El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




El Vampiro VII




El Vampiro
Master Hellcat



7. Guerra.

Oscuridad y silencio. Aparté la pesada tapa del sarcófago y me incorporé, un poco atontado. Algo raro estaba ocurriendo. Había ruido en mi cabeza. Demasiadas voces.
Intenté concentrarme para poder distinguirlas… Gritos, desesperación, órdenes… y aquella retumbar constante en mi cabeza que me recordaba las noches de borrachera de mi juventud.
De pronto me percaté de que el sonido provenía del exterior. Salí del sarcófago y apoyé una mano en la pared. El sonido venía de allí. Se originara donde se originara, las paredes lo transmitían y convertían en un ruido sordo, molesto.
El sarcófago de Isabelle estaba vacío, como cada noche. Ella se levantaba siempre antes que yo. Moví la piedra que sellaba la estancia donde descansábamos y subí las escaleras del sótano. Mi amada creadora no se encontraba en el palacio, aunque podía sentir su presencia.
Ahora podía oír algunos de los sonidos que antes tan sólo podía detectar mediante mis poderes vampíricos. Algo realmente fuera de lo normal ocurría en la ciudad. Pese a la sed que sentía, decidí salir a la calle para averiguarlo.
Nada más cruzar el umbral, un grupo de soldados estuvo a punto de atropellarme. Se dirigían, con paso apresurado, hacia las murallas.
-¿Qué ocurre, soldado? –pregunté al oficial que comandaba la tropa.
-¡Abrid paso! –contestó él con malos modos, mientras seguía su camino.
La situación debía ser realmente grave. Ahora más que nunca debía saber qué estaba ocurriendo, así que paré a la primera persona que encontré y le hice la misma pregunta que al soldado. El hombre, muy alterado, me miró como si estuviera viendo una aparición. Sin embargo, no me atreví a atribuir esta reacción a mi aspecto –como vampiro que era, mi piel presentaba un aspecto anormalmente pálido. Más bien parecía que los acontecimientos que se estaban desarrollando en Constantinopla eran de tal magnitud que parecía imposible que alguien desconociera qué estaba ocurriendo.
-¿Dónde habéis estado durante todo el día? –preguntó, a su vez- ¿acaso no tenéis ojos y oídos?
-Disculpad mi ignorancia. Mi trabajo me ha tenido ocupado todo el día en el sótano de mi casa y no he podido salir hasta ahora a la calle.
-¡Los Turcos!
-¿Turcos?
-¡Ante las murallas!¡Nos atacan!
-No es la primera vez. Y probablemente no será la última. Las murallas resistirán, como han hecho siempre.
-Eso está por ver –y, antes de que pudiera preguntar la razón de sus dudas, salió corriendo.
Resuelto a averiguar por qué esta vez podía ser diferente, dirigí mis pasos hacia las murallas de la ciudad. Según me iba acercando, aumentaba el número de soldados en las calles y aquel sonido infernal que, no me cabía ya la menor duda, provenía de las murallas. También me llamo la atención el hecho que, durante el trayecto, viera gente que portaba colchones, fardos con ropa y similares, que iban en mi misma dirección.
Me ofrecí a ayudar a una joven que apenas sí podía transportar su carga y la seguí por las escaleras que conducían a los baluartes. Una vez arriba, pude asomarme y ver con mis propios ojos lo que ocurría.
Los turcos habían reunido a un ejército gigantesco. Decenas de miles -quizá incluso más de cien mil- soldados dispuestos a conquistar y saquear la ciudad se encontraban acampados a sus pies.
Sin embargo, lo que más horror me causó fue el descubrir la causa del ruido, ahora ensordecedor, que llevaba atormentándome desde que me había alzado de mi sarcófago. El ejército turco poseía varias bombardas, de diversos tamaños, cuyos proyectiles golpeaban una y otra vez la muralla exterior. Esa era la razón de que los ciudadanos de Constantinopla cedieran sus colchones y cualquier otra cosa que pudiera amortiguar los impactos de las balas sobre la piedra.
