por Ángel
—En serio, te digo que pronto voy a ser inmortal— le dijo Fabián al ebrio sentado a su lado.
—Será genial... —continuó diciendo— imagináte todas las cosas que yo podría hacer.— Los ojos le brillaban como si anhelara inalcanzables utopías; Utopías prontas a cumplirse.
En realidad no sabía muy bien cómo había empezado la charla con aquel vagabundo; quizá le inspiraba esa ciega confianza que poseen todos los desconocidos, o era una salida, una necesidad que sentía por compartir su misterioso secreto.
—Mañana ocurrirá todo, Él me lo prometió.
El ebrio dejó de jugar con su copa y por primera vez le dirigió la mirada, resignada o dudosa. Lo observó durante un tiempo incierto; logró que Fabián se incomodara. "Quizá crea que estoy delirando", penso él mientras se levantaba de la barra y se despedía.
—Señor, mañana seré un hombre nuevo —sentenció Fabián.
Abrió la puerta y se marchó.
A la noche siguiente, a la misma hora, regresó al bar. Entró con la cara reluciente, al parecer muy ansioso; le temblaban las manos y estaba algo agitado. Como un autómata fue directo al encuentro del vagabundo: lo encontró en la misma silla, con la copa vacía y el rostro abatido. Hubiera jurado que se veía tres o cuatro años más viejo, o tal vez era su vestimenta: grasienta y gastada. Le invitó un trago.
—¿Y? ¿Ya es un hombre nuevo? —preguntó el vagabundo ahora irónico, limpiándose la boca con la manga de su gabardina color miseria.
—No, aun no, pero todo ocurrirá dentro de un par de horas. Él arregló un encuentro con uno de sus agentes; éste me daría la inmortalidad —las manos de Fabián temblaban.
—¿Y por qué querés ser inmortal? —preguntó el ebrio cabizbajo.
—¿Cómo por qué? El tiempo es sabiduría dicen, ser inmortal es tener poder... no sé, miles de cosas; quizá usted no comprenda... —Fabián hizo una pausa, trató de acomodar pensamientos.
— ...El dolor me sería indiferente, o lo superaría "con el tiempo" —dijo sonriendo, luego afirmó serio: aparte, la muerte jamás llegaría...
—Pero la muerte siempre llega.
—Claro, pero nunca para los que tienen vida eterna...
—Entiendo... —dijo el vagabundo, y haciendo una reverencia con su sombrero agregó: Le deseo suerte.
—Presiento que ya no voy a tener que necesitar de esa ambigüedad humana.
—Es posible, es posible... —El vagabundo tomó de un sorbo su trago y desapareció por la puerta.
Fabián nunca sintió tanta impotencia: el reloj, ocioso, caminaba con paso indeciso. Finalmente se hizo hora.
Caminó un par de calles arriba y se plantó en la esquina según lo acordado; uno de sus agentes arribaría en minutos.
El clima empezó a enrarecerse, una ténue neblina rodeó aquel oscuro sitio.
De golpe sintió que alguien lo tomaba con agresividad por la espalda y torcía su cuello. Fue algo fugaz e irreparable: dos finísimos colmillos le perforaron la piel y su sangre fluyó.
Luego, (¿qué tan luego?) como si fuera una bolsa inservible, su agresor lo arrojó a un costado. Fabián, aun rodeado de incertidumbre y entre tambaleos logró levantarse y mirar a su atacante: Era el vagabundo, su boca estaba toda manchada de color carmesí. Éste comenzó a reír histéricamente; la risa se fue diluyendo, se volvió agua amarga.
—¡Insensato! —sollozó el vagabundo.
Fabián, paralizado. Fabián, en silencio.
Abatido y cansado, demasiado cansado y con los hombros hechos pedazos por el peso del sufrimiento el vagabundo agregó:
—Alguna vez también anhelé la inmortalidad...
Y diciendo esto sacó de su larga gabardina color miseria, color tristeza, color incierto una estaca y se la clavó en el corazón, volviéndose polvo y perdiéndose entre la neblina.
En un destello, Fabián comprendió. Vistió la gabardina del viejo, calzó su sombrero y empezó a frecuentar los bares, buscando valor.
2 Comentarios:
oye que gran Cuento
de verdad me gustó mucho :P
gracias
Un Beso
gracias a vos Sir por siempre comentar!!
Los comentarios son moderados debido a la gran cantidad de span.
Gracias por comentar!
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