Cómo Llenarte, Soledad (fragm) - Luis Cernuda
Cómo Llenarte Soledad
(fragm)
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
...te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
... Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma? ...
Luis Cernuda.
(fragm)
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
...te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
... Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma? ...
Luis Cernuda.
Etiquetas: poemas
Pasiones Políticas
Pasiones políticas
Jorge Sanmartino
Jorge Sanmartino
La crisis desatada en los últimos meses a raíz del lockout de la burguesía y la pequeño burguesía agraria, ha dividido a la sociedad argentina. No sólo a los contendientes en el campo político sino también las cenas familiares y las reuniones de amigos. No hubo lugar de trabajo o estudio que no haya sufrido los coletazos de semejante polarización. Asistimos al resurgimiento de las pasiones políticas. El carácter e incluso la intensidad de semejantes pasiones no son similares a las del pasado, aunque la fractura política no ha dejado de calar en las más diversas organizaciones sociales, para no hablar de los partidos políticos y sindicatos, como lo evidencia el debate en el propio partido de gobierno y en la CGT pero también en la izquierda y la CTA.
Dos fuerzas principales se mueven bajo el suelo de la crisis actual: el ascenso de la fracción agraria que rompe el bloque dominante surgido en 2003 y su confluencia con tradiciones políticas y culturales de clases medias que se fueron inclinando hacia la oposición de manera creciente. Esa asociación de factores catalizó con el anuncio de las retenciones el 11 de marzo y permitió la alianza de la burguesía rural y la pequeño burguesía urbana que en estos cuatro meses de intensa polarización, ya tiene sus símbolos, líderes y programa. La coalición exitosa que el kirchnerismo había logrado conformar durante su gobierno, se fracturó por su costado derecho, hiriendo al modelo neodesarrollista y el sistema político concomitante sobre el que cabalgó la crisis pos 2001. Y se rompió definitivamente. El rechazo a la resolución 125 en la Cámara de Senadores es el corolario de ese proceso, mientras la derecha sale fortalecida y los ecos de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 se hacen más débiles todavía. El gobierno sufrió la primera pero abrumadora derrota política. Y lo hizo a manos de fuerzas conservadoras y reaccionarias. Una nueva etapa se ha abierto.
Una derecha popular
Los ruralistas y la oposición de derecha hace cuatro meses que saltaron del reclamo corporativo a la lucha hegemónica por ganar las mentes y los corazones de las mayorías. En su discurso el campo no representa ya los intereses sectoriales de la fracción agraria de la burguesía sino el interés general de toda la nación. “El campo es la patria”. Entre el argot de argumentos, los líderes gauchos han elegido aquellos que los identifican con el trabajo duro “de sol a sol” y aquel según el cual el campo da de comer a la ciudad, mientras el “estado parásito” con su corte de políticos corruptos y burocracia administrativa vive, como langostas, del trigo ajeno. Esta mezcla de “anarquismo gaucho” anti-estatal y liberalismo mal disimulado, adopta como sus banderas por lo menos dos principios del conservadurismo liberal de Edmund Burke: profunda desconfianza hacia el poder del estado y libertad por sobre la igualdad. Se trata, claro, de la libertad de mercado sobre el plano inclinado del ascenso meteórico de los precios internacionales de materias primas. La cara libertaria siempre oculta la liberal, por eso ciertos sectores de la izquierda pueden confundirse cuando gente como Alfredo De Angelis denuncia que el gobierno quiere la plata del campo para “pagar la deuda externa” y “repartírsela entre los políticos”. De esa confusión nació ese sublime disparate de ver imágenes de Lenin y Trotsky sobre la avenida Libertador, rodeados aquellos rusos atónitos, de lo más granado de las clases medias altas de la Argentina. Los héroes del moderno agrarismo y la oposición de derecha no se han privado incluso de denunciar la pobreza y la mala distribución de la riqueza, aunque sin capacidad para disimular su exigencia de base: “Que el lomo lo paguen a 80 pesos”, como dijo asaltado por un soplo de sinceridad el dirigente entrerriano. El liberalismo de tradición gorila, y en esto resulta como prender fuego sobre leña seca entre importantes estratos medios de Capital, no ha dejado de manifestar su rechazo racista a los “negros acarreados”, con los cuales contrasta el republicano “de pensamiento autónomo”, que “vota con su propia cabeza” y agita las banderas del campo “por convicción”. También han florecido alusiones a la condición “montonera” de la pareja presidencial, así como a su “revanchismo”. El heterogéneo conglomerado que clamó por la eliminación de la resolución 125, ha sido potenciado con la colaboración de la gran prensa argentina. Asistimos desde hace cuatro meses a una oleada reaccionaria que caló incluso en algunos estratos populares, que supo cabalgar sobre los errores, carencias y límites del modelo actual y su gobierno y se dispone a una batalla de largo plazo. La derecha política, que estuvo arrinconada y a la defensiva durante más de cuatro años, salió fortalecida, dividió al partido oficial y lanzará nuevos desafíos.
La presión de la burguesía agraria entró dentro de los cánones convencionales del lobby económico y político. Se trata de un sector capitalista de creciente rentabilidad que puja por sus propios intereses, en un horizonte internacional de alza de los precios de las materias primas que parece se mantendrá por varios años más. Cuando en sus actos gritaba que “el campo es el corazón de la patria” o “el campo es la nación”, se daba expresión no tanto la realidad tal como es sino la que la burguesía agraria desearía que fuera, como a fines del siglo XIX y principios del XX. Y aunque todavía no se ha escuchado, la lógica consecuencia del lobby rural es la consigna contra “la industria ineficiente”. En esta puja intercapitalista transcurrió la historia argentina del siglo XX. Teniendo como corolario inevitable la reprimarización de la economía, la coalición sojera apunta a una reformulación de la estructura productiva que daría empleo sólo a un tercio de la fuerza de trabajo. El intento de equilibrio entre las fracciones capitalistas y entre ellas y las clases subalternas, asegurado por el crecimiento económico, llegó a su fin. No se rompió por achicamiento de mercado o recesión, sino al revés, por crisis de abundancia, por exceso de ingresos de una de las fracciones que, gracias a su alta productividad, puede retener con éxito la renta internacional generada localmente. La burguesía agraria no posee la fuerza social y estratégica que en tiempos pasados le dio un poder de desempate político esencial, cuando de ella dependía en exclusiva el ingreso de divisas en una economía cerrada. Por eso tampoco pudo arrastrar a otras fracciones del gran capital industrial o de servicios, pero retiene un poder, ahora acrecentado por el mercado internacional, de condicionar los ingresos, la política fiscal e incluso el patrón de producción basado en las “ventajas comparativas” del suelo pampeano. En el debate Rodríguez Saa leyó, igual que Reuteman, una frase de Perón del año 73 en relación a los alimentos: “Nosotros somos los ricos del futuro”. Esa fuerza social introdujo una brecha profunda en las clases urbanas, donde el patrón de consumo de las clases medias y altas imita al de países centrales y la acumulación de renta es considerada fruto del éxito individual que reclama derecho soberano sobre cualquier otra consideración. El tópico liberal exhibido en la revuelta sojera, es el fruto de una derrota ideológica y política que los moderados cambios, ni siquiera reformistas, operados desde el 2001 no han podido modificar y que tiene sus consecuencias en un estado incapaz de ejecutar políticas públicas efectivas, desmanteladas desde hace mucho por la lógica del gobierno de la tecnocracia “neutra”, sin ideología y de “gestión”.
La ciudad de la soja
En la República, Platón habla de tres ciudades o constituciones políticas. En el tipo oligárquico, donde domina un selecto grupo de ricos, los deseos son absorbidos en la pasión exclusiva de las riquezas, domina allí el espíritu de codicia y avaricia. La pasión se duplica entre el odio de los ricos contra los pobres y viceversa. Los ricos no sólo honran la riqueza a la que se consagran plenamente sino que manifiestan con respecto a los pobres un sentimiento de rechazo. “Alaban al rico, desprecian al pobre”. A una estructura social desigual corresponde una estructura de las pasiones que la refuerza. La ruindad, el apetito desenfrenado, los peores instintos de apropiación se conectan con ciertas formas sociales. Platón enfoca la psicología de los ciudadanos a imagen de la morfología de la ciudad. Freud, Marx, Elías entre muchos, retomarán esta reflexión. El “régimen afectivo” que supimos conseguir es consecuencia de un largo proceso de mercantilización de todos los espacios de la vida. Se han privatizado no sólo los recursos naturales sino el seguro de retiro, la salud y segmentos crecientes de la educación. El sistema impositivo regresivo que nos gobierna refuerza las desigualdades y, en el país de las vacas y el trigo, segmentos de la población pasan hambre. La naturalización de la indigencia y la pobreza, el hambre y la desnutrición infantil en un país donde se consume con furor desde hace cinco años legitima la codicia sojera y vuelve sentido común el eslogan “dejen en paz al campo”. El piquete y el corte de ruta, expropiado al saber de las luchas populares, se volvió un método genuino para que los “nuevos ricos” despotriquen contra la “expropiación fiscal” a la que consideran tan “comunista” como en décadas pasadas lo era el “impuesto a la renta presunta” .
El chacarero que tienen 200 hectáreas en Santa Fe o Buenos Aires, corazón de la protesta, y que obtienen una rentabilidad neta luego de las retenciones superior a los 260 mil pesos por campaña, exige que el estado no intervenga en la fijación de precios, abrazado a la posibilidad de legar una fortuna a su prole y aprovechar una oportunidad de excepción. El gringo exige que el estado saque sus manos del oro verde y cuando oye hablar de impuestos monta en cólera y se mofa de las “sanguijuelas” de la administración pública de una manera que recuerda al farmer norteamericano del medio oeste denunciando al “privilegiado y afeminado Departamento de Estado” que mora entre lujos en Washington DC. El gaucho local apela a la tradición populista. El arquetipo no es Llambías ni Buzzi sino De Angelis, con el que las clases medias y altas de los centros urbanos que cacerolearon en Recoleta, Palermo y Vicente López, pueden sentirse parte del pueblo: “si este no es el pueblo, el pueblo donde está”. Ellos son un componente fundamental de la revuelta de los satisfechos, de los más beneficiados por las políticas kirchneristas. La Argentina conservadora toma y tomará banderas populares, lenguajes corrientes y hará culto del sentido común, como lo hacen las clases dominantes en todas partes desde que la sociedad de masas exige que se gobierne no sólo con la fuerza sino también con legitimidad. Algunos segmentos progresistas identificaron por eso mismo los cortes de lucha con puebladas populares, a las que añadían el ejercicio de la “democracia directa”, confundiendo la forma asamblearia con el contenido reaccionario del propósito de la protesta.
Opciones
En Venezuela, una clase media enriquecida con el alza del precio del petróleo no ha dejado de golpear rudamente al gobierno de Chávez, a pesar de los gestos y medidas que el gobierno bolivariano ha tomado para desactivar esa furia opositora. Nada ha resultado. Aun así, en el país caribeño el gobierno posee en su haber una fuerza social movilizada y activa que le ha dado sustento frente a una derecha que lo intentó de todo, desde el golpe hasta la intervención electoral para desalojar un gobierno que no es el suyo y que siente ocupado por plebeyos peligrosos. En esa dinámica Venezuela y también Bolivia se han visto empujados, en mayor o menor medida, a recortar los derechos de las clases propietarias y a desvincular sus compromisos con fracciones enteras de las clases dominantes. Nada de eso ocurre hoy en nuestro país, a pesar de que se ha querido asociar a los Kirchner con aquel proceso. A su vez, proyectos como el tren bala o la destrucción del Indec empujaron a sectores progresistas al campo de la derecha, que es la que capitaliza semejantes desatinos y la artífice de la derrota gubernamental.
Para desmontar la Constitución socio-política neoliberal de la “ciudad de la soja” hace falta mucho más que retenciones móviles. En los hechos el modelo que lo puso en pie no estuvo, durante los 120 días de conflicto, en discusión. Se han comenzado a reclamar la eliminación del IVA a la canasta básica de alimentos e impuestos progresivos a las ganancias como primer demanda inmediata, urgente, además de subsidios universales para eliminar la pobreza y la recuperación de los recursos naturales, así como la revisión completa de la explotación minera y la aplicación de tributos a las ganancias y transacciones financieras. Queda pendiente también la orientación estratégica de la industria, los servicios y la agricultura.
El triunfo de la coalición verde dólar sólo hará más viva y crispada la polarización. Después de semejante triunfo irán por más, mientras la oposición partidaria se preparará para arrebatarle al oficialismo en las elecciones legislativas del próximo año, la tenue mayoría parlamentaria. Para afrontar las pasiones políticas que desató la más amplia y dinámica pueblada de la derecha económica y política, de una envergadura sin precedentes y consecuencias aún incalculables, se requiere de medidas radicales y efectivas que puedan hacerle frente y sean capaces de activar el apoyo popular. La administración actual parece obstinada en su política de alianza con las fracciones de la burguesía industrial y en cobijarse en el seno del aparato del PJ. La lucha de clases aparece de la forma más insólita, intrincada y laberíntica posible, mofándose de todos los esquemas que teníamos previamente.
El equilibrio exitoso entre fracciones de la clase dominante y de ellas con las clases populares, incluidas ciertas concesiones democráticas y expansión del empleo, se logró en base a una economía en crecimiento y una base de poder reconstruida con epicentro en el PJ. La crisis política rompió ese equilibrio, que afectará al sistema político y a la estabilidad gubernamental a pesar de que la bonanza económica le deja márgenes todavía generosos.
Para enfrentar consecuentemente a la derecha se requiere la activación política de masas, que sólo puede conseguirse mediante la ejecución de medidas de carácter popular, redistributivas y democráticas de fondo, algo que hasta el momento el gobierno no ha abordado. Algunos balances ya hablan de la “idiosincrasia derechista del pueblo argentino” sin reparar en que el gobierno ha sido incapaz de generar una identificación entre las masas populares porque nunca abordó una agenda social que rozara siquiera los logros del peronismo clásico. En todo caso las organizaciones populares, los sindicatos y movimientos sociales deben conservar su plena autonomía, no asistir pasivos a la impotencia oficial y no esperar de brazos cruzados el retorno triunfal de las fuerzas reaccionarias en ascenso. Políticas sociales, energéticas y de transporte ferroviario, de empleo, salario, creación de vivienda y obra pública entre otras medidas deben ser los ejes de una agenda democrática y anticapitalista a enarbolar frente a los agoreros del libre mercado.