Especialmente espeluznante era la visión de una gigantesca bombarda atendida por decenas de artilleros. Aunque su cadencia de fuego era muy baja y a cada disparo sus servidores tardaban un buen rato en ponerla de nuevo en servicio, el estruendo que producía era realmente aterrador, amén de los graves daños que ocasionaba en la muralla exterior de la cuidad.
Aquel hombre tenía razón. Quizá, esta vez, las murallas no resistirían.
Necesitaba ver a Isabelle. ¡Y Claudia! Hacía tan sólo un par de semanas que la había dejado en el Noviciado y nos habíamos visto todos los días desde entonces. Sin duda debía de estar asustada.
Bajé precipitadamente de la muralla mientras me concentraba en la presencia de Isabelle. La llamé con la mente y noté su reconocimiento, pero no obtuve contestación. De todos modos no importaba, pues ya la había localizado y podía ir a su encuentro.
Deseaba moverme a toda velocidad, pero las calles estaban muy concurridas, así que decidí desplazarme por los tejados.
Durante el camino, al llegar a la azotea de una casa abandonada noté dos presencias frente a mí. Me detuve inmediatamente y puse todos mis sentidos en alerta. Los vi casi de inmediato. Se trataba de dos vampiros macho de aspecto juvenil. Ambos debían de estar en la veintena cuando les fue otorgado el Don.
“¿Qué queréis?”, inquirí.
“A ti”, respondió uno de ellos.
Enseguida comprendí de qué iba todo aquello.
“Os ha enviado Arlén para matarme”.
El que había hablado sonrió y, sin decir nada más, se lanzó contra mí a gran velocidad. Yo hice lo mismo, abalanzándome contra él. Sin embargo, en el último instante, cuando parecía que ambos íbamos a chocar, le esquivé y, sin aminorar mi velocidad, me dirigí hacia el otro vampiro. Mudo de asombro ante mi inesperada reacción, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que le rompiera el cuello de un fuerte golpe. Entonces me giré rápidamente y encaré al que quedaba.
“Arlén os ha enviado a la muerte”, mascullé.
Lejos de arredrarse ante lo que le había ocurrido a su compañero, se dirigió hacia mí para atacarme. Sin embargo no me costó mucho deshacerme de él. Lo dejé tumbado en el suelo de la azotea, con la columna vertebral rota y gimiendo de dolor.
Entonces bajé a la calle y me hice con una antorcha. Cuando volví, ambos vampiros intentaban alejarse de la azotea, pero sus cuerpos maltrechos se lo impedían.
“¿Dónde está Arlén?”, le pregunté a uno.
“En vez de preguntar por nuestra Señora, deberías preocuparte por la ramera que te creó”, contestó.
“¿Isabelle?”, pregunté, alarmado. “¿Qué le ha ocurrido? ¿Dónde está?”. Intenté contactar de nuevo con su mente. Pero me fue imposible. De igual forma que me había ocurrido antes, podía notar su presencia, pero era incapaz de hablar con ella. Sin duda, alguien estaba interfiriendo. “Si le ha ocurrido algo…”
“¿Tú qué?”, se rió el vampiro. Era increíble la insolencia con la que se dirigía a mí, sobretodo teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba. “Tú no eres nada. Nuestra Señora tiene un objetivo más importante que tú. Y esa furcia que te creó es el señuelo”.
“¿Nafir?”, pregunté.
“No deseo hablar más contigo. No eres digno de mí. Ni siquiera deberías existir. El Consejo debería haber votado tu destrucción”
Harto de tanto desprecio, acerqué la antorcha a las ropas de aquel desgraciado y les prendí fuego. Al poco rato su cuerpo, aún en el suelo, estaba completamente envuelto en llamas.
Me dirigí hacia el otro vampiro y comencé a acercarle la antorcha poco a poco.
“Bien, ya has visto lo que le ha ocurrido a tu compañero. Espero que tú seas un poco más cooperativo o tendré que aplicarte el mismo tratamiento”.
“¡No, espera!”.
“No tengo tiempo de esperar”.
“¿Si te digo lo que sé me perdonarás la vida?”
“Sí”.
“Está bien. Tenemos a tu creadora. Le tendimos una emboscada”.
“¿Arlén estaba con vosotros?”.
