03. Die Stimme des Teufels
04. Hiob
05. Wer seine Lust unterdrückt
06. Die fünf Sinne
07. Sprichwörter der Hölle (Part 1 & 2)
08. Die alten Dichter
09. Die Pforten der Wahrnehmung
10. In einer Druckerei der Hölle
11. Phantasie (Leviathan)
12. Das Schwert
13. Vater Unser
14. Ich sah einmal einen Teufel
15. Phantasie (Analytik)
16. Elija
17. Alles was lebt ist heilig
18. Morgendämmerung





Basado en el libro de William Blake ‘El Matrimonio del Cielo e Infierno '. La pintura de Blake ‘The Great Red Dragon’ es conocida por la película ‘Hannibal Lecter' y del libro de Thomas Harris. Las pinturas de Blake y sus poemas son poderosamente elocuentes, fuerza oscura y reflexiones fascinantes no han perdido su relevancia e incluso ha atraído al presente. Usando la poesía de Blake, MANTUS tiene el éxito creando un álbum que predominantemente es a través de letras habladas, La estructura es buena, la mezcla de guitarras duras y la percusión, los arreglos neo clásicos extravagantes y el uso sutil de instrumentos acústicos como guitarras y clavicordio mezclados con arreglos electrónicos. La combinación vocal entre Thalia y Martin Schindler, basado en los textos de Blake, crea una obra de arte musical con calidad, y con un enfoque bastante gótico.
fuente


Mantus - Hiob
Ver Video



MANTUS
Martin Schindler :Music & Lyrics, Vocals
Tina («Thalia») Schindler :Vocals


Ver fotos


La llama de una vela



La llama de una vela

Gaston Bachelard




En este pequeño libro de simple sueño, sin la sobrecarga de ningún saber,
querríamos expresar hasta qué punto se renueva el sueño de un soñador en la contemplación de una llama solitaria. La llama es, entre los objetos del mundo que convocan el sueño, uno de los más grandes productores de imágenes. La llama nos obliga a imaginar. Ante una llama, en tanto se sueña, lo que uno percibe al mirar no es nada en relación con lo que se imagina. La llama lleva a los más diversos dominios de la meditación su carga de metáforas e imágenes.

Gracias a la llama, tomada como objeto de sueño, las más desvaídas metáforas llegan a ser realmente imágenes. En tanto las metáforas son, a menudo, más que traslación de pensamientos, en un afán de expresarse mejor, de decir de otra manera, la imagen, la verdadera imagen, cuando es vivida primero en la imaginación, cambia el mundo imaginado, imaginario. Por la imagen imaginada conocemos ese absoluto del sueño que es el sueño poético. Un soñador dichoso de soñar, activo en su sueño, contiene una verdad del alma, un porvenir del ser humano.

Entre todas las imágenes, las de la llama-tanto las ingenuas como las más alambicadas, las recatadas como las traviesas-llevan una señal de poesía. Todo soñador de llama es un poeta en potencia. Todo sueño ante la llama es un sueño de asombro.

Tenemos para la llama una natural admiración, diríamos: una admiración innata. La llama produce una acentuación del placer de ver más allá de lo siempre visto. Nos obliga a mirar

La contemplación de la llama perpetúa un sueño originario. Ella nos aleja del mundo y amplía el mundo del soñador. La llama es por sí misma una presencia importante, pero cerca de ella vamos a soñar con lo distante, con lo muy lejano: "Nos perdemos en los sueños". La llama está allá, menuda y enclenque, luchando por conservar su ser, y el soñador se va a soñar a otra parte, perdiendo su propia alma, soñando con lo grande, demasiado grande, soñando con el mundo.

La llama es un mundo para el solitario.

fuente: Hexen, El Libro Negro


Untoten - Die Blutgräfin



Gothic
German
Untoten - Die Blutgräfin ( 2006) (2CD)
(Das Leben Der Elizabeth Báthory (1560 — 1614)



CD 1:
01. Schauplatz des Verbrechens
02. "Nur ein Tropfen Blut!"
03. Die Jagd
04. Blutrot, die Liebe
05. Die Graefin des Blutes
06. Geistermaedchen
07. Unheimlich
08. Blutmond
09. Alraunenblut
10. "Ich waer so gern..."
11. Hure der Finsternis
12. Der Singvogel
13. Koste das Blut!
14. Bluthochzeit
15. Jedem das Seine

