Hail Sátan, La Invocación….Me he decidido a contar toda la verdad de lo ocurrido hace 20 años ya, en la ciudad de Z…(omito los nombres para guardar a los lugares que acá parecerán de culpas y escrúpulos, de las gentes que lean este relato), en compañía de mi amigo…,y maestro en ciertos asuntos, David T…, no espero que se me crea, ni que al lector le parezca por lo que en estas páginas leerá, dude de mi salud mental, pero es un detalle ya sin importancia para mi, mi única intención a estas alturas es desahogar mi condenado espíritu.
Mi nombre es Bernardo S…, y soy hijo único de una tranquila familia,(la cuál ya descansa en paz) de provincias y que siempre espero de mi, lo que en su vida deseaban para ellos, tranquilidad, tranquilidad encontrada en el trabajo honesto y la vida pueblerina, observar la religión y fe católicas, por esto al hacerme mayor fui enviado al único colegio (en esos tiempos) que allí había, dirigido por sacerdotes, sin muchas pretensiones, se enseñaba allí lo básico en casi todos los ramos, obviamente haciendo tiempo para oraciones, catecismos, etc, que eran más importantes ahí que lo impartido.
En aquellos tiempos de mi infancia (y luego) de mi adolescencia, inculcaba ya el odio y el asco, que siempre, por toda mi vida he tenido por lo religioso, el cuál fue cada día de los que pase en ese colegio de provincia en aumento constante…., no sé sí algunas personas que lleguen a leer este relato puedan sentir alguna afinidad con este sentimiento, para aquellos que la vida esta completa y llena solo en la piedad y reverencia hacia todo lo que se entiende por sagrado, desde la mirada de la Iglesia Católica, nada o poco captaran de lo que acá trato de explicar, en cambio aquellos que al ver las iglesias o algún sacerdote predicando, sienten un total desprecio, quienes se sientan atraídos por los cementerios de noche, por las casas antiguas y desabitadas y por los libros (¡ oh los libros!) viejos, de temas sobre lo más allá de lo natural, y que dan avistamiento a las regiones inmensas que se abren hacia el infinito, dejando empequeñecido hasta el ridículo el mínimo conocimiento humano, me entenderán.
En esos días ya tan lejanos, yo admiraba, me deleitaba…aunque a veces me estremecía, con todo lo referente a la brujería y hechicería, todo aquello que pudiera entregar al hombre que los supiera utilizar, poderes más allá de todo lo inimaginable, por ello en esos días mi vida transcurría en la increíblemente abarrotada biblioteca del colegio (seguramente debía guardar textos desde la edad media, un refugio para el saber por estar tan escondido mi pueblo), vagaba yo ahí por aquellos estantes, como lo haría un leproso en busca de la cura de sus males, ahí pasaba horas y horas leyendo agusanados libros, mohosos otros y que yo me daba el trabajo de recomponer, en es lugar fue donde conocí a David T… .
Era uno de los tantos días en que yo me encontraba en la biblioteca luego de escabullirme de el servicio religioso ( cosa que por lo demás hacia ya con frecuencia) y luego de buscar en el catálogo algún ejemplar mi atención me decidí por el libro “Hechizos y Contra Hechizos, Prácticas Mágicas” de Marchard Claudio, me dispuse luego de anotar la ubicación del libro a ir en su busca, seguro de antemano de encontrarlo, ya que los libros que despertaban mis simpatías prácticamente nunca eran sacados de sus estantes, pero cuál sería mi sorpresa al encontrar el lugar en que debía estar…,vacío, revise nuevamente el número en el catálogo, hallando que no me había equivocado y el lugar en donde el libro en cuestión debía estar, pues estaba vacío realmente, es decir alguien le había sacado.
Sabiendo que todo el colegio se encontraba en misa y que por el contenido del libro era casi imposible que hubiera sido sacado en préstamo por algún alumno, me dispuse pues a buscar en la biblioteca si había alguien más que estuviera leyendo en esos momentos, esta especie de búsqueda de “alma gemela”por así decirlo, no me resulto larga, ya que a poca distancia del estante en donde yo había ido a buscar el libro, en una de las numerosas mesas allí dispuestas para la lectura, se encontraba quien por esta casualidad y desde ese mismo momento se convertiría en mi guía, maestro y por sobre todo amigo en largos años de estudio y experimentación esotérica que siguieron luego de ese encuentro, nunca he olvidado como le vi esa vez…,sentado y leyendo con avidez, parecía la encarnación de alguna potencia adquiriendo o quizás “recordando” viejos conocimientos vedados por su complejidad u horrible contenido, para el común de los mortales, al acercarme levantó la cabeza y dirigió su miraba que brillaba en la poco iluminada sala de lectura, una mirada fría y de una fijeza tal que uno se veía obligado a parpadear y alejar en algo su fuerza…me estremecí ahí, como me estremezco ahora al recordarlo a pesar de los años transcurridos.