“Sí, estaba. Sin su ayuda nos habría sido difícil tenderle la emboscada. Es más poderosa de lo que pensábamos. Éramos bastantes, pero aún así mató a varios de los nuestros. Sé Donde está, te puedo conducir hasta ella”.
“No es necesario. Ya tengo toda la información que buscaba”. Acerqué la antorcha de nuevo a su cuerpo.
"¡Me prometiste que me perdonarías la vida!”, gritó él, aterrado, ante la presencia del fuego.
“Mentí”. Al poco rato, el cuerpo del otro vampiro también estaba envuelto en llamas.
Solté la antorcha y aceleré todo lo que pude en dirección a la presencia que señalaba la posición de Isabelle.
Decidí comunicar a Taiel lo que había ocurrido: mi encuentro con los dos vampiros y el secuestro de Isabelle, cuyo objetivo era atraer a Nafir. La venganza de Arlén se había puesto en marcha. La guerra había comenzado.
“Voy a buscar a Isabelle”, le dije a Taiel tras explicarle los hechos.
“No, espera. No debes ir solo. Sería demasiado peligroso. Convocaré a varios de los nuestros y te acompañaremos”.
“No puedo esperar, Taiel. Debo encontrarla y hacer lo que pueda para ayudarla”.
“Lo sé”.
“Reúne a cuantos puedas y acude tan pronto como sea posible al lugar que te transmitiré. ¿Has visto a Claudia?”.
“No te preocupes, está bien. Los turcos tardarán en poder entrar en la ciudad y ella estará segura aquí. Buena suerte, Esaú”.
“Gracias. Creo que voy a necesitarla”.
Mis sentidos me indicaban que Isabelle se encontraba en uno de los almacenes del puerto. Me dirigí hacia la zona, pero me detuve antes de divisar el edificio para sondear con mi mente los alrededores.
No detecté a ningún vampiro en las inmediaciones. Sin embargo, había varios dentro del almacén. Al parecer, Arlén no era tan lista como creía. Ella sabía perfectamente que, si me libraba de los dos vampiros que había enviado en mi busca, iría directamente a enfrentarme con ella. O quizá fuera que se sentía tan segura de su victoria que no había considerado necesario el situar vigilancia fuera del edificio. En todo caso, tenía el camino libre para entrar.
Me desplacé hasta el tejado del almacén y sondeé el interior. Noté la presencia de cinco vampiros. Uno de ellos era Isabelle. También estaba Arlén. No conocía a los otros tres. Seguramente ellos también habían notado mi presencia. Debía actuar rápidamente.
Había una trampilla que permitía acceder al tejado desde el interior del edificio. Sin embargo, pensé que sería mejor entrar por un lugar menos evidente. Reuní todas mis fuerzas y, con un fuerte golpe de mis pies sobre las tejas, atravesé éstas y la cobertura de madera que las soportaba, cayendo sobre el piso del almacén.
Pese a la oscuridad que reinaba en el interior y al polvo y los restos de materiales de construcción que arrastré en mi caída, no necesité que mi vista se adaptara. Arlén estaba frente a mí. Noté que sus tres seguidores estaban a mi espalda. Pero lo que consiguió turbarme fue la visión de Isabelle. La habían desnudado y atado por las muñecas y los tobillos, mediante cadenas, a un bastidor metálico con forma de letra “pi”. De este modo su cuerpo había sido forzado a adoptar una forma de X que lo hacía totalmente accesible. Marcas rojas, que sólo podían haber sido hechas con un látigo o algún objeto similar, cruzaban su cuerpo. Sus pechos, su cintura, sus piernas… todo su cuerpo había sido cruelmente azotado. Como prueba irrefutable, de un gancho situado a un costado de la estructura metálica, colgaba un látigo enrollado.
No podía alcanzar a imaginar qué clase de poder tenía Arlén para haber podido obligar a Isabelle a permanecer en esa postura mientras era azotada. Si Arlén era tan poderosa, ¿qué podía hacer yo solo contra ella?. Intenté apartar estos pensamientos de mi mente para evitar que fueran captados por Arlén y los suyos.