CD 2:
01. Lustgarten (Vorspiel)
02. Ficzko
03. In der Katakomben
04. Die Grube und das Pendel
05. Domine
06. Die Zeit dteht still
07. Hexenreich
08. Blitz und Donner
09. Zauberspiegel
10. Blutopfer
11. Flieg nun davon!
12. Die Gruft
13. Die Saat des Boesen





Untoten - Hexenreich
Ver Video


Untoten - Bluthochzeit
Ver Video



UNTOTEN
Greta Csatlós
David A.Line


Ver fotos



Muerte en el frío - Xavier Villaurrutia



Muerte en el frío

Cuando he perdido toda fe en el milagro,
cuando ya la esperanza dejó caer la última nota
y resuena un silencio sin fin, cóncavo y duro;

cuando el cielo de invierno no es más que la ceniza
de algo que ardió hace muchos, muchos siglos;

cuando me encuentro tan solo, tan solo,
que me busco en mi cuarto
como se busca, a veces, un objeto perdido,
una carta estrujada, en los rincones;

cuando cierro los ojos pensando inútilmente
que así estaré más lejos
de aquí, de mi, de todo
aquello que me acusa de no ser más que un muerto,

siento que estoy en el infierno frío,
en el invierno eterno
que congela la sangre en las arterias,
que seca las palabras amarillas,
que paraliza el sueño,
que pone una mordaza de hielo a nuestra boca
y dibuja las cosas con una línea dura.

Siento que estoy viviendo aquí mi muerte,
mi sola muerte presente,
mi muerte que no puedo compartir ni llorar,
mi muerte de que no me consolaré jamás.

Y comprendo de una vez para nunca
el clima del silencio
donde se nutre y perfecciona la muerte.
Y también la eficacia del frío
que preserva y purifica sin consumir como el fuego.

Y en el silencio escucho dentro de mí el trabajo
de un minucioso ejército de obreros que golpean
con diminutos martillos mi linfa y mi carne estremecidas;

siento cómo se besan
y juntas para siempre sus orillas
las islas que flotaban en mi cuerpo;

cómo el agua y la sangre
son otra vez la misma agua marina,
y cómo se hiela primero
y luego se vuelve cristal
y luego duro mármol,
hasta inmovilizarme en el tiempo más angustioso y lento,
con la vida secreta, muda e imperceptible
del mineral, del tronco, de la estatua.


Xavier Villaurrutia "Nostalgia de la muerte" (1938)

Leaves' Eyes - At Heaven'S End



Symphonic Gothic Metal
Noruega

Leaves' Eyes - At Heaven'S End (2010)



01. At Heaven's End
02. Angus and the Swan
03. Irish Rain (Acoustic version) (feat. Carmen Elise Espenaes)
04. The Battle of Maldon [128 kbps]
05. Scarborough Fair (Acoustic version)
06. Nine Wave Maidens
07. My Destiny (Remix)





Leaves' Eyes - At Heaven's End
Ver Video


Leaves' Eyes- Irish Rain
Ver Video



LEAVES' EYES
Liv Kristine Espenæs Krull - voz
Alexander Krull - voz secundaria, arreglos electrónicos
Torsten Bauer - guitarra
Mathias Röderer - guitarra
Chris Lukhaup - bajo
Moritz Neuner - batería



Ver fotos



El hijo del vampiro - Julio Cortázar





El hijo del vampiro

Probablemente todos los fantasmas sabían que Duggu Van era un vampiro. No le tenían miedo pero le dejaban paso cuando él salía de su tumba a la hora precisa de medianoche y entraba al antiguo castillo en procura de su alimento favorito.

El rostro de Duggu Van no era agradable. La mucha sangre bebida desde su muerte aparente _en el 1060, a manos de un niño, nuevo David armado de una honda-puñal_ había infiltrado en su opaca piel la coloración blanda de las maderas que han estado mucho tiempo debajo del agua. Lo único vivo, en esa cara, eran los ojos. Ojos fijos en la figura de Lady Vanda, dormida como un bebé en el lecho que no conocía más que su liviano cuerpo.