La crisis agitó como hace mucho no veíamos las pasiones políticas dormidas en un soporífero fin de las ideologías y una narcotizante administración de las cosas por una tecnocracia eficiente. Los movimientos sociales fueron los grandes actores de las luchas de resistencia del período previo, aunque la carencia de proyecto político disipó parte de sus fuerzas, repartidas entre una participación subordinada en el gobierno de Kirchner y un intento de autonomía que no pocas veces pagó con aislamiento e incluso pérdida del sentido de realidad. La crisis actual ¿permitirá que las pasiones políticas alimenten también un proyecto político autónomo, popular, anti-capitalista y de izquierda que parta de la situación política concreta, que pise el suelo seguro de la lucha que se debate hoy en día, para proyectar desde allí una alternativa superadora del tibio neodesarrolismo oficial y darle cauce y capacidad de poder a las aspiraciones populares y a un proyecto realmente transformador? Ese será el desafío del próximo período.
Dos fuerzas principales se mueven bajo el suelo de la crisis actual: el ascenso de la fracción agraria que rompe el bloque dominante surgido en 2003 y su confluencia con tradiciones políticas y culturales de clases medias que se fueron inclinando hacia la oposición de manera creciente. Esa asociación de factores catalizó con el anuncio de las retenciones el 11 de marzo y permitió la alianza de la burguesía rural y la pequeño burguesía urbana que en estos cuatro meses de intensa polarización, ya tiene sus símbolos, líderes y programa. La coalición exitosa que el kirchnerismo había logrado conformar durante su gobierno, se fracturó por su costado derecho, hiriendo al modelo neodesarrollista y el sistema político concomitante sobre el que cabalgó la crisis pos 2001. Y se rompió definitivamente. El rechazo a la resolución 125 en la Cámara de Senadores es el corolario de ese proceso, mientras la derecha sale fortalecida y los ecos de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 se hacen más débiles todavía. El gobierno sufrió la primera pero abrumadora derrota política. Y lo hizo a manos de fuerzas conservadoras y reaccionarias. Una nueva etapa se ha abierto.
Una derecha popular
Los ruralistas y la oposición de derecha hace cuatro meses que saltaron del reclamo corporativo a la lucha hegemónica por ganar las mentes y los corazones de las mayorías. En su discurso el campo no representa ya los intereses sectoriales de la fracción agraria de la burguesía sino el interés general de toda la nación. “El campo es la patria”. Entre el argot de argumentos, los líderes gauchos han elegido aquellos que los identifican con el trabajo duro “de sol a sol” y aquel según el cual el campo da de comer a la ciudad, mientras el “estado parásito” con su corte de políticos corruptos y burocracia administrativa vive, como langostas, del trigo ajeno. Esta mezcla de “anarquismo gaucho” anti-estatal y liberalismo mal disimulado, adopta como sus banderas por lo menos dos principios del conservadurismo liberal de Edmund Burke: profunda desconfianza hacia el poder del estado y libertad por sobre la igualdad. Se trata, claro, de la libertad de mercado sobre el plano inclinado del ascenso meteórico de los precios internacionales de materias primas. La cara libertaria siempre oculta la liberal, por eso ciertos sectores de la izquierda pueden confundirse cuando gente como Alfredo De Angelis denuncia que el gobierno quiere la plata del campo para “pagar la deuda externa” y “repartírsela entre los políticos”. De esa confusión nació ese sublime disparate de ver imágenes de Lenin y Trotsky sobre la avenida Libertador, rodeados aquellos rusos atónitos, de lo más granado de las clases medias altas de la Argentina. Los héroes del moderno agrarismo y la oposición de derecha no se han privado incluso de denunciar la pobreza y la mala distribución de la riqueza, aunque sin capacidad para disimular su exigencia de base: “Que el lomo lo paguen a 80 pesos”, como dijo asaltado por un soplo de sinceridad el dirigente entrerriano. El liberalismo de tradición gorila, y en esto resulta como prender fuego sobre leña seca entre importantes estratos medios de Capital, no ha dejado de manifestar su rechazo racista a los “negros acarreados”, con los cuales contrasta el republicano “de pensamiento autónomo”, que “vota con su propia cabeza” y agita las banderas del campo “por convicción”. También han florecido alusiones a la condición “montonera” de la pareja presidencial, así como a su “revanchismo”. El heterogéneo conglomerado que clamó por la eliminación de la resolución 125, ha sido potenciado con la colaboración de la gran prensa argentina. Asistimos desde hace cuatro meses a una oleada reaccionaria que caló incluso en algunos estratos populares, que supo cabalgar sobre los errores, carencias y límites del modelo actual y su gobierno y se dispone a una batalla de largo plazo. La derecha política, que estuvo arrinconada y a la defensiva durante más de cuatro años, salió fortalecida, dividió al partido oficial y lanzará nuevos desafíos.
La presión de la burguesía agraria entró dentro de los cánones convencionales del lobby económico y político. Se trata de un sector capitalista de creciente rentabilidad que puja por sus propios intereses, en un horizonte internacional de alza de los precios de las materias primas que parece se mantendrá por varios años más. Cuando en sus actos gritaba que “el campo es el corazón de la patria” o “el campo es la nación”, se daba expresión no tanto la realidad tal como es sino la que la burguesía agraria desearía que fuera, como a fines del siglo XIX y principios del XX. Y aunque todavía no se ha escuchado, la lógica consecuencia del lobby rural es la consigna contra “la industria ineficiente”. En esta puja intercapitalista transcurrió la historia argentina del siglo XX. Teniendo como corolario inevitable la reprimarización de la economía, la coalición sojera apunta a una reformulación de la estructura productiva que daría empleo sólo a un tercio de la fuerza de trabajo. El intento de equilibrio entre las fracciones capitalistas y entre ellas y las clases subalternas, asegurado por el crecimiento económico, llegó a su fin. No se rompió por achicamiento de mercado o recesión, sino al revés, por crisis de abundancia, por exceso de ingresos de una de las fracciones que, gracias a su alta productividad, puede retener con éxito la renta internacional generada localmente. La burguesía agraria no posee la fuerza social y estratégica que en tiempos pasados le dio un poder de desempate político esencial, cuando de ella dependía en exclusiva el ingreso de divisas en una economía cerrada. Por eso tampoco pudo arrastrar a otras fracciones del gran capital industrial o de servicios, pero retiene un poder, ahora acrecentado por el mercado internacional, de condicionar los ingresos, la política fiscal e incluso el patrón de producción basado en las “ventajas comparativas” del suelo pampeano. En el debate Rodríguez Saa leyó, igual que Reuteman, una frase de Perón del año 73 en relación a los alimentos: “Nosotros somos los ricos del futuro”. Esa fuerza social introdujo una brecha profunda en las clases urbanas, donde el patrón de consumo de las clases medias y altas imita al de países centrales y la acumulación de renta es considerada fruto del éxito individual que reclama derecho soberano sobre cualquier otra consideración. El tópico liberal exhibido en la revuelta sojera, es el fruto de una derrota ideológica y política que los moderados cambios, ni siquiera reformistas, operados desde el 2001 no han podido modificar y que tiene sus consecuencias en un estado incapaz de ejecutar políticas públicas efectivas, desmanteladas desde hace mucho por la lógica del gobierno de la tecnocracia “neutra”, sin ideología y de “gestión”.
La ciudad de la soja
En la República, Platón habla de tres ciudades o constituciones políticas. En el tipo oligárquico, donde domina un selecto grupo de ricos, los deseos son absorbidos en la pasión exclusiva de las riquezas, domina allí el espíritu de codicia y avaricia. La pasión se duplica entre el odio de los ricos contra los pobres y viceversa. Los ricos no sólo honran la riqueza a la que se consagran plenamente sino que manifiestan con respecto a los pobres un sentimiento de rechazo. “Alaban al rico, desprecian al pobre”. A una estructura social desigual corresponde una estructura de las pasiones que la refuerza. La ruindad, el apetito desenfrenado, los peores instintos de apropiación se conectan con ciertas formas sociales. Platón enfoca la psicología de los ciudadanos a imagen de la morfología de la ciudad. Freud, Marx, Elías entre muchos, retomarán esta reflexión. El “régimen afectivo” que supimos conseguir es consecuencia de un largo proceso de mercantilización de todos los espacios de la vida. Se han privatizado no sólo los recursos naturales sino el seguro de retiro, la salud y segmentos crecientes de la educación. El sistema impositivo regresivo que nos gobierna refuerza las desigualdades y, en el país de las vacas y el trigo, segmentos de la población pasan hambre. La naturalización de la indigencia y la pobreza, el hambre y la desnutrición infantil en un país donde se consume con furor desde hace cinco años legitima la codicia sojera y vuelve sentido común el eslogan “dejen en paz al campo”. El piquete y el corte de ruta, expropiado al saber de las luchas populares, se volvió un método genuino para que los “nuevos ricos” despotriquen contra la “expropiación fiscal” a la que consideran tan “comunista” como en décadas pasadas lo era el “impuesto a la renta presunta” .
El chacarero que tienen 200 hectáreas en Santa Fe o Buenos Aires, corazón de la protesta, y que obtienen una rentabilidad neta luego de las retenciones superior a los 260 mil pesos por campaña, exige que el estado no intervenga en la fijación de precios, abrazado a la posibilidad de legar una fortuna a su prole y aprovechar una oportunidad de excepción. El gringo exige que el estado saque sus manos del oro verde y cuando oye hablar de impuestos monta en cólera y se mofa de las “sanguijuelas” de la administración pública de una manera que recuerda al farmer norteamericano del medio oeste denunciando al “privilegiado y afeminado Departamento de Estado” que mora entre lujos en Washington DC. El gaucho local apela a la tradición populista. El arquetipo no es Llambías ni Buzzi sino De Angelis, con el que las clases medias y altas de los centros urbanos que cacerolearon en Recoleta, Palermo y Vicente López, pueden sentirse parte del pueblo: “si este no es el pueblo, el pueblo donde está”. Ellos son un componente fundamental de la revuelta de los satisfechos, de los más beneficiados por las políticas kirchneristas. La Argentina conservadora toma y tomará banderas populares, lenguajes corrientes y hará culto del sentido común, como lo hacen las clases dominantes en todas partes desde que la sociedad de masas exige que se gobierne no sólo con la fuerza sino también con legitimidad. Algunos segmentos progresistas identificaron por eso mismo los cortes de lucha con puebladas populares, a las que añadían el ejercicio de la “democracia directa”, confundiendo la forma asamblearia con el contenido reaccionario del propósito de la protesta.
Opciones
En Venezuela, una clase media enriquecida con el alza del precio del petróleo no ha dejado de golpear rudamente al gobierno de Chávez, a pesar de los gestos y medidas que el gobierno bolivariano ha tomado para desactivar esa furia opositora. Nada ha resultado. Aun así, en el país caribeño el gobierno posee en su haber una fuerza social movilizada y activa que le ha dado sustento frente a una derecha que lo intentó de todo, desde el golpe hasta la intervención electoral para desalojar un gobierno que no es el suyo y que siente ocupado por plebeyos peligrosos. En esa dinámica Venezuela y también Bolivia se han visto empujados, en mayor o menor medida, a recortar los derechos de las clases propietarias y a desvincular sus compromisos con fracciones enteras de las clases dominantes. Nada de eso ocurre hoy en nuestro país, a pesar de que se ha querido asociar a los Kirchner con aquel proceso. A su vez, proyectos como el tren bala o la destrucción del Indec empujaron a sectores progresistas al campo de la derecha, que es la que capitaliza semejantes desatinos y la artífice de la derrota gubernamental.
Para desmontar la Constitución socio-política neoliberal de la “ciudad de la soja” hace falta mucho más que retenciones móviles. En los hechos el modelo que lo puso en pie no estuvo, durante los 120 días de conflicto, en discusión. Se han comenzado a reclamar la eliminación del IVA a la canasta básica de alimentos e impuestos progresivos a las ganancias como primer demanda inmediata, urgente, además de subsidios universales para eliminar la pobreza y la recuperación de los recursos naturales, así como la revisión completa de la explotación minera y la aplicación de tributos a las ganancias y transacciones financieras. Queda pendiente también la orientación estratégica de la industria, los servicios y la agricultura.
El triunfo de la coalición verde dólar sólo hará más viva y crispada la polarización. Después de semejante triunfo irán por más, mientras la oposición partidaria se preparará para arrebatarle al oficialismo en las elecciones legislativas del próximo año, la tenue mayoría parlamentaria. Para afrontar las pasiones políticas que desató la más amplia y dinámica pueblada de la derecha económica y política, de una envergadura sin precedentes y consecuencias aún incalculables, se requiere de medidas radicales y efectivas que puedan hacerle frente y sean capaces de activar el apoyo popular. La administración actual parece obstinada en su política de alianza con las fracciones de la burguesía industrial y en cobijarse en el seno del aparato del PJ. La lucha de clases aparece de la forma más insólita, intrincada y laberíntica posible, mofándose de todos los esquemas que teníamos previamente.
El equilibrio exitoso entre fracciones de la clase dominante y de ellas con las clases populares, incluidas ciertas concesiones democráticas y expansión del empleo, se logró en base a una economía en crecimiento y una base de poder reconstruida con epicentro en el PJ. La crisis política rompió ese equilibrio, que afectará al sistema político y a la estabilidad gubernamental a pesar de que la bonanza económica le deja márgenes todavía generosos.
Para enfrentar consecuentemente a la derecha se requiere la activación política de masas, que sólo puede conseguirse mediante la ejecución de medidas de carácter popular, redistributivas y democráticas de fondo, algo que hasta el momento el gobierno no ha abordado. Algunos balances ya hablan de la “idiosincrasia derechista del pueblo argentino” sin reparar en que el gobierno ha sido incapaz de generar una identificación entre las masas populares porque nunca abordó una agenda social que rozara siquiera los logros del peronismo clásico. En todo caso las organizaciones populares, los sindicatos y movimientos sociales deben conservar su plena autonomía, no asistir pasivos a la impotencia oficial y no esperar de brazos cruzados el retorno triunfal de las fuerzas reaccionarias en ascenso. Políticas sociales, energéticas y de transporte ferroviario, de empleo, salario, creación de vivienda y obra pública entre otras medidas deben ser los ejes de una agenda democrática y anticapitalista a enarbolar frente a los agoreros del libre mercado.
La crisis agitó como hace mucho no veíamos las pasiones políticas dormidas en un soporífero fin de las ideologías y una narcotizante administración de las cosas por una tecnocracia eficiente. Los movimientos sociales fueron los grandes actores de las luchas de resistencia del período previo, aunque la carencia de proyecto político disipó parte de sus fuerzas, repartidas entre una participación subordinada en el gobierno de Kirchner y un intento de autonomía que no pocas veces pagó con aislamiento e incluso pérdida del sentido de realidad. La crisis actual ¿permitirá que las pasiones políticas alimenten también un proyecto político autónomo, popular, anti-capitalista y de izquierda que parta de la situación política concreta, que pise el suelo seguro de la lucha que se debate hoy en día, para proyectar desde allí una alternativa superadora del tibio neodesarrolismo oficial y darle cauce y capacidad de poder a las aspiraciones populares y a un proyecto realmente transformador? Ese será el desafío del próximo período.
