"¿Sabe cómo mata el petróleo a los pelícanos?" pregunta Dean Wilson, director ejecutivo de Atchafalaya Basinkeeper.
"Abren las alas para secarlas al sol, pero en realidad se cocinan al sol. Miles de aves están muriendo así por culpa de la codicia de una empresa extranjera" explica.
La organización que lidera se dedica a preservar los ecosistemas de la cuenca del río Atchafalaya, en la costa del sudoriental estado estadounidense de Louisiana. El petróleo comenzó a diseminarse por el Golfo de México el 20 de abril, cuando la plataforma de exploración Deepwater Horizon, que BP arrendaba a la firma suiza Transocean, sufrió una explosión y, dos días después, se hundió. Al cierre de esta edición, la empresa anunció que había logrado tapar la perforación y frenar el derrame. Wilson señala la falta de voluntad de BP para ejecutar las medidas necesarias para proteger la naturaleza.
Por ejemplo, asegura, BP no rescata a los pollos cuyos padres están cubiertos de petróleo y no permite que ambientalistas como él socorran a los animales.
"Para criar a los pollos se necesita a los dos progenitores. Si uno de queda cubierto de petróleo, el otro solo no puede hacerse cargo a la vez de las crías y la búsqueda de alimentos, y éstas mueren", describe Wilson.
Según él, la cantidad de pollos muertos ya equivale a la de pelícanos rescatados, y estos últimos son "apenas la punta del iceberg".
Según el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos, hasta el 14 de julio unos 890 kilómetros de la costa del Golfo están cubiertos de crudo, se recuperaron 2.930 aves (1.828 muertas y 1.102 cubiertas de combustible), y más de 500 tortugas marinas y mamíferos muertos.
Más de 45.000 trabajadores están desplegados para mitigar el desastre de BP. Pero se estima que hasta el cierre de esta edición de derramaron 8,4 millones de barriles de petróleo en el Golfo y se utilizaron más de 6,8 millones de litros de productos químicos dispersantes Corexit 9500 y Corexit 9527, prohibidos en Gran Bretaña.
Estos agentes son considerados causantes de dolores de cabeza, náuseas, vómitos, diarrea, irritación y daños del aparato respiratorio, depresión del sistema nervioso central, efectos neurotóxicos, mutaciones genéticas, arritmia cardiaca y fallas cardiovasculares.
"Éste es el segundo delta más importante de América y uno de los principales del planeta" dice a este reportero el activista Paul Orr, de la organización ambientalista Lower Mississippi Riverkeeper.
"No tenemos idea de lo que puede ocasionar esta cantidad de petróleo tan cerca del delta. Los dispersantes se usan para hundir el crudo y así minimizar sus impactos costeros" explica.
"Pero ahora parece que el motivo real fue hacerlo desaparecer de la vista, porque si se queda en la superficie al menos se puede recoger aunque afecte la costa en algún grado" plantea.
"En cambio, ahora tenemos varios millones de barriles de petróleo hundiéndose en el agua y adhiriéndose al suelo marino. Es posible que nunca conozcamos algunos de los daños a largo plazo" agrega.
Como otros ambientalistas y científicos, Orr critica que BP no haya realizado los esfuerzos adecuados para rescatar a los animales contaminados. "Tienen que hacer como que están haciendo algo" dice, aludiendo a la escasa cantidad de aves que la firma se encargó de limpiar.
A Orr le preocupan todas las especies del Golfo, pero en particular las que estaban amenazadas antes del derrame. Por ejemplo, las tortugas marinas de Kemp (Lepidochelys kempii) y laúd (Dermochelys coriacea), el cachalote (Physeter macrocephalus), el esturión del Golfo (Acipenser oxyrinchus desotoi) y aves como el frailecillo silbador (Charadrius melodus).
"Hay por lo menos 194. 000 kilómetros cuadrados cubiertos de petróleo" asegura Henderson.
Wilson está preocupado por los microorganismos que se alimentan del petróleo, particularmente en las zonas más profundas del Golfo, donde BP arrojó los dispersantes.
"Hay una gran población de ballenas y tiburones ballena que migran justo al lugar donde está el petróleo. Hemos visto grupos de cientos navegando a través del Golfo. Abren sus bocas para filtrar el plancton y se tragan el crudo envenenando sus branquias, lo que conduce a la asfixia" señala.
No es posible cruzarse de brazos y esperar a ver las consecuencias, opina Henderson.
Además, añade, "siento que ésta no será la última explosión de un pozo petrolero".
Este artículo es parte de una serie de reportajes sobre biodiversidad producida por IPS, CGIAR/Bioversity International, IFEJ y PNUMA/CDB, miembros de la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Publicado originalmente el 17 de julio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=95959
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