“Hola, dije en voz muy baja, todavía impresionado por su mirada, “mi nombre es Bernardo S…”
“Buenas, “¿Que es lo que deseas? “, me contesto.
Luego de sentarme le referí el incidente del libro, estableciéndose nuestro primer contacto y diálogo, pasamos por una multitud de temas en aquella tarde, todos afines a nuestro común amor a las sombras y lo oculto, quedando cada minuto más pasmado por sus increíbles conocimientos a los temas que me obsesionaban, contribuyó a esto también, nuestro mutuo desprecio hacia lo religioso, nuestro común amor a las prohibidas ciencias, esas cosas contribuyeron como la lluvia a ensanchar los ríos, así al ponerse el sol, veía que el sería mi guía por los derroteros ajenos al ser humano común y corriente.
No haré referencia a todas nuestras aventuras, sacrilegios y actos fuera de lo corriente, por no decir cercanos a lo delictúal que juntos realizamos en aquella época, solo diré que comparados a los que realizamos adquirida nuestra mayoría de edad y partir a la Universidad en la ciudad de Z…., eran solo juegos de niños. Así, al abandonar para siempre aquellos parajes, dejando atrás nuestras familias y raíces, sin mirar atrás, ya que estábamos más que hartos de campo, curas y colegio (excepto por su biblioteca claro, que quizás fuera lo único que llegáramos a extrañar). Ambos nos habíamos inscrito en variadas materias, siendo las de arqueología y mitología, junto con el estudio comparado de culturas y religiones desaparecidas, todo lo referente a sus ritos y a sus creencias y ritos las que lejos, más nos interesaban.
Devoramos en la inmensa (mucho más obviamente que la de nuestro colegio) biblioteca de la Universidad todo lo referente a estos temas y muchos más, concurríamos regularmente a clases y todo iba dentro de la típica rutina del estudio universitario, cuando llegó la noche del 31 de Octubre.
Era una noche totalmente obscura y serían alrededor de las 21.00 hrs y nos encontrábamos en una de las habitaciones de la antigua casona que junto a mi amigo habíamos arrendado, por demás esta decir, que era la más derruida, tenebrosa y alejada de la población que pudimos encontrar, esto por varias razones, derruida para pagar un escaso alquiler, tenebrosa por nuestras aficiones hacia lo siniestro, además al mismo tiempo alejaba a las gentes inoportunas (además de a toda la localidad, tenía además de muchos años atrás fama de encantada) y por ultimo retirada para poder trabajar con tranquilidad de no ser sorprendidos en nuestras investigaciones y experimentos, no utilizábamos luz eléctrica y con ello contribuíamos más aún al aura diabólica de la casa…..,aunque obviamente para nosotros era el parnaso.
La habitación en que nos encontrábamos la habíamos destinado para el trabajo diario y entre nosotros le llamábamos el “laboratorio”, mi amigo se encontraba ensimismado hacía semanas en la traducción de un antiquísimo volumen, este era una de las primeras copias del “Libro de Enoch” el cuál estaba escrito en Latín y databa del año 1353, habiéndolo encontrado hacía unos meses en la biblioteca de la universidad, David no dormía por terminar lo más pronto posible de traducirle al castellano, incansablemente se quedaba hasta altas horas de la madrugada traduciendo el espantoso volumen, para luego dormir un par de horas y proseguir con su auto-impuesto trabajo, en las ultimas semanas ya no dormía, días antes del 31 de Octubre, ni el mínimo descaso del par de horas se consentía, no probaba alimentos también en varios días ya, solo café cargado y anfetaminas…., sabía que nada valía mi opinión de que parara semejante desgaste de su cuerpo, se limitaría mirarme y ya…sabía que no soportaba su inmisericorde mirar, menos aún con la absoluta fijeza que el café y las anfetaminas le conferían, debía ser enorme el apremio que sentía por terminar la traducción , elucubraba, fumando sentado al fondo del “laboratorio”. Aún estaba ahí adormilado, cuando el grito :
“¡¡ Por fin!!, ¡¡ lo he encontrado!!”, me despertó instantáneamente, casi haciéndome caer del sillón en que me encontraba, miré a David y su cara reflejaba una mueca espantosa he inhumana de triunfo, junto a la segura fiebre y exaltación de estos días sin dormir y el trabajo exhaustivo que había llevado acabo.