Cuadro: Vacarezza
Alguien que anda por ahí - Julio Cortázar
Alguien que anda por ahí
Julio Cortázar
Julio Cortázar
A Jiménez lo habían desembarcado apenas caída la noche y aceptando todos los riesgos de que la caleta estuviera tan cerca del puerto. Se valieron de la lancha eléctrica, claro, capaz de resbalar silenciosa como una raya y perderse de nuevo en la distancia mientras Jiménez se quedaba un momento entre los matorrales esperando que se le habituaran los ojos, que cada sentido volviera a ajustarse al aire caliente y a los rumores de tierra adentro. Dos días atrás había sido la peste del asfalto caliente y las frituras ciudadanas, el desinfectante apenas disimulado en el lobby del Atlantic; los parches casi patéticos del bourbon con que todos ellos buscaban tapar el recuerdo del ron; ahora, aunque crispado y en guardia y apenas permitiéndose pensar, lo invadía el olor de Oriente, la sola inconfundible llamada del ave nocturna que quizás le daba la bienvenida, mejor pensarlo así como un conjuro.
Al principio a York le había parecido insensato que Jiménez desembarcara tan cerca de Santiago, era contra todos los principios; por eso mismo, y porque Jiménez conocía el terreno como nadie, York aceptó el riesgo y arregló lo de la lancha eléctrica. El problema estaba en no mancharse los zapatos, llegar al motel con la apariencia del turista provinciano que recorre su país; una vez ahí Alfonso se encargaría de instalarlo, el resto era cosa de pocas horas, la carga de plástico en el lugar convenido y el regreso a la costa donde esperarían la lancha y Alfonso; el telecomando estaba a bordo y una vez mar afuera el reverberar de la explosión y las primeras llamaradas en la fábrica los despediría con todos los honores. Por el momento había que subir hasta el motel valiéndose del viejo sendero abandonado desde que habían construido la nueva carretera más al norte, descansando un rato antes del último tramo para que nadie se diera cuenta del peso de la maleta cuando Jiménez se encontrara con Alfonso y éste la tomara con el gesto del amigo, evitando al maletero solícito y llevándose a Jiménez hasta una de las piezas bien situadas del motel. Era la parte más peligrosa del asunto, pero el único acceso posible se daba desde los jardines del motel; con suerte, con Alfonso, todo podía salir bien.
Por supuesto no había nadie en el sendero invadido por las matas y el desuso, solamente el olor de Oriente y la queja del pájaro que irritó por un momento a Jiménez como si sus nervios necesitaran un pretexto para soltarse un poco, para que él aceptara contra su voluntad que estaba ahí indefenso, sin una pistola en el bolsillo porque en eso York había sido terminante, la misión se cumplía o fracasaba pero una pistola era inútil en los dos casos y en cambio podía estropearlo todo. York tenía su idea sobre el carácter de los cubanos y Jiménez la conocía y lo puteaba desde tan adentro mientras subía por el sendero y las luces de las pocas casas y del motel se iban abriendo como ojos amarillos entre las últimas matas. Pero no valía la pena putear, todo iba according to schedule como hubiera dicho el maricón de York, y Alfonso en el jardín del motel pegando un grito y qué carajo donde dejaste el carro, chico, los dos empleados mirando y escuchando, hace un cuarto de hora que te espero, sí pero llegamos con atraso y el carro siguió con una compañera que va a la casa de la familia, me dejó ahí en la curva, vaya, tú siempre tan caballero, no me jodas, Alfonso, si es sabroso caminar por aquí, la maleta pasando de mano con una liviandad perfecta, los músculos tensos pero el gesto como de plumas, nada, vamos por tu llave y después nos echamos un trago, cómo dejaste a la Choli y a los niños, medio tristes, viejo, querían venir pero ya sabes la escuela y el trabajo, esta vez no coincidimos, mala suerte.
La ducha rápida, verificar que la puerta cerraba bien, la valija abierta sobre la otra cama y el envoltorio verde en el cajón de la cómoda entre camisas y diarios. En la barra Alfonso ya había pedido extrasecos con mucho hielo, fumaron hablando de Camagüey y de la última pelea de Stevenson, el piano llegaba como de lejos aunque la pianista estaba ahí nomás al término de la barra, tocando muy suave una habanera y después algo de Chopin, pasando a un danzón y a una vieja balada de película, algo que en los buenos tiempos había cantado Irene Dunne. Se tomaron otro ron y Alfonso dijo que por la mañana volvería para llevarlo de recorrida y mostrarle los nuevos barrios, había tanto que ver en Santiago, se trabajaba duro para cumplir los planes y sobrepasarlos, las microbrigadas eran del carajo, Almeida vendría a inaugurar dos fábricas, por ahí en una de ésas hasta caía Fidel, los compañeros estaban arrimando el hombro que daba gusto.
-Los santiagueros no se duermen -dijo el barman, y ellos se rieron aprobando, quedaba poca gente en el comedor y a Jiménez ya le habían destinado una mesa cerca de una ventana. Alfonso se despidió después de repetir lo del encuentro por la mañana; estirando largo las piernas, Jiménez empezó a estudiar la carta. Un cansancio que no era solamente del cuerpo lo obligaba a vigilarse en cada movimiento. Todo allí era plácido y cordial y calmo y Chopin, que ahora volvía desde ese preludio que la pianista tocaba muy lento, pero Jiménez sentía la amenaza como un agazapamiento, la menor falla y esas caras sonrientes se volverían máscaras de odio. Conocía esas sensaciones y sabía cómo controlarlas; pidió un mojito para ir haciendo tiempo y se dejó aconsejar en la comida, esa noche pescado mejor que carne. El comedor estaba casi vacío, en la barra una pareja joven y más allá un hombre que parecía extranjero y que bebía sin mirar su vaso, los ojos perdidos en la pianista que repetía el tema de Irene Dunne, ahora Jiménez reconocía Hay humo en tus ojos, aquella Habana de entonces, el piano volvía a Chopin, uno de los estudios que también Jiménez había tocado cuando estudiaba piano de muchacho antes del gran pánico, un estudio lento y melancólico que le recordó la sala de la casa, la abuela muerta, y casi a contrapelo la imagen de su hermano que se había quedado a pesar de la maldición paterna, Robertito muerto como un imbécil en Girón en vez de ayudar a la reconquista de la verdadera libertad.
Casi sorprendido comió con ganas, saboreando lo que su memoria no había olvidado, admitiendo irónicamente que era lo único bueno al lado de la comida esponjosa que tragaban del otro lado. No tenía sueño y le gustaba la música, la pianista era una mujer todavía joven y hermosa, tocaba como para ella sin mirar jamás hacia la barra donde el hombre con aire de extranjero seguía el juego de sus manos y entraba en otro ron y otro cigarro. Después del café Jiménez pensó que se le iba a hacer largo esperar la hora en la pieza, y se acercó a la barra para beber otro trago. El barman tenía ganas de charlar pero lo hacía con respeto hacia la pianista, casi un murmullo como si comprendiera que el extranjero y Jiménez gustaban de esa música, ahora era uno de los valses, la simple melodía donde Chopin había puesto algo como una lluvia lenta, como talco o flores secas en un álbum. El barman no hacía caso del extranjero, tal vez hablaba mal el español o era hombre de silencio, ya el comedor se iba apagando y habría que irse a dormir pero la pianista seguía tocando una melodía cubana que Jiménez fue dejando atrás mientras encendía otro cigarro y con un buenas noches circular se iba hacia la puerta y entraba en lo que esperaba más allá, a las cuatro en punto sincronizadas en su reloj y el de la lancha.
Antes de entrar en su cuarto acostumbró sus ojos a la penumbra del jardín para estar seguro de lo que le había explicado Alfonso, la picada a unos cien metros, la bifurcación hacia la carretera nueva, cruzarla con cuidado y seguir hacia el oeste. Desde el motel sólo veía la zona sombría donde empezaba la picada, pero era útil detectar las luces en el fondo y dos o tres hacia la izquierda para tener una noción de las distancias. La zona de la fábrica empezaba a setecientos metros al oeste, al lado del tercer poste de cemento encontraría el agujero por donde franquear la alambrada. En principio era raro que los centinelas estuvieran de ese lado, hacían una recorrida cada cuarto de hora pero después preferían charlar entre ellos del otro lado donde había luz y café; de todos modos ya no importaba mancharse la ropa, habría que arrastrarse entre las matas hasta el lugar que Alfonso le había descrito en detalle. La vuelta iba a ser fácil sin el envoltorio verde, sin todas esas caras que lo habían rodeado hasta ahora.
Se tendió en la cama casi enseguida y apagó la luz para fumar tranquilo; hasta dormiría un rato para aflojar el cuerpo, tenía el hábito de despertarse a tiempo. Pero antes se aseguró de que la puerta cerraba bien por dentro y que sus cosas estaban como las había dejado. Tarareó el valsecito que se le había hincado en la memoria, mezclándole el pasado y el presente, hizo un esfuerzo para dejarlo irse, cambiarlo por Hay humo en tus ojos, pero el valsecito volvía o el preludio, se fue adormeciendo sin poder quitárselos de encima, viendo todavía las manos tan blancas de la pianista, su cabeza inclinada como la atenta oyente de sí misma. El ave nocturna cantaba otra vez en alguna mata o en el palmar del norte.
Lo despertó algo que era más oscuro que la oscuridad del cuarto, más oscuro y pesado, vagamente a los pies de la cama. Había estado soñando con Phyllis y el festival de música pop, con luces y sonidos tan intensos que abrir los ojos fue como caer en un puro espacio sin barreras, un pozo lleno de nada, y a la vez su estómago le dijo que no era así, que una parte de eso era diferente, tenía otra consistencia y otra negrura. Buscó el interruptor de un manotazo; el extranjero de la barra estaba sentado al pie de la cama y lo miraba sin apuro, como si hasta ese momento hubiera estado velando su sueño.
Hacer algo, pensar algo era igualmente inconcebible. Vísceras, el puro horror, un silencio interminable y acaso instantáneo, el doble puente de los ojos. La pistola, el primer pensamiento inútil; si por lo menos la pistola. Un jadeo volviendo a hacer entrar el tiempo, rechazo de la última posibilidad de que eso fuera todavía el sueño en que Phyllis, en que la música y las luces y los tragos.
-Sí, es así, -dijo el extranjero, y Jiménez sintió como en la piel el acento cargado, la prueba de que no era de allí como ya algo en la cabeza y en los hombros cuando lo había visto por primera vez en la barra.
Enderezándose de a centímetros, buscando por lo menos una igualdad de altura, desventaja total de posición, lo único posible era la sorpresa pero también en eso iba a pura pérdida, roto por adelantado; no le iban a responder los músculos, le faltaría la palanca de las piernas para el avión desesperado, y el otro lo sabía, se estaba quieto y como laxo al pie de la cama. Cuando Jiménez lo vio sacar un cigarro y malgastar la otra mano hundiéndola en el bolsillo del pantalón para buscar los fósforos, supo que perdería el tiempo si se lanzaba sobre él; había demasiado desprecio en su manera de no hacerle caso, de no estar a la defensiva. Y algo todavía peor, sus propias precauciones, la puerta cerrada con llave, el cerrojo corrido.
-¿Quién eres? -se oyó preguntar absurdamente desde eso que no podía ser el sueño ni la vigilia.
-Qué importa -dijo el extranjero.
-Pero Alfonso...
Se vio mirado por algo que tenía como un tiempo aparte, una distancia hueca. La llama del fósforo se reflejó en unas pupilas dilatadas, de color avellana. El extranjero apagó el fósforo y se miró un momento las manos.
-Pobre Alfonso -dijo-. Pobre, pobre Alfonso.
No había lástima en sus palabras, solamente como una comprobación desapegada.
-¿Pero quién coño eres? -gritó Jiménez sabiendo que eso era la histeria, la pérdida del último control.
-Oh, alguien que anda por ahí -dijo el extranjero-. Siempre me acerco cuando tocan mi música, sobre todo aquí, sabes. Me gusta escucharla cuando la tocan aquí, en esos pianitos pobres. En mi tiempo era diferente, siempre tuve que escucharla lejos de mi tierra. Por eso me gusta acercarme, es como una reconciliación, una justicia.
Apretando los dientes para desde ahí dominar el temblor que lo ganaba de arriba abajo, Jiménez alcanzó a pensar que la única cordura era decidir que el hombre estaba loco. Ya no importaba cómo había entrado, cómo sabía, porque desde luego sabía pero estaba loco y ésa era la sola ventaja posible. Ganar tiempo, entonces, seguirle la corriente, preguntarle por el piano, por la música.
-Toca bien -dijo el extranjero-, pero claro, solamente lo que escuchaste, las cosas fáciles. Esta noche me hubiera gustado que tocara ese estudio que llaman revolucionario, de veras que me hubiera gustado mucho. Pero ella no puede, pobrecita, no tiene dedos para eso. Para eso hacen falta dedos así.
Las manos alzadas a la altura de los hombros, le mostró a Jiménez los dedos separados, largos y tensos. Jiménez alcanzó a verlos un segundo antes de que solamente los sintiera en la garganta.
Cuba, 1976
Al principio a York le había parecido insensato que Jiménez desembarcara tan cerca de Santiago, era contra todos los principios; por eso mismo, y porque Jiménez conocía el terreno como nadie, York aceptó el riesgo y arregló lo de la lancha eléctrica. El problema estaba en no mancharse los zapatos, llegar al motel con la apariencia del turista provinciano que recorre su país; una vez ahí Alfonso se encargaría de instalarlo, el resto era cosa de pocas horas, la carga de plástico en el lugar convenido y el regreso a la costa donde esperarían la lancha y Alfonso; el telecomando estaba a bordo y una vez mar afuera el reverberar de la explosión y las primeras llamaradas en la fábrica los despediría con todos los honores. Por el momento había que subir hasta el motel valiéndose del viejo sendero abandonado desde que habían construido la nueva carretera más al norte, descansando un rato antes del último tramo para que nadie se diera cuenta del peso de la maleta cuando Jiménez se encontrara con Alfonso y éste la tomara con el gesto del amigo, evitando al maletero solícito y llevándose a Jiménez hasta una de las piezas bien situadas del motel. Era la parte más peligrosa del asunto, pero el único acceso posible se daba desde los jardines del motel; con suerte, con Alfonso, todo podía salir bien.
