Marcos
Rodrigo L. Portasany
Rodrigo L. Portasany
Marcos se asoma a la ventana, o mejor dicho se aplasta contra ella. Afuera las cosas pasan a mucha velocidad, con ritmo y es como una bendición que eso ocurra. Veinte minutos estuvo parado el tren hace un rato. Veinte minutos sin avanzar un metro y conformarse con ver como una vaca lo miraba fijamente fue patético. Aunque hablar de patético cuando se habla de Marcos es como algo muy recurrente. El vidrio se empañaba mucho así que Marcos sacaba constantemente su pañuelo marrón del bolsillo para limpiarlo. Luego lo doblaba bien prolijo como le gustaba hacerlo y lo devolvía a su lugar. Así estaba tranquilo, cada cosa debía estar en su lugar. Siempre.
Las lámparas que ahora brillan, se había apagado lentamente, no sin antes librar una batalla en cámara lenta entre el brillo y las sombras. Luego ya no era luz, era oscuridad, y murmullos de la gente que viajaba en ese tren, el expreso Once-General Pico. El sistema de iluminación es de los viejos, anda a dínamo. O sea, anda mientras el tren anda, luego cuando el tren para la luz empieza a apagarse. Por eso no había andado hasta que el tren volvió a arrancar.
La vaca, cinco, diez, quince, veinte minutos, el campo, el ruido de los durmientes y las vías, y de nuevo el movimiento. Atrás quedó la vaca. Primero un bamboleo, luego una pequeña brisa, por fin las luces y por último lo que a Marcos le fascina: el paisaje moviéndose, estirándose.
La noche ya es una realidad y ya casi nada se ve afuera. Marcos deja sola la segunda
ventana del primer vagón y camina por el pasillo en busca de otra ventana. Se para en la puerta y mira nuevamente por la ventana repitiendo el ritual. Pasillo, puerta, ventana, pasillo, puerta, ventana. En el camino grita una canción, sí la grita. Nadie podría llamar cantar a eso que Marcos hace. Su voz es estridente y mas desafinada que lo que cualquiera pueda imaginar. La situación parece sacada de un programa de cámaras ocultas. Una mujer ahoga un gritito de sorpresa que se acerca tanto al miedo que hasta parece serlo. Tres hombres con pinta de trabajadores se ríen abiertamente. Ninguno de ellos huele a perfume, ni siquiera a desodorante. Los tres lo conocen, siempre viajan en ese tren los viernes y esa no es la primera vez que lo ven. Marcos forma parte de un paisaje en movimiento, como el tren, como La Pampa. La mujer se calma, y a la vez se avergüenza, al ver la situación distendida. Lo supone inofensivo y tiene razón. Ese es su primer viaje en ese tren, alguien cercano la espera en la estación de Pico para hospedarla por unos días. Son sus vacaciones.
Merecidas por cierto. Vacaciones, ya casi no recuerda como se siente uno en vacaciones.
“Mi amor es azul como el mar azul” – vocifera Marcos mientras va cumpliendo con su
ritual: primero mirará por cada ventana de cada puerta que mira al sur, de punta a punta del tren, los nueve vagones. Luego volverá a donde comenzó pero cambiando de lado del tren, mirará por cada ventana al norte, sin saltearse ninguna. Si lo hace, si saltea aunque sea una, seguramente, algo lo castigará. Algo malo le sucederá. Marcos no sabe muy bien qué pero ese “algo” lo castigará duramente y lo tendrá merecido.
“...como el mar azul...”- vuelve a gritar. Siempre interpreta temas melódicos, a letra completa. Es un romántico. Un romántico en serio. Marcos tiene muchas falencias, muchos puntos oscuros. Puntos que lo diferencian de otras personas que no son como él. Los demás, los llama. Eso él lo sabe. De distancias sí que sabe. Él no es igual a todos, es distinto. Pero no está triste, una vez alguien le (mintió) dijo que se curaría. Que llegaría a ser uno mas. Espera ese día desde ese momento. Lo espera con ansias.
Marcos sabe que mucho no sabe, pero sabe algo que lo moviliza. Sabe que ella lo espera, que ella aguarda a que llegue. Lo ama. Lo ama tanto como él la ama a ella. Ella es rubia y se sienta en una estación en una terminal de tren. Lo sabe, lo soñó. La puede ver en un banco de madera frente a un cartel de estación. Algo dice en el cartel pero Marcos no sabe leer, ni sabe donde queda ese lugar. Ni puede preguntar a nadie por ella. El tren llega y se detiene, mucha gente baja. No tanta como en la capi, pero si mucha. Suben otros, el tren arranca y se va por donde vino. Desaparece. Ella sigue ahí. Mira. Lo busca. Él le dice que llegará, que espere, pero ella no puede escucharlo. Es un sueño, eso Marcos lo sabe. En los sueños muchos parecen no escuchar.
