Israel en América Latina
José Steinsleger/ IIEn una sesión del Tribunal Permanente de los Pueblos (Madrid, 1983), el ex secretario de prensa del Ministerio del Interior de Guatemala, Elías Barahona, declaró que desde 1977 Israel era “… el principal asociado de Estados Unidos para su estrategia militar en América Central”.Mostrar/Ocultar
Barahona había sido testigo de excepción de la matanza cometida por el ejército guatemalteco contra un grupo de refugiados en la embajada de España el 31 de enero de 1980, hecho en el que perdieron la vida varios familiares de Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz.
El desprestigio del genocida que presidía entonces el país centroamericano, el general Fernando Lucas García (1978-82), llevó a que la CIA y el Mossad buscasen al hombre “idóneo”. Por obvias razones comerciales, los israelíes eligieron al general Efraín Ríos Montt, oficial de la fuerza aérea, quien en marzo de 1982 dio un golpe de Estado y puso manos a la obra.
El programa de Ríos Montt se llamó Fusiles y Frijoles, táctica contrainsurgente que arrojó resultados macabros. Se trataba de concentrar el campesinado en “campamentos modelo” con el fin de aislar la base social de la guerrilla. Los campamentos se convirtieron en centros de exterminio masivo, y hasta hoy se siguen descubriendo las fosas comunes en las que fueron arrojadas miles de víctimas.
La asistencia israelí consistía en “modificar el patrón de población y actividad laboral”, eufemismo encubierto en el insólito término “palestinización”. Simultáneamente, en el departamento selvático de Alta Verapaz, Tadiran Israel Electronics montaba una fábrica de municiones, subametralladoras Uzi y fusiles Galil.
Por su lado, la Tagle Military Gear Overseas, con matriz en Tel Aviv, instaló una filial en el hotel Cortijo Reforma de la ciudad de Guatemala. Negocio que conllevaba sus riesgos. La guerrilla salvadoreña mató al importador de armas y cónsul honorario israelí Ernesto Liebes, señalado “criminal de guerra por el asesinato de miles de civiles salvadoreños”.
Las zonas asoladas por el etnocidio guatemalteco tuvieron lugar en el norte del país, rico en petróleo, uranio, cobre, cobalto, níquel, cromo, magnesio y asbesto, minerales críticos de gran demanda en Estados Unidos. La inserción israelí en la zona funcionó en el marco del resguardo estratégico de Washington en el “triángulo Guatemala/ El Salvador/ Honduras”.
El relevo de Israel para cubrir las espaldas de Washington en América Central estaba asegurado desde 1975. Por ejemplo, hasta 10 días antes de la caída de Anastasio Somoza (julio de 1979), Israel no dejó de contribuir al desangre del pueblo nicaragüense.
A finales de 1982, el ministro de Defensa de Israel, Ariel Sharon, apareció en Honduras acompañado por el general David Ivry, comandante en jefe de la fuerza aérea. Según el diario Tediot Anaronot, de Tel Aviv, Sharon ofreció a Honduras 12 aviones Kfir, instalaciones de radar y 50 asesores militares y especialistas en seguridad. Por su lado, el Central America Report informaba que Honduras contaba con un centenar de expertos israelíes de contrainsurgencia, otros tantos en El Salvador, y 300 más en Guatemala. Según la agencia de noticias italiana Ansa, luego de arrasar Beirut Israel ofreció al gobierno de Honduras y Costa Rica armamento capturado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)… gratis.
El 20 de julio de 1983, el New York Times publicó un informe secreto del ejército de Estados Unidos revelando que tales armas eran traspasadas a la contra nicaragüense. Con todo, 25 por ciento del armamento de los contras era de procedencia oficial israelí.
En El Salvador, el National Catholic Reporter dio cuenta de un informe de la venta que Israel hizo al gobierno de 25 aviones Arava, 19 Dassault Ouragan y seis Super-Mystere. Tel Aviv le venía entregando a la dictadura salvadoreña 21 millones de dólares anuales. Pero en 1983 el ministro de Relaciones Exteriores, Izthak Shamir, declaró la intención de elevar la ayuda militar a 81 millones de dólares.