“Hoy es la noche”, me dijo, “Hoy es “Walpurgis”, Bernardo”, respiro fuertemente para luego continuar, “Hoy las brujas y las potencias del infierno andan sueltas, y las brujas realizan sus aquelarres a la luz de la luna y con ellas se mezclan los Demonios de la raza de Azazel, Señor de los Ángeles caídos, y hoy nos mezclaremos también nosotros con ellas”.
Yo solamente atinaba a mirarle estupefacto desde mi sillón, solo después de unos minutos pude preguntarle, “¿Qué es lo que pretendes que hagamos?”.
“Sígueme”, fue todo lo que obtuve por respuesta.
Tomo las últimas notas de sus traducciones y dirigiéndose hacía el sótano de la casa, regreso con una pala, entregándomela, luego, al punto y con paso vivo, abandonamos la casa.
El lector podrá preguntarse (y con razón) como era que yo podía seguir a mi amigo sin ningún informe o idea sobre lo que íbamos hacer, (más con una pala como carga, sumado al personaje con quien me encontraba) solo puedo decir que mi “yo” en ese tiempo simplemente no existía, tan ciega era la confianza en David que le hubiera seguido al mismísimo infierno (cerca al menos anduvimos), si el me hubiera guiado, aún con la confianza que le tenía si, yo no podía dejar de estremecerme al oír las espantosas divagaciones de mi amigo, estos estremecimientos aumentaron al percatarme que íbamos derecho al más olvidado y tenebroso cementerio de la zona, no me quedo otra aquella noche que apretar fuertemente la pala que llevaba y tratar en lo posible de alejar de mi mente los presentimientos acerca de la sacrílega y horrible tarea que junto a mi amigo llevaríamos acabo en ese cementerio.
“Al fin he logrado encontrar lo que por tantos años he buscado Bernardo, la fuente de todo el saber oculto, todo se basa en la inmortalidad que queda en cierta zona del cerebro incorrupta, por siempre, son unos determinados poderes cósmicos….,,” así divagaba David al estar ya dentro del cementerio luego de brincarnos la barda (nada alta por lo demás, lo que indicaba claramente la mentalidad antigua, que ni en sueños se imaginaba a dos vampiros como éramos ahora, violando tumbas en aquel recinto), “..podrán pasar siglos y siglos y estos poderes aún estarán ahí, en lo que quede del cerebro, aunque sea solo polvo, brujas y brujos aprenden mucho en esta existencia, pero es una vez muertos que esos conocimientos se amplían en grado máximo, ¡ y al fin he encontrado el libro!...el libro que me ayudará a conocer estos secretos”.
Aquellas eran las palabras en esa noche obscurísima (al menos en eso se equivocaba mi amigo, las brujas esa noche bailarían con fogatas, no a luz de la luna), solo la pobre luz de un mecherito que llevamos nos iluminaba nuestro andar, el cuál sin embargo era firme y decido, seguramente que David ya debía de haber andado entremedio de las tumbas en que nos encontrábamos, continuo este sus divagaciones, pero ahora en un extraño tono compungido.
“¡Pero hemos de apurarnos Bernardo!, ¡Hemos de apurarnos!, debemos de tener todo listo antes de medianoche”, tomo aliento y continuo, “sino, sino todo este esfuerzo será inútil”.
Seguimos pues nuestro camino entremedio de tumbas y mausoleos, la verdad aquel cementerio no podía presentar un aspecto más pobre y deprimente (si es que algún cementerio puede llegar a ser “alegre”), la pobre luz del mechero, dejaba ver de vez en cuando, lápidas cubiertas por la maleza y el polvo de los siglos (según recuerdo David me comento durante ese trayecto maldito, que hacia ya más de un siglo que nadie era sepultado ahí, uno nuevo, más grande y de esos tipo “jardín”, en cuales los deudos hacían “picnic”y los críos jugaban a la pelota, había sido construido mucho más cerca de la urbanidad, quedando este poco a poco relegado al olvido y los saqueadores como nosotros)muchas lapidas estaban rotas y tiradas ahí mismo donde el tiempo las hizo caer, todos ahí eran muertos que habían caído en la verdadera muerte del olvido.