Al despertar y ya no vuelve a verla. Entristece por un rato, pero la esperanza de encontrarla, de viajar y viajar hasta llegar a ella, lo saca y lo alegra. Marcos sonríe. Sonríe siempre. En eso también es diferente.
Marcos es gordo, un gordo gigante. Desagradable. Su cara no es armónica. Algo pasa con sus ojos. Incomoda. Mira e incomoda. La gente lo evita.
Marcos también es adorable. Adorable en su desparpajo, adorable en su desamparo. Su pelo es rubio y brilla con el sol como si fuera refractario.
El tren avanza raudo y se detiene, avanza y detiene. Se parece un poco a Marcos con su ritual. Afuera la noche es tan cerrada que parece que a los costados del tren todo se ha ido.
Ya ninguna vaca mira al chico a los ojos, pero él mira hacia fuera como buscando algo
importante. Y canta, bueno grita. Los pasajeros duermen, muchos en sus asientos,
incómodos y rectos; otros en el piso porque así el pasaje es mas barato. Gratis a veces. El aire huele a tedio, alguien ronca. En el rumor de un walkman se puede distinguir a Piazzolla. Todos pueden distinguirlo.
Pasan pueblos y estaciones. Marcos está radiante esta noche.
- “Azul, azul, azul” –repite constantemente. Parece haber olvidado las palabras intermedias.
Se siente con suerte. Un loco con suerte parece una alegoría a algo, pero nadie asegurar a que. Esta vez no va a ser como las diez u once veces anteriores (ya ha olvidado la cantidad exacta). Esta vez ella estará allí. Radiante, misteriosa, eterna. Y lo más importante: solo para él.
Por fin se detiene, después de dar cinco vueltas al tren, cinco mirando al sur, cinco al norte.
Se apoya en un pasillo contra una pared y se adormece. Cinco, diez, quince minutos. Casi veinte. Afuera, las siluetas de las cosas empiezan a adivinarse con la llegada del amanecer.
Está nublado. Seguramente llueva antes del mediodía. Luego despierta. Se acomoda la ropa y vuelve a caminar.
- Es increíble la energía que tiene con lo poco que debe comer – un pasajero le comenta a otro que asiente con la cabeza sin dejar de mirar por la ventana.
Marcos va en silencio pero seguramente volverá a cantar (gritar) cuando llegue al vagón de la señora que se va de vacaciones. Ella no aprendió la lección de la noche anterior, así que volverá a asustarse.
Los minutos pasan y la gente comienza a sacudirse la modorra y el aburrimiento. Terrible aburrimiento se genera en toda una noche de viaje, más si uno no puede dormir. Además los asientos parecen conspirar contra el sueño, parecen estar para molestar. Su diseñador no debe haber sido un tipo muy feliz en la vida.
Un bebe llora, un nene pregunta a alguien que no conoce por el tiempo que falta para Pico, varios bufan. Marcos sonríe.
Dos horas pasan y no hay nada nuevo para ver. El tren frena y arranca, frena y arranca.
Marcos frena y arranca, frena y arranca. Las luces se prenden y se apagan...
-Mi amor es azul como el mar azul, azul como el mar azul...
Pico está cerca, a minutos nomás. El paisaje está bañado de luz, luz de sol cubierto, luz gris.
Marcos abre los ojos, no entendiendo bien que pasa. El tren está detenido y no hay nadie a su alrededor. Ya no hay paisaje pampeano afuera sino una estación amplia y austera. Una terminal.
-Debo haberme dormido parado - piensa. –Pero es raro, nunca duermo dos veces en una
misma noche.
De golpe, a través de la ventana ve la estación y una catarata de sensaciones atropella su cuerpo. Tiembla, de pies a cabeza. La emoción es muy fuerte, se siente raro. Ella, sí, ella debe estar ahí. Esperándolo. El ha sido malo, descortés. La ha hecho esperar mucho. Quizás demasiado.
-Dormirse fue una estupidez- se reprocha. No pude haber estado peor.
