Después de la soledad
Máximo Ballester
Después de la soledad
Viene una comparsa macilenta de conclusiones
que caen como lágrimas no lloradas. Una encrucijada
que tiene su espejo en la Cruz del Sur apenas entrevista.
Viene otra soledad con su viejo vestido nuevo
a bailarnos un vals melancólico y plomizo. En esa incertidumbre
descolgamos el alma del ropero, le arreglamos las solapas levantadas
en una tarde de frío, nos ponemos un recuerdo en los bolsillos
y hablamos soledades frente a espejos que no están o que están
en otra casa, otros pasillos, los parques en otoño.
Después de la soledad viene un después de hora. Un arrojar los dados
para que den barriletes o trapecios. Viene ese instante
de preguntar por nosotros a los perros, a los árboles,
a las rejas negras de una casa cualquiera.
Viene el si somos o no somos frente
a la calavera de los días: sopesamos una moneda
que perdimos en la infancia, el sonido de un
arroyo –pudiera ser- con sus dedos de luz
entre los juncos.
Después de la soledad viene el amor por las cosas simples,
un nombre, un estribillo, una campana, un tenedor,
un zapato, el sonido de unos pasos en un museo,
el aleteo de una gaviota fuera de su grupo,
las sombras de un sauce recostado en el crepúsculo.
Vienen voces queridas, gestos copiosos, unos ojos, otros,
retahílas de cariño.
Después de la soledad viene el amor porque el puente de la soledad
conduce hacia él saltando las aguas de la muerte. Si la soledad
no es tierra del amor no será fosa para nadie. No será canto
de cisne o de sirenas, ni siquiera un silbido para no sentirse solo.
Después de la soledad viene la vida. La vida con soledades y sin ellas.
Máximo Ballester
Después de la soledad
Viene una comparsa macilenta de conclusiones
que caen como lágrimas no lloradas. Una encrucijada
que tiene su espejo en la Cruz del Sur apenas entrevista.
Viene otra soledad con su viejo vestido nuevo
a bailarnos un vals melancólico y plomizo. En esa incertidumbre
descolgamos el alma del ropero, le arreglamos las solapas levantadas
en una tarde de frío, nos ponemos un recuerdo en los bolsillos
y hablamos soledades frente a espejos que no están o que están
en otra casa, otros pasillos, los parques en otoño.
Después de la soledad viene un después de hora. Un arrojar los dados
para que den barriletes o trapecios. Viene ese instante
de preguntar por nosotros a los perros, a los árboles,
a las rejas negras de una casa cualquiera.
Viene el si somos o no somos frente
a la calavera de los días: sopesamos una moneda
que perdimos en la infancia, el sonido de un
arroyo –pudiera ser- con sus dedos de luz
entre los juncos.
Después de la soledad viene el amor por las cosas simples,
un nombre, un estribillo, una campana, un tenedor,
un zapato, el sonido de unos pasos en un museo,
el aleteo de una gaviota fuera de su grupo,
las sombras de un sauce recostado en el crepúsculo.
Vienen voces queridas, gestos copiosos, unos ojos, otros,
retahílas de cariño.
Después de la soledad viene el amor porque el puente de la soledad
conduce hacia él saltando las aguas de la muerte. Si la soledad
no es tierra del amor no será fosa para nadie. No será canto
de cisne o de sirenas, ni siquiera un silbido para no sentirse solo.
Después de la soledad viene la vida. La vida con soledades y sin ellas.
1 Comentario:
"Después de la soledad viene el amor por las cosas simples,
un nombre, un estribillo, una campana, un tenedor,
un zapato, el sonido de unos pasos en un museo,
el aleteo de una gaviota fuera de su grupo,
las sombras de un sauce recostado en el crepúsculo.
Vienen voces queridas, gestos copiosos, unos ojos, otros,
retahílas de cariño."
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