David se detuvo de pronto, saco un papel doblado del bolsillo de su chaqueta y lo examino con la luz del mechero, luego, lo volvió a guardar y torció hacia la izquierda, continuando así nuestro camino.
“Tuve que buscar durante meses en los registros de la biblioteca del juzgado, algún caso por brujería, buscaba en específico que fuera un “brujo”, recuerda que por cada mil brujas hay un brujo, en ese cerebro sabía que debían conservarse y muy potenciados los poderes que ahora buscamos. Por fin un día encontré lo que tanto buscaba , un juicio por brujería hacía un tal “Walter G…”, este había ocurrido en 1603, rogué para que no hubiera ido a para a la hoguera, ya que no me serviría para nada, pero por fortuna había sido ahorcado, era pues el elegido, anote los datos y vine aquí a buscar la tumba, encontrándola, por fin la marque hice este mapa…, y volví a terminar la traducción del libro, ya que sin las formulas…”.
Por fin llegamos a lo que parecía ser la parte más antigua del cementerio, David encontró fácilmente la tumba con la marca, del que en vida había sido Walter G, brujo, ahorcado por la Inquisición, por cosas que agradecí que David no me contará, este luego de sacarse su chaqueta me dijo, “Rápido Bernardo, sácalo, que yo debo de ocuparme de otras cosas” y sonrío , dejándome helado, era el diablo en persona quien veía sonreírse, si se hubiera carcajeado, juró que por muy amigo mío hubiera salido corriendo despavorido, convencido de haber estado viviendo con Satán sin haberlo sabido por seguro hasta ahora.
Empecé a cavar a las 23:00 hrs, para las 23:45 ya había tocado la pala la tapa del ataúd, yo en esos sudaba, no por el esfuerzo físico, sino que por miedo, me salía por todos los poros del cuerpo, pero la ciega confianza en mi amigo, me había hecho hundir la pala con más fuerza cada vez en la tierra, aun así no podía evitar que mis rodillas chocaran entre sí, sabía más que presentir, que sería testigo de algo antinatural y horroroso, pero pudo la confianza ciego en David que el miedo y la prudencia.
A las 23:50, habiendo sacado a duras penas el ataúd de su agujero, se me acerco David y llevándome del brazo dijo, “Vamos Bernardo, vamos que ya es casi medianoche”, se acerco al ataúd y haciendo juntos presión con la pala logramos abrirle.
Aún ahora al recordar estos hechos, me acuden las mismas náuseas que sentí esa noche, el aire se impregno del más asqueroso olor a putrefacción(al parecer los brujos van dejando más olor a podrido al hacerse polvo que los demás seres humanos, y este ya llevaba más de cuatro siglos allí abajo con los gusanos),pero aguanté mi asco igual que debo hacerlo ahora, David , ni pestaño, nos acercamos y pudimos ver los estragos que el tiempo había hecho en aquel cuerpo, ya no había carne, y solo algunos huesos astillados quedaban del brujo, pero aún quedaba sortear una ultima dificultad, como todos los brujos había sido enterrado boca abajo y como el sirviente ahí era yo me toco superar la repulsión que sentía y tomar aquellos despojos y colocarlos “al derecho”, al fin quedo todo como David quería y yo me senté al fin, ya que estaba exhausto a contemplar el horrendo espectáculo.
La verdad mejor hubiera sido que me hubiera quedado ciego, a ser testigo de lo que ahí, esa noche del 31, ocurrió.
Faltaban solo unos minutos para la medianoche cuando David comenzó a leer lo que había sacado del maldito libro de Enoch :
“Escúchame tu perro del Infierno, espíritu inmundo, precipitado en el abismo de la condenación eterna, mírame en pié valerosamente en medio de las hordas de la furia diabólica”.
“Yo te conjuró a escuchar inmediatamente la invocación a los muertos y a encontrar en ella la sentencia del día del Juicio Supremo y a que te levantes y me muestres los secretos que hay más allá de la llama que separa la vida de la muerte, de la luz de la oscuridad”.