En ese momento irrumpe en la cabeza un pensamiento que lo llega de espanto: y si ella ya no está? Si se ha ido? Si se cansó de esperarlo? Si pensó que ya no vendría?
- Pero, cuanto dormí? Minutos? Horas? –piensa casi en voz alta. Está confundido.
Entonces, la inquietud se transforma en electricidad y se vuelca en cada músculo de su cuerpo. Corre. Corre a mas no poder. Él es campeón. Marcos es el campeón.
Los vagones quedan atrás, uno, dos. Son como vallas. Tres, cuatro. Llega. El primer vagón también está vacío. En realidad cada uno de ellos está vacío. Ya no está nadie.
- Será tarde? – piensa, ingenuo.
Ni los tres trabajadores, ni el bebé que llora, ni el niño impaciente, ni la mujer de vacaciones. Nadie. Ni guardas, ni motorman. El tren es un desierto. Por la puerta abierta de la vacía cabina del conductor se ve la vía que continúa unos metros mas y que termina abruptamente en una barricada de detención donde tampoco hay nadie. Afuera, un andén modesto y un poco castigado por el tiempo también se pliega al panorama.
¿Donde están todos? – piensa, pero su mente enfoca solo en la rubia de sus sueños. Es la estación de Pico, no cabe duda. También es el cartel de madera que no supo leer nunca.
Eso es todo lo que ve cuando baja del tren pero hay algo que no encaja. Hay algo raro que presiente. Para de correr pero sigue caminando. La gravilla del andén es gris y cruje cuando Marcos la pisa. Eso no es extraño, él pesa mas de noventa kilos. Lo raro es el color. Es un gris como irreal. Marcos se siente como caminando en la luna. Ahora sí que tiene miedo, un miedo autentico e inédito, un tipo de miedo que linda con lo irracional. Todavía quiere encontrar a la rubia, en realidad es lo único que quiere. La necesita. Pero las cosa han cambiado un poco. Ahora necesita que lo proteja. Es como un niño, un gran niño gigante.
Ya no quiere una novia, ahora quiere una coraza. Hace cinco pasos mas y una brisa lo
detiene. Y prácticamente lo obliga girar su cabeza. Sus ojos le transmiten lo que siempre quiso ver, pero preferiría estar viendo otra cosa. El andén vacío, por ejemplo.
Gira, la situación es histérica. La rubia avanza hacia él. Marcos casi sin notarlo también avanza hacia la chica. El miedo es como una catarata inmensa que llena el mundo. El chico se resiste pero con cada segundo que pasa un músculo mas se subleva a su control.
Cincuenta, cuarenta, veinte metros los separan. Los amantes van a unirse. Diez, cinco, Marcos se relaja. Tres, uno, eternamente.
Las lámparas que ahora brillan, se había apagado lentamente, no sin antes librar una batalla en cámara lenta entre el brillo y las sombras. Luego ya no era luz, era oscuridad, y murmullos de la gente que viajaba en ese tren, el expreso Once-General Pico. El sistema de iluminación es de los viejos, anda a dínamo. O sea, anda mientras el tren anda, luego cuando el tren para la luz empieza a apagarse. Por eso no había andado hasta que el tren volvió a arrancar.
La vaca, cinco, diez, quince, veinte minutos, el campo, el ruido de los durmientes y las vías, y de nuevo el movimiento. Atrás quedó la vaca. Primero un bamboleo, luego una pequeña brisa, por fin las luces y por último lo que a Marcos le fascina: el paisaje moviéndose, estirándose.
La noche ya es una realidad y ya casi nada se ve afuera. Marcos deja sola la segunda
ventana del primer vagón y camina por el pasillo en busca de otra ventana. Se para en la puerta y mira nuevamente por la ventana repitiendo el ritual. Pasillo, puerta, ventana, pasillo, puerta, ventana. En el camino grita una canción, sí la grita. Nadie podría llamar cantar a eso que Marcos hace. Su voz es estridente y mas desafinada que lo que cualquiera pueda imaginar. La situación parece sacada de un programa de cámaras ocultas. Una mujer ahoga un gritito de sorpresa que se acerca tanto al miedo que hasta parece serlo. Tres hombres con pinta de trabajadores se ríen abiertamente. Ninguno de ellos huele a perfume, ni siquiera a desodorante. Los tres lo conocen, siempre viajan en ese tren los viernes y esa no es la primera vez que lo ven. Marcos forma parte de un paisaje en movimiento, como el tren, como La Pampa. La mujer se calma, y a la vez se avergüenza, al ver la situación distendida. Lo supone inofensivo y tiene razón. Ese es su primer viaje en ese tren, alguien cercano la espera en la estación de Pico para hospedarla por unos días. Son sus vacaciones.