Duggu Van caminaba sin hacer ruido. La mezcla de vida y muerte que informaba su corazón se resolvía en cualidades inhumanas. Vestido de azul oscuro, acompañado siempre por un silencioso séquito de perfumes rancios, el vampiro paseaba por las galerías del castillo buscando vivos depósitos de sangre. La industria frigorífica lo hubiera indignado. Lady Vanda, dormida, con una mano ante los ojos como en una premonición de peligro, semejaba un bibelot repentinamente tibio. Y también un césped propicio, o una cariátide.

Loable costumbre en Duggu Van era la de no pensar nunca antes de la acción. En la estancia y junto al lecho, desnudando con levísima carcomida mano el cuerpo de la rítmica escultura, la sed de sangre principió a ceder.

Que los vampiros se enamoren es cosa que en la leyenda permanece oculta. Si él lo hubiese meditado, su condición tradicional lo habría detenido quizá al borde del amor, limitándolo a la sangre higiénica y vital. Mas Lady Vanda no era para él una mera víctima destinada a una serie de colaciones. La belleza irrumpía de su figura ausente, batallando, en el justo medio del espacio que separaba ambos cuerpos, con hambre.

Unheilig - Grosse Freiheit Live



Gothic Rock/ darkwave
Germany

Unheilig - Grosse Freiheit Live (2CD) (2010)



CD1
01. Das Meer
02. Seenot
03. Schenk Mir Ein Wunder
04. Unter Deiner Flagge
05. Feuerengel
06. Abwaerts
07. Halt Mich
08. An Deiner Seite
09. Freiheit
10. Astronaut
CD2
01. Grosse Freiheit
02. Kleine Puppe
03. Unter Feuer
04. Maschine
05. Fuer Immer
06. Lampenfieber
07. Geboren Um Zu Leben
08. Ich Gehoere Mir
09. Mein Stern




Unheilig - Freiheit
Ver Video


Unheilig - Unter Deiner Flagge
Ver Video



UNHEILIG
Der Graf: vocal
Henning Verlage: teclados
Christoph «Licky» Termühlen: guitarra
Potti: batería


Ver fotos




Una Niña Perversa






Una Niña Perversa

Esta tarde empujé a Arturo a la fuente. Cayó en ella y se puso a hacer gluglú con la boca, pero también gritaba y fue oído. Papá y mamá llegaron corriendo. Mamá lloraba porque creía que Arturo se había ahogado. Pero no era así. Ha venido el doctor. Arturo está ahora muy bien. Ha pedido pastel de mermelada y mamá se lo ha dado. Sin embargo, eran las siete, casi la hora de acostarse, cuando pidió pastel, y a pesar de eso mamá se lo dio. Arturo estaba muy contento y orgulloso. Todo el mundo le hacía preguntas. Mamá le preguntó cómo había podido caerse, si se había resbalado, y Arturo ha dicho que sí, que se tropezó. Es gentil que haya dicho eso, pero yo sigo detestándolo y volveré a hacerlo a la primera ocasión.

Por lo demás, si no ha dicho que lo empujé yo, quizá sea sencillamente porque sabe muy bien que a mamá la horrorizan las delaciones. El otro día, cuando le apreté el cuello con la cuerda de saltar y se fue a quejar con mamá diciendo: "Elena me ha hecho esto", mamá le ha dado una terrible palmada y le ha dicho: "¡No vuelvas a hacer una cosa así!" Y cuando llegó papá ella se lo ha contado y papá también se puso furioso. Arturo se quedó sin postre. Por eso comprendió, y esta vez, como no ha dicho nada, le han dado pastel de mermelada. Me gusta enormemente el pastel de mermelada: se lo he pedido a mamá yo también, tres veces, pero ella ha puesto cara de no oírme. ¿Sospechará que yo fui la que empujó a Arturo?

Antes, yo era buena con Arturo, porque mamá y papá me festejaban tanto como a él. Cuando él tenía un auto nuevo, yo tenía una muñeca, y no le hubieran dado pastel sin darme a mí. Pero desde hace un mes, papá y mamá han cambiado completamente conmigo. Todo es para Arturo. A cada momento le hacen regalos. Con esto no mejora su carácter.
Siempre ha sido un poco caprichoso, pero ahora es detestable. Sin parar está pidiendo esto y lo otro. Y mamá cede casi siempre. A decir verdad, creo que en todo un mes sólo lo han regañado el día de la cuerda de saltar, y lo raro es que esta vez no era culpa suya.