Luego apuntó con el dedo a los huesos del brujo y gritó con voz ronca y cavernosa.
“ADONAI AMARA AILA HIMEL ZEBAOTH YESERAOJE MARALIOS”
Lo que a continuación de que David terminara la invocación, ocurrió, no espero que se me crea, que personas con títulos de esto y lo otro lo tilden de alucinación, y otras digan que solo es lo que se le ocurre a un pobre loco, me tiene sin cuidado, yo solo busco el desahogo del perdido, esto es como la confesión que el náufrago escribe rápidamente en un papel cualquiera y luego arroja al mar en una botella, es quitarse un peso antes de morir.
Luego de haberse apagado el eco de los gritos de David, los huesos comenzaron a retorcerse, y poco a poco comenzó a verse una luz tenue y blancuzca que fue materializándose en carne, carne que poco a poco fue cubriendo aquellos huesos, pero ¡¡ si es que existe algún dios!! (y estoy convencido que no) ¡la carne que cubrió aquellos huesos estaba podrida, corrompida hasta tal extremo que en algunas partes era casi líquida!, así solo en ciertas partes esta carne podía adherirse a lo que ahora se veía ya como un esqueleto, esqueleto que se levantó, y pudimos contemplar el infinito horror de sus cuencas vacías y llenas de gusanos, cuencas que aunque no tuvieran ojos, transmitían un odio y maldad como solo es posible de ver en el averno.
Y habló, ¡si habló, la cosa esa habló!, habló con una voz que no era voz, no merecía aquel nombre, era un gorgojeo innoble y blasfemo, el sonido de unas cuerdas vocales muertas y ahogadas hacía siglos, y que ahora al volver a moverse, soltaban unos vapores hediondos hasta la locura.
“BELIAL”, dijo…”BEEEEEEELLIIIIAAAAAALLLLLLL, aquí esta aún tu siervo”.
Nos encontrábamos tan horrorizados por la espantosa escena que ni siquiera respirábamos y suponía que David sentía las mismas ganas de huir a donde fuera, para poder conservar un mínimo de cordura, pero no podíamos huir, estamos hechizados por aquel horrendo ser.
Luego de extinguirse el eco de sus palabras, dirigió su mirada de cuencas vacías hacía David y le dijo.
“¿Así que tu eres el mortal que desea ver los secretos que hay más allá de la noche infinita?.., ¡pues bien, yo y Belial te guiaremos!”.
Y lanzando un espantoso alarido, igual, seguro al que lanzan los condenados en el infierno, se lanzó, voló hacía mi pobre amigo de misterios y secretos, y desgarrándole el cuello y espero matándolo en el acto, procedió a sacar y a devorar lentamente sus sesos y ojos, recuerdo que grite y grite sin importarme en nada que aquella bestia abortada de los profundos, me escuchara y me matara a mi también, aún no entiendo como no enloquecí ahí mismo esa noche, al fin el miedo logró ganarle en mi cabeza a la locura y pude salir de ahí en loca carrera entre tumbas y mausoleos que quizás que secretos guardarían, no me detuve hasta llegar a la casa, sacar algo de dinero y incendiarla, habían cosas ahí de mi amigo, que estarían mejor quemadas que aún presentes en este mundo, tomé el primer tren a donde fuera, siempre que fuera lejos de aquel espantoso cementerio, mi pelo se torno totalmente blanco en cosa de días y para los pocos conocidos que llegaron a verme por casualidad, estremeciéndose me dijeron que parecía haber envejecido un par de décadas.
Aquí termina mi relato, solo me queda agregar que desde esa infausta noche, aún no puedo acercarme a un cementerio, ni a casas, viejas y lóbregas, solo espero que la muerte logre borrar estos recuerdos, ya que en vida jamás lo lograré.
La autora de esas palabras, Marie-Monique Robin, ya había tomado su bastón de peregrina para ocuparse, entre otras cosas, de la presencia en nuestro país de la OAS, la organización paramilitar argelinofrancesa que a través de la Triple A exportó a la Argentina sus escuadrones de la muerte. Hace unos pocos meses Robin publicó un libro decisivo, El mundo según Monsanto, de la dioxina a las OGM, una empresa que nos desea el bien, y realizó un documental donde cuenta la historia de estos no menos espeluznantes escuadrones. Según sus declaraciones, los telefonazos insultantes recibidos a raíz de su primer texto fueron juego de niños en comparación con los aprietes que le valieron meterse con Monsanto.