Años más tarde, la cadena de televisión ABC News reveló que entre 1983 y 1986 agentes israelíes y estadunidenses proporcionaban a la contra nicaragüense armas que compraban en Polonia y Checoslovaquia, con fondos de la CIA reservados para operaciones secretas (Afp, Washington, 8/4/89).
Las armas se lanzaban con paracaídas en El Salvador y Costa Rica, tras haber sido transportadas a Panamá, vía Yugoslavia y Bolivia. “Sólo la CIA y los israelíes pueden regalarle a uno esto”, declaró a la revista Newsweek Edén Pastora, líder de los mercenarios nicaragüenses, tras recibir 500 fusiles automáticos.
En Panamá, los intermediarios de la CIA eran el cubano Félix Rodríguez (uno de los asesinos del Che Guevara) y el israelí Mike Harari, asesor del general Manuel Antonio Noriega cuando éste aún colaboraba con la CIA. ABC News añadió que los aviones se trasladaban luego a Estados Unidos, con droga cargada en Colombia y Panamá.
Fuente:
Nadie imaginó, hace 60 años, que el Estado de Israel, cuyo pueblo soñó durante siglos con el “derecho a existir”, acabaría negándoselo a sus primos hermanos palestinos. Nadie imaginó que los jefes políticos de “el pueblo elegido” acabarían promoviendo el terrorismo internacional, junto con Estados Unidos.
En la industria bélica israelí trabaja la cuarta parte de la población económicamente activa. ¿Quiénes son sus clientes? No quienes también sueñan con su “derecho a existir”, sino los regímenes que realizan negocios suculentos, ajustándose a las reglas del “libre mercado”. Money, money, money.
A inicios de mes trascendió que Colombia comprará a Israel 24 aviones supersónicos “renovados” del tipo “cachorro de león” (Kfir, en hebreo), que los agentes del Mossad contribuyeron a diseñar robándose los planos del Mirage francés, así como también copiaron el tanque Merkava del inglés Chieftain, y el fusil Galil del soviético AK.
Fuera de transacciones comerciales y pormenores técnicos, se agradece la honestidad de Juan Manuel Santos, ministro de Defensa de Colombia: “Se piensa en el conflicto armado interno, no en los vecinos”. O sea: en los vecinos. O sea: en Venezuela. Pero a ver… ¿no dijo Shakira que los colombianos “están-cansados-de-la-guerra”? Apresúrese a palomear “sí”, “no”, “no sé”, “me da igual”, porque el sátrapa Álvaro Uribe Vélez va por la tercera relección, y con los gringos se las trae.
Los intereses armamentistas de Israel en América Latina cuentan ya con larga experiencia. Allí donde hay huevos de la serpiente, sus mercaderes se hacen presentes para mimarla, orientarla, entrenarla, y venderle… “seguridad”. Empezaron con sigilo al inicio del decenio de 1970, cuando aún existían gobiernos que creían en el derecho internacional.
En rigor, la cooperación estratégica Washington-Tel Aviv en América Latina data de 1962, cuando el gobierno de Kennedy incorporó a los “Cuerpos de Paz” técnicos sionistas para divulgar el cooperativismo agrario como forma de guerra sicológica en un continente atraído por la revolución cubana.
Tras el golpe de Estado en Chile (11 de septiembre de 1973), Israel vendió a Pinochet misiles aire-aire Shafir, mientras instructores israelíes aterrizaban en Santiago y oficiales chilenos poblaban las academias militares israelíes. Israel y el régimen racista de Sudáfrica eran para entonces los países más amigos de Chile.
La vieja doctrina exterior de Abba Eban (ex ministro israelí de Asuntos Exteriores, 1915-2002), dividir el espectro mundial entre amigos de Israel y amigos de los árabes, fue sustituida por Ariel Sharon, sumándose a la doctrina del Pentágono.
“El esfuerzo militar de Israel –enfatizaba Sharon– es el principal en todos los órdenes y debe ser enfocado en la perspectiva del conflicto global entre el mundo comunista y el Occidente de capitalismo libre, sosteniendo por las armas la causa occidental en cualquier rincón del mundo.”
Luego, el preámbulo y el primer punto del acuerdo de cooperación estratégica suscritos por Ronald Reagan y Menajem Beguin auspició las “operaciones conjuntas más allá de la zona del Mediterráneo”.