Me pregunto por qué papá y mamá, que me querían tanto, han dejado de repente de interesarse en mí. Parece que ya no soy su niñita. Cuando beso a mamá, ella no sonríe. Papá tampoco. Cuando van a pasear, voy con ellos, pero continúan desinteresándose de mí. Puedo jugar junto a la fuente lo que yo quiera. Les da igual. Sólo Arturo es gentil conmigo de cuando en cuando, pero a veces se niega a jugar conmigo. Le pregunté el otro día por qué mamá se había vuelto así conmigo. Yo no quería hablarle del asunto, pero no pude evitarlo. Me ha mirado desde arriba, con ese aire burlón que toma adrede para hacerme rabiar, y me ha dicho que era porque mamá no quiere oír hablar de mí. Le dije que no era verdad. El me dijo que sí, que había oído a mamá decirle eso a papá y que le había dicho: "No quiero oír hablar nunca de ella".

Ese fue el día que le apreté el cuello con la cuerda. Después de eso, yo estaba tan furiosa, a pesar de la palmada que él había recibido, que fui a su recámara y le dije que lo mataría.

Esta tarde me ha dicho que mamá, papá y él iban a ir al mar, y que yo no iría. Se rió y me hizo muecas. Entonces lo empujé a la fuente.

Ahora duerme y papá y mamá también. Dentro de un momento iré a su recámara y esta vez no tendrá tiempo de gritar, tengo la cuerda de saltar en las manos. El la olvidó en el jardín y yo la tomé.

Con esto, se verán obligados a ir al mar sin él. Y luego me iré a acostar sola, al fondo de ese maldito jardín, en esa horrible caja blanca donde me obligan a dormir desde hace un mes.

Jehanne Jean Charles


Jehanne Jean Charles nacida en Francia, publicó su primer libro considerado una obra maestra del género fantástico, su mejor cuento es "La Niña Perversa". Con pocos recursos, pero fiel al relato se hizo este corto en México.





Erszebeth - La Condesa Inmortal


Gothic Metal
Mexico
Erszebeth - La Condesa Inmortal (2007)



1.Inmortal
2.Fenix
3.Cristal
4.El Alma
5.Lagrimas
6.Psicodrama
7.Abismo
8.Imagen Nocturna
9.La Culpa




Erszebeth - La Culpa
Ver Video

Erszebeth - Lágrimas
Ver Video



ERZEBETH
Ernesto Torres : Drums
Estibaliz Ramos : Vocals
Christian Garcia : Guitar
Alejandro Millan : Bass
Emmanuel Mota : Keyboard


Ver foto



Licantropia - El siglo de las luces





- Cap XVI -

EL SIGLO DE LAS LUCES

Primero demonizados y luego perseguidos implacablemente por su supuesta peligrosidad, hacia el siglo XVIII los lobos europeos comienzan a ser cada vez menos. Luego de su desaparición de Inglaterra y Gales, promediando el siglo, también desaparecieron de Irlanda y Escocia. Otro tanto ocurrió con los de Bélgica, Holanda y Dinamarca. En otras regiones –como Italia, Alemania, España y Portugal– su número se iría acotando progresivamente. En Francia –donde, según se vio, los luparii los habían combatido durante varios siglos–, los estragos eran tantos que Francisco I, en 1520, se vio obligado a crear un nuevo cuerpo para combatirlos: los Lieutenants de Louveterie («Tenientes de Lobería»), bajo las órdenes del gran lobero real, secundado por oficiales y sargentos distribuidos en las distintas comarcas del reino, con la responsabilidad de organizar grandes batidas para eliminarlos del país.
Los resultados no fueron los esperados porque, en 1583, Enrique IV tuvo que reforzar las acciones del cuerpo con una ordenanza que obligaba a todos los señores a unirse a la lucha contra los lobos. Estos, luego de las guerras de religión, de las hambrunas y pestes subsiguientes, se daban verdaderos banquetes con los numerosos cadáveres que yacían en los campos. Así, de acuerdo con un fragmento del Annuaire de la Lozère, recogido por Guy Crouzet,

la mayor parte de los llanos de la región sólo está habitada por lobos y por otras bestias salvajes que se encarnizan tanto sobre los cuerpos amontonados de los que murieron de la peste o de hambre que apenas quienes quedaron en las ciudades pueden garantizar su defensa ante la violencia y la ferocidad de esas fieras.

