El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Alguien Surca el Aire





ALGUIEN SURCA EL AIRE

VÍCTOR LEÓN FERNÁNDEZ

Es noche de otoño en la ciudad. La niebla espesa se extiende por las calles. El viento helado sopla de manera espectral. Afuera agazapados por la oscuridad, cientos de pequeños ojos brillan con su maligna fluorescencia. Es la época del cielo gris; sin estrellas. Algo perverso se respira en el aire. El viento continúa soplando, y una ráfaga violenta golpea el tejado de una vieja morada, en donde un niño tiembla, víctima de alguna horrenda premonición.

La casa es siniestra y antigua. Las maderas crujen por la gélida temperatura. La vegetación que le rodea está muerta. El hedor a musgo y abandono inundan el ambiente. El pequeño está en su habitación, de vez en cuando, un escalofrío recorre su espalda. El temblor aumenta, no es el frío lo que lo provoca, son muchas cosas: El otoño, la soledad; Un leve golpeteo en el vidrio; o tal vez el horror.

El pequeño se encuentra en absoluta soledad, por primera vez en otoño. Su atormentada mente intenta buscar consuelo en el pasado, y es entonces cuando un rostro aparece en su memoria: El rostro de abuela que se ha marchado para siempre.

La soledad congela al niño, extraña la compañía de su ancestral amiga. Anhela el calor de su voz mientras contaba cuentos de un viejo mundo. Epopeyas de una raza insolente, que inducían al pequeño al confortable sueño. El niño se siente solo, a pesar de que su madre vive junto a él. Extraña la protección de su antecesora, sus ojos grises, su larga cabellera nevada. Siente miedo a perderse en el océano desconocido de la desolación, y pronto su mente lo lleva al pasado, a un momento que de alguna forma se grabó en su memoria.

Antes que Abuela muriera, habían hechos aislados que preveían su deceso. El otoño la había dejado sepultada en su lecho hasta el fin de sus días, la mente de ella no era la misma, divagaba; se perdía en el pasado, confundía nombres y a veces se irritaba demasiado.

Él debía haberlo previsto. Algo ya anunciaba la llegada de la muerte:

Una imagen de La Virgen partida a la mitad. Su voz cálida se hacía áspera y gutural, ella recitando extrañas letanías en un lenguaje desconocido para todos en la casa. Rezos y más rezos.

—Ella rezaba por su alma —piensa el pequeño aterrado.

Entonces el niño se dedica a acompañarla en sus últimas horas, a veces siente que ella no es la misma desde la llegada de la enfermedad. Pasa tardes enteras contemplando su rostro, intentando descubrir al nuevo ser en que abuela se ha convertido...

Al fin un quejido progresivamente agudo, una última palabra en ese idioma desconocido, un leve tinte morado en sus resquebrajados labios, y la sensación de algo que abandonaba el cuerpo. Unos minutos más de observación, el tacto. El frío penetra en su cuerpo, es él quién debe avisar a su madre: Abuela ha muerto.

—Es otoño, y es en esta época en donde regresan Ellos —Eso decía su abuela ,y ahora el pequeño sentía que aquella sentencia se repetía una y otra vez en su cabeza. Todo era incierto; ¿Porqué sentía tanto miedo? ¿Existía algo que él había hecho? El fantasma ignoto de una culpa golpeteaba las sienes del niño, mas no podía encontrar una respuesta en sus recuerdos.

Una ráfaga vuelve a golpear el empañado vidrio de la ventana. Un chotacabras canta en el umbral de su hogar: "Pronto vendrán ellos" piensa el niño, "el pájaro anuncia cuando andan cerca".

Él observa su reloj-pulsera: Medianoche, la hora de los espantos y los espectros. Se mete en su cama y vuelve a temblar. Una energía helada y fantasmagórica intenta meterse en su pecho. El pequeño grita, pero en su casa todos se han dormido. Entonces enciende la lámpara, dormirá con la luz encendida, tal vez mañana se sentirá mejor. Pero sabe que eso no es cierto.

Su mente regresa al pasado, una y otra vez intenta recordar algo que hacía penetrar la culpa en su alma: Una expedición a un rincón prohibido de su hogar, un viejo cuarto repleto de ratas y olvido. Un cofre marrón que esconde secretos. El niño aprende, comprende, y siente temor...