El punto tres del acuerdo estipulaba la “cooperación estrecha en la orientación de la asistencia militar en todo el tercer mundo”. Y para el caso, Sharon contrató al estadounidense Arie Granger para efectuar un profundo estudio de marketing de armamentos en América Latina.
Según un editorial de The Guardian (27/08/82) y Le Monde Diplomatique (octubre de 1982), ambos firmados por el analista Ignacio Klich, Israel aspiraba a “…convertirse en el mandatario de Estados Unidos en América Central, el Caribe, África del Sur y Taiwán, pues por razones políticas Washington no puede brindar toda la asistencia militar requerida por los regímenes amigos”.
Recordemos el caso del mexicano Marcos Katz, representante oficial de las industrias aeronáuticas israelíes en México y América Central. En julio de 1977, Katz se vio en dificultades cuando el diario Haaretz de Tel Aviv lo señaló como el contratista de un avión de transporte argentino decomisado en el aeropuerto de Siwell, Barbados. El avión transportaba 26 toneladas de armas y municiones vendidas por Israel a Guatemala y embarcadas por Katz en Portugal.
El gobierno de Bridgetown presentó una protesta al gobierno israelí. “Las armas –observó– serán destinadas al país centroamericano debido ‘al problema con Belice’ (por el cual Guatemala reclamaba soberanía).”
Comedidamente, Tel Aviv “demostró” que el avión que las transportó no salió de Israel. ¿Y Katz? Olvídese. En 1976, el caballero había donado 50 mil dólares a la Universidad Religiosa Israelí Bar Ilan para consagrar una cátedra a nombre de sus progenitores, y Tel Aviv dio por cerrado el asunto.
En 1978, tras la suspensión de la ayuda militar yanqui a Guatemala por la violación sistemática de los derechos humanos, Israel se apiadó del régimen genocida y le vendió 11 aviones Arawa, 10 blindados RBY-MK, 15 mil fusiles Galil, morteros de 81 mm, bazucas, lanzagranadas, tres guardacostas Dabier, un sistema de transmisiones tácticas, un circuito de radares y 120 toneladas de municiones.
En una sesión del Tribunal Permanente de los Pueblos (Madrid, 1983), el ex secretario de prensa del Ministerio del Interior de Guatemala, Elías Barahona, declaró que desde 1977 Israel era “… el principal asociado de Estados Unidos para su estrategia militar en América Central”.
Barahona había sido testigo de excepción de la matanza cometida por el ejército guatemalteco contra un grupo de refugiados en la embajada de España el 31 de enero de 1980, hecho en el que perdieron la vida varios familiares de Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz.
El desprestigio del genocida que presidía entonces el país centroamericano, el general Fernando Lucas García (1978-82), llevó a que la CIA y el Mossad buscasen al hombre “idóneo”. Por obvias razones comerciales, los israelíes eligieron al general Efraín Ríos Montt, oficial de la fuerza aérea, quien en marzo de 1982 dio un golpe de Estado y puso manos a la obra.
El programa de Ríos Montt se llamó Fusiles y Frijoles, táctica contrainsurgente que arrojó resultados macabros. Se trataba de concentrar el campesinado en “campamentos modelo” con el fin de aislar la base social de la guerrilla. Los campamentos se convirtieron en centros de exterminio masivo, y hasta hoy se siguen descubriendo las fosas comunes en las que fueron arrojadas miles de víctimas.
La asistencia israelí consistía en “modificar el patrón de población y actividad laboral”, eufemismo encubierto en el insólito término “palestinización”. Simultáneamente, en el departamento selvático de Alta Verapaz, Tadiran Israel Electronics montaba una fábrica de municiones, subametralladoras Uzi y fusiles Galil.
Por su lado, la Tagle Military Gear Overseas, con matriz en Tel Aviv, instaló una filial en el hotel Cortijo Reforma de la ciudad de Guatemala. Negocio que conllevaba sus riesgos. La guerrilla salvadoreña mató al importador de armas y cónsul honorario israelí Ernesto Liebes, señalado “criminal de guerra por el asesinato de miles de civiles salvadoreños”.