Por supuesto no había nadie en el sendero invadido por las matas y el desuso, solamente el olor de Oriente y la queja del pájaro que irritó por un momento a Jiménez como si sus nervios necesitaran un pretexto para soltarse un poco, para que él aceptara contra su voluntad que estaba ahí indefenso, sin una pistola en el bolsillo porque en eso York había sido terminante, la misión se cumplía o fracasaba pero una pistola era inútil en los dos casos y en cambio podía estropearlo todo. York tenía su idea sobre el carácter de los cubanos y Jiménez la conocía y lo puteaba desde tan adentro mientras subía por el sendero y las luces de las pocas casas y del motel se iban abriendo como ojos amarillos entre las últimas matas. Pero no valía la pena putear, todo iba according to schedule como hubiera dicho el maricón de York, y Alfonso en el jardín del motel pegando un grito y qué carajo donde dejaste el carro, chico, los dos empleados mirando y escuchando, hace un cuarto de hora que te espero, sí pero llegamos con atraso y el carro siguió con una compañera que va a la casa de la familia, me dejó ahí en la curva, vaya, tú siempre tan caballero, no me jodas, Alfonso, si es sabroso caminar por aquí, la maleta pasando de mano con una liviandad perfecta, los músculos tensos pero el gesto como de plumas, nada, vamos por tu llave y después nos echamos un trago, cómo dejaste a la Choli y a los niños, medio tristes, viejo, querían venir pero ya sabes la escuela y el trabajo, esta vez no coincidimos, mala suerte.
La ducha rápida, verificar que la puerta cerraba bien, la valija abierta sobre la otra cama y el envoltorio verde en el cajón de la cómoda entre camisas y diarios. En la barra Alfonso ya había pedido extrasecos con mucho hielo, fumaron hablando de Camagüey y de la última pelea de Stevenson, el piano llegaba como de lejos aunque la pianista estaba ahí nomás al término de la barra, tocando muy suave una habanera y después algo de Chopin, pasando a un danzón y a una vieja balada de película, algo que en los buenos tiempos había cantado Irene Dunne. Se tomaron otro ron y Alfonso dijo que por la mañana volvería para llevarlo de recorrida y mostrarle los nuevos barrios, había tanto que ver en Santiago, se trabajaba duro para cumplir los planes y sobrepasarlos, las microbrigadas eran del carajo, Almeida vendría a inaugurar dos fábricas, por ahí en una de ésas hasta caía Fidel, los compañeros estaban arrimando el hombro que daba gusto.
-Los santiagueros no se duermen -dijo el barman, y ellos se rieron aprobando, quedaba poca gente en el comedor y a Jiménez ya le habían destinado una mesa cerca de una ventana. Alfonso se despidió después de repetir lo del encuentro por la mañana; estirando largo las piernas, Jiménez empezó a estudiar la carta. Un cansancio que no era solamente del cuerpo lo obligaba a vigilarse en cada movimiento. Todo allí era plácido y cordial y calmo y Chopin, que ahora volvía desde ese preludio que la pianista tocaba muy lento, pero Jiménez sentía la amenaza como un agazapamiento, la menor falla y esas caras sonrientes se volverían máscaras de odio. Conocía esas sensaciones y sabía cómo controlarlas; pidió un mojito para ir haciendo tiempo y se dejó aconsejar en la comida, esa noche pescado mejor que carne. El comedor estaba casi vacío, en la barra una pareja joven y más allá un hombre que parecía extranjero y que bebía sin mirar su vaso, los ojos perdidos en la pianista que repetía el tema de Irene Dunne, ahora Jiménez reconocía Hay humo en tus ojos, aquella Habana de entonces, el piano volvía a Chopin, uno de los estudios que también Jiménez había tocado cuando estudiaba piano de muchacho antes del gran pánico, un estudio lento y melancólico que le recordó la sala de la casa, la abuela muerta, y casi a contrapelo la imagen de su hermano que se había quedado a pesar de la maldición paterna, Robertito muerto como un imbécil en Girón en vez de ayudar a la reconquista de la verdadera libertad.
Casi sorprendido comió con ganas, saboreando lo que su memoria no había olvidado, admitiendo irónicamente que era lo único bueno al lado de la comida esponjosa que tragaban del otro lado. No tenía sueño y le gustaba la música, la pianista era una mujer todavía joven y hermosa, tocaba como para ella sin mirar jamás hacia la barra donde el hombre con aire de extranjero seguía el juego de sus manos y entraba en otro ron y otro cigarro. Después del café Jiménez pensó que se le iba a hacer largo esperar la hora en la pieza, y se acercó a la barra para beber otro trago. El barman tenía ganas de charlar pero lo hacía con respeto hacia la pianista, casi un murmullo como si comprendiera que el extranjero y Jiménez gustaban de esa música, ahora era uno de los valses, la simple melodía donde Chopin había puesto algo como una lluvia lenta, como talco o flores secas en un álbum. El barman no hacía caso del extranjero, tal vez hablaba mal el español o era hombre de silencio, ya el comedor se iba apagando y habría que irse a dormir pero la pianista seguía tocando una melodía cubana que Jiménez fue dejando atrás mientras encendía otro cigarro y con un buenas noches circular se iba hacia la puerta y entraba en lo que esperaba más allá, a las cuatro en punto sincronizadas en su reloj y el de la lancha.
Antes de entrar en su cuarto acostumbró sus ojos a la penumbra del jardín para estar seguro de lo que le había explicado Alfonso, la picada a unos cien metros, la bifurcación hacia la carretera nueva, cruzarla con cuidado y seguir hacia el oeste. Desde el motel sólo veía la zona sombría donde empezaba la picada, pero era útil detectar las luces en el fondo y dos o tres hacia la izquierda para tener una noción de las distancias. La zona de la fábrica empezaba a setecientos metros al oeste, al lado del tercer poste de cemento encontraría el agujero por donde franquear la alambrada. En principio era raro que los centinelas estuvieran de ese lado, hacían una recorrida cada cuarto de hora pero después preferían charlar entre ellos del otro lado donde había luz y café; de todos modos ya no importaba mancharse la ropa, habría que arrastrarse entre las matas hasta el lugar que Alfonso le había descrito en detalle. La vuelta iba a ser fácil sin el envoltorio verde, sin todas esas caras que lo habían rodeado hasta ahora.
Se tendió en la cama casi enseguida y apagó la luz para fumar tranquilo; hasta dormiría un rato para aflojar el cuerpo, tenía el hábito de despertarse a tiempo. Pero antes se aseguró de que la puerta cerraba bien por dentro y que sus cosas estaban como las había dejado. Tarareó el valsecito que se le había hincado en la memoria, mezclándole el pasado y el presente, hizo un esfuerzo para dejarlo irse, cambiarlo por Hay humo en tus ojos, pero el valsecito volvía o el preludio, se fue adormeciendo sin poder quitárselos de encima, viendo todavía las manos tan blancas de la pianista, su cabeza inclinada como la atenta oyente de sí misma. El ave nocturna cantaba otra vez en alguna mata o en el palmar del norte.
Lo despertó algo que era más oscuro que la oscuridad del cuarto, más oscuro y pesado, vagamente a los pies de la cama. Había estado soñando con Phyllis y el festival de música pop, con luces y sonidos tan intensos que abrir los ojos fue como caer en un puro espacio sin barreras, un pozo lleno de nada, y a la vez su estómago le dijo que no era así, que una parte de eso era diferente, tenía otra consistencia y otra negrura. Buscó el interruptor de un manotazo; el extranjero de la barra estaba sentado al pie de la cama y lo miraba sin apuro, como si hasta ese momento hubiera estado velando su sueño.
Hacer algo, pensar algo era igualmente inconcebible. Vísceras, el puro horror, un silencio interminable y acaso instantáneo, el doble puente de los ojos. La pistola, el primer pensamiento inútil; si por lo menos la pistola. Un jadeo volviendo a hacer entrar el tiempo, rechazo de la última posibilidad de que eso fuera todavía el sueño en que Phyllis, en que la música y las luces y los tragos.
-Sí, es así, -dijo el extranjero, y Jiménez sintió como en la piel el acento cargado, la prueba de que no era de allí como ya algo en la cabeza y en los hombros cuando lo había visto por primera vez en la barra.
Enderezándose de a centímetros, buscando por lo menos una igualdad de altura, desventaja total de posición, lo único posible era la sorpresa pero también en eso iba a pura pérdida, roto por adelantado; no le iban a responder los músculos, le faltaría la palanca de las piernas para el avión desesperado, y el otro lo sabía, se estaba quieto y como laxo al pie de la cama. Cuando Jiménez lo vio sacar un cigarro y malgastar la otra mano hundiéndola en el bolsillo del pantalón para buscar los fósforos, supo que perdería el tiempo si se lanzaba sobre él; había demasiado desprecio en su manera de no hacerle caso, de no estar a la defensiva. Y algo todavía peor, sus propias precauciones, la puerta cerrada con llave, el cerrojo corrido.
-¿Quién eres? -se oyó preguntar absurdamente desde eso que no podía ser el sueño ni la vigilia.
-Qué importa -dijo el extranjero.
-Pero Alfonso...
Se vio mirado por algo que tenía como un tiempo aparte, una distancia hueca. La llama del fósforo se reflejó en unas pupilas dilatadas, de color avellana. El extranjero apagó el fósforo y se miró un momento las manos.
-Pobre Alfonso -dijo-. Pobre, pobre Alfonso.
No había lástima en sus palabras, solamente como una comprobación desapegada.
-¿Pero quién coño eres? -gritó Jiménez sabiendo que eso era la histeria, la pérdida del último control.
-Oh, alguien que anda por ahí -dijo el extranjero-. Siempre me acerco cuando tocan mi música, sobre todo aquí, sabes. Me gusta escucharla cuando la tocan aquí, en esos pianitos pobres. En mi tiempo era diferente, siempre tuve que escucharla lejos de mi tierra. Por eso me gusta acercarme, es como una reconciliación, una justicia.
Apretando los dientes para desde ahí dominar el temblor que lo ganaba de arriba abajo, Jiménez alcanzó a pensar que la única cordura era decidir que el hombre estaba loco. Ya no importaba cómo había entrado, cómo sabía, porque desde luego sabía pero estaba loco y ésa era la sola ventaja posible. Ganar tiempo, entonces, seguirle la corriente, preguntarle por el piano, por la música.
-Toca bien -dijo el extranjero-, pero claro, solamente lo que escuchaste, las cosas fáciles. Esta noche me hubiera gustado que tocara ese estudio que llaman revolucionario, de veras que me hubiera gustado mucho. Pero ella no puede, pobrecita, no tiene dedos para eso. Para eso hacen falta dedos así.
Las manos alzadas a la altura de los hombros, le mostró a Jiménez los dedos separados, largos y tensos. Jiménez alcanzó a verlos un segundo antes de que solamente los sintiera en la garganta.
Cuba, 1976
Etiquetas: Cortázar J., cuentos
Corcobado y los Chatarreros de Sangre y Cielo - Tormenta de Tormento
Corcobado y los Chatarreros de Sangre y Cielo - Tormenta de Tormento(1991)
1-La libertad (es la cárcel más grande de todas las cárceles)
2-La navaja automática de tu voz
3-Herida luna
4-Canción de amor de mar
5-Donde no siembra el mal
6-Tormenta de tormento
7-Hermanos de corazón
8-Malsoñando
9-Mueve el vientre
10-Ladrada del afilador
11-Suceso
12-Una stanza vuota
13-Chatarra de sangre y cielo
14-Corcovado
15-Buen horror
En un Álbum - Lord Byron
En un Álbum
Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.
Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.
Lord Byron
Etiquetas: Lord Byron, poemas
Mika Etchebehère
Mika Etchebehère
Capitana en la Guerra Civil Española
Por Elsa Osorio
Este mes se cumplen 16 años de la muerte de Micaela Feldman de Etchebéhère, la argentina nacida en Moisés Ville en 1902 que comandó una columna del POUM en la Guerra Civil Española. Amiga de Cortázar, de Alfonsina Storni, de André Breton, de Copi, su extraordinaria trayectoria es poco conocida entre nosotros. Fue Juan José Hernández, en 1985, quien me inició en la historia de esta mujer que no sólo combatió en la guerra, sino que –como habría de descubrir en años de investigación– vivió a tope la aventura ideológica del siglo XX.
Hija de judíos rusos, Mika crece con los relatos de los revolucionarios evadidos de los pogroms y las cárceles de la Rusia zarista. A los 15 años, en Rosario, ligada a las anarquistas, pronuncia su primer discurso. En 1920 estudia odontología en la UBA y conoce a Hipólito Etchebéhère, su compañero. Juntos emprenderán una vida consagrada a la militancia. Sus primeros pasos: el grupo Insurrexit, la línea más izquierdista de la Reforma, donde confluyen marxismo, anarquismo y socialismo; su paso por el PC, 1924, de donde son expulsados en 1926 por su desacuerdo con la dirección y su apoyo a Trotsky (aunque no forman parte orgánica de un grupo trotskista). El viaje por la Patagonia, donde recogen testimonios sobre la masacre de los peones rurales en manos del Ejército, mientras arreglan dientes. En 1931 viajan a Europa en busca de la revolución. España, primera decepción: la República reprime duramente a los manifestantes que reclaman el cumplimiento de las promesas.
Luego París, estudios y vínculos con revolucionarios. Octubre del ’32, Berlín, son testigos de la derrota del proletariado alemán y el ascenso al poder de Hitler. Francia en el ’33, el grupo clandestino Que Faire, de oposición al stalinismo. Y al fin España, 1936. (Cuarenta años después, Mika publica un libro con sus recuerdos.) Mika e Hipólito se unen al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), cercano a sus ideas. Parten con una columna motorizada que comanda Hipólito. Un mes después, él muere en el combate de Atienza. Mika quiere matarse, pero le parece oír a su compañero: “¿Qué haces con nuestros principios? Ya resolverás tu pequeño destino individual después de la revolución. No es el momento de morir por sí mismo”.
Decide hacer suya esta guerra. Pero no será fácil para Mika convivir e imponer su autoridad a esos hombres, revolucionarios pero machistas. “En otras compañías son las muchachas las que lavan y hasta remiendan los calcetines”, protesta el miliciano. “Las muchachas que están con nosotros son milicianas –le contesta– no criadas. Estamos luchando todos juntos, hombres y mujeres, de igual a igual, nadie debe olvidarlo. Y ahora dos voluntarios.” Siempre habrá voluntarios porque Mika explica lo que ella misma va aprendiendo, y se preocupa de que no les falte comida o abrigo, de escucharlos y comprenderlos, de que ceda la tos con ese jarabe que ella misma les lleva a las trincheras, entre el silbido de las balas. Poco a poco, y pese a su ignorancia en estrategia militar, va asumiendo el lugar de jefa: en Sigüenza exige al emisario fascista que le lleven las condiciones de rendición por escrito y firmadas para ganar tiempo, ordena resistir, atacar, distribuye las funciones.
