Las Sombras del Miedo
Esteban Repiso
Esteban Repiso
La influencia del extraño libro y la desbordante botella de vino negro, habían causado aquel cambio de actitud en la persona de Alex Millar. Su mente le advirtió del peligro al cual estaba expuesto mientras que la paranoia comenzaba con su sarcástico ritual de persecución y sobresaltos. Miró por la ventanilla del reducido cuarto de hormigón y aseguró la chapa de la pesada puerta de madera. Nada allá afuera, lo mismo de siempre, la misma noche otoñal, el mismo frío y la misma humedad. Volvió a mirar por la ventanilla y clavó después su vista en la pequeña y salvadora estufa eléctrica. Se acercó a ella y encendió un cigarrillo.
El reloj de su muñeca dio las dos de la madrugada de aquel martes 13 de agosto, supo entonces que en unos minutos más tendría que salir de su refugio y cumplir con la tercera ronda. Su temor a enfrentarse a las penumbras de esa oscuridad nocturna se incrementó en forma extraña. Maldijo entre dientes.
Recordó las palabras de su novia al salir de casa aquella tarde, “te extrañaré esta noche, vuelve pronto y piensa en mí”, su segunda semana en este nuevo trabajo y su primera noche fuera de casa. Esto de ser nochero no le agradaba, tampoco su precaria situación económica y el lugar en donde se encontraba… el viejo cementerio del poblado.
Se enfundó los gruesos guantes y abrochó hasta el último cierre de su buzo térmico. Tomó la linterna y traspasó la puerta de madera. El helado aire lo recibió con hostilidad y el vacío de una noche susurrante lo acarició con sus transparentes garras.
Buscó con su cobarde mirada algo que su interior le ordenaba. No encontró nada. Sintió que alguien lo observaba, dio un paso y luego otro, entonces escuchó otros pasos que no eran los suyos y que venían de sus espaldas. Miró por sobre su hombro y solo vio aquel telón negro y espeso que cae cuando el astro se oculta, ¡estúpido libro! No debería haberlo sacado de la biblioteca. Si no fuera por aquel irónico bibliotecario amante del terror y de aquellos seres de largos y filosos colmillos. ¡Eres un cobarde! Lo aceptó.
¡No! No seguiría en ese lugar sin antes abrir otra botella de dulce vino. Abrió su cartera y sacó el cristal, lo bebió con algo de excitación. Sus pasos se hicieron un poco mas seguros, la luz de la linterna le ayudaba con agrado. Dobló por el pasillo tres y se plantó frente a una tumba que llamó dócilmente su atención. Aquella seguía igual que el día en que fue inaugurada, él estaba allí cuando los parientes y deudos despidieron a su amado ser, eso hace dos días. Las cuatro únicas coronas y las marchitas flores aún permanecían en el lugar, también el inofensivo perro de pequeña raza que no aceptaba la partida de su amo… un ejemplo de lealtad y amor en este mundo de odio y mentiras.
El perro lo miró con paciencia y siguió estático y recostado junto a la cruz de madera de aquella tumba de tercera clase. Pobre e inocente animal, pensó para sus adentros al tiempo que un nuevo sorbo de vino resbalaba por su garganta. Prometió volver con un trozo de pan en su próxima ronda. Entonces se alejó de aquel triste lugar y encendió un nuevo cigarrillo.
Alex Millar era por entonces un joven humilde y de aspecto terrible. Su actual situación le había sumido en un estado de angustia producto de la constante insatisfacción de muchas necesidades que a su edad le eran propias e innatas. Sus cortos 23 años y lo rudo de los anteriores empleos le habían enseñado lo difícil que es surgir en una sociedad envuelta en el desarrollo y el consumismo. No poseía estudios ni experiencia sólida en algún oficio técnico, eso le desalentaba. Sin embargo, era un hombre normal y sin muchos vicios, dispuesto a sacrificar su juventud para lograr en un futuro muy lejano consolidar algunas de sus escondidas metas. Su novia, con la cual compartía una roída casita en las inmediaciones de una comuna popular, lo respetaba y le creía, razón suficiente para que el joven obrero sintiera un personal grado de estima y una seguridad emocional propia.
Pese a todos los buenos atributos y a su robusto y atlético físico, Alex Millar era un ser supersticioso y apegado a antiguas creencias folclóricas las que en cierto grado lo limitaban y hacían de él, un cobarde más en este mundo de cobardes.
Nunca antes había trabajado en tales condiciones. Solo y abandonado en la inmensidad de un cementerio putrefacto y esperando con ansias la llegada del sol y de su salvador relevo ¡Estúpido libro de vampiros! ¡Extraña noche!
Introdujo su mano en la bolsa de alimentos y sacó el único pan que en ella quedaba… promesas son promesas. Salió nuevamente del cuartucho y se preparó para la nueva ronda. Tomó la avenida Santo Thomás y dobló en el pasillo 6. La oscuridad lo envolvió por completo y se aferró a sus miembros para no soltarlos más.