“Esaú…”. Aunque la voz de Isabelle sonaba firme, estaba claro que debía de haber sufrido mucho. Aunque yo podía encargarme de los otros tres vampiros, no podía estar seguro de si Isabelle estaría en condiciones de combatir contra Arlen. Quizá lo más prudente sería esperar a la llegada de Taiel.
“Finalmente has venido”, dijo Arlén.
“He venido a matarte”, respondí. Arlén rió.
“Esaú, debes irte”. Las palabras de Isabelle me habían sorprendido.
“No voy a dejarte aquí. No puedo dejarte”.
“Por favor, Esaú. Si me amas, vete”.
“Una escena realmente conmovedora”, dijo Arlén en tono burlón. “La zorra de tu creadora y yo hemos estado charlando un rato”, continuó. “Las marcas que ves en su cuerpo tan sólo han sido una pequeña parte de una conversación realmente interesante en la que hemos recordado los viejos tiempos”.
“¿Cómo has podido mantenerla encadenada?”, pregunté con rabia. “¿Qué poder infernal has usado?”.
“Tengo muchas habilidades. Pero no son más infernales que las tuyas. Tan solo diferentes”. Arlén avanzó hasta donde se encontraba Isabelle y rodeó su cintura con un brazo. “Pero no estamos aquí para hablar de mis poderes. Estamos esperando a alguien. Un invitado realmente especial. Por cierto, he enviado a varios vampiros para que entretengan a Taiel y sus aliados. De esta forma me aseguraré de que no seamos molestados”.
La cosa iba realmente mal. La ayuda que estaba esperando no iba a llegar. Probablemente a estas horas ya estarían luchando para sobrevivir. Pensé en contactar con Taiel para conocer lo que estaba ocurriendo, pero decidí no hacerlo. Si Arlén captaba la comunicación, podía tomarlo como un signo de temor por mi parte.
“¡No me toques, perra!”, exclamó Isabelle. “Este es un asunto entre tú y yo. Él no tiene nada que ver.
“Oh, no, querida. Te equivocas… Tu discípulo tiene mucho que ver en todo esto”. Arlén abofeteó a Isabelle. “Y no vuelvas a insultarme”, añadió, “o probarás de nuevo el látigo”.
“No sé qué pretendes con todo esto, Arlén, pero no conseguirás tu propósito”.
“Eso ya lo veremos. De momento voy a darte algo en lo que pensar… ¿alguna vez le has preguntado a nuestra amiga por qué te salvó? Hace ya mucho tiempo que te sugerí la cuestión, pero por lo que veo, no le has dedicado el tiempo que requería”.
Sus palabras despertaron en mí un recuerdo. Pregúntale por qué te salvó. Esas fueron las palabras que oí en mi cabeza hace ya mucho tiempo tras la reunión del Consejo que aceptó mi existencia como vampiro después de que Isabelle asumiera toda la responsabilidad por mis actos. Seguramente Arlén pensaba que si cometíamos algún error ella podría llevar el caso de nuevo ante el consejo, desacreditar a Isabelle y conseguir que aceptaran mi destrucción.
“Fuiste tú…”.
“Ciertamente. ¿Y bien? Ahora que estamos los tres reunidos creo que es un buen momento para resolver la cuestión, ¿no te parece?”.
“No la escuches, Esaú. Sólo quiere enfrentarnos”, dijo Isabelle.
“No voy a seguirte el juego, Arlén. Ya le hice esa pregunta al poco tiempo de otorgarme el Don”. Ella rió.
“Esaú, cuando digo que le preguntes por qué te salvó, me refiero a que le preguntes por qué te salvo… realmente”.
Giré la cabeza para mirar a Isabelle y de nuevo a Arlene.
“No comprendo…”.
“Lo sé. Nunca lo has comprendido. Pero ya va siendo hora de arrojar un poco de luz sobre este asunto, no crees?”.
“¡No, maldita puta! ¡No la escuches, Esaú! ¡Sólo te dirá mentiras para vengarse! Es lo único que pretende!”
“¡Te dije que no volvieras a insultarme!”, Arlén parecía furiosa. En un rápido movimiento cogió el látigo, lo desenrolló y se dispuso a azotar a Isabelle.
Tan rápida fue su reacción que me habría sido imposible hacer nada por evitar el primer golpe. Sin embargo, antes de que el látigo tocara la pálida piel de mi creadora, un ser hizo aparición, como surgido de la nada, e interpuso su brazo en el camino del látigo, haciendo que éste se enrollara alrededor de su antebrazo. A continuación, de un fuerte tirón, arrebató el látigo a Arlén.
