Pasados unos años más, en pleno gobierno de Raúl Alfonsín, los antropólogos lograron identificar los restos de Laura y con la ayuda de un gran científico norteamericano, Clide Snow, pudieron determinar el momento exacto del asesinato de Laura y también del nacimiento de su hijo al que había bautizado Guido, al igual que su padre, un hombre extraordinario que pasó su vida junto a Estela y sus otros tres hijos. Laura había tenido su parto el 26 de junio de 1978, un día después exactamente de que la Selección argentina ganara la final con Holanda. Los encargados del campo de concentración la dejaron vivir un mes más y la asesinaron. Desde entonces, Estela no sólo busca a Guido sino que se convirtió en la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Snow pudo obtener información de restos de la pelvis de Laura. El científico, con un humanismo impresionante, le dijo a Estela: “Los huesos de Laura nos hablan”.
Es difícil ponerse en el lugar de una mujer, madre y abuela a la vez, que confirma lo peor y se queda con lo mejor. Pudo enterrar los restos de Laura y consagrarse no sólo a la búsqueda de Guido sino que, con su personalidad tan amorosa como determinada, ayudó a la restitución de identidad de muchísimos otros nietos. Por estos días, Estela es la figura viva que, junto a otras tantas abuelas, constituyen el orgullo argentino de que el próximo Premio Nobel de la Paz 2010 puede ser para este ejemplo extraordinario de lucha por los derechos humanos.
Diego y Estela. Por el tiempo en que Estela confirmaba que debía buscar a Guido, Diego Maradona era el mejor jugador de fútbol de mundo y era el capitán de la Selección que ganaba el Mundial de México. Con los años y las alternativas vividas, el Diez mostró un compromiso sincero con las causas populares. Hace un tiempo, algunos allegados a Estela y amigos de Diego le hicieron llegar la idea de que la Selección Nacional tuviera un cartel de apoyo a la candidatura de Abuelas al Nobel, no dudó un instante: “Por las Abuelas de Plaza de Mayo, todo”. El crack lleva en su ADN no sólo una precisión inexplicable sobre el fútbol sino un compromiso con las causas justas a toda prueba. Así, el 24 de mayo se estrenó ese cartel. Fue durante el amistoso Argentina-Canadá jugado en el Monumental, en el marco de los festejos del Bicentenario. El cartel está ahora en el lugar de la concentración del equipo nacional.
Un viaje hacia el pasado puede resultar vertiginoso: en 1978, a metros del Monumental, estaba la Esma, uno de los campos de concentración más crueles de la dictadura. Treinta y dos años después, la selección está en el país que logró vencer el régimen racista donde iban de cacería José Martínez de Hoz y Albano Harguindeguy y tienen el cartel de las Abuelas. Además, esos dos cazadores y pilares del período más negro de la historia argentina, están presos a disposición de jueces de la Constitución.
El próximo 30 de octubre, Diego cumplirá 50 años. Unos días antes, el 22 más precisamente, Estela soplará 80 velitas. Mucho antes de esto, Diego y Estela se verán en Johannesburgo. Será el domingo 13, un día después del partido de la selección argentina contra su par nigeriana. Ese mismo domingo, Estela participará de la inauguración del stand que la Argentina, al igual que el resto de las naciones que juegan el Mundial, tendrá en la ciudad epicentro del torneo. El lunes 14, Estela firmará un acuerdo de cooperación con organismos defensores de derechos humanos sudafricanos y se reunirá con dirigentes de la Fundación Nelson Mandela. El martes 15, Estela verá al obispo Desmond Tutu, una de las figuras centrales de la llegada del fin del esclavismo en Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz 1984. Ese mismo día, Estela visitará el memorial a los jóvenes estudiantes asesinados en Soweto en 1976. Esa ciudad era un inmenso gueto donde los sudafricanos negros podían vivir segregados de Johannesburgo. Debe su nombre al desprecio racista: S.W.T. son las siglas en inglés de South West Town, que significa al sudoeste de la ciudad, porque efectivamente el sistema racista la había enclavado a 25 kilómetros de “la ciudad”. Allí vivían –y viven– cerca de un millón de personas. Los racistas consideraban que, a esa distancia, estaban lo suficientemente lejos como para no contaminar “la ciudad” y lo suficientemente cerca como para trasladarse y trabajar sin derechos y por casi nada. Además, los racistas obligaban a los chicos a estudiar en afrikáans, el idioma de los boers, constituida en una raza superior designada por ellos mismos. En 1976, las protestas estudiantiles reclamando estudiar en sus propios idiomas terminaron en un baño de sangre. Las placas de bronce de las víctimas son difíciles de ver sin estallar en llanto. Están los nombres de los chicos y al lado las fechas de nacimiento y de muerte. La mayoría tenía entre 13 y 16 años al momento de ser asesinados por la policía racista.
Es probable que Estela pueda visitar a Nelson Mandela. Depende del estado de salud de ese hombre que es, además, la expresión viva de que los seres humanos pueden ser mejores que cualquier imagen deificada. Mandela cumplirá el próximo 18 de julio, una semana después de que termine el mundial, 92 años. Tras 27 años de cárcel, condujo al país a un sistema integrado de razas, creencias e ideas políticas. En 1993 fue consagrado Premio Nobel de la Paz y un año después era el presidente de todos los sudafricanos. Hoy es el custodio de esa increíble integración racial. En 1995, apenas a un año de asumir la presidencia, le tocó pilotear otro mundial, el de rugby, que en aquella Sudáfrica era el deporte de los blancos. Su gran capacidad le permitió franquearse la amistad de los jugadores, especialmente la del capitán del equipo, François Piennar, quien había sido educado en el apartheid y a quien la historia le regaló ese momento histórico porque su equipo se consagraba campeón. Piennar dijo entonces que el jugador decisivo para ganar la final contra los poderosos All Blacks de Nueva Zelanda había sido Nelson Mandela, quien vestía la camiseta sudafricana y, con mucha discreción, visitaba las concentraciones previas a los partidos. Quien está atento a la posible visita de Estela a Mandela es Diego. Desde ya, el Diez no quiere quedarse fuera de esa reunión.
Si el genial Julio Cortázar, tan comprometido con los derechos humanos, hubiera estado vivo con la oportunidad de buscarle un título al relato de ese encuentro sin duda habría puesto: “Estela, Diego y Nelson, enormísimos cronopios”.
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