En 1601, cansado de la cuestión, Enrique IV tuvo que volver a subir la apuesta, ofreciendo primas a los matadores de lobos. A partir de entonces el problema comenzó lentamente a orientarse hacia una concreta solución, alentada por sucesivos monarcas, que finalmente se alcanzó según lo demuestran las estadísticas: de acuerdo con la antropóloga francesa Sophie Bobbé, el progresivo éxito del sistema de recompensas fue tal que, «mientras que en el siglo XVIII los lobos ocupaban el 90% del territorio francés, a principios del siglo XIX sólo ocupaban el 50% contra el 10% que ocuparon a fines de ese siglo» . Para las estadísticas, el último lobo francés fue extinguido en 1919.
La disminución del número de lobos, en conjunción con la declinación progresiva de la caza de brujas, debida acaso a un cambio de mentalidad y a las nuevas ideas, hizo que, promediando el siglo XVII, los juicios por licantropía comenzaran a mermar. No así la creencia en los hombres lobo, para entonces bien arraigada en el imaginario popular de las clases bajas y de los campesinos. Basten entonces dos historias para justificar lo dicho.
La primera es bien conocida por todos, aunque no en la versión que sigue. Reproducida por Robert Darnton, a partir de uno de los treinta y cinco relatos similares que recogieron Paul Delarue y Marie-Louise Tenéze en Le Conté populaire français, la historia de «Caperucita Roja» muestra sus ribetes inquietantes:

Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adonde se dirigía.

–A la casa de mi abuela –le contestó.
–¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
–El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama.
La niña tocó a la puerta.
–Entra, hijita.
–¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
–Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña comió así lo que se le ofrecía; y mientras lo hacía, un gatito dijo:
–¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
Después el lobo le dijo:
–Desvístete y métete en la cama conmigo.
–¿Dónde pongo mi delantal?
–Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
¡ Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
–Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
–Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
–Para calentarme mejor, hijita.
–Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
–Para poder cargar mejor la leña, hijita.
–Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
–Para rascarme mejor, hijita.
–Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
–Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.

Como se ve, existe un marcado contraste respecto de la versión que popularizó Charles Perrault –un profesional reputado, además de cortesano– en Les Histoires et contes du temps passé avec des moralités, ou contes de ma mère l'Oye (1697), y que luego pasó a Alemania, con grandes modificaciones, introducidas por la exiliada protestante Jeannette Hassenpflug, quien se había visto obligada a emigrar por la persecución religiosa. Esa mujer se instaló cerca de donde vivían los hermanos Grimm y, aparentemente, les transmitió una versión ya doblemente adulterada con un final todavía más feliz que el imaginado por Perrault. Sobre ese texto, más de un siglo después, trabajarían Erich Fromm y Bruno Betteíheim. Pero, para Darnton, ocupado en el estudio de la mentalidad campesina francesa del siglo XVIII,

«Caperucita Roja» tiene esa terrible irracionalidad que parece fuera de lugar en la Edad de la Razón. De hecho, la versión campesina supera en sexo y violencia a la de los psicoanalistas. (Como los hermanos Grimm y Perrault, Fromm y Bettelheim no mencionan el canibalismo que se comete en contra de la abuela ni el strip-tease de la niña antes de ser devorada.) Evidentemente, los campesinos no necesitaban una clave secreta para hablar de tabúes.

Pero, como ya se ha visto anteriormente, sí necesitaban un chivo expiatorio. Así como en los siglos anteriores Francia había responsabilizado a los licántropos de todas las perversiones que la sociedad había prohijado sin poder tolerar, a principios del Siglo de las Luces el culpable perfecto era un lobo con características demasiado humanas.
La otra historia que vale la pena referir fue tan impactante y espectacular que creó sus propias precursoras. Así, al menos, se percibe lo ocurrido entre 1693 y 1694, cuando una supuesta «bestia del bosque de Benais» mató aproximadamente a setenta y dos personas. Hay, no obstante quien sostiene que no se trataba de un único animal, sino de varios; quien habla de dos lobos o linces. Según los pocos documentos que se conservan, esas bestias se acercaban a la gente como si fueran perros falderos para luego saltarle a la garganta. Pero no se sabe mucho más del caso.
En 1712 unos supuestos lobos fueron también acusados de matar a más de cien personas en el bosque de Orléans.
Más tarde, entre 1715 (año de la coronación de Luis XV) y 1718 primero, y entre 1726 y 1730 después, la región de Haute Loire fue asolada por los llamados «lobos de Velay», en la ocasión carroñeros de los muertos por las guerras de religión, la hambruna o la peste.