Ella elige una palabra oportuna para hacerse obedecer, elige alentarlos cuando las injurias del PC contra el POUM desmoralizan a sus milicianos, andar en cuatro patas por las trincheras, acostarse en el barro, empuñar las armas, mantener vivo el ideal revolucionario luchando codo a codo con sus milicianos... Ellos mismos la nombran capitana y la columna del POUM, combatiendo con pocas armas contra un enemigo mucho mejor equipado, realiza proezas en distintos frentes. Sigüenza, Moncloa, Pineda de Húmera, cada vez más alto el riesgo. Su fama temeraria hace que los altos mandos la designen para tomar el cerro de Avila. Los han mandado al asalto sin protección y Mika ve morir a sus milicianos. Se refugia en el Liceo Francés hasta el fin de la guerra, cuando regresa a París. De una guerra en la que combate a otra de la que debe huir por su origen judío. La familia Botana la asila en la Argentina. Desde 1946 hasta su muerte vive en París. No hay acontecimiento político en el que no se involucre, que no provoque sus lúcidas reflexiones. En el ’68 francés, con unos guantes blancos, recoge adoquines y explica a los estudiantes cómo evitar que el negro en sus manos los delate si son sorprendidos por la policía. No puede imaginar el guardia que acompaña a su casa a esa señora de 66 años, elegantemente vestida, que en su cartera están aquellos guantes tiznados.
Fuente
Hija de judíos rusos, Mika crece con los relatos de los revolucionarios evadidos de los pogroms y las cárceles de la Rusia zarista. A los 15 años, en Rosario, ligada a las anarquistas, pronuncia su primer discurso. En 1920 estudia odontología en la UBA y conoce a Hipólito Etchebéhère, su compañero. Juntos emprenderán una vida consagrada a la militancia. Sus primeros pasos: el grupo Insurrexit, la línea más izquierdista de la Reforma, donde confluyen marxismo, anarquismo y socialismo; su paso por el PC, 1924, de donde son expulsados en 1926 por su desacuerdo con la dirección y su apoyo a Trotsky (aunque no forman parte orgánica de un grupo trotskista). El viaje por la Patagonia, donde recogen testimonios sobre la masacre de los peones rurales en manos del Ejército, mientras arreglan dientes. En 1931 viajan a Europa en busca de la revolución. España, primera decepción: la República reprime duramente a los manifestantes que reclaman el cumplimiento de las promesas.
Luego París, estudios y vínculos con revolucionarios. Octubre del ’32, Berlín, son testigos de la derrota del proletariado alemán y el ascenso al poder de Hitler. Francia en el ’33, el grupo clandestino Que Faire, de oposición al stalinismo. Y al fin España, 1936. (Cuarenta años después, Mika publica un libro con sus recuerdos.) Mika e Hipólito se unen al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), cercano a sus ideas. Parten con una columna motorizada que comanda Hipólito. Un mes después, él muere en el combate de Atienza. Mika quiere matarse, pero le parece oír a su compañero: “¿Qué haces con nuestros principios? Ya resolverás tu pequeño destino individual después de la revolución. No es el momento de morir por sí mismo”.
Decide hacer suya esta guerra. Pero no será fácil para Mika convivir e imponer su autoridad a esos hombres, revolucionarios pero machistas. “En otras compañías son las muchachas las que lavan y hasta remiendan los calcetines”, protesta el miliciano. “Las muchachas que están con nosotros son milicianas –le contesta– no criadas. Estamos luchando todos juntos, hombres y mujeres, de igual a igual, nadie debe olvidarlo. Y ahora dos voluntarios.” Siempre habrá voluntarios porque Mika explica lo que ella misma va aprendiendo, y se preocupa de que no les falte comida o abrigo, de escucharlos y comprenderlos, de que ceda la tos con ese jarabe que ella misma les lleva a las trincheras, entre el silbido de las balas. Poco a poco, y pese a su ignorancia en estrategia militar, va asumiendo el lugar de jefa: en Sigüenza exige al emisario fascista que le lleven las condiciones de rendición por escrito y firmadas para ganar tiempo, ordena resistir, atacar, distribuye las funciones.
Ella elige una palabra oportuna para hacerse obedecer, elige alentarlos cuando las injurias del PC contra el POUM desmoralizan a sus milicianos, andar en cuatro patas por las trincheras, acostarse en el barro, empuñar las armas, mantener vivo el ideal revolucionario luchando codo a codo con sus milicianos... Ellos mismos la nombran capitana y la columna del POUM, combatiendo con pocas armas contra un enemigo mucho mejor equipado, realiza proezas en distintos frentes. Sigüenza, Moncloa, Pineda de Húmera, cada vez más alto el riesgo. Su fama temeraria hace que los altos mandos la designen para tomar el cerro de Avila. Los han mandado al asalto sin protección y Mika ve morir a sus milicianos. Se refugia en el Liceo Francés hasta el fin de la guerra, cuando regresa a París. De una guerra en la que combate a otra de la que debe huir por su origen judío. La familia Botana la asila en la Argentina. Desde 1946 hasta su muerte vive en París. No hay acontecimiento político en el que no se involucre, que no provoque sus lúcidas reflexiones. En el ’68 francés, con unos guantes blancos, recoge adoquines y explica a los estudiantes cómo evitar que el negro en sus manos los delate si son sorprendidos por la policía. No puede imaginar el guardia que acompaña a su casa a esa señora de 66 años, elegantemente vestida, que en su cartera están aquellos guantes tiznados.
Fuente
Vampiros Femeninos
Vampiro femenino
El vampiro que hoy conocemos no concuerda con el vampiro "real", con aquel en que creían nuestros ancestros con fe ciega, sino que es una recreación ficticia que sólo se puede materializar y fijar en una época de escepticismo y racionalidad: no es una mera casualidad, pues, que el vampiro literario nazca a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en esa rica y compleja época que marca la transición entre el preclaro espíritu de la Ilustración y el estallido romántico. Paralelamente a la figura del vampiro masculino, del macho procreador de nuevos vampiros, la literatura moldeó a la vampira, su réplica en perversidad, quizá aún más terrorífica porque era hermosa, seductora e irresistible. Y, lo peor de todo, era femenina.
Etiquetas: leyendas
Sarah Brightman - Classics: The Best Of...
Opera/Classical Crossover
Sarah Brightman - Classics: The Best Of... (2006)
01. La Wally
02. Anytime, Anywhere(Live)
03. Ave Maria
04. Lascia Ch'io Pianga
05. Hijo De La Luna
06. What You Never Know
07. En Aranjuez Con Tu Amor
08. La Luna
09. It's A Beautiful Day
10. Nella Fantasia
11. The Music Of The Night
12. O Mio Babbino Caro
13. Pie Jesu From “Requiem”
14. Winterlight
15. Nessun Dorma
16. Time To Say Goodbye(Con Te Partiro)
17. A question of honor (Part II)
Etiquetas: musica, Sarah Brightman
No temas a la Muerte - Qué dificil es caminar... - Alexandr Blok
No Temas a la Muerte
No temas a la muerte en viajes terrenales,
No temas a los enemigos o amigos,
Sólo escucha las plegarias
al pasar por todos los caminos del horror.
La Muerte vendrá hasta tí,
Y nunca más serás esclavo de la vida,
Esperando la piedad de un amanecer,
En la noche de miseria y tribulación.
Ella les amará con una ley común,
Una voluntad del Eterno Reino.
Ya no estarás condenado al lento
Y eterno dolor mortal.
No temas a la muerte en viajes terrenales,
No temas a los enemigos o amigos,
Sólo escucha las plegarias
al pasar por todos los caminos del horror.
La Muerte vendrá hasta tí,
Y nunca más serás esclavo de la vida,
Esperando la piedad de un amanecer,
En la noche de miseria y tribulación.
Ella les amará con una ley común,
Una voluntad del Eterno Reino.
Ya no estarás condenado al lento
Y eterno dolor mortal.
Qué Dificil es Caminar entre la Gente...
Qué difícil es caminar entre la gente
Y simular que no se ha muerto
Y en este juego de trágica pasión
Confesar que aún no se ha vivido.
Y escrutando en la nocturna pesadilla,
Encontrar el orden como un desordenado torbellino
Para que en el inexpresivo resplandor del arte
Descubramos el mortal incendio de la vida.
Alexandr Blok
El Monje - Matthew Lewis
El Monje - Matthew Lewis
El Autor
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Matthew Lewis(Gran Bretaña, 1775-1818)Novelista, dramaturgo y poeta inglés. Nació en Londres y estudió en la Universidad de Oxford. Recibió el apodo de Monk Lewis por su novela El monje (1796), una historia repleta de incidentes terribles y sobrenaturales que se ha convertido en un famoso ejemplo de novela gótica. En ella se observa la influencia de Ann Radcliffe, la principal novelista gótica. Lewis escribió la comedia musical titulada El castillo del espectro (1798), la colección de poesía Cuentos de terror (1799), y la balada Alonzo el valiente y la encantadora Imogen, que influyó en la poesía de sir Walter Scott.
El Monje, de Matthew G. Lewis, libro terrible y una de las cimas de la novela gótica, vio la luz en marzo de 1796, y despertó inmediatamente el interés y el asombro de la crítica y el público. Hoy, doscientos años más tarde, el poder hipnótico de su prosa y el veneno moral que destilan sus páginas sigue despertando el asombro de las generaciones de lectores que gustan del terror clásico. Ya desde su aparición, la obra fue tachada y condenada por impía, libertina, atea y corrompida. H. P. Lovecraft, maestro de ceremonias de la literatura macabra, la considera «una obra maestra de verdadera pesadilla cuyos elementos generales de corte gótico están condimentados con un cúmulo de rasgos macabros».
La novela nos presenta a un monje español, llamado Ambrosio, quien de un estado profundamente virtuoso pasa a ser tentado por el demonio bajo la apariencia de la doncella Matilde. Finalmente, Ambrosio es condenado a morir en manos de la Inquisición.
El monje (fragmento)
" Doña Leonila dábase aires de virgen enferma de amor y ello hasta extremos de lo más ridículos. Exhalaba suspiros lastimeros, caminaba con los brazos cruzados, soltaba largos soliloquios, ¡y su conversación giraba siempre en torno a cierta doncella abandonada, que murió con el corazón destrozado! Su rojiza cabellera estaba siempre adornada con una guirnalda de hojas de sauce. Por las noches veiasela vagar por las riberas de un arroyo a la luz de la luna.
(…)
A través de varios pasadizos angostos; y según pasaban, la luz de la lámpara no mostraba más que objetos asquerosos; cráneos, huesos, tumbas e imágenes cuyos ojos parecían contemplarles con horror y sorpresa. Por fin llegaron a una espaciosa cueva, cuyo techo estaba tan alto que la vista no alcanzaba a vislumbrar. Una profunda oscuridad envolvía aquel vacío; húmedos vapores dejaron helado el corazón del monje, mientras escuchaba con tristeza el aullido del viento en las criptas solitarias. "
(…)
A través de varios pasadizos angostos; y según pasaban, la luz de la lámpara no mostraba más que objetos asquerosos; cráneos, huesos, tumbas e imágenes cuyos ojos parecían contemplarles con horror y sorpresa. Por fin llegaron a una espaciosa cueva, cuyo techo estaba tan alto que la vista no alcanzaba a vislumbrar. Una profunda oscuridad envolvía aquel vacío; húmedos vapores dejaron helado el corazón del monje, mientras escuchaba con tristeza el aullido del viento en las criptas solitarias. "
Eva Duarte "Evita" - 56º aniversario de su fallecimiento
Eva Duarte "Evita" - 56º aniversario de su fallecimiento
Pensamiento Vivo de Evita
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"Porque vi que la mujer no era tenida en cuenta, ni en lo material ni en lo espiritual y porque advertí que la mujer era una reserva moral y espiritual, me puse al lado de todas las mujeres de mi país para bregar con ellas denodadamente, no solo por nuestra reivindicación sino también por la de nuestros hogares, de nuestros hijos y de nuestros esposos."
…Quiero rebelar a los pueblos. Quiero incendiarlos con el fuego de mi corazón.
…Yo puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo que se engaña y todo lo que finge, porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias…
…Quemarnos para poder quemar, sin escuchar las sirenas de los mediocres y de los imbéciles que nos hablan de prudencia…
…Si alguna cosa tengo que reprocharle a las altas jerarquias militares y clericales es precisamente su frialdad y su indiferencia frente al drama de mi pueblo…
…Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo y hay indiferentes: estos pertenecen a la clase de hombres que Dante señaló en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como “los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes”…
LOS IMPERIALISMOS han sido y son la causa de las más grandes desgracias de una humanidad que se encarna en los pueblos…
No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano. “no podemos hacer nada” es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas. No lo dicen por convencimiento, sino por conveniencias.
…Hay mil procedimientos eficaces para vencer: con armas o sin armas, de frente o por la espalda; a la luz del día o a la sombra de la noche; con un gesto de rabia o con una sonrisa; llorando o cantando. Por los medios legales o por los medios ilícitos que los mismos imperialismos utilizan contra los pueblos…
…El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses. Donde esos intereses del imperialismo se llame “petróleo”, basta, para vencerlo, con echar una piedra en cada pozo. Donde se llame cobre o estaño, basta con que se rompan las máquinas que los extraen de la tierra o que se crucen de brazos los trabajadores explotados… ¡No pueden vencernos! Basta con que nos decidamos…
ME REBELO INDIGNADA con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi corazón –no lo sé todavía-, en contra del privilegio que constituyen todavía los altos círculos de las fuerzas armadas y clericales.
Tengo plena conciencia de lo que escribo…
“Las fuerzas armadas”
Yo no se si será posible que alguna vez el mundo cancele todo cuanto signifique una fuerza de agresión y desaparezca la necesidad de sostener ejércitos para la defensa. Pero mientras eso –que sería lo ideal, acaso lo sobrenatural o lo imposible- no suceda, los pueblos del mundo deben cuidar que sus fuerzas militares no se conviertan en cadenas o instrumentos de su propia opresión….