No es la primera vez que se denuncia a esa empresa, pero sí es la primera en que el desenmascaramiento llega, por fin, a una cadena televisiva de tanta difusión como la francoalemana Arte, que transmitió hace poco el filme de Robin. Ya en el año 2000, Isabelle Delforge había publicado, en Bruselas, Alimentar al mundo o el agrobusiness, donde revelaba el engranaje oculto de Monsanto. Para escribir estas líneas me he guiado por los trabajos de Robin, de Delforge y del investigador Raoul Marc Jennar, de la Urfig/Fundación Copernic, que, como nuestro Premio Nobel Alternativo, el doctor Raúl Montenegro, tampoco se queda corto al analizar todo lo que en Monsanto resulta non sancto.
¿Merece Monsanto la calificación de “necroempresa” con que muchos la adornan? El siguiente relato parecería confirmarlo. Si a principios del siglo XX, los “mercaderes de la muerte” fueron la compañía alemana Krupp, la británica Vickers y la francesa Schneider-Creusot, Monsanto los reemplazó simbólicamente en 1945. En primer lugar, al asociarse, dentro de la Chemagrow Corporation, con la IG Farbenfabriken que había sostenido financieramente al nazismo en los años treinta y fabricado el gas para Auschwitz diez años después. Es cierto que una empresa no tiene por qué meterse a fisgonear en lo que han hecho sus socios, antes de haberlos frecuentado en carne y hueso; sobre todo si esa empresa está basada en un criterio de rentabilidad, acaso incompatible con el de humanidad, como el que el propio Edgar Monsanto Queeny, presidente de Monsanto desde 1943, manifestó con una sinceridad casi conmovedora: “I am a cold, granitic believer in the law of the jungle”.
Esta sociedad transnacional comenzó a hacerse célebre por ella misma, y no por sus malas compañías, durante la guerra de Vietnam y a causa de su tristemente célebre “agente naranja”. Destinado a desherbar la selva para impedir que los vietcong se escondieran entre sus vericuetos, el agente naranja, fruto de la combinación de los elementos 2,4-D y 2,4,5-T, fue difuminado en dosis gigantescas desde las avionetas norteamericanas. Pequeño problema, al fabricar este herbicida surge un producto derivado conocido como TCDD o dioxina, “impureza” que no puede ser eliminada y que provoca malformaciones del feto, transformaciones genéticas y cáncer. La hierba vietnamita murió, en efecto, de un solo saque, pero los seres humanos siguen muriendo de a poco hasta el día de hoy. En 1988, diecisiete años después del bombardeo desherbante, las sustancias tóxicas seguían presentes en la fruta y la verdura repletas de dioxina. “No nos nacen bebés sino monstruos”, exclamó un médico partero, el doctor Le Diem Huong, al tomar entre sus manos a un recién nacido de cuya carita salían los órganos genitales.
Penetrar los entretelones de Monsanto no es tarea difícil. Convencida de su derecho a llenarse los bolsillos, y fiel a la sinceridad de su fundador, la empresa no se traga la lengua. “Nuestro objetivo es la captación de toda la cadena alimentaria”, declaran sin ambages sus máximos representantes, refiriéndose a una dominación que les asegura el control absoluto de las distintas poblaciones por su lado más débil, el vientre. Las predicciones de Aldous Huxley y de Georges Orwell quedan reducidas al tamaño de un poroto, obviamente de soja, al lado de esta posesión de lo comestible que se manifiesta por medio de una curiosa idea: patentar la vida.