Las zonas asoladas por el etnocidio guatemalteco tuvieron lugar en el norte del país, rico en petróleo, uranio, cobre, cobalto, níquel, cromo, magnesio y asbesto, minerales críticos de gran demanda en Estados Unidos. La inserción israelí en la zona funcionó en el marco del resguardo estratégico de Washington en el “triángulo Guatemala/ El Salvador/ Honduras”.
El relevo de Israel para cubrir las espaldas de Washington en América Central estaba asegurado desde 1975. Por ejemplo, hasta 10 días antes de la caída de Anastasio Somoza (julio de 1979), Israel no dejó de contribuir al desangre del pueblo nicaragüense.
A finales de 1982, el ministro de Defensa de Israel, Ariel Sharon, apareció en Honduras acompañado por el general David Ivry, comandante en jefe de la fuerza aérea. Según el diario Tediot Anaronot, de Tel Aviv, Sharon ofreció a Honduras 12 aviones Kfir, instalaciones de radar y 50 asesores militares y especialistas en seguridad. Por su lado, el Central America Report informaba que Honduras contaba con un centenar de expertos israelíes de contrainsurgencia, otros tantos en El Salvador, y 300 más en Guatemala. Según la agencia de noticias italiana Ansa, luego de arrasar Beirut Israel ofreció al gobierno de Honduras y Costa Rica armamento capturado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)… gratis.
El 20 de julio de 1983, el New York Times publicó un informe secreto del ejército de Estados Unidos revelando que tales armas eran traspasadas a la contra nicaragüense. Con todo, 25 por ciento del armamento de los contras era de procedencia oficial israelí.
En El Salvador, el National Catholic Reporter dio cuenta de un informe de la venta que Israel hizo al gobierno de 25 aviones Arava, 19 Dassault Ouragan y seis Super-Mystere. Tel Aviv le venía entregando a la dictadura salvadoreña 21 millones de dólares anuales. Pero en 1983 el ministro de Relaciones Exteriores, Izthak Shamir, declaró la intención de elevar la ayuda militar a 81 millones de dólares.
Años más tarde, la cadena de televisión ABC News reveló que entre 1983 y 1986 agentes israelíes y estadounidenses proporcionaban a la contra nicaragüense armas que compraban en Polonia y Checoslovaquia, con fondos de la CIA reservados para operaciones secretas (Afp, Washington, 8/4/89).
Las armas se lanzaban con paracaídas en El Salvador y Costa Rica, tras haber sido transportadas a Panamá, vía Yugoslavia y Bolivia. “Sólo la CIA y los israelíes pueden regalarle a uno esto”, declaró a la revista Newsweek Edén Pastora, líder de los mercenarios nicaragüenses, tras recibir 500 fusiles automáticos.
En Panamá, los intermediarios de la CIA eran el cubano Félix Rodríguez (uno de los asesinos del Che Guevara) y el israelí Mike Harari, asesor del general Manuel Antonio Noriega cuando éste aún colaboraba con la CIA. ABC News añadió que los aviones se trasladaban luego a Estados Unidos, con droga cargada en Colombia y Panamá.
La sigilosa intervención militar de Israel en América Latina fue oficiosamente consentida en 1974 por Henry Kissinger, secretario de Estado del presidente Richard Nixon. O sea, varios años antes de la suspensión de ayuda militar a los regímenes que violasen los derechos humanos, política ambivalente que al presidente James Carter (1977-80) le sirvió para componer los traumas del imperio luego de su derrota militar en Vietnam (1975).
En 1975, el New York Times informó que las ventas de armas israelíes a El Salvador y Honduras se habían incrementado a partir de 1974, y que de un total de 400 millones de dólares, 107 millones provinieron de ventas a Guatemala y Nicaragua. En abril de 1977, el Times afirmó que en 1976 “más de la mitad de los 600 millones de dólares obtenidos por Israel provenían de América Latina”.
Simultáneamente, un informe del Instituto Internacional Sueco de Investigación por la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés, 1976) observaba que Israel se había colocado como “… segundo proveedor bélico de América Latina, después de Estados Unidos y por delante de Alemania occidental y Francia”.