Merecidas por cierto. Vacaciones, ya casi no recuerda como se siente uno en vacaciones.
“Mi amor es azul como el mar azul” – vocifera Marcos mientras va cumpliendo con su
ritual: primero mirará por cada ventana de cada puerta que mira al sur, de punta a punta del tren, los nueve vagones. Luego volverá a donde comenzó pero cambiando de lado del tren, mirará por cada ventana al norte, sin saltearse ninguna. Si lo hace, si saltea aunque sea una, seguramente, algo lo castigará. Algo malo le sucederá. Marcos no sabe muy bien qué pero ese “algo” lo castigará duramente y lo tendrá merecido.
“...como el mar azul...”- vuelve a gritar. Siempre interpreta temas melódicos, a letra completa. Es un romántico. Un romántico en serio. Marcos tiene muchas falencias, muchos puntos oscuros. Puntos que lo diferencian de otras personas que no son como él. Los demás, los llama. Eso él lo sabe. De distancias sí que sabe. Él no es igual a todos, es distinto. Pero no está triste, una vez alguien le (mintió) dijo que se curaría. Que llegaría a ser uno mas. Espera ese día desde ese momento. Lo espera con ansias.
Marcos sabe que mucho no sabe, pero sabe algo que lo moviliza. Sabe que ella lo espera, que ella aguarda a que llegue. Lo ama. Lo ama tanto como él la ama a ella. Ella es rubia y se sienta en una estación en una terminal de tren. Lo sabe, lo soñó. La puede ver en un banco de madera frente a un cartel de estación. Algo dice en el cartel pero Marcos no sabe leer, ni sabe donde queda ese lugar. Ni puede preguntar a nadie por ella. El tren llega y se detiene, mucha gente baja. No tanta como en la capi, pero si mucha. Suben otros, el tren arranca y se va por donde vino. Desaparece. Ella sigue ahí. Mira. Lo busca. Él le dice que llegará, que espere, pero ella no puede escucharlo. Es un sueño, eso Marcos lo sabe. En los sueños muchos parecen no escuchar.
Al despertar y ya no vuelve a verla. Entristece por un rato, pero la esperanza de encontrarla, de viajar y viajar hasta llegar a ella, lo saca y lo alegra. Marcos sonríe. Sonríe siempre. En eso también es diferente.
Marcos es gordo, un gordo gigante. Desagradable. Su cara no es armónica. Algo pasa con sus ojos. Incomoda. Mira e incomoda. La gente lo evita.
Marcos también es adorable. Adorable en su desparpajo, adorable en su desamparo. Su pelo es rubio y brilla con el sol como si fuera refractario.
El tren avanza raudo y se detiene, avanza y detiene. Se parece un poco a Marcos con su ritual. Afuera la noche es tan cerrada que parece que a los costados del tren todo se ha ido.
Ya ninguna vaca mira al chico a los ojos, pero él mira hacia fuera como buscando algo
importante. Y canta, bueno grita. Los pasajeros duermen, muchos en sus asientos,
incómodos y rectos; otros en el piso porque así el pasaje es mas barato. Gratis a veces. El aire huele a tedio, alguien ronca. En el rumor de un walkman se puede distinguir a Piazzolla. Todos pueden distinguirlo.
Pasan pueblos y estaciones. Marcos está radiante esta noche.
- “Azul, azul, azul” –repite constantemente. Parece haber olvidado las palabras intermedias.
Se siente con suerte. Un loco con suerte parece una alegoría a algo, pero nadie asegurar a que. Esta vez no va a ser como las diez u once veces anteriores (ya ha olvidado la cantidad exacta). Esta vez ella estará allí. Radiante, misteriosa, eterna. Y lo más importante: solo para él.
Por fin se detiene, después de dar cinco vueltas al tren, cinco mirando al sur, cinco al norte.
Se apoya en un pasillo contra una pared y se adormece. Cinco, diez, quince minutos. Casi veinte. Afuera, las siluetas de las cosas empiezan a adivinarse con la llegada del amanecer.
Está nublado. Seguramente llueva antes del mediodía. Luego despierta. Se acomoda la ropa y vuelve a caminar.
- Es increíble la energía que tiene con lo poco que debe comer – un pasajero le comenta a otro que asiente con la cabeza sin dejar de mirar por la ventana.