¿Cómo se obtiene la patente de algo que, con inconmensurable ingenuidad y en nuestra calidad de seres vivos, hemos creído nuestro? Desde la semilla “Terminator” (admitamos que el nombre es un hallazgo) hasta la producción de pesticidas y herbicidas, de hormonas de crecimiento y de organismos genéticamente modificados, altamente tóxicos y cancerígenos (¿pero acaso un “granítico frío” se achicaría ante tan nimio detalle?), se trata de inventar y de producir todo lo susceptible de ser comercializado en forma óptima, vale decir, sin el menor prejuicio de carácter ético. Ejemplo: crear especies vegetales Monsanto que resistan a los pesticidas y herbicidas Monsanto, y sólo a ellos. Dependencia asegurada: para garantizar la producción, no queda más remedio que desherbar y apestar con esas sustancias específicas y no con otras. Cada semilla genéticamente modificada es propiedad de su inventor, patentada y protegida por las reglas de la Organización Mundial del Comercio. La modificación genética puede ser tan ínfima y, por ende, tan insospechable, que el campesino que compra una semilla cualquiera, y la siembra sin suponer siquiera quién está por detrás, se expone a una persecución judicial. Es lo que acaba de sucederles a los campesinos mexicanos que sembraron maíz, tal como lo vienen haciendo desde mucho antes de Moctezuma. Un buen día les cayó encima Monsanto, a quien desde ese momento no me extrañaría que le llamaran Mondiablo. “Esa semilla es nuestra –les dijeron–. Ustedes no tienen derecho a utilizarla porque está... patentada.”
Terminator se llama así porque termina con las hierbas salvajes, y también con todo intento de autonomía agrícola. Gracias a la introducción de un gene autodestructor, la dichosa semillita sólo germina una vez, de modo que el campesino está obligado a comprarse otras todos los años, en vez de tomarlas de su cosecha anterior como lo tuvo por costumbre desde siempre. Aunque Monsanto haya anunciado que retira del mercado su semilla con nombre de juego electrónico para adolescente con cerebro lavado, otras firmas la comercializan, en particular su genio creador, la Delta & Pine Land Co. Sin contar con que la tecnología Terminator tiene como treinta patentes distintas, compradas por unas cuantas transnacionales agroquímicas que tampoco se andan con chiquitas. Transnacionales que, con Monsanto a la cabeza, extienden la práctica a todas las especies vivientes que puedan servir como alimento o como medicamento de origen vegetal, pero también animal. Esto último no es broma: Monsanto ha presentado una solicitud de patente para cerdos que, de ser aceptada, le permitiría cobrarle una suma por chancho a cada propietario de chiquero, en la Argentina, en Eslovenia y en Dakota del Sur.
Monsanto, fundada en 1901 por John Francis Queeny y así llamada en homenaje a su esposa, Olga Méndez Monsanto, ha debido enfrentar, y algunas veces perder, unos cuantos procesos. Los veteranos norteamericanos de la guerra de Vietnam, encargados de pulverizar el agente naranja pero incapaces de evitar que el mismo chorro les cayera a ellos; la asociación vietnamita de víctimas del agente naranja, que denuncia a Monsanto y a otros diez fabricantes de herbicidas por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra; una Madre Coraje paraguaya, Petrona Talavera, entrevistada por Robin y cuyo hijo Silverio, como tantos otros Silverios argentinos, brasileños y paraguayos, súbditos de la “República unida de la soja”, murió envenenado bajo una lluvia de pesticidas; o la asociación bretona Aguas y Ríos, que acaba de reaccionar con santa indignación a una página de publicidad donde se exaltan los beneficios del célebre Roundup, causante de la fuerte contaminación de los ríos bretones y enérgicamente denostado, por sus claros efectos cancerígenos, durante el Grenelle del Medio Ambiente que tuvo lugar en Francia hará dos o tres meses; todos ellos han presentado sus quejas y hasta, en raras ocasiones, obtenido justicia. Nada de lo cual detiene a la necroempresa: en la actualidad, Monsanto es el líder planetario en la producción de glifosato, un herbicida total comercializado bajo la citada apelación de Roundup. La semilla de soja genéticamente modificada que le va como anillo al dedo se llama Roundup Ready y es, qué duda cabe, resistente al herbicida del mismo nombre.
Lo cual, de modo indefectible, nos lleva a preguntarnos: ¿y por casa?