Tuve que alzar la vista para poder mirar a la cara de aquel hombre que, sin duda, era un vampiro. Sin embargo, una capucha le cubría la cabeza y parte del rostro, de modo que sus facciones permanecían ocultas. La capa de la que formaba parte la capucha disimulaba sus formas, aunque podía adivinarse la corpulencia de su cuerpo. Su mente permanecía totalmente cerrada. Por eso no habíamos podido detectar su presencia.
“Nafir…”, murmuró Isabelle.
El corazón me dio un vuelco. ¡Era Nafir, el creador de Isabelle! Por fin iba a conocerlo. Tenía tantas preguntas que hacerle…
“Yo no te enseñe a comportarte así, Arlén”, su voz era grave, poderosa.
Por primera vez desde que la había conocido, parecía como si Arlén hubiera perdido su arrogancia.
“¿De qué te sorprendes? Me estabas esperando, ¿no es cierto? Pues bien, ya estoy aquí”.
En aquel instante, los tres vampiros que acompañaban a Arlén se abalanzaron sobre él, quizá creyendo que su líder estaba en peligro al contemplar su actitud ante la aparición de aquel extraño vampiro. Pero antes de que ninguno de ellos lograse siquiera rozar su capa, cayeron al suelo envueltos en llamas entre terribles gritos de agonía sin que aparentemente nada ni nadie los hubiera tocado. Las dos mujeres y yo asistimos al macabro espectáculo paralizados por la impresión.
“Ya veo”, habló Nafir dirigiéndose a Arlén, “que no has sabido enseñarles modales a tus seguidores”.
“No eres tú el más capacitado para hablar de modales después de lo que me hiciste”.
“Yo no te hice nada”. Nafir avanzó hacia Isabelle y comenzó a romper las cadenas una a una. Arlén no lo impidió.
“¡Me abandonaste!”.
“Nunca te prometí nada”.
Isabelle, ya libre, se abrazó a Nafir. Al verlo sentí una punzada de dolor en el pecho. Pero me dije a mí mismo que era una reacción normal. Al fin y al cabo Nafir la había creado y hacía muchísimos años que no le veía.
“Y en cuanto a ti, pequeña”, dijo acariciando el cabello de Isabelle y dulcificando la voz “pensé que si me alejaba acabarían las disputas y tú estarías a salvo. Pero veo que me equivoqué y que el odio de Arlén no sólo no se ha extinguido sino que ha cobrado fuerza con los años”.
Entonces Nafir se quitó la capa y cubrió con ella el cuerpo desnudo de Isabelle. Fue este simple gesto de caballerosidad el que hizo que mi mundo se desmoronara. Al mirar a Nafir a la cara obtuve la respuesta a la cuestión que Arlén me había formulado hacía tanto tiempo y que me había vuelto a plantear hacía tan solo unos momentos. ¡Su parecido conmigo era realmente asombroso! De hecho podríamos haber pasado por hermanos. Así, ¿eso era lo que realmente había entre Isabelle y yo? ¿Me otorgó el Don simplemente porque me parecía físicamente a su amado? Me sentí desfallecer. Un sustituto. Tan sólo fui eso... un miserable sustituto de alguien que la había abandonado.
Tanto Arlén como Isabelle se dieron cuenta enseguida, por la expresión de mi rostro, de los pensamientos que cruzaban mi mente. La cara horrorizada de Isabelle mostraba que sufría por mí, por el daño que me estaba causando al no haberme contado la verdad. Pero no me importaba. La rabia de la traición había vuelto mi corazón de piedra.
Por su parte, Arlén sonrió, triunfante. Su venganza, si no completa, se había cumplido en gran medida, pues había conseguido dañarnos en lo más profundo tanto a Isabelle como a mí.
Comprendí que mi presencia estaba de más. En aquel edificio no había nadie que mereciera mi compañía y mi lealtad. Ya no. Sin pronunciar palabra, proyecté mi cuerpo hacia el agujero que había hecho en el techo al entrar y comencé a alejarme de allí.
“¡Esaú, vuelve! Te lo ruego…Te explicaré…”, era la llamada de Isabelle.
Mientras aumentaba la distancia que nos separaba, su voz aún me perseguía, llamándome.
“Esaú… por favor...”.
No respondí.