…En estos momentos el mundo es una inmensa fortaleza. Todos los gobiernos han sido dominados por los altos círculos de sus fuerzas armadas…
…No se trata de destruirlas (aunque yo pienso que alguna vez serán inútiles). Se trata de convertirlas al pueblo y después, cuando todos sus dirigentes –sus oficiales- sean carne y alma del pueblo, habrá que permanecer alertas, vigilándolas para que no se entreguen otra vez…
…Somos más fuertes que todas las fuerzas armadas de todas las naciones juntas. Si nosotros no queremos que la fuerza bruta de las armas nos domine, no podrá dominarnos…
“Las jerarquias clericales”
Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías clericales. Cuya inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia frente a la realidad sufriente de los pueblos…
…Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los humildes, a los descamisados, a los enfermos y haber preferido en cambio la gloria y los honores de la oligarquía…
…les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina de humo con que lo inciensan…
…Yo no comprendo por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, puede predicarse la resignación frente a la injusticia…
…La religión no ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía…
…Yo me rebelo contra las “religiones” que hacen agachar la frente de los hombres y el alma de los pueblos. Eso no puede ser religión. La religión debe levantar la cabeza de los hombres. Yo admiro a la religión que puede hacer decirle a un humilde descamisado frente a un emperador: “Yo soy lo mismo que usted, hijo de Dios!”…
…La religión es para el hombre y no el hombre para la religión, y por eso, la religión ha de ser profundamente humana, profundamente popular…
…Yo sé –y lo declaro con todas las fuerzas de mi espíritu- que los pueblos tienen sed de Dios. Y sé también cómo trabajan los sacerdotes humildes en apagar aquella sed. Mi acusación no va dirigida contra éstos, sino contra quienes, por egoismo, por vanidad o por soberbia; por interés o por cualquier otra razón indigna a la causa que dicen defender, alejan a los pueblos de la verdad, cerrándoles el camino de Dios…
“los ambiciosos”
…Enemigos del pueblo son también los ambiciosos…
…Son enemigos del pueblo porque ellos no servirán jamás sino a sus intereses personales….
…siempre buscan su propia vanidad y enriquecerse pronto. El dinero, el poder y los honores son las tres grandes “causas”, los tres “ideales” de todos los ambiciosos…
…Los pueblos deben cuidar a los hombres que elige para regir sus destinos. Y deben recharzarlos y destruirlos cuando los vean sedientos de riquezas, de poder y de honores…
…Todo ambicioso es un prepotente capaz de convertirse en un tirano. ¡Hay que cuidarse de ellos como del Diablo!...
“Una sola clase”
…Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que no podremos darle jamás: Nuestra libertad…
…El trabajo es la gran tarea de los hombres, pero es la gran virtud. Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan de su propio trabajo y no del trabajo ajeno, seremos todos mas buenos, más hermanos, y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso para la humanidad…
UNA SOLA CLASE HOMBRES: LA DE LOS QUE TRABAJAN.
Ver "Esa Mujer" cuento de Rodolfo Walsh.
Ver "El Secuestro del Cadaver de Evita"
Etiquetas: opinion
Marcos - Rodrigo L. Portasany
Marcos
Rodrigo L. Portasany
Rodrigo L. Portasany
Marcos se asoma a la ventana, o mejor dicho se aplasta contra ella. Afuera las cosas pasan a mucha velocidad, con ritmo y es como una bendición que eso ocurra. Veinte minutos estuvo parado el tren hace un rato. Veinte minutos sin avanzar un metro y conformarse con ver como una vaca lo miraba fijamente fue patético. Aunque hablar de patético cuando se habla de Marcos es como algo muy recurrente. El vidrio se empañaba mucho así que Marcos sacaba constantemente su pañuelo marrón del bolsillo para limpiarlo. Luego lo doblaba bien prolijo como le gustaba hacerlo y lo devolvía a su lugar. Así estaba tranquilo, cada cosa debía estar en su lugar. Siempre.
Las lámparas que ahora brillan, se había apagado lentamente, no sin antes librar una batalla en cámara lenta entre el brillo y las sombras. Luego ya no era luz, era oscuridad, y murmullos de la gente que viajaba en ese tren, el expreso Once-General Pico. El sistema de iluminación es de los viejos, anda a dínamo. O sea, anda mientras el tren anda, luego cuando el tren para la luz empieza a apagarse. Por eso no había andado hasta que el tren volvió a arrancar.
La vaca, cinco, diez, quince, veinte minutos, el campo, el ruido de los durmientes y las vías, y de nuevo el movimiento. Atrás quedó la vaca. Primero un bamboleo, luego una pequeña brisa, por fin las luces y por último lo que a Marcos le fascina: el paisaje moviéndose, estirándose.
La noche ya es una realidad y ya casi nada se ve afuera. Marcos deja sola la segunda
ventana del primer vagón y camina por el pasillo en busca de otra ventana. Se para en la puerta y mira nuevamente por la ventana repitiendo el ritual. Pasillo, puerta, ventana, pasillo, puerta, ventana. En el camino grita una canción, sí la grita. Nadie podría llamar cantar a eso que Marcos hace. Su voz es estridente y mas desafinada que lo que cualquiera pueda imaginar. La situación parece sacada de un programa de cámaras ocultas. Una mujer ahoga un gritito de sorpresa que se acerca tanto al miedo que hasta parece serlo. Tres hombres con pinta de trabajadores se ríen abiertamente. Ninguno de ellos huele a perfume, ni siquiera a desodorante. Los tres lo conocen, siempre viajan en ese tren los viernes y esa no es la primera vez que lo ven. Marcos forma parte de un paisaje en movimiento, como el tren, como La Pampa. La mujer se calma, y a la vez se avergüenza, al ver la situación distendida. Lo supone inofensivo y tiene razón. Ese es su primer viaje en ese tren, alguien cercano la espera en la estación de Pico para hospedarla por unos días. Son sus vacaciones.
Merecidas por cierto. Vacaciones, ya casi no recuerda como se siente uno en vacaciones.
“Mi amor es azul como el mar azul” – vocifera Marcos mientras va cumpliendo con su
ritual: primero mirará por cada ventana de cada puerta que mira al sur, de punta a punta del tren, los nueve vagones. Luego volverá a donde comenzó pero cambiando de lado del tren, mirará por cada ventana al norte, sin saltearse ninguna. Si lo hace, si saltea aunque sea una, seguramente, algo lo castigará. Algo malo le sucederá. Marcos no sabe muy bien qué pero ese “algo” lo castigará duramente y lo tendrá merecido.
“...como el mar azul...”- vuelve a gritar. Siempre interpreta temas melódicos, a letra completa. Es un romántico. Un romántico en serio. Marcos tiene muchas falencias, muchos puntos oscuros. Puntos que lo diferencian de otras personas que no son como él. Los demás, los llama. Eso él lo sabe. De distancias sí que sabe. Él no es igual a todos, es distinto. Pero no está triste, una vez alguien le (mintió) dijo que se curaría. Que llegaría a ser uno mas. Espera ese día desde ese momento. Lo espera con ansias.
Marcos sabe que mucho no sabe, pero sabe algo que lo moviliza. Sabe que ella lo espera, que ella aguarda a que llegue. Lo ama. Lo ama tanto como él la ama a ella. Ella es rubia y se sienta en una estación en una terminal de tren. Lo sabe, lo soñó. La puede ver en un banco de madera frente a un cartel de estación. Algo dice en el cartel pero Marcos no sabe leer, ni sabe donde queda ese lugar. Ni puede preguntar a nadie por ella. El tren llega y se detiene, mucha gente baja. No tanta como en la capi, pero si mucha. Suben otros, el tren arranca y se va por donde vino. Desaparece. Ella sigue ahí. Mira. Lo busca. Él le dice que llegará, que espere, pero ella no puede escucharlo. Es un sueño, eso Marcos lo sabe. En los sueños muchos parecen no escuchar.
Al despertar y ya no vuelve a verla. Entristece por un rato, pero la esperanza de encontrarla, de viajar y viajar hasta llegar a ella, lo saca y lo alegra. Marcos sonríe. Sonríe siempre. En eso también es diferente.
Marcos es gordo, un gordo gigante. Desagradable. Su cara no es armónica. Algo pasa con sus ojos. Incomoda. Mira e incomoda. La gente lo evita.
Marcos también es adorable. Adorable en su desparpajo, adorable en su desamparo. Su pelo es rubio y brilla con el sol como si fuera refractario.
El tren avanza raudo y se detiene, avanza y detiene. Se parece un poco a Marcos con su ritual. Afuera la noche es tan cerrada que parece que a los costados del tren todo se ha ido.
Ya ninguna vaca mira al chico a los ojos, pero él mira hacia fuera como buscando algo
importante. Y canta, bueno grita. Los pasajeros duermen, muchos en sus asientos,
incómodos y rectos; otros en el piso porque así el pasaje es mas barato. Gratis a veces. El aire huele a tedio, alguien ronca. En el rumor de un walkman se puede distinguir a Piazzolla. Todos pueden distinguirlo.
Pasan pueblos y estaciones. Marcos está radiante esta noche.
- “Azul, azul, azul” –repite constantemente. Parece haber olvidado las palabras intermedias.
Se siente con suerte. Un loco con suerte parece una alegoría a algo, pero nadie asegurar a que. Esta vez no va a ser como las diez u once veces anteriores (ya ha olvidado la cantidad exacta). Esta vez ella estará allí. Radiante, misteriosa, eterna. Y lo más importante: solo para él.
Por fin se detiene, después de dar cinco vueltas al tren, cinco mirando al sur, cinco al norte.
Se apoya en un pasillo contra una pared y se adormece. Cinco, diez, quince minutos. Casi veinte. Afuera, las siluetas de las cosas empiezan a adivinarse con la llegada del amanecer.
Está nublado. Seguramente llueva antes del mediodía. Luego despierta. Se acomoda la ropa y vuelve a caminar.
- Es increíble la energía que tiene con lo poco que debe comer – un pasajero le comenta a otro que asiente con la cabeza sin dejar de mirar por la ventana.
Marcos va en silencio pero seguramente volverá a cantar (gritar) cuando llegue al vagón de la señora que se va de vacaciones. Ella no aprendió la lección de la noche anterior, así que volverá a asustarse.
Los minutos pasan y la gente comienza a sacudirse la modorra y el aburrimiento. Terrible aburrimiento se genera en toda una noche de viaje, más si uno no puede dormir. Además los asientos parecen conspirar contra el sueño, parecen estar para molestar. Su diseñador no debe haber sido un tipo muy feliz en la vida.
Un bebe llora, un nene pregunta a alguien que no conoce por el tiempo que falta para Pico, varios bufan. Marcos sonríe.
Dos horas pasan y no hay nada nuevo para ver. El tren frena y arranca, frena y arranca.
Marcos frena y arranca, frena y arranca. Las luces se prenden y se apagan...
-Mi amor es azul como el mar azul, azul como el mar azul...
Pico está cerca, a minutos nomás. El paisaje está bañado de luz, luz de sol cubierto, luz gris.
Marcos abre los ojos, no entendiendo bien que pasa. El tren está detenido y no hay nadie a su alrededor. Ya no hay paisaje pampeano afuera sino una estación amplia y austera. Una terminal.
-Debo haberme dormido parado - piensa. –Pero es raro, nunca duermo dos veces en una
misma noche.
De golpe, a través de la ventana ve la estación y una catarata de sensaciones atropella su cuerpo. Tiembla, de pies a cabeza. La emoción es muy fuerte, se siente raro. Ella, sí, ella debe estar ahí. Esperándolo. El ha sido malo, descortés. La ha hecho esperar mucho. Quizás demasiado.
-Dormirse fue una estupidez- se reprocha. No pude haber estado peor.
En ese momento irrumpe en la cabeza un pensamiento que lo llega de espanto: y si ella ya no está? Si se ha ido? Si se cansó de esperarlo? Si pensó que ya no vendría?
- Pero, cuanto dormí? Minutos? Horas? –piensa casi en voz alta. Está confundido.
Entonces, la inquietud se transforma en electricidad y se vuelca en cada músculo de su cuerpo. Corre. Corre a mas no poder. Él es campeón. Marcos es el campeón.
Los vagones quedan atrás, uno, dos. Son como vallas. Tres, cuatro. Llega. El primer vagón también está vacío. En realidad cada uno de ellos está vacío. Ya no está nadie.
- Será tarde? – piensa, ingenuo.
Ni los tres trabajadores, ni el bebé que llora, ni el niño impaciente, ni la mujer de vacaciones. Nadie. Ni guardas, ni motorman. El tren es un desierto. Por la puerta abierta de la vacía cabina del conductor se ve la vía que continúa unos metros mas y que termina abruptamente en una barricada de detención donde tampoco hay nadie. Afuera, un andén modesto y un poco castigado por el tiempo también se pliega al panorama.
¿Donde están todos? – piensa, pero su mente enfoca solo en la rubia de sus sueños. Es la estación de Pico, no cabe duda. También es el cartel de madera que no supo leer nunca.
Eso es todo lo que ve cuando baja del tren pero hay algo que no encaja. Hay algo raro que presiente. Para de correr pero sigue caminando. La gravilla del andén es gris y cruje cuando Marcos la pisa. Eso no es extraño, él pesa mas de noventa kilos. Lo raro es el color. Es un gris como irreal. Marcos se siente como caminando en la luna. Ahora sí que tiene miedo, un miedo autentico e inédito, un tipo de miedo que linda con lo irracional. Todavía quiere encontrar a la rubia, en realidad es lo único que quiere. La necesita. Pero las cosa han cambiado un poco. Ahora necesita que lo proteja. Es como un niño, un gran niño gigante.
Ya no quiere una novia, ahora quiere una coraza. Hace cinco pasos mas y una brisa lo
detiene. Y prácticamente lo obliga girar su cabeza. Sus ojos le transmiten lo que siempre quiso ver, pero preferiría estar viendo otra cosa. El andén vacío, por ejemplo.
Gira, la situación es histérica. La rubia avanza hacia él. Marcos casi sin notarlo también avanza hacia la chica. El miedo es como una catarata inmensa que llena el mundo. El chico se resiste pero con cada segundo que pasa un músculo mas se subleva a su control.
Cincuenta, cuarenta, veinte metros los separan. Los amantes van a unirse. Diez, cinco, Marcos se relaja. Tres, uno, eternamente.
Las lámparas que ahora brillan, se había apagado lentamente, no sin antes librar una batalla en cámara lenta entre el brillo y las sombras. Luego ya no era luz, era oscuridad, y murmullos de la gente que viajaba en ese tren, el expreso Once-General Pico. El sistema de iluminación es de los viejos, anda a dínamo. O sea, anda mientras el tren anda, luego cuando el tren para la luz empieza a apagarse. Por eso no había andado hasta que el tren volvió a arrancar.
La vaca, cinco, diez, quince, veinte minutos, el campo, el ruido de los durmientes y las vías, y de nuevo el movimiento. Atrás quedó la vaca. Primero un bamboleo, luego una pequeña brisa, por fin las luces y por último lo que a Marcos le fascina: el paisaje moviéndose, estirándose.