Al año siguiente, el diario Haaretz reveló que Israel proporcionaba equipo militar ultramoderno y oficiales instructores para la guerra contrainsurgente en América Latina” (22/3/77). Shulamit Aloni, diputada en la Knesset (Parlamento) por el Movimiento por los Derechos Civiles, exigía en vano al gobierno de Tel Aviv los nombres de los consejeros israelíes militares en América Central.
Por aquellos años Israel compartía con el gobierno racista de Sudáfrica la idea de crear la Organización del Tratado del Atlántico Sur (OTAS), extensiva de la jurisdicción formal de la OTAN. En tanto, en Argentina, la armada –dirigida por el almirante Emilio Massera (partidario del proyecto OTAS)– adquiría en Israel misiles mar-mar a 90 mil dólares cada uno. El interés estratégico de Israel apuntaba a conocer de cerca el importante desarrollo de la industria nuclear argentina. Pero sería luego de la toma de la embajada de Washington en Teherán y la consecuente incautación de documentos de inteligencia (“crisis de los rehenes”, 4 de noviembre de 1979) cuando los medios de comunicación de Estados Unidos y Europa empezarían a informar de la conexión de Israel con los servicios de inteligencia de México, Costa Rica, Panamá, Ecuador, República Dominicana, Colombia, Perú y Venezuela.
Hacia 1982, con el fin de aliviar una deuda exterior que era de 25 mil millones de dólares (más de 50 por ciento del producto nacional bruto), Israel ya había convertido la industria bélica en eje de su economía. Lectura política que empataba con la de varios economistas israelíes, quienes decían que para un presupuesto nacional de 15 mil millones de dólares y una inflación de 140 por ciento la ayuda estadunidense de 2 mil 800 millones representaba poco menos que una “aspirina”.
En la reunión del Movimiento de Países No Alineados (Managua, enero de 1983) se estimó que las ventas de armas a los regímenes militares de América Latina ascendían a 3 mil millones de dólares.
Más al norte, en Ecuador, la trágica desaparición del presidente Jaime Roldós (muerto junto con su esposa y el ministro de Defensa en un accidente aéreo que jamás fue aclarado) llevó a investigar un asunto que fuentes bien informadas atribuyeron a “ajustes de cuentas entre traficantes de armas israelíes”.
El escritor Jaime Galarza, por ejemplo, se preguntó qué negocio bajo la manga traía el general retirado Retoman Zeevi cuando en marzo de 1977 se había reunido en Quito con distintas autoridades del gobierno militar, acompañado de un insólito personaje: el famoso actor Chaim Topol, bien conocido por su versión para la pantalla de El violinista en el tejado.
A fines del decenio de 1980, la justicia ecuatoriana abrió una investigación contra el ex presidente León Febres Cordero (1984-88), quien había autorizado una “donación” de 150 mil dólares del Banco Central a una red de empresas israelíes dedicadas a vencer “asesoría en seguridad”. Eitan Rilov, propietario de una de estas empresas, contaba con socios que eran jubilados del Shin Bet, la agencia interna de seguridad israelí.
La defensa del caso reveló la identidad del israelí Ran Gazit, gerente de International Defense and Security, empresa radicada en Miami, prestadora de servicios a gobiernos y bancos privados de Perú, Colombia y Ecuador (Filanbanco y Banco del Pacífico). Efraín Álvarez, vicepresidente del Tribunal de Garantías Constitucionales, sostuvo que Gazit habría estado involucrado en la muerte de Arturo Jarrín, dirigente de la organización insurgente Alfaro Vive. El cadáver de Jarrín apareció en Quito el 18 de octubre de 1986. El gobierno de Febres Cordero dijo: “muerto en combate”, y los medios dijeron “muerto en combate”. Pero no dijeron que 24 horas antes el Comando Sur del ejército estadunidense lo había detenido en Panamá.
Con todo, Colombia ha sido el país latinoamericanos que más le debe a Israel y su terrorismo for export.
Fuente
2 Comentarios:
el mercado de ventas de armas es de los paises del norte solo?
Anonimo, es tan complejo el mercado de la guerra! los señores poderosos se encuentran en el norte pero las guerras las libran en los sures! no lo crees asi?
Los comentarios son moderados debido a la gran cantidad de span.
Gracias por comentar!
tu opinión será publicada en breve!