Había caminado unos 200 metros cuando un sonido espantoso y anormal irrumpió en el lugar, borrando de inmediato todo vestigio de calma y silencio. Alex palideció e imaginó por un segundo un sin fin de visiones extrañas y malignas. No se equivocaba, el animalesco sonido venía del pasillo 3 y era sin duda el alarido lastimoso de un perro vagabundo. ¡Sí! ¡El leal perruno de la tumba reciente! Entonces sus ideas se revolvieron en su mente y el pánico le cubrió con su velo de locura y cobardía. ¿Qué ocurría en ese pasillo? ¿Acaso algún profanador pisaba también aquella tierra podrida y nauseabunda? ¿Algún ser de raza desconocida? ¿Un animal salvaje?
Sus pasos se hicieron inestables, sus manos se humedecieron y sus ojos también. La linterna le indicó el camino y le mostró con horror el final de su decadente búsqueda. Quiso gritar pero no pudo, sintió como su corazón le subía a la boca y lo enmudecía sátira y sarcásticamente. Allí estaba, frente a él y en forma real e inexplicable la tumba reciente de hace dos días… ella había sido excavada, un gran orificio sobre el barroso suelo lo confirmaba. Se acercó como pudo al abismo y vio un segundo horror aún más diabólico… ¡el ataúd estaba vacío! Un hilo de sangre lo recorría sin piedad y se perdía después por la prolongación del pasillo hacia una oscuridad más cruel y violenta.
Una ráfaga de dudas y preguntas lo abordó por segunda vez, ¿y el perro? ¿Acaso excavó hasta la madera para robar después el cuerpo de su inerte amo? Imposible… lógicamente imposible… ¿entonces? ¿Un ladrón? ¿Qué robaría un ladrón en una tumba de última categoría y en esta parte del cementerio ¿y la sangre? ¡No! No podría ser cierto. Cerró sus ojos y trató de calmar aquella histeria carnívora, aunque algo en su interior le confirmaba su imbécil teoría.
Un vampiro enterrado en aquel ataúd, un perro poseído por aquel ser, el ser devorando al can después de dos días de castigo y sufrimientos.
Huyó del lugar y en su brusca carrera perdió su linterna y también su hombría. El desconcierto lo confundió y lo sumió en un abismo sin retorno. Sus pies torpes y empolvados obedecieron a un cerebro enfermo y traicionero y pisotearon por muchas veces un camino ya explorado y reconocido… Alex Millar en su arrebato y desorden, se había perdido en la necrópolis criminal y a merced de un ser horroroso y salvaje.
El silencio retornó al panorama y se abrasó nuevamente con su hermanable oscuridad. Alex aun no se recuperaba de su precipitada carrera cuando cubrió su cuerpo detrás de una lápida mohosa y oscura que las raíces y el paso del tiempo habían transformado en un monumento al abandono e indiferencia.
Miró hacia los cielos negruzcos y comprobó que recién la noche comenzaba su lento descenso. El miedo comenzó entonces a carcomer su espíritu y su alma. El sudor frío empapó sus ropas… la noche devoradora no lo abandonaría todavía. Se resignó y esperó lo peor, sabía que aquel ser lo abordaría con sus garras y largos colmillos.
Lo peor vino después. Alex Millar enloqueció en un segundo, pues de aquellas penumbras silenciosas y aborrecidas, emanó de improviso una sádica y lunática risa que impregnó el aire y el ambiente con su asqueroso aroma… el hombre se aferró a la lápida y levantó la cabeza, necesitaba saber la procedencia de aquella risa de ultratumba. No le costó descubrir su origen, allí estaba. Frente a él y recostada sobre una roída cruz de blanco granito. Alex gritó hacia los cielos y buscó con su vista alguna imagen sagrada que lo pudiera salvar… sus fuerzas cayeron al abismo sin fondo y su cuerpo también.
Las primeras bocinas irrumpieron en aquella fría mañana otoñal. La pesada puerta principal del recinto se abrió después de una inusual espera. Los cuantiosos curiosos y desocupados vagabundos aferraron sus manos a los astillosos barrotes de la reja centenaria. Pese a todo, nadie dio una explicación satisfactoria…
Dentro del recinto, las caras y rostros evidenciaban un impacto a una escena que después del hecho fue bastante divulgada por los habitantes más antiguos del poblado.
Boca abajo y con una expresión de horror incrustada en su cabeza, yacía el inerte cuerpo de Alex Millar… Mas allá y recostada sobre el suelo barroso, reía y balbuceaba sonidos guturales una esquelética mujer que un día antes se había fugado del manicomio.
Dos detalles de aquella loca ocasionaron la alarma entre los que rodeaban el espantoso lugar. El primero era que en sus tiesos brazos colgaba aún el cuerpo de un cadáver exhumado y de procedencia humilde y enfermiza. El otro, fue lo que mostraba entre sus dientes cariados y amarillos, una cosa amorfa, terrible, carente de piel y rodeada de pelos…
2 Comentarios:
Magnífica descripción del miedo, del pavor interno, de la oscuridad y de los sonidos propios de un camposanto que hacen temblar al más valiente...
Que buena lectura has posteado LuzdeLuna, un abrazo.
Es un magnífico cuento! no podía ser más que en martes 13:D esos que te producen un escalofrio a lo largo de la columna!! jaja
Un abrazo
Los comentarios son moderados debido a la gran cantidad de span.
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