La noche ya es una realidad y ya casi nada se ve afuera. Marcos deja sola la segunda
ventana del primer vagón y camina por el pasillo en busca de otra ventana. Se para en la puerta y mira nuevamente por la ventana repitiendo el ritual. Pasillo, puerta, ventana, pasillo, puerta, ventana. En el camino grita una canción, sí la grita. Nadie podría llamar cantar a eso que Marcos hace. Su voz es estridente y mas desafinada que lo que cualquiera pueda imaginar. La situación parece sacada de un programa de cámaras ocultas. Una mujer ahoga un gritito de sorpresa que se acerca tanto al miedo que hasta parece serlo. Tres hombres con pinta de trabajadores se ríen abiertamente. Ninguno de ellos huele a perfume, ni siquiera a desodorante. Los tres lo conocen, siempre viajan en ese tren los viernes y esa no es la primera vez que lo ven. Marcos forma parte de un paisaje en movimiento, como el tren, como La Pampa. La mujer se calma, y a la vez se avergüenza, al ver la situación distendida. Lo supone inofensivo y tiene razón. Ese es su primer viaje en ese tren, alguien cercano la espera en la estación de Pico para hospedarla por unos días. Son sus vacaciones.
Merecidas por cierto. Vacaciones, ya casi no recuerda como se siente uno en vacaciones.
“Mi amor es azul como el mar azul” – vocifera Marcos mientras va cumpliendo con su
ritual: primero mirará por cada ventana de cada puerta que mira al sur, de punta a punta del tren, los nueve vagones. Luego volverá a donde comenzó pero cambiando de lado del tren, mirará por cada ventana al norte, sin saltearse ninguna. Si lo hace, si saltea aunque sea una, seguramente, algo lo castigará. Algo malo le sucederá. Marcos no sabe muy bien qué pero ese “algo” lo castigará duramente y lo tendrá merecido.
“...como el mar azul...”- vuelve a gritar. Siempre interpreta temas melódicos, a letra completa. Es un romántico. Un romántico en serio. Marcos tiene muchas falencias, muchos puntos oscuros. Puntos que lo diferencian de otras personas que no son como él. Los demás, los llama. Eso él lo sabe. De distancias sí que sabe. Él no es igual a todos, es distinto. Pero no está triste, una vez alguien le (mintió) dijo que se curaría. Que llegaría a ser uno mas. Espera ese día desde ese momento. Lo espera con ansias.
Marcos sabe que mucho no sabe, pero sabe algo que lo moviliza. Sabe que ella lo espera, que ella aguarda a que llegue. Lo ama. Lo ama tanto como él la ama a ella. Ella es rubia y se sienta en una estación en una terminal de tren. Lo sabe, lo soñó. La puede ver en un banco de madera frente a un cartel de estación. Algo dice en el cartel pero Marcos no sabe leer, ni sabe donde queda ese lugar. Ni puede preguntar a nadie por ella. El tren llega y se detiene, mucha gente baja. No tanta como en la capi, pero si mucha. Suben otros, el tren arranca y se va por donde vino. Desaparece. Ella sigue ahí. Mira. Lo busca. Él le dice que llegará, que espere, pero ella no puede escucharlo. Es un sueño, eso Marcos lo sabe. En los sueños muchos parecen no escuchar.
Al despertar y ya no vuelve a verla. Entristece por un rato, pero la esperanza de encontrarla, de viajar y viajar hasta llegar a ella, lo saca y lo alegra. Marcos sonríe. Sonríe siempre. En eso también es diferente.
Marcos es gordo, un gordo gigante. Desagradable. Su cara no es armónica. Algo pasa con sus ojos. Incomoda. Mira e incomoda. La gente lo evita.
Marcos también es adorable. Adorable en su desparpajo, adorable en su desamparo. Su pelo es rubio y brilla con el sol como si fuera refractario.
El tren avanza raudo y se detiene, avanza y detiene. Se parece un poco a Marcos con su ritual. Afuera la noche es tan cerrada que parece que a los costados del tren todo se ha ido.
Ya ninguna vaca mira al chico a los ojos, pero él mira hacia fuera como buscando algo
importante. Y canta, bueno grita. Los pasajeros duermen, muchos en sus asientos,
incómodos y rectos; otros en el piso porque así el pasaje es mas barato. Gratis a veces. El aire huele a tedio, alguien ronca. En el rumor de un walkman se puede distinguir a Piazzolla. Todos pueden distinguirlo.
Pasan pueblos y estaciones. Marcos está radiante esta noche.
- “Azul, azul, azul” –repite constantemente. Parece haber olvidado las palabras intermedias.
Se siente con suerte. Un loco con suerte parece una alegoría a algo, pero nadie asegurar a que. Esta vez no va a ser como las diez u once veces anteriores (ya ha olvidado la cantidad exacta). Esta vez ella estará allí. Radiante, misteriosa, eterna. Y lo más importante: solo para él.
Por fin se detiene, después de dar cinco vueltas al tren, cinco mirando al sur, cinco al norte.
Se apoya en un pasillo contra una pared y se adormece. Cinco, diez, quince minutos. Casi veinte. Afuera, las siluetas de las cosas empiezan a adivinarse con la llegada del amanecer.
Está nublado. Seguramente llueva antes del mediodía. Luego despierta. Se acomoda la ropa y vuelve a caminar.
- Es increíble la energía que tiene con lo poco que debe comer – un pasajero le comenta a otro que asiente con la cabeza sin dejar de mirar por la ventana.
Marcos va en silencio pero seguramente volverá a cantar (gritar) cuando llegue al vagón de la señora que se va de vacaciones. Ella no aprendió la lección de la noche anterior, así que volverá a asustarse.
Los minutos pasan y la gente comienza a sacudirse la modorra y el aburrimiento. Terrible aburrimiento se genera en toda una noche de viaje, más si uno no puede dormir. Además los asientos parecen conspirar contra el sueño, parecen estar para molestar. Su diseñador no debe haber sido un tipo muy feliz en la vida.
Un bebe llora, un nene pregunta a alguien que no conoce por el tiempo que falta para Pico, varios bufan. Marcos sonríe.
Dos horas pasan y no hay nada nuevo para ver. El tren frena y arranca, frena y arranca.
Marcos frena y arranca, frena y arranca. Las luces se prenden y se apagan...
-Mi amor es azul como el mar azul, azul como el mar azul...
Pico está cerca, a minutos nomás. El paisaje está bañado de luz, luz de sol cubierto, luz gris.
Marcos abre los ojos, no entendiendo bien que pasa. El tren está detenido y no hay nadie a su alrededor. Ya no hay paisaje pampeano afuera sino una estación amplia y austera. Una terminal.
-Debo haberme dormido parado - piensa. –Pero es raro, nunca duermo dos veces en una
misma noche.
De golpe, a través de la ventana ve la estación y una catarata de sensaciones atropella su cuerpo. Tiembla, de pies a cabeza. La emoción es muy fuerte, se siente raro. Ella, sí, ella debe estar ahí. Esperándolo. El ha sido malo, descortés. La ha hecho esperar mucho. Quizás demasiado.
-Dormirse fue una estupidez- se reprocha. No pude haber estado peor.
En ese momento irrumpe en la cabeza un pensamiento que lo llega de espanto: y si ella ya no está? Si se ha ido? Si se cansó de esperarlo? Si pensó que ya no vendría?
- Pero, cuanto dormí? Minutos? Horas? –piensa casi en voz alta. Está confundido.
Entonces, la inquietud se transforma en electricidad y se vuelca en cada músculo de su cuerpo. Corre. Corre a mas no poder. Él es campeón. Marcos es el campeón.
Los vagones quedan atrás, uno, dos. Son como vallas. Tres, cuatro. Llega. El primer vagón también está vacío. En realidad cada uno de ellos está vacío. Ya no está nadie.
- Será tarde? – piensa, ingenuo.
Ni los tres trabajadores, ni el bebé que llora, ni el niño impaciente, ni la mujer de vacaciones. Nadie. Ni guardas, ni motorman. El tren es un desierto. Por la puerta abierta de la vacía cabina del conductor se ve la vía que continúa unos metros mas y que termina abruptamente en una barricada de detención donde tampoco hay nadie. Afuera, un andén modesto y un poco castigado por el tiempo también se pliega al panorama.
¿Donde están todos? – piensa, pero su mente enfoca solo en la rubia de sus sueños. Es la estación de Pico, no cabe duda. También es el cartel de madera que no supo leer nunca.
Eso es todo lo que ve cuando baja del tren pero hay algo que no encaja. Hay algo raro que presiente. Para de correr pero sigue caminando. La gravilla del andén es gris y cruje cuando Marcos la pisa. Eso no es extraño, él pesa mas de noventa kilos. Lo raro es el color. Es un gris como irreal. Marcos se siente como caminando en la luna. Ahora sí que tiene miedo, un miedo autentico e inédito, un tipo de miedo que linda con lo irracional. Todavía quiere encontrar a la rubia, en realidad es lo único que quiere. La necesita. Pero las cosa han cambiado un poco. Ahora necesita que lo proteja. Es como un niño, un gran niño gigante.
Ya no quiere una novia, ahora quiere una coraza. Hace cinco pasos mas y una brisa lo
detiene. Y prácticamente lo obliga girar su cabeza. Sus ojos le transmiten lo que siempre quiso ver, pero preferiría estar viendo otra cosa. El andén vacío, por ejemplo.
Gira, la situación es histérica. La rubia avanza hacia él. Marcos casi sin notarlo también avanza hacia la chica. El miedo es como una catarata inmensa que llena el mundo. El chico se resiste pero con cada segundo que pasa un músculo mas se subleva a su control.
Cincuenta, cuarenta, veinte metros los separan. Los amantes van a unirse. Diez, cinco, Marcos se relaja. Tres, uno, eternamente.
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También fueron muy frecuentes los relatos sobre mujeres chupadoras de sangre, generalmente ancianas: las meigas chuchonas gallegas, las guaxas asturianas, las loogaroo de Haití, las sukuyan de Trinidad... Si bien, en un principio, el cristianismo rechazó de pleno las creencias en este tipo de seres, los siglos XV y XVI asistieron a una salvaje orgía de sangre que tenía como objetivo erradicar la brujería en Europa. El tristemente célebre texto de los dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger Malleus Maleficarum (1486) sentó las bases para detectar y ejecutar a las brujas y favoreció la identificación de las antiguas vampiras con estas servidoras de Satán. Los tratados De Graecorum hodie quorundam opinationibus (1645) de Leo Allatius y Relation de ce qui s'est passe a Sant-erini Isle de'l Archipel (1657) de Françoise Richard estudiaban sendos casos de vampirismo desde la perspectiva propuesta por Kramer y Sprenger: también se trataba de una demostración del poder de Satanás en la Tierra, pues ahora se entenderá que el vampiro no es más que un cadáver poseído por un espíritu diabólico. Precisamente por ello, las brujas podían convertirse en vampiros después de su muerte, igual que cualquier persona que hubiera estado en vida en tratos con el demonio. Tampoco faltan testimonios -registrados en el Malleus o en procesos como el de Zugarramurdi de 1610- en el que se achacan actos de vampirismo a las mujeres acusadas de brujería, especialmente con niños a los que "chupan por el seso y por su natura, apretando recio con las manos, y chupando fuertemente les sacan la sangre".
Sin embargo, cuando se escriben los textos de Allatius y Richard, los procesos por brujería ya estaban siendo sometidos a un duro escrutinio y cuestionados por un análisis más racional y ecuánime: las investigaciones que siguieron a sonados procesos como los de Zugarramurdi o Salem pusieron en evidencia las lacras de un sistema judicial que se basaba en acusaciones falsas o testimonios extraídos mediante tortura, y ayudaron a desbaratar todo el aparato represor que se había establecido en Europa. Curiosamente, la mujer vampiro pareció desaparecer al mismo tiempo que cesaron las cazas de brujas, pues es raro encontrar en los relatos centroeuropeos sobre vampirismo -que fueron la principal fuente de inspiración de los escritores decimonónicos- menciones a vampiros femeninos: por lo general, éstos no son más que víctimas "contagiadas" por el vampiro original, siempre un hombre; en la mayoría de los casos, son sus esposas o hijas, como le sucede a la protagonista femenina del cuento de Alexis Tolstoi La familia del vurdalak (1847). Una vez más, fue la literatura la que tuvo que cincelar el modelo de la mujer vampiro que hoy conocemos, otra vez recreando esas tradiciones arcaicas según los patrones marcados por ciertos códigos éticos y estéticos.
El fanatismo que promovió la caza de brujas tenía como sustrato psicológico un pánico inconsciente hacia lo femenino. En el Malleus Maleficarum leemos las siguientes consideraciones acerca de la mujer:
[...] su aspecto es hermoso, su contacto es fétido, su compañía, mortal [...] Mentirosa por naturaleza, lo es también por su lengua: hiere al tiempo que encanta.
El mecanismo de demonización y represión de la bruja ha sido explicado por Claude Kappler en su ensayo Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media:
Cuando se desarrolla el mito de la bruja, la sociedad medieval consigue proyectar su temor a la mujer, su temor a la muerte, en una imagen únicamente maléfica de esa misma mujer: sirve de chivo expiatorio portador de todos los miasmas de la sociedad (...) Así, para escapar al Monstruo-Mujer, capaz de castrar al hombre, de desmembrarlo, el inquisidor la hace sufrir -de otra manera- la suerte que piensa le amenaza a él mismo, y al hacerlo, se comporta como una bruja a la inversa.
La bruja encarna el aspecto nocturno de la mujer [...] Mas la mujer, para ser impura, no necesita del concurso del diablo: la repetición regular del ciclo menstrual la señalaba, en la tradición hebraica, como naturalmente impura.
La imagen de la serpiente quizá pueda explicar un curioso detalle que ha señalado J. Gordon Melton en su exhaustivo The Vampire Book y del que los lectores y espectadores de cine no suelen darse cuenta:
Los colmillos convencionales parecen más útiles para desgarrar la carne que para punzar la yugular. Los dos agujeros estarían tan alejados entre sí que sería difícil chupar de ambos a la vez. Quizá por ello, ha sido habitual en las películas mostrar los dos agujeros más cerca el uno del otro, mucho más desde luego que la distancia que media entre los colmillos de cualquier ser humano.
¿No es la mordedura de una víbora más similar a esas dos pequeñas punciones, tan frecuentes en la literatura sobre vampiros, que las marcas de una dentadura humana? Al igual que la serpiente, la acción del vampiro masculino genera una nueva raza de vampiros femeninos que se definen por la iniciativa sexual, por el impulso de satisfacer su deseo en una sociedad patriarcal que les ha negado ese derecho. La idea está presente en una novela de tintes lésbicos como es Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu, y alcanza su más clara expresión en el Drácula de Stoker. Según Phyllis A. Roth, en su artículo "Suddenly Sexual Women in Bram Stoker's Dracula", la mujer vampiro conjura:
[...] una fantasía primigenia que parte de la convicción de que la mujer sexualmente deseable aniquilará si no es aniquilada ella primero. La fantasía del incesto y el matricidio evoca esa imagen mítica de la vagina dentata, tan patente en numerosos relatos folclóricos, donde la boca y la vagina se identifican por primitivos procesos de asociación que expresan el miedo masculino a la castración, a no ser que esos dientes sean extraídos por el héroe.