notas:
131 Según anota Geneviève Carbone, «ese lenguaje de 'modistas' empleado por las sociedades rurales asigna los alfileres a las jovencitas en edad de casarse y las agujas, a las mujeres ya casadas» (Lapeur du loup, París, Découvertes Gallimard, Gallimard, 1991). La elección de la niña por el camino de las agujas se relacionaría entonces con el destino que la espera, cuando se meta en la cama con el lobo.
132 Darnton, Robert; «Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca", en La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (traducción de Carlos Valdés), México, Fondo de Cultura Económica, 1987.


Buitres - Franz Kafka





Buitres
Franz Kafka

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.

-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.

-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?

-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?

- No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.

-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

Golden Apes - Denying The Towers Our Words Are Falling From



Rock Gótico
Alemania

Golden Apes - Denying The Towers Our Words Are Falling From (2010)



01. Windlands
02. Liberation (Hieros Gamos)
03. And Thus He Spoke
04. Digging Towers
05. Rays of Light
06. Taming A Dream
07. The Mark Of Cain/And From This Heart It Will Rise...
08. Sober Light
09. The Sea Inside
10. Invidia
11. The Silence (That I Call Speech)
12. Song of Innocence




Golden Apes - The Sea Inside
Ver Video


Golden Apes - Digging Towers
Ver Video



GOLDEN APES
Peer Lebrecht: vox, lyrics, keys
Eric Bahrs: guitars
Christian Lebrecht: bass
Sven Wolff: keyboards
Dirk Wildenhues: guitars
Joe Finck: drums



Ver foto




Afuera hay Sol - Alejandra Pizarnik



Afuera hay sol

Afuera hay sol
No es más que un sol
Pero los hombres lo miran
Y después cantan
Yo no sé del sol
Yo sé la melodía del ángel
Y el sermón caliente
del último viento
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra
Yo lloro debajo de mi nombre
Yo agito pañuelos en la noche
Y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.


Alejandra Pizarnik

Within Temptation - Mother Earth



Symphonic Metal, Gothic Metal
Holanda

Within Temptation - Mother Earth (2000)



1 Mother Earth
2 Ice Queen
3 our farewell
4 caged
5 the promise
6 never ending story
7 deceiver of fools
8 intro
9 dark wings
10 in perfect harmony




Ice Queen - Within Temptation
Ver Video


Mother Earth - Within Temptation
Ver Video



WITHIN TEMPTATION
Sharon den Adel - voz
Robert Westerholt - guitarra
Ruud Jolie - guitarra
Jeroen van Veen - bajo
Martijn Spierenburg - teclados
Stephen van Haestregt - batería



Ver fotos




Madre tierra

Aves y mariposas
Ríos y montañas ella crea
Pero nunca sabrás
El próximo movimiento que hará
Puedes tratar
Pero es inútil preguntarse porque
No puedes controlarla
Ella va a su propia manera

Ella rige hasta el fin de los tiempos
Ella da y ella toma
Ella rige hasta el fin de los tiempos
Ella sigue va a su manera

Con cada suspiro
Y todas las alternativas que elegimos
Tenemos que pasar por su camino
Buscare mi fuerza
Creyendo que sus almas viven encendidas
Hasta el fin de los tiempos
Los llevare
Conmigo

Ella rige hasta el fin de los tiempos
Ella da y ella toma
Ella rige hasta el fin de los tiempos
Ella sigue su camino

Una ves que sepas mi querida
No tendrás miedo
Un nuevo comienzo
Siempre se inicia la final
Una ves que sepas mi querida
No tendrás miedo
Hasta el fin de los tiempos
Ella va a su manera.



El Gran León



El gran León Gieco




La Memoria (León Gieco)
Ver Video





Los viejos amores que no están,
la ilusión de los que perdieron,
todas las promesas que se van,
y los que en cualquier guerra se cayeron.
Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.

El engaño y la complicidad
de los genocidas que están sueltos,
el indulto y el punto final
a las bestias de aquel infierno.

Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.

La memoria despierta para herir
a los pueblos dormidos
que no la dejan vivir
libre como el viento.

Los desaparecidos que se buscan
con el color de sus nacimientos,
el hambre y la abundancia que se juntan,
el mal trato con su mal recuerdo.

Todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia.

Dos mil comerían por un año
con lo que cuesta un minuto militar
Cuántos dejarían de ser esclavos
por el precio de una bomba al mar.

Todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia.

La memoria pincha hasta sangrar,
a los pueblos que la amarran
y no la dejan andar
libre como el viento.

Todos los muertos de la A.M.I.A.
y los de la Embajada de Israel,
el poder secreto de las armas,
la justicia que mira y no ve.

Todo está escondido en la memoria,
refugio de la vida y de la historia.

Fue cuando se callaron las iglesias,
fue cuando el fútbol se lo comió todo,
que los padres palotinos y Angelelli
dejaron su sangre en el lodo.

Todo está escondido en la memoria,
refugio de la vida y de la historia.

La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento.

La bala a Chico Méndez en Brasil,
150.000 guatemaltecos,
los mineros que enfrentan al fusil,
represión estudiantil en México.

Todo está cargado en la memoria,
arma de la vida y de la historia.

América con almas destruidas,
los chicos que mata el escuadrón,
suplicio de Mugica por las villas,
dignidad de Rodolfo Walsh.

Todo está cargado en la memoria,
arma de la vida y de la historia.

La memoria apunta hasta matar
a los pueblos que la callan
y no la dejan volar
libre como el viento.



Cinco siglos igual (Leon Gieco - Victor Heredia)
Ver Video




Soledad sobre ruinas, sangre en el trigo
rojo y amarillo, manantial del veneno
escudo heridas, cinco siglos igual.

Libertad sin galope, banderas rotas
soberbia y mentiras, medallas de oro y plata
contra esperanza, cinco siglos igual.

En esta parte de la tierra la historia se cayo
......como se caen las piedras aun las que tocan el cielo
o estan cerca del sol o estan cerca del sol.

Desamor desencuentro, perdon y olvido
cuerpo con mineral, pueblos trabajadores
infancias pobres, cinco siglos igual.

Lealtad sobre tumbas, piedra sagrada
Dios no alcanzo a llorar, sueño largo del mal
hijos de nadie, cinco siglos igual.

Muerte contra la vida, gloria de un pueblo
desaparecido es comienzo, es final
leyenda perdida, cinco siglos igual.

En esta parte de la tierra la historia se cayo
como se caen las piedras aun las que tocan el cielo
o estan cerca del sol o estan cerca del sol.

Es tinieblas con flores, revoluciones
y aunque muchos no estan, nunca nadie penso
besarte los pies, cinco siglos igual.



Hombres de hierro (Leon Gieco )
Ver Video




Larga muchacho tu voz joven
como larga la luz el sol
que aunque tenga que estrellarse
contra un paredón
que aunque tenga que estrellarse
se dividirá en dos.

Suelta muchacho tus pensamientos
como anda suelto el viento
sos la esperanza y la voz que vendrá
a florecer en la nueva tierra.

Hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
hombres de hierro que no escuchan el llanto.
Gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedarán.

Puntas agudas ensucian el cielo
como la sangre en la tierra
dile a esos hombres que traten de usar
a cambio de las armas su cabeza.

Hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
hombres de hierro que no escuchan el llanto.
Gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedarán.



Donde caen los sueños (Leon Gieco)
Ver Video




Me voy, me voy con dolor y cantando.
Adonde voy, donde caen los años.
Como un signo, que me alcanzó.
Con mis alas ya luzco mejor al sol.

Me voy, me voy...lleno de vida al cielo.
Adonde voy, donde caen los sueños.
Como un descanso, que me llamó
voy delante de la libertad corriendo.

Inmensidad de un amor....que va encendido.
Eternidad que se hace canción.
para quedar en los caminos,
como un bálsamo de los días vividos.

Me voy, me voy recordando los tiempos.
Adonde voy, donde se apaga el fuego
Como un milagro que se llenó
de historias escritas con el corazón.

Inmensidad de un amor que va encendido.
Eternidad que se hace canción.
para quedar por los caminos,
como un bálsamo de los días vividos, vividos, vividos.



 
inicio