Hay alguien de su familia sepultado bajo la iglesia de su pueblo, alguien que conocía demasiado acerca de la naturaleza; alguien que vagaba por las noches en las praderas yermas y desoladas. Su antepasado.

Una temible verdad comenzaba a ser revelada en la mente del pequeño:

—Cuando llegue el día serás llamado por Ellos.

—Abuela no rezaba por su alma, ella rezaba por mí— dice el pequeño en voz baja, a la vez que lentamente abandonaba la esperanza.

El niño recordó un extraño sueño, donde emprendía el vuelo sobre los oscuros tejados de su tierra natal.

Su memoria recordó hechos que lo condenaban, aberrantes acciones que él había cometido; pequeños juegos que se transformaron en error:

Una niña que lloraba amarrada a un viejo roble. Un pacto de sangre. Pequeñas criaturas de Dios, muertas sin sentido. Una simpatía bizarra por ciertos lugares que nadie se atreve a frecuentar.

Sus cavilaciones pronto fueron interrumpidas por un viento salvaje que sacudió los cimientos de su hogar. El niño cerró los ojos, y completamente aterrado se abandonó ante los designios de la noche: —Ellos han llegado...

Es un sueño macabro: El niño surca el aire, volando sobre los tejados de las casas de la ciudad. A su lado: Bultos negros sin forma acompañaban su tránsito.

Abajo: Cientos de hogueras, y cuerpos danzando en éxtasis abandonando su antigua forma. Más allá: Una figura monstruosa, demasiado semejante a él ríe saltando sobre las llamas ardientes.

—Ha sido un sueño extraño— piensa el pequeño. Despierta y el sol ya está en el oriente, en su hogar todo yace en silencio. Ha sido una larga noche y el terror ha desaparecido. Esa tarde busca la soledad y la encuentra en un rincón prohibido de su hogar. Hay algo que ha cambiado: Una mancha de líquido en el suelo, un papel y una nota extraña:

He fallado

han regresado

Alguien surca el aire

Dios ha muerto.



¡Mamá! Gritó el pequeño... volvió a repetir la operación, pero no hubo respuesta. Los ojos del niño dieron una frenética ojeada a todo el cuarto. Había algo que colgaba del techo; él no deseaba mirarlo... lentamente comenzó a atar cabos sueltos. ¿Qué había sucedido la noche anterior?, sólo tenía imágenes desnudas, incoherentes, cientos de palabras extrañas en una lengua que no comprendía.

Alguien entró en la habitación, era un hombre viejo con un rostro firme, casi autoritario, pero si el niño no lo conocía: ¿ Porqué no se sintió perturbado por aquel intruso?. . . ¿Es que de alguna forma sabía a qué había venido?

El niño volvió a mirar aquello que colgaba de la habitación. Esta vez miró con detenimiento: Primero observó unos pies flotando en el aire, luego subió la vista hasta las piernas que se agitaban pausadamente de un lado a otro, desde las piernas hacía el suelo goteaba un líquido fétido. Inmediatamente lo asimiló con la orina. No necesitaba ver el rostro de la mujer que se mecía en el techo... Comenzaba a comprenderlo: Su madre se había ahorcado.

No hubo llanto alguno en el niño. Al ver el rostro del extranjero que penetraba en la estancia, comprendió: Estaba en su sangre. El extraño hombre de los ojos vacíos y oscuros, le tendió su huesuda mano:—Es tiempo de marcharnos— le dijo con una voz cavernosa y familiar.

Esa noche de muerte regresó al lugar de sus sueños. Remontó el vuelo por sobre los tejados de su pueblo natal, alguien estaba a su lado, sus pupilas negras se clavaron en los ojos del niño, mientras una horrible carcajada cabalgó en el viento. El pequeño no sentía miedo, pronto sería como él.

En ciertas noches de luna menguante, cuando un viento helado comienza a mutilar la vegetación, los tejados de los hogares crujen y los vidrios tiemblan.

Un niño pequeño siente dedos que se deslizan por su ventanas, la voz del viento lo llama por su nombre. Siempre es así, nadie puede hacer nada. Cientos de madres condenadas deben entregar sus ofrendas para aplacar la ira de aquel demonio que surca el aire.



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