EPILOGO

Me dirigí rápidamente hacia el Noviciado. Debía abandonar la ciudad, pero no sin mi Claudia. Ahora ella era lo único que tenía. Juntos empezaríamos de nuevo en otro lugar alejado de aquellas tierras.
Según me acercaba al Noviciado, presentí lucha. No provenía de la dirección de las murallas sino del propio edificio. Había vampiros luchando.
Saltando desde el edificio contiguo llegué hasta la ventana de la habitación de Claudia. Para mi alivio la encontré allí, acurrucada en un rincón y asustada, junto a Kirios y Annel.
-¡Amo!-gritó saltando sobre mí para abrazarme.
-Prepárate, pequeña. Nos vamos de aquí.
-Perdone, Señor –intervino Kirios- ¿Sabe donde está nuestra Ama? Estamos preocupados por ella.
-Ella está bien.
-¿Cómo es que no ha venido ella con Usted para buscarnos?
Mi primer impulso fue el de responder de forma brusca, pero conseguí contenerme a tiempo. Al fin y al cabo ellos no tenían culpa ninguna de lo que había pasado.
-Eso deberéis preguntárselo a ella cuando venga.
-¿Cuándo nos vamos, Amo? –preguntó Claudia.
-Cuanto antes mejor. Recoge tus cosas y espérame aquí. Yo voy a bajar.
-Tenga cuidado, Amo.
-No te preocupes.
En las escaleras me encontré con dos vampiros. Les conocía. Eran amigos de Taiel.
“¿Dónde está Taiel?”.
“Aún está combatiendo. La victoria ya es nuestra pero un par de los enviados de Arlén aún se niegan a rendirse”, contestó uno de ellos.
“Nosotros hemos subido para asegurarnos de que los humanos estén bien”, intervino el otro. Nos saludamos y siguieron su camino.
Noté que el edificio presentaba varios daños a causa de los combates. Puertas arrancadas, impactos en las paredes, muebles destruidos…
No me costó dar con Taiel. Cuando lo encontré, la batalla ya había terminado. De los dos vampiros quedaban, uno había sido destruido y el otro, al verse sólo, se había visto obligado a rendirse.
“¡Esaú!”, dijo Taiel nada más verme. “Supe que venías hacia aquí. Menos mal que estás bien. ¿E Isabelle?”.
“Ella también está bien. Veo que os han dado trabajo”.
“Sí, no ha sido fácil vencerlos. Había algunos realmente poderosos. Por desgracia, la historia se ha repetido”.
“Debéis abandonarla ciudad antes de que los turcos la tomen. Las murallas no resistirán mucho el fuego de las bombardas”.
“Estamos esperando que los humanos sena recogidos por sus Amos, aunque me temo que, después de los combates, algunos ya no tienen Dueño”. Hizo una pausa que pretendía remarcar la gravedad de los hechos. “¿Tú te vas ya?”.
“Sí. Recogeré a Claudia y me iré”.
“Entiendo”.
“Tú lo sabías todo”.
Taiel bajo la cabeza, visiblemente apesadumbrado.
“Desconocía la historia completa, pero había visto a Nafir cara a cara y podía imaginarme el resto”.
“No te culpo por no habérmelo dicho. No era asunto tuyo”.
“Gracias por entenderlo”.
Me despedí de Taiel y volví al piso de arriba, donde Claudia me esperaba en el pasillo ya preparada para acompañarme fuera de la ciudad.
-¿Vamos?
-Sí, Amo.
La tomé por la cintura y abandonamos el edificio por la azotea para evitar ser vistos. Saltando de tejado en tejado nos dirigimos hacia el Bósforo. No sabía si podría cruzarlo, pues nunca había intentado saltar tanta distancia. Sin embargo, mediante un gran salto, conseguí llegar a la otra orilla. Tras alcanzar el barrio genovés de Gálata, salté la muralla y salimos de la ciudad.

FIN... o no...

NOTA DE HELLCAT: En la época en que se ambienta este capítulo –año 1453-, Constantinopla era tan solo una sombra de la magnífica ciudad que había sido siglos antes. Muchos de sus barrios estaban deshabitados y los magníficos recursos artísticos y económicos que tenía la cuidad habían desaparecido durante el saqueo de la Cuarta Cruzada, en 1204.
Me he tomado ciertas licencias históricas a la hora de realizar este y otros capítulos por falta de tiempo, para no extenderme en demasía y para hacerlo más ameno.
Por todo ello, me disculpo ante mí mismo y ante los lectores.


4 Comentarios:

Anónimo ...

Bueno, pues esto es todo. La verdad es que tal y como le dije a la autora de este blog, cuanto más lo leo más fallos veo en el relato. Me gustaría enmendarlos, pero la falta de tiempo lo impide.
En todo caso, espero que os haya gustado y, quién sabe, quizá algún día haya una continuación.

Saludos,

Hellcat

Emerald ...

Hola Hellcat! Aparte de darte todo mi agradecimiento por permitirme postear tu historia, te "comprometo" ;) que en algún momento, que tengas minutos libres, le des continuación a tan bello relato, si?? :D
Un gran abrazote!

kaisser ...

Sin duda esta historia vampírica merece una continuación; el regreso de Nafir, el futuro de Isabelle y Arlén, y el posible Don de Claudia... LuzdeLuna esperemos que Hellcat se inspire y le siga dando vida a la historia.

Un abrazo a ti por postearla y otro a él, por permitir que se posteara.

Emerald ...

Kaisser también creo que debería continuarla porque está muy bien escrita, y tiene buen argumento, claro que el pedido ya está hecho veremos si en un futuro nos avisa que ya hay más capítulos :D
Un besote

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