Según datos publicados por este mismo diario, en la Argentina de 2007 la cosecha de soja transgénica llegó a los 47 millones de toneladas y abarcó 16,6 millones de hectáreas, rociadas con 165 millones de litros de glifosato. Los agronegocios basados en la soja transgénica desalojaron, en los últimos diez años, a 300.000 familias de campesinos e indígenas que fueron a engrosar los contingentes de las nuevas Villas Miseria. Un número aún indeterminado de peones perdió su trabajo, y su sueldito de hambre, porque el cultivo de la soja no requiere de muchos brazos. El avance de la soja obligó a desmontar 1.108.669 hectáreas de bosques en cuatro años, con el consiguiente empobrecimiento de la tierra en poco tiempo más. Las compañías que se han beneficiado con el negocio sojero son, por supuesto, Monsanto, pero además Dupont, Syngenta, Bayer, Nidera, Cargill, Bunge, Dreyfus, Dow y Basf, entre otras. Mientras tanto, las malformaciones de fetos, los abortos espontáneos, el aumento del cáncer en vastas zonas de nuestro país, y la aridez inexorable para dichas zonas, no regadas con lo mismo que en Vietnam pero casi, apenas si entran en las discusiones que nos agitan desde cien días atrás.
En el libro de Robin, el capítulo dedicado a la Argentina da frío en la espalda. Todo empezó con Menem a principios de los noventa, en medio de un coro de alabanzas oficiales y privadas a las biotecnologías que contribuirían a “ganar la guerra contra el hambre y a proteger el medio ambiente”. Al principio, las “semillas mágicas”, vendidas muy baratas, a pagar después de la cosecha y fácilmente sembradas con siembra directa sobre los residuos de la anterior, tuvieron el efecto de un canto de sirenas. Frente a la crisis de 2001, el boom mundial de la soja transformó el oro verde en “refugio y motor de nuestra economía”. Algunos comenzaron a comprender, lo cual no garantizó la durabilidad de su inteligencia: “Asistimos a una expansión sin precedentes del agrobusiness en detrimento de la agricultura familiar”, se lamentaba en 2005 un Eduardo Buzzi entrevistado por la investigadora. Sin embargo, las ganancias alcanzaban cifras astronómicas y un programa de “Soja solidaria”, implementado en las villas, pretendió taparles la boca a los pocos aguafiestas que entendieron la trampa.
Hoy tampoco son muchos los que lo saben ni los que lo difunden: la aparición de biotipos que ya no son tolerantes al glifosato obliga a aumentar las dosis de herbicidas. Consecuencia (aparte de las muertes fetales precoces): disfuncionamientos de la tiroides, de los pulmones, de los riñones, malformaciones genitales en los varones, nenas de tres años que ya tienen la regla. “Un verdadero desastre sanitario”, según el doctor Darío Gianfelici, médico de un pueblito entrerriano que ve lo que sucede y que se anima a decírselo, por lo menos, a una francesa, felizmente dispuesta a meter sus narices donde nadie la llama. ¿Habrá previsto el doctor en 2005 que sus palabras nunca serían escuchadas tal como hoy lo son las de un comprovinciano suyo, autor de la mejor frase acuñada en la Argentina en lo que va del siglo, “las vacas morirán de pie”, y para quien, frente a las cámaras, pibe más, pibe menos que nazca enfermo no es un tema que importe?
¿Pero para quién lo es? De memoria sabemos que el productivismo frenético del campo acrecienta la hambruna y la desnutrición en los países pobres, provoca el éxodo rural, la desertificación, la destrucción de los ecosistemas, introduce enfermedades por ahora incurables en las plantas, los animales y los seres humanos, y produce una “contaminación genética” de consecuencias imprevisibles. Con todo, es necesario machacarlo: cuando los responsables políticos sienten la más olímpica indiferencia hacia la seguridad sanitaria de sus respectivas poblaciones, y cuando la investigación científica se ve obligada a venderse al poder privado, la organización mercantilista del mundo gana por varios tantos.
Por sentido de la equidad, y porque el enriquecimiento desorbitado de un puñado de gente me da dentera, desde el comienzo del conflicto he apoyado las tan cacareadas, baladas o mugidas retenciones; y no puedo menos que felicitarme de que con esa plata, la Presidenta se proponga construir hospitales. Sin embargo, tampoco puedo menos que acongojarme al comprobar que los dimes y diretes entre el Gobierno diz que bifronte, y los cuatro jinetes del Apocalipsis, reunidos al grito de mozo jinetazo ahijuna, no hayan tenido en cuenta que, si se sigue sembrando nuestra tierra con semilla transgénica y espolvoreándola con los pesticidas que son su media naranja, ni los nuevos hospitales darán abasto. Toda redistribución de la riqueza que no le imponga las más draconianas trabas legales a Monsanto y a la sojización del territorio sólo será otro modo, por cierto no exclusivamente argentino, de una sola y misma complicidad.
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