Marcos va en silencio pero seguramente volverá a cantar (gritar) cuando llegue al vagón de la señora que se va de vacaciones. Ella no aprendió la lección de la noche anterior, así que volverá a asustarse.
Los minutos pasan y la gente comienza a sacudirse la modorra y el aburrimiento. Terrible aburrimiento se genera en toda una noche de viaje, más si uno no puede dormir. Además los asientos parecen conspirar contra el sueño, parecen estar para molestar. Su diseñador no debe haber sido un tipo muy feliz en la vida.
Un bebe llora, un nene pregunta a alguien que no conoce por el tiempo que falta para Pico, varios bufan. Marcos sonríe.
Dos horas pasan y no hay nada nuevo para ver. El tren frena y arranca, frena y arranca.
Marcos frena y arranca, frena y arranca. Las luces se prenden y se apagan...
-Mi amor es azul como el mar azul, azul como el mar azul...
Pico está cerca, a minutos nomás. El paisaje está bañado de luz, luz de sol cubierto, luz gris.
Marcos abre los ojos, no entendiendo bien que pasa. El tren está detenido y no hay nadie a su alrededor. Ya no hay paisaje pampeano afuera sino una estación amplia y austera. Una terminal.
-Debo haberme dormido parado - piensa. –Pero es raro, nunca duermo dos veces en una
misma noche.
De golpe, a través de la ventana ve la estación y una catarata de sensaciones atropella su cuerpo. Tiembla, de pies a cabeza. La emoción es muy fuerte, se siente raro. Ella, sí, ella debe estar ahí. Esperándolo. El ha sido malo, descortés. La ha hecho esperar mucho. Quizás demasiado.
-Dormirse fue una estupidez- se reprocha. No pude haber estado peor.
En ese momento irrumpe en la cabeza un pensamiento que lo llega de espanto: y si ella ya no está? Si se ha ido? Si se cansó de esperarlo? Si pensó que ya no vendría?
- Pero, cuanto dormí? Minutos? Horas? –piensa casi en voz alta. Está confundido.
Entonces, la inquietud se transforma en electricidad y se vuelca en cada músculo de su cuerpo. Corre. Corre a mas no poder. Él es campeón. Marcos es el campeón.
Los vagones quedan atrás, uno, dos. Son como vallas. Tres, cuatro. Llega. El primer vagón también está vacío. En realidad cada uno de ellos está vacío. Ya no está nadie.
- Será tarde? – piensa, ingenuo.
Ni los tres trabajadores, ni el bebé que llora, ni el niño impaciente, ni la mujer de vacaciones. Nadie. Ni guardas, ni motorman. El tren es un desierto. Por la puerta abierta de la vacía cabina del conductor se ve la vía que continúa unos metros mas y que termina abruptamente en una barricada de detención donde tampoco hay nadie. Afuera, un andén modesto y un poco castigado por el tiempo también se pliega al panorama.
¿Donde están todos? – piensa, pero su mente enfoca solo en la rubia de sus sueños. Es la estación de Pico, no cabe duda. También es el cartel de madera que no supo leer nunca.
Eso es todo lo que ve cuando baja del tren pero hay algo que no encaja. Hay algo raro que presiente. Para de correr pero sigue caminando. La gravilla del andén es gris y cruje cuando Marcos la pisa. Eso no es extraño, él pesa mas de noventa kilos. Lo raro es el color. Es un gris como irreal. Marcos se siente como caminando en la luna. Ahora sí que tiene miedo, un miedo autentico e inédito, un tipo de miedo que linda con lo irracional. Todavía quiere encontrar a la rubia, en realidad es lo único que quiere. La necesita. Pero las cosa han cambiado un poco. Ahora necesita que lo proteja. Es como un niño, un gran niño gigante.
Ya no quiere una novia, ahora quiere una coraza. Hace cinco pasos mas y una brisa lo
detiene. Y prácticamente lo obliga girar su cabeza. Sus ojos le transmiten lo que siempre quiso ver, pero preferiría estar viendo otra cosa. El andén vacío, por ejemplo.
Gira, la situación es histérica. La rubia avanza hacia él. Marcos casi sin notarlo también avanza hacia la chica. El miedo es como una catarata inmensa que llena el mundo. El chico se resiste pero con cada segundo que pasa un músculo mas se subleva a su control.
Cincuenta, cuarenta, veinte metros los separan. Los amantes van a unirse. Diez, cinco, Marcos se relaja. Tres, uno, eternamente.
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