Dos de los personajes de Drácula, Jonathan Harker y Van Helsing, sentirán pánico ante las mujeres que habitan el castillo del Conde no tanto por su condición vampírica como por su desinhibida agresividad sexual. Lo más repugnante para ellos es su "voluptuosidad":
[En Drácula] sólo las relaciones que se establecen con los vampiros son de carácter sexual, de hecho parece que hay cierta voluntad de mostrar la sexualidad como algo impensable en las "relaciones normales" entre los sexos. Todas las relaciones, incluidas las de Lucy y sus tres pretendientes o la de Mina con su marido, son "espiritualizadas" hasta unos límites que las hacen poco creíbles. Sólo cuando Lucy se convierte en vampiro, se le permite ser "voluptuosa" [...] De manera clara, el vampirismo no sólo se asocia con la muerte, la inmortalidad y la oralidad, sino que es un equivalente al acto sexual. [...] Es más, en términos psicoanalíticos, el vampirismo es un disfraz para fantasías deseadas y temidas al mismo tiempo.
Las mujeres vampiro hicieron su aparición en literatura antes de Lord Ruthven, el protagonista del relato de John Polidori El vampiro (1819). Johann Wolfgang Goethe recupera para su poema La novia de Corinto (Der Braut von Corinth, 1797) una narración clásica de Flegón: una doncella muerta regresa por las noches para consumar su amor por un mortal. Sin embargo, esta no-muerta no puede encuadrarse aún en el esquema de la moderna mujer vampiro, pues no se trata más que de una víctima inocente de circunstancias trágicas. Lo mismo ocurre con la primera aparición vampírica que registran las letras inglesas, en el poema Thalaba the Destroyer (1799), fantasía oriental de Roberth Southey. El libro VII nos relata el encuentro del protagonista, Thalaba, con su novia Oneiza, que pereció en el día de su boda y se ha convertido en una vampira. El héroe encuentra fuerzas para clavarle su lanza y liberarla de su maldición, ya que su cuerpo había sido poseído por un espíritu maligno. No es raro que Southey se haga eco de algunas de las teorías expuestas por los tratadistas de XVII, ya que, como explicó en la edición anotada de sus obras (1837-38), se documentó sobre vampirismo con testimonios de la época. En otro poema de 1798, The Old Woman of Berkeley, presenta a una bruja inspirada, sin duda, en las estrigas o lamias, ya que afirma que "de bebés dormidos he bebido el aliento".
Más decisivos para la literatura del XIX que las ortodoxas vampiras de Goethe o Southey, fueron otras criaturas más infieles a la letra, pero no al espíritu, las protagonistas de dos de los más famosos poemas del romanticismo inglés: Christabel (1797-1801), de Samuel Taylor Coleridge, y Lamia (1816), de John Keats. Ambas fijarían el prototipo de la mujer perversa, de la belleza maléfica.
La obra de Coleridge es un poema inacabado que cuenta cómo la doncella Christabel encuentra una noche en el bosque a una dama de gran belleza que parece estar perdida, Geraldine. La lleva a su castillo, la invita a su alcoba y al día siguiente se la presenta a su padre, Sir Leoline
Christabel pronto advierte en Geraldine una naturaleza pérfida, aunque de nada le sirve prevenir de ello a Sir Leoline, que ha quedado fascinado por la recién llegada. En realidad, no hay en Christabel referencias directas al vampirismo, aunque Geraldine parece compartir algunos de sus rasgos: no puede entrar en el castillo de Sir Leoline si Christabel no la invita antes, el mastín del patio ladra cuando ella pasa a su lado y a la mañana siguiente de compartir lecho con Christabel despierta "aún más hermosa, todavía mucho más hermosa". Coleridge parecía tener más en mente el mito de Melusina, la mujer serpiente, pues son varias las alusiones al carácter de ofidio de la misteriosa mujer: un "frío regazo", el "aliento con siseante sonido" o su "ojo de serpiente". Para aclarar más las cosas, el trovador del castillo narra un sueño en el que ve a una paloma y "una serpiente de un verde brillante enroscada alrededor de sus alas y su cuello". El evidente simbolismo alude, en realidad, a dos maneras de entender la belleza femenina en la literatura decimonónica: la inocente paloma representa a Christabel, ideal de la criatura angelical, a la que se asocia siempre el adjetivo lovely [adorable] y que es descrita con las galas de una belleza sencilla, armoniosa con la naturaleza, pues "no hay viento capaz de mover un rizado bucle en su adorable mejilla"; la serpiente es, por supuesto, Geraldine, el modelo de la belleza oscura, el ángel caído que se define con el adjetivo fair [hermosa] y cuya belleza viene marcada por el disfraz y el artificio con que "salvajemente destellaban las gemas enredadas en su cabello". Sólo la virtuosa Christabel percibirá la perversidad que rodea a Geraldine, que lo tiene muy fácil para engatusar al viudo Sir Leoline, el hombre arrastrado a la perdición por la belleza de la mujer. Como ha señalado acertadamente John Beer en su prólogo al poema, Christabel simboliza la "mirada inocente", mientras que Geraldine ejemplifica "energías autónomas de sexo y poder".
La carga lésbica que subyace en la relación entre Christabel y Geraldine apoya la lectura de una pérdida de inocencia por parte de la joven virginal, debido a la malsana influencia de la mujer sexualmente activa. Tras dormir juntas, Geraldine parece revitalizada, satisfecha, mientras que Christabel nacen ambivalentes sentimientos: por un lado se siente atraída por los "palpitantes pechos" que atisba en el "ceñido chaleco" de Geraldine, por otro se ve acuciada por la culpa reconociendo que "seguramente he pecado". Las connotaciones sexuales son mucho más evidentes en Carmilla, una novela de Joseph Sheridan LeFanu publicada en 1872 que viene a ser una reescritura de Christabel trasladada a un ambiente contemporáneo y con explícito motivo vampírico. En esta ocasión es Laura, una joven ingenua e inexperta de diecinueve años, la que conoce en similares circunstancias a la fascinante Carmilla, que resulta ser una lamia, una mujer vampiro que la visitará por la noche para arrebatarle su sangre. La novela establece ya una velada asociación entre el acto vampírico y el sexual, y sugiere que las acciones de Carmilla forman parte de un ritual de cortejo al enamorarse de Laura; por otra parte, repite la idea apuntada en Christabel de que la víctima vampirizada se siente también inconscientemente atraída por alguien de su propio sexo, provocando un despertar al erotismo que tendrá consecuencias traumáticas.
Lamia es un poema narrativo de Keats basado en un episodio de la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato: Menipo, discípulo del célebre filósofo, es embaucado por la belleza de Lamia, en realidad, una mujer vampiro. La historia original -que hoy conocemos principalmente gracias al erudito libro de Montague Summers The Vampire in Europe (1929)- narra cómo Apolonio desenmascara a la pérfida criatura en medio del banquete de bodas, de manera que ella acaba confesando que "era una vampira y que estaba cebando a Menipo con todo tipo de placeres para devorar después su cuerpo, ya que acostumbraba a alimentarse de cuerpos jóvenes y hermosos porque su sangre era pura y vigorosa". Al igual que Coleridge, Keats elude la mención al vampirismo y su Lamia es también una mujer serpiente que provoca la muerte de su incauto prometido. En su edición a los poemas de Keats, John Barnard apunta que la obra es un irónico comentario a toda la tradición del amor romántico, a todo lo que ésta conlleva de ilusorio: su discurso subvierte la convencional identificación belleza-virtud y describe, en cambio, un prototipo de hermosura que es siempre dañino y peligroso, pues aparta al hombre del camino de la sensatez y el pragmatismo. En otro de sus más célebres poemas, La Belle Dame sans Merci (1819), Keats establece de manera contundente otro tópico literario, el de la "hermosa dama sin piedad", belleza letal que, en la literatura victoriana y finisecular, encontrará su mejor expresión en la vampira: la pura doncella de los tradicionales relatos de caballerías ha trocado sus ojos azules y cabellera dorada por "ávidos labios que, en el crespúsculo, se abren en horrible advertencia".
¿Cabe imaginar una expresión más gráfica de la temida vagina dentata?
El deseo culpable engendra, por tanto, monstruos, convierte a los objetos de ese deseo en criaturas de engañosa belleza, imagen deformante de los ideales románticos. En el relato de Teophile Gautier La muerta enamorada (La morte amoureuse, 1836) un joven sacerdote es apartado de su viril camino de pureza y perfección por las argucias femeninas de la vampira Clarimonda. Esa concepción denigratoria de lo femenino alcanzará especial virulencia en la cultura finisecular, desde la obra de pintores simbolistas obsesionados por el motivo de la femme fatale (Klimt, Moreau, Von Stuck) hasta la literatura victoriana, de la que una novela como Drácula será exacerbado epígono. La "dama oscura" se opone a la doncella virtuosa, se erige como su reverso tenebroso. En 1897, precisamente el mismo año en que Stoker publica su libro, el pintor Philip Burne Jones exhibe en Londres su cuadro La vampira, generador de cierto escándalo. ¿La razón? Su indirecto tratamiento del acto sexual, pues el óleo presenta a una mujer colocada sobre el hombre en la cama. En una sociedad como la victoriana, donde la única postura socialmente aceptada para el coito era la de la mujer yacente bajo el varón, aquella imagen tenía mucho de subversivo. Antes que un manifiesto pro-feminista por parte de Burne Jones, el cuadro expresa más bien un ancestral terror masculino: que la mujer pueda llegar a tomar la iniciativa sexual y "vacíe" al hombre. Como bien explica Kappler:
Es bien sabido que la impotencia proviene, en parte, de la creencia primitiva, arcaica, en la posibilidad que tiene la mujer de repetir "indefinidamente" el acto sexual. El hombre se sentiría así absorbido, desecado de sus jugos vitales: dentro de la mujer puede quedar aniquilado.
La sangre, como el semen, es un precioso fluido vital que le puede ser arrebatado al hombre por la vampira o el súcubo nocturno. De nuevo, la mujer sexualmente activa es transformada en monstruo por el imaginario colectivo. Pero un cuadro como La vampira trasciende los estrechos límites de una conducta sexual considerada aberrante en determinado contexto histórico; también se refiere al ámbito de las relaciones sociales y, muy especialmente, al juego sentimental. La pintura de Burne Jones inspiró un poema de su primo, Rudyard Kipling, impreso en el catálogo de la exhibición. Se trata del lamento del hombre atrapado en las redes de la mujer pérfida, un hombre que lo ha entregado todo y se ha visto destituido de su voluntad y energías por un ser sin escrúpulos, perfecto modelo de la "vampira psíquica":
Hubo un necio que rezó todas sus oraciones
(¡Igual que tú y yo!)
A unos andrajos, unos huesos, una madeja de cabellos
(Nosotros la llamábamos la mujer a la que nada importaba)
Pero el necio la llamaba su bella dama
(¡Igual que tú y yo!)
Oh, que todos los años que malgastamos, que las lágrimas que derrochamos
Que el trabajo de nuestra mente y nuestras manos
Pertenezcan a una mujer que nunca lo supo
(Y ahora sabemos que nunca pudo saberlo)
Que nunca lo comprendió.
¿No resuenan aquí los ecos de uno de los poemas incluidos en Las flores del mal (Les fleurs du mal, 1857), de Charles Baudelaire? En el titulado, precisamente, "El vampiro", leemos:
Tú que en mi corazón doliente entraste
como una cuchillada, tú que has sido
la que ha venido a mí como un tropel
de demonios, engalanada y loca,
para hacer de mi espíritu humillado
tu lecho y tu dominio; tú, la infame,
a cuyo cuerpo estoy siempre sujeto
como el forzado atado a la cadena [...]
En su imprescindible ensayo Ídolos de perversidad, Bram Dijkstra muestra cómo esa arcaica misoginia expresa en la cultura finisecular una serie de preocupaciones sociales, principalmente, la participación más directa de la mujer en la política y el campo profesional. Pánico al caos de una rígida estructura patriarcal construida sobre los cimientos de una imagen femenina condenada a una insalvable dicotomía: la madre o la prostituta. En Drácula, Stoker no sólo se hace eco de la aparición de la "nueva mujer", sino que propone una de las imágenes más transgresoras que ha dado la historia de la literatura, si la consideramos a la luz del entorno cultural en que fue escrita: aquella en que las tres mujeres vampiros que cohabitan con Drácula chupan la sangre de un bebé.
No se puede imaginar inversión más brutal del sistema de valores victoriano, basado en el matrimonio y la familia, en el ideal de la madre nutricia. La vampira, en cambio, no sólo reniega de la mujer abnegada y sacrificada, sino que satisface su deseo mediante aquello a lo que debía entregarse por completo, rechazando el rol que la sociedad le ha impuesto. Asumir esto implica que la mujer puede negar tanto su función de complacer en el coito al hombre y convertir a éste en su esclavo sexual para deleite propio, como la de alimentar a su prole, oponerse a un simple papel ancilar de mera crianza. El icono de la mujer que venga la opresión del macho empleando los mecanismos de esa misma opresión, llegará a los límites de la más grotesca manifestación en la excelente novela de Hans Heinz Ewers La mandrágora (Alraune, 1911): su protagonista es una mujer artificial, incubada en una prostituta con el semen de un ejecutado y engendrada con el único propósito de aniquilar a los hombres.
El verso inicial del poema de Kipling serviría, precisamente, como título de una obra teatral de Porter Emerson Brown y su posterior adaptación cinematográfica, A Fool There Was (1915). La protagonista de ésta, Theda Bara, sentaría las bases de un nuevo mito, heredero de la tradición decimonónica de la mujer vampiro, la vamp (en castellano "vampiresa"). Desaparecen aquí los rasgos sobrenaturales de la no-muerta, pues la vamp se mueve en melodramas desprovistos de elementos fantásticos, pero permanece mucho de su esencia: es una mujer perversa que lleva a los hombres a la condenación (les arrebata su fortuna, destruye su matrimonio, los conduce al alcoholismo o el suicidio); en su atuendo o atrezzo no faltan elementos decorativos que la asocian con la araña o -de nuevo- la serpiente; acostumbra a fumar en larguísimas y sofisticadas boquillas, de manera que, igualándose al hombre en el ritual del tabaco, también está sugiriendo su equivalencia a él en el juego sexual... La propia Theda Bara, aunque nacida Thedosia Goodman en la no muy exótica Cincinnati, se inventó para la prensa una biografía según la cual había sido criada en algún remoto lugar de Oriente con sangre de serpiente. Su público lo creyó, o quiso creerlo: seguía fascinado por la belle dame sans merci, igual que un ratoncillo inmovilizado ante la serpiente que se